18 octubre 2018

Muralla y escombros

 Las murallas tienen pasajes secretos como la Muralla China. No son inexpugnables, como muestra la historia de Troya. Murallas que dividían el mundo acaban derrumbándose, como la de Berlín. Las murallas son en apariencia sólidas y permanentes, pero siempre tienen un flanco débil, permeable. 

Me parece muy acertado el nombre del personaje que es también el título del primer largometraje dirigido por Gory Patiño: Muralla.  Una sola palabra, muchos significados. La palabra tiene una sonoridad contundente y a la vez misterio. 

Como toda obra bien lograda, Muralla tiene varios niveles de lectura. Yo quiero referirme a dos: la narrativa que genera el personaje interpretado por Fernando Arze con mucha maestría, y el tema desgarrador del tráfico y trata de personas. 

Veinte años atrás Jorge “Muralla” Rivera era un tremendo arquero en el equipo de fútbol San José, en la ciudad de Oruro. Hasta que no. Hasta que la muralla que su cuerpo construía en el arco fue perforada. Es un sino de quienes llegan muy alto: la caída suele ser estrepitosa.  En la cultura occidental tenemos un rasgo malvado: esperamos que caigan ruidosamente los que más arriba llegaron. 

Muros y murallas 
Muralla cae dos veces, no una. En la primera se convierte en un marginal alcohólico. Los días de gloria se convierten en días de sobrevivencia como conductor de un minibús con amistades de dudosa calaña. Si pensó que había tocado fondo en esta perra vida, estaba equivocado: la segunda caída es más dura. El hijo de 10 años de Coco Rivera, lo más preciado que tiene en la vida, necesita con urgencia un trasplante de riñón y él está dispuesto a rebajarse a los infiernos para conseguirlo. 

Esta es una historia de doble redención. Muralla quisiera redimirse salvando a su hijo (que vive en un hogar decente con la madre), y sin embargo esas alas de redención no puede obtenerlas sin hacer un pacto con lo más odioso y bajo de la degradación, lo que supone que aún si salva a su hijo, tendrá que redimirse nuevamente de un crimen mucho mayor que el de haber caído en el alcoholismo y la irresponsabilidad como padre. 

Fernando Arze, "Muralla"
Ese dilema moral atormenta al personaje que con tanta autenticidad interpreta Fernando Arze, y es sin duda lo más valioso de la narrativa del film de Gory Patiño: construir un personaje de carne y hueso, que es malo y bueno al mismo tiempo, que tiene virtudes que ha relegado en favor de actos crueles que comete sin pensarlo dos veces. Esta vez, pasa los límites de lo que la memoria de aquel que alguna vez fue, puede soportar. 

A simple vista su vida no vale nada, pero si puede hacer una buena acción que lo redima, su vida recobra valor ante los ojos de su hijo y de las almas que se cruzan con él cargando pesados fardos de culpa. 

Uno agradece que esta no sea una película de Hollywood con un final feliz. Por el contrario, es una tragedia griega donde todo lo que podía salir mal, sale mal: el hijo muere, él se convierte en traficante de personas, asesino (aunque haga justicia por su propia mano), y víctima del linchamiento propiciado por su propio gremio de minibuseros, convertidos también en fieras asesinas. En el nivel simbólico no puede irle peor:  termina colgado en un arco de fútbol, como probablemente quedó metafóricamente colgado dos décadas antes. 

Este es un film oscuro, porque saca a relucir esa sombra negra que Muralla trae aprisionada en el pecho. Si bien todas las interpretaciones de los otros actores son normalmente buenas, la del personaje central tiene la capacidad de desnudar el conflicto sin paliativos, con sincera crudeza. 

Un final de tragedia: todos los hombres son lobos  
Uno agradece también que no haga concesiones folclóricas como tantos films bolivianos que con o sin disimulo nos muestran los paisajes turísticos de los que estamos saturados. La película de Patiño nos muestra la ciudad sucia, corrupta y marginal que no tiene ninguna magia ni encanto. Un mundo sórdido que nos rodea en las laderas sin que queramos verlo, porque siempre preferimos la vista del Illimani, lejano y límpido, para olvidar que nuestros pies están en el barro y en la basura. 

Y eso lleva a la lectura del tema: la trata y tráfico de personas. Para quienes piensen que esta es una película muy “dura”, muy “cruel”, muy “explícita”, muy “difícil de ver”… quizás no bastará el dato de que en América del Sur, Bolivia y Venezuela son los dos países con mayores índices de tráfico de personas, ya sea para prostitución o para arrancar órganos vitales que luego son vendidos por sumas astronómicas en redes internacionales. 

Pablo Echarri y Fernando Arze
La única concesión que hace el director, es que coloca como el más “malo” del casting a un cirujano argentino que con el mayor disfrute y frescura extirpa los riñones de sus víctimas, y no a un médico boliviano, que es lo que probablemente sucede en la realidad. Las estadísticas nos dejan siempre indiferentes hasta que un numerito nos toca en la lotería.  Por ello, deberíamos ser más conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor: no es casual que cada semana veamos pegados en los postes de la ciudad avisos con las fotos de jóvenes desaparecidos, que padres desesperados colocan con la esperanza de que se hayan fugado de casa, solamente, pero que no hayan caído en manos de estas redes de traficantes. 

Es una realidad que muerde el alma, no es solamente el argumento de un film de suspenso. A diferencia de otras películas recientes que apenas soban por encima temas como el machismo, la violencia de género, etc., esta entra hasta el fondo de un problema sobre el que las autoridades no actúan con decisión, en parte porque el negocio es también compartido por quienes deberían hacerlo desaparecer.  Exactamente igual sucede con el contrabando o el narcotráfico. 

Rodrigo "Gory" Patiño, director
Muralla tiene un tema importante y está muy bien hecha en casi todos los aspectos técnicos (menos, a veces, el doblaje de los diálogos), pero en un escenario mundial no podría competir con producciones similares de Estados Unidos o de Europa.  No creo que sea su objetivo y no importa, porque es una película honesta, hecha para un público exigente de Bolivia o América Latina.  No propone una experiencia cinematográfica nueva, no es una película para cineasta y cinéfilos, sino para un público amplio que necesita ver algo que lo haga pensar y no evadirse de los problemas. 

La apuesta en publicidad ha sido enorme, si comparamos con otras películas bolivianas. Los anuncios espectaculares en las calles no pasan desapercibidos. Esperemos entonces que el público reconozca el valor de este film y permita recuperar la inversión. 

(Publicado en Página Siete el domingo 14 de octubre 2018)
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Cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie.
—Concepción Arenal