17 agosto 2019

El ojo de Urioste

 Hay artistas que padecen de figuración compulsiva: exponen su obra tres o cuatro veces al año, muestran hasta lo que estornudan sobre un lienzo o una fotografía. No es el caso de Armando Urioste Nardín, del que algunos habían olvidado que además de cineasta es un gran fotógrafo, hasta que decidió reunir este año una retrospectiva de su obra, con una selección extremadamente cuidadosa de Ernesto Azcuy exhibida en el mes de junio en dos pisos del Espacio Simón I. Patiño, en La Paz. 


Armando resume en esa muestra toda su trayectoria de fotógrafo, mostrando de manera equilibrada las diferentes etapas y motivos, es decir, la evolución de sus intereses y de su sentido plástico. 

Tiene una gran ventaja, como otros fotógrafos de nuestra generación: es un artesano de la fotografía. Todos los que empezamos a ejercer como fotógrafos en las décadas de 1960 y 1970 tenemos ese modo artesano de trabajar con las imágenes. 

Crecimos como fotógrafos realizando todo el ciclo de la fotografía artesanalmente. Comprabamos tambores de película de 35mm y en un closet cortabamos y cargabamos los rollos en blanco y negro con Tri-X Pan o Plus-X Pan de Kodak o cualquier otra marca disponible. Luego de agotar nuestras 36 exposiciones (cuidando cada una de ellas, sin desperdicio alguno) revelabamos la película en negativo y hacíamos ampliaciones en un cuarto oscuro cuidando la temperatura del revelador y del fijador. 


Dudo que haya un solo fotógrafo de nuestra generación que no recuerde con enorme añoranza aquellos tiempos en que pasábamos noches enteras bajo una tenue luz roja manipulando con pinzas las imágenes que aparecían como por arte de magia en la cubeta de revelador. Las horas pasaban desapercibidas frente a la ampliadora, haciendo siempre más de una prueba de exposición (primero en retazos de papel fotográfico para no gastar una hoja entera), para lograr el contraste y la gama de grises que queríamos. 

En la sección de fotografías en blanco y negro de la muestra “Máscara y río, grifo de los sueños” de Armando, se adivina ese esfuerzo inicial, aunque haya elegido apenas una o dos fotos de cada etapa. En las fotos nocturnas de puesto de venta callejeros alumbrados con un foco, había que “forzar” la película Tri-X Pan para captara la escena nocturna, y eso significaba una textura diferente, con más “grano”. 


Los fotógrafos de las nuevas generaciones, armados de teléfonos celulares inteligentes capaces de captar cualquier intensidad de luz, de corregir el color automáticamente y de manipular luego las fotos en Photoshop, no tienen idea de lo que era lograr esas imágenes en blanco y negro que Urioste ha conservado para la memoria de todos. Fotos de personajes de la ciudad que ha recorrido con paciencia, fotos de muros, piedras, árboles y por supuesto magníficos retratos en blanco y negro, entre los que destacan en la muestra los de pintores como Quico Arnal, Luis Zilveti, Raúl Lara o Juan Conitzer. 

La afinidad entre la fotografía y la pintura queda establecida. Muy equivocados estaban quienes pensaron que con la aparición de la fotografía a mediados del Siglo XIX, iba a desaparecer la pintura. El ojo del fotógrafo y el ojo del pintor están hermanados en la composición y en la búsqueda del color, aunque sus técnicas sean distintas. De hecho, son pocos los pintores que como Van Gogh siguen creando su obra directamente de la observación de la naturaleza, la mayoría usa la fotografía como recurso. 

Ambos trabajan con texturas que pueden tocarse en la pintura y apercibirse en las fotografías. Una sección importante en la muestra de Armando Urioste dice mucho del trabajo con texturas en color. Más allá del objeto (una flor, un insecto, o la corteza de un árbol) lo que importa en esas fotografías es la textura que revela el ángulo de la luz. La naturaleza se revela con la luz, la fotografía tiene un efecto parecido al de la fotosíntesis: los colores y las transparencias adquieren volumen. 


El ojo de Armando Urioste percibe, selecciona, enmarca y dispara. Su estilo fotográfico, particularmente en la primera etapa en blanco y negro, tiene que ver con fotógrafos como Cartier-Bresson o Ansel Adams, pacientes pescadores de imágenes que disparan el obturador en el momento preciso. Lo mismo sucede en su búsqueda del color en las fotografías de la naturaleza viva (plantas) o muerta (objetos, puertas): en las gotas de rocío sobre una hoja, en la corteza de un árbol renacido, o en una vieja puerta de madera hay una búsqueda del mejor ángulo, de la mejor composición, aquella donde la luz más reveladora se deja atrapar con un sentido poético. 

Las fotos hablan por si mismas, por ello la curaduría de la muestra de Armando Urioste ha omitido marcos y títulos a las obras. La idea es dejar llevarse por las imágenes atravesando el túnel del tiempo de la obra acumulada por Armando Urioste a lo largo de varias décadas, con impresiones de la más alta calidad técnica.

(Publicado en Página Siete el domingo 4 de agosto 2019)
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Cesa el fugitivo presente.
Fija en el espacio la belleza del instante.
Huella en el espejo del tempo.
Guarda los dibujos de la luz en la memoria.
¾Juan Cristóbal Urioste