04 octubre 2018

El cacique no tiene quien le escriba

Evo Morales (foto @Platon)
  Está solo. No tiene amigos. No puede decir lo que siente. No confía en nadie porque sabe que solo está rodeado de servidores obsecuentes y oportunistas, tirasacos y chupamedias. 

Los que eran sus amigos se aprovecharon de él, lo hicieron quedar mal. Robaron descaradamente en su nombre. Hermanos de “cama y rancho” como Santos Ramírez acabaron en la cárcel, también narcotraficantes como el clan Terán tan cercano a él en el Chapare, su amante pálida y teñida que lo exprimió con un falso hijo que él mismo reconoció estampando su firma en el certificado de nacimiento, y dirigentes de “movimientos sociales” fácilmente corrompidos en el Fondo Indígena. Todos lo usan y él los deja hacer porque está enamorado del poder, un poder asentado en la corrupción.


No se da cuenta todavía, pero está acorralado.  Nadie le sopla las malas noticias. Quienes lo rodean lo endiosan públicamente aunque entre bambalinas hablen mal de él. Está acorralado en una espiral que solamente puede llevarlo al fondo del sumidero. No importa cuantos acólitos le amarren los zapatos y le dejen meter goles en los partidos. Está acorralado, pero no lo sabe todavía.



El clan Terán, cercano a Morales
Su corral es la historia. Todavía cree que puede saltar todas las trancas y controlar el país con propaganda masiva y muy costosa para el erario, discursos de plaza y gestos autoritarios. Descubrió maravillado que con un chasquido de dedos podía decidir la compra de un satélite millonario, construir un museo a su propia gloria o un lujoso palacio estilo neofascista del tamaño de su ego y de su resentimiento social, cada vez más alejado de la tierra firme que de niño pisó con abarcas. Para él el poder es una escalera que sube sin fin. 


Nuevo Palacio de Evo Morales
Está ahora encerrado y solitario en el piso 28 de su palacio, rodeado de lujos que son como espejos de su degradación personal. Un piso más arriba, el helipuerto. Listo para escapar todos los días a cualquier rincón del país o fuera del país, a un costo altísimo para los bolivianos. De allí saldrá algún día su último vuelo, cuando huya.

Repitió los gestos de los señores feudales, reprodujo la misma actitud arrogante de los militares cuando ocupaban el poder por la fuerza de las armas. No midió los alcances de sus exabruptos porque el círculo de obsecuentes celebra todo lo que dice y hace.



Bolivia ya le dijo NO
La historia le pasará la factura. Quizás no inmediatamente, sino en los tiempos en los que la historia camina y se escribe. Si quería dejar su nombre en letras doradas en algún libro, no sucederá. Toda la propaganda de ahora se la llevará el viento. Si pretendía estar por encima de los numerosos escándalos de corrupción y tráfico de influencias, de las repetidas represiones de comunidades indígenas, de la insolvencia en materia de derechos humanos y de la falta de respeto por la madre tierra (la manoseada "pachamama"), no lo ha logrado. Su discurso está vacío, no se verifica en la realidad de todos los días. La espiral de la historia lo atrapará.

Quizás esta sentencia parezca prematura, pero todavía hay que confiar en la memoria de aquellos que lucharon contra las dictaduras, aquellos que le tendieron la cama presidencial para que la ocupara con esa actitud arrogante y absolutista que es una mezcla de “todo me lo merezco” y “no me importa lo que piensen o digan”, y que ahora se dan cuenta del grave error.  



Sello personal en las obras del Estado
“Métanle nomás” dijo y dice todavía con prepotencia, llevándose por delante la Constitución y cualquier regla de juego existente, porque para él no existen reglas, solamente existe su propia voluntad autoritaria y los rodillazos con que se abre camino cada día que juega fútbol o que juega a la política politiquera. En ambos terrenos juega sucio.  

Ha convertido Bolivia en su feudo. A todo le pone el sello de su rostro, como una marca de propiedad. El mal manejo de las entidades públicas y la corrupción prevalente en las empresas vinculadas al Estado se han convertido en la “marca país” de Bolivia durante dos sexenios de desgobierno. Ese logo es ahora marca de oprobio, símbolo del abuso del poder, del uso indiscriminado de los bienes del Estado, de arrogancia personal e insolvencia moral. 



Doble blindaje: ¿a quién teme?
A la desconfianza que siente por quienes lo rodean se añade el miedo. Ningún mandatario del pasado –ni siquiera los dictadores militares, ha vivido rodeado de tanta seguridad, autos con blindaje doble, caravanas de vagonetas con luces de navidad y agentes con lentes oscuros y audífonos armados hasta los dientes, policías equipados como “robocops” rodeando una plaza Murillo cerrada como nunca antes por miedo a la gente, al pueblo en cuyo nombre habla siempre.   

En sus apariciones públicas apuesta a lo seguro, ya no se arriesga a un baño de masas, apenas de masistas. Solo entran en el perímetro de sus actuaciones públicas (donde discursea todos los días lo mismo), los de su partido político o funcionarios públicos con pases, obligados a aplaudirlo y a corearlo a riesgo de perder sus puestos. Los utiliza incluso incluso como delatores de quienes se filtran para gritarle en la cara #BoliviaDijoNo.    


Este hombre vive una gran soledad y tiene miedo. El cacique no tiene quien le escriba.    


(Artículo publicado en Página Siete el sábado 8 de septiembre 2018)

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Los caciques son parásitos de un sistema
de pura apariencia democrática.
—–Castelao