Las murallas tienen pasajes secretos como
la Muralla China. No son inexpugnables, como muestra la historia de Troya.
Murallas que dividían el mundo acaban derrumbándose, como la de Berlín. Las
murallas son en apariencia sólidas y permanentes, pero siempre tienen un flanco
débil, permeable.
Me parece muy acertado el nombre del
personaje que es también el título del primer largometraje dirigido por Gory
Patiño: Muralla. Una sola palabra, muchos significados. La
palabra tiene una sonoridad contundente y a la vez misterio.
Como toda obra bien lograda, Muralla tiene varios niveles de lectura.
Yo quiero referirme a dos: la narrativa que genera el personaje interpretado
por Fernando Arze con mucha maestría, y el tema desgarrador del tráfico y trata
de personas.
Veinte años atrás Jorge “Muralla” Rivera
era un tremendo arquero en el equipo de fútbol San José, en la ciudad de Oruro.
Hasta que no. Hasta que la muralla que su cuerpo construía en el arco fue
perforada. Es un sino de quienes llegan muy alto: la caída suele ser
estrepitosa. En la cultura occidental tenemos
un rasgo malvado: esperamos que caigan ruidosamente los que más arriba
llegaron.
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Muros y murallas |
Muralla cae dos veces, no una. En la
primera se convierte en un marginal alcohólico. Los días de gloria se
convierten en días de sobrevivencia como conductor de un minibús con amistades de
dudosa calaña. Si pensó que había tocado fondo en esta perra vida, estaba
equivocado: la segunda caída es más dura. El hijo de 10 años de Coco Rivera, lo
más preciado que tiene en la vida, necesita con urgencia un trasplante de riñón
y él está dispuesto a rebajarse a los infiernos para conseguirlo.
Esta es una historia de doble redención.
Muralla quisiera redimirse salvando a su hijo (que vive en un hogar decente con
la madre), y sin embargo esas alas de redención no puede obtenerlas sin hacer
un pacto con lo más odioso y bajo de la degradación, lo que supone que aún si
salva a su hijo, tendrá que redimirse nuevamente de un crimen mucho mayor que
el de haber caído en el alcoholismo y la irresponsabilidad como padre.
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Fernando Arze, "Muralla" |
Ese dilema moral atormenta al personaje
que con tanta autenticidad interpreta Fernando Arze, y es sin duda lo más
valioso de la narrativa del film de Gory Patiño: construir un personaje de
carne y hueso, que es malo y bueno al mismo tiempo, que tiene virtudes que ha
relegado en favor de actos crueles que comete sin pensarlo dos veces. Esta vez,
pasa los límites de lo que la memoria de aquel que alguna vez fue, puede
soportar.
A simple vista su vida no vale nada, pero
si puede hacer una buena acción que lo redima, su vida recobra valor ante los
ojos de su hijo y de las almas que se cruzan con él cargando pesados fardos de
culpa.
Uno agradece que esta no sea una película
de Hollywood con un final feliz. Por el contrario, es una tragedia griega donde
todo lo que podía salir mal, sale mal: el hijo muere, él se convierte en
traficante de personas, asesino (aunque haga justicia por su propia mano), y víctima
del linchamiento propiciado por su propio gremio de minibuseros, convertidos
también en fieras asesinas. En el nivel simbólico no puede irle peor: termina colgado en un arco de fútbol, como
probablemente quedó metafóricamente colgado dos décadas antes.
Este es un film oscuro, porque saca a
relucir esa sombra negra que Muralla trae aprisionada en el pecho. Si bien
todas las interpretaciones de los otros actores son normalmente buenas, la del
personaje central tiene la capacidad de desnudar el conflicto sin paliativos,
con sincera crudeza.
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Un final de tragedia: todos los hombres son lobos |
Uno agradece también que no haga
concesiones folclóricas como tantos films bolivianos que con o sin disimulo nos
muestran los paisajes turísticos de los que estamos saturados. La película de
Patiño nos muestra la ciudad sucia, corrupta y marginal que no tiene ninguna
magia ni encanto. Un mundo sórdido que nos rodea en las laderas sin que
queramos verlo, porque siempre preferimos la vista del Illimani, lejano y
límpido, para olvidar que nuestros pies están en el barro y en la basura.
Y eso lleva a la lectura del tema: la
trata y tráfico de personas. Para quienes piensen que esta es una película muy “dura”,
muy “cruel”, muy “explícita”, muy “difícil de ver”… quizás no bastará el dato
de que en América del Sur, Bolivia y Venezuela son los dos países con mayores
índices de tráfico de personas, ya sea para prostitución o para arrancar
órganos vitales que luego son vendidos por sumas astronómicas en redes
internacionales.
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Pablo Echarri y Fernando Arze |
La única concesión que hace el director,
es que coloca como el más “malo” del casting a un cirujano argentino que con el
mayor disfrute y frescura extirpa los riñones de sus víctimas, y no a un médico
boliviano, que es lo que probablemente sucede en la realidad. Las estadísticas
nos dejan siempre indiferentes hasta que un numerito nos toca en la
lotería. Por ello, deberíamos ser más conscientes
de lo que pasa a nuestro alrededor: no es casual que cada semana veamos pegados
en los postes de la ciudad avisos con las fotos de jóvenes desaparecidos, que
padres desesperados colocan con la esperanza de que se hayan fugado de casa,
solamente, pero que no hayan caído en manos de estas redes de traficantes.
Es una realidad que muerde el alma, no es
solamente el argumento de un film de suspenso. A diferencia de otras películas
recientes que apenas soban por encima temas como el machismo, la violencia de
género, etc., esta entra hasta el fondo de un problema sobre el que las
autoridades no actúan con decisión, en parte porque el negocio es también
compartido por quienes deberían hacerlo desaparecer. Exactamente igual sucede con el contrabando o
el narcotráfico.
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Rodrigo "Gory" Patiño, director |
Muralla tiene un tema importante y está muy bien hecha en casi todos los
aspectos técnicos (menos, a veces, el doblaje de los diálogos), pero en un
escenario mundial no podría competir con producciones similares de Estados
Unidos o de Europa. No creo que sea su
objetivo y no importa, porque es una película honesta, hecha para un público
exigente de Bolivia o América Latina. No
propone una experiencia cinematográfica nueva, no es una película para cineasta
y cinéfilos, sino para un público amplio que necesita ver algo que lo haga
pensar y no evadirse de los problemas.
La apuesta en publicidad ha sido enorme,
si comparamos con otras películas bolivianas. Los anuncios espectaculares en
las calles no pasan desapercibidos. Esperemos entonces que el público reconozca
el valor de este film y permita recuperar la inversión.
(Publicado en Página Siete el domingo 14 de octubre
2018)
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Cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie.
—Concepción Arenal