24 febrero 2017

Arte de pasarela


Confieso que no me llevo bien con el llamado “arte contemporáneo” o “arte conceptual”, aunque sigo haciendo el esfuerzo de ver las obras más representativas tanto en Bolivia como en otros países. Hay ciertos artistas que han logrado captar mi interés, pero son pocos.

El arte se ha convertido en algo frívolo, en un desfile de pasarela, con formas extravagantes pero sin contenido. Abundan artistas carentes de imaginación y de honestidad, que improvisan obras donde el secreto parece residir en el desprecio por el público que no se atreve a opinar porque de entrada lo descalifican: no es suficientemente inteligente y no está preparado para entender la genialidad del artista. Pero lo que vemos por lo general son tonterías con algún rótulo pomposo.

El facilismo triunfa en el arte contemporáneo, donde hay poco trabajo artístico, poco trabajo intelectual y poco trabajo manual. Cualquiera puede hoy improvisarse en ‘artista’, manipulando algunos objetos para “resignificarlos”, como hizo Marcel Duchamp hace exactamente un siglo con La fuente (1917) y Man Ray con su Regalo (1921), una plancha con clavos.

El objetivo era sacudir el arte y épater la bourgeoisie, pero esa actitud desafiante carece hoy de sentido porque esas obras ya no irritan a nadie, apenas aburren o provocan indiferencia. Es un arte mimado por los curadores de arte o “comisarios” (como los llaman en Francia) porque es parte del negocio. Ahora la burguesía no se irrita con representaciones trilladas, más bien las financia.

La crítica social que estaba implícita o explícita en la obra de los dadaístas o de los surrealistas tenía sentido en ese momento, pero repetir lo mismo un siglo después parece un juego de niños, pero de niños sin imaginación. Sin rigor, sin creatividad, esas ‘prendidas’ son tomaduras de pelo realizadas sin pasión, obras sin amores, supuestamente cubiertas de un barniz de genialidad pero por adentro, una nube de mediocridad.

Es muy diferente la situación que se vivía cuando Marcel Duchamp tuvo en 1917 la osadía de presentar La fuente en la muestra organizada por la Sociedad de Artistas Independientes de New York. No es más que un urinario invertido, pero fue el inicio del vanguardismo y causó tanta controversia que por muy ‘independientes’ que fueran los curadores de la muestra decidieron ocultarla, sin saber que el autor que se escondía detrás del seudónimo R. Mutt era el propio Duchamp.

Resignificar los objetos (readymade en inglés y objet trouvé en francés) para irritar a las buenas conciencias es una escuela de larga data en el arte contemporáneo, y todavía de vez en cuando algún artista lo logra, pero el 99 % de lo que vemos en las muestras de arte contemporáneo no es sino repetición a la saciedad de lo mismo, sin alma.

Algunas obras me recuerdan los trabajos prácticos que mis hijos traían del colegio cuando eran pequeños, maquetas de cartón con nubes de algodón de las que se sentían muy orgullosos porque significaba la capacidad de hacer algo con sus propias manos a esa corta edad.  Me recuerdan también las travesuras de los niños cuando se sienten tentados por una pared vacía de color: se untan la palmas de las manos y le dan vida a ese muro, o pintan rayas y muñecos, lo cual es estupendo para dar libre curso a su expresión.

Ver ese mismo tipo de obras como producto de artistas adultos que exhiben en museos, es otra cosa. Cierta vez en el Museo Tamayo de México vi una ‘instalación’ que consistía en una raya horizontal negra que recorría la parte superior de un muro, sobre la que se había escrito alguna frase muy ‘inteligente’. Varias salas estaban dedicadas a una retrospectiva de ese artista cuyo nombre, no faltaba más, olvidé apenas crucé el umbral de la puerta de salida. Más aún cuando mi intención aquel día era ver la obra de Rufino Tamayo, y no había ni una sola en el museo que lleva su nombre.

No faltará quien diga que artistas que ponen clavos en la pared, o colocan un montón de tierra en medio de una sala, o unos baldes de plástico de colores con ositos adentro “han sabido conservar la frescura de la infancia”… Frases como esas son las coartadas que generalmente utilizan estos artistas para meter un pie en un espacio de exhibición.  Y cuando la gente menea la cabeza frente a una obra francamente mediocre el argumento suele ser: “no tienes la capacidad de entenderla”, entonces, para no pasar por ignorantes muchos se abstienen de hacer comentarios.

Casi siempre los textos que colocan junto a sus experimentos son más llamativos que las obras mismas, o por lo menos arrancan una sonrisa porque están hechos con más imaginación que las obras presentadas. Suelen ser independientes de la obra, porque dicen algo que nada tiene que ver con lo exhibido, pero el espectador se lanza primero sobre ellos para ver si constituyen una pista sobre la obra. Son como coartadas explicadas a espectadores como yo, demasiado ‘bobos’ para entender la genialidad expresada por el artista.

Un ejemplo reciente, para darnos el gustito.  La obra es una mala maqueta del baptisterio de Pisa (Italia), acompañada de dos dibujos de nivel kínder o primer año de primaria, y por supuesto una larga explicación de lo que quiso representar el artista (y no pudo).  Pero como es un work in progress, todo vale. Todo parece calculado para presentarlo en un evento público, ya no existe la intimidad del artista con su obra, todo este pensado para ser exhibido a los tontos del mundo, que somos muchos. No hay nada subversivo ni innovador.

Subversivo era y es todavía El origen del mundo (1866) de Gustave Courbet, cuadro realista que por su extraordinaria franqueza tuvo una vida clandestina durante más de cien años, incluso después de que Jacques Lacan lo adquirió en 1955. Es una obra bella que muestra la capacidad de pintar, algo que le falta a casi todos los artistas contemporáneos.

También fueron subversivos en su momento el impresionismo, el puntillismo, el cubismo y el arte abstracto en general. Nos olvidamos a veces Picasso evolucionó hacia el cubismo y el arte abstracto, pero después de haber demostrado que dominaba el oficio de pintor en su época rosa y azul. Lo mismo sucedió con otros artistas. Y muchos, como Diego Rivera, cometieron por el contrario pecadillos cubistas antes de volver a la pintura figurativa. No hay ningún daño en experimentarlo todo, hasta encontrar una forma de expresión propia, única, diferente, algo que no sucede con la mayoría de los artistas contemporáneos actuales (salvo honrosas excepciones).

En la reciente octava edición de la bienal de arte de Abu Dhabi la obra más comentada fue la de Gu Dexin: una sala enorme donde todo el piso estaba cubierto de bananas que se iban pudriendo durante el tiempo que duraba la muestra. Las bienales están llenas de esas ‘genialidades’.  

El público se burla a veces de manera creativa de esos ‘artistas’ que tratan de sorprender a los incautos. En una muestra de arte contemporáneo en el  Museo de Arte Moderno de San Francisco, TJ Khayatan, un joven de 17 años, colocó sus lentes en el suelo, junto a una pared, y luego se dedicó a fotografiar a los visitantes que se ponían de cuatro patas para admirar y fotografiar ‘la obra’, algunos de los cuales la calificaban de ‘genial’ para exhibir su espíritu vanguardista (mientras por dentro seguramente despotricaban).

La prensa de principios de febrero de este año registra algo similar que sucedió nada menos que en el Museo Guggenheim de Bilbao, donde una de las señoras que hace la limpieza dejó por unos minutos el carrito con escobas, trapos, baldes y productos, porque recibió una llamada urgente y tuvo que dejar su puesto. Inmediatamente los visitantes se aglomeraron en torno del carrito y comenzaron a fotografiarlo. Dice la nota que uno de los visitantes llegó a ofrecer 400 mil euros para adquirir la ‘obra’ exhibida.

Me ha sucedido alguna vez en el museo de la Colección Jumex en México, de quedarme con la duda de si los ventiladores instalados en una de las salas servían para mover unos móviles colgados del techo (mala copia de Calder) o simplemente para mantener fresco el ambiente. Y más de una vez la instalación de prevención de incendios (manguera, hacha, espuma, etc) en una de las paredes me pareció más interesante que las obras exhibidas en la misma sala.

Contra ese tipo de arte contemporáneo se levantan voces lúcidas como la de Avelina Lésper, que denomina “arte VIP” a las ‘mamadas de gallo’ (expresión muy colombiana) que presentan curadores y galeristas. “Avelina define el arte VIP como un fraude. Se trata de una ironía que combina la idea excluyente del término VIP (very important person) con los tres cochinitos del arte contemporáneo (video, instalación, performance)”, escribe Pedro González. En el blog de Avelina Lésper abundan ejemplos que ella desmenuza hábilmente. 

Dice la mexicana, autora del libro El fraude del arte contemporáneo: “Aunque estén soportadas por los retóricos discursos de los curadores y que los mismos artistas les adjudican, las obras en su presencia se muestran infra inteligentes porque ese es precisamente su verdadero statement artístico: la obviedad que reta con la intencional incapacidad intelectual. Ser estúpido no es un accidente, esta actitud es provocada, se busca.”

En la gente más joven, quizás porque conserva cierta capacidad de sorpresa y un enorme déficit de perspectiva histórica, prevalece la idea de que las experiencias más recientes en el arte contemporáneo son transformadoras y que todo lo anterior es intrascendente. No se dan cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol y de que este arte contemporáneo que aparentemente rompe los moldes de la pintura o de la escultura tradicional, no es sino la moda que promueven las galerías y los curadores incapaces de encontrar algo mejor en la producción  artística de los jóvenes, aunque por supuesto, hay pero no se vende.

Tuve oportunidad de ver hace mucho tiempo una obra de teatro estupenda, Arte (1994) de Yasmina Reza, cuyo tema gira justamente en torno a las representaciones del arte contemporáneo: un apasionado del arte contemporáneo decide mostrar a sus amigos su más reciente adquisición, un cuadro que es una tela pintada de blanco, nada más.

Los diálogos de la obra son deliciosos porque provocan el debate sobre ese arte contemporáneo que ahora abunda en las bienales y en todos los museos, que destaca por su pobreza conceptual, por su mediocridad artística y por su incapacidad de comunicar nada que merezca la pena. No en vano es llamado “arte efímero”, porque no merece durar más.

Me resulta difícil resistir el impulso de compartir aquí el dibujo que El Roto publicó en El País el 26 de febrero, después de haber publicado mi artículo. Las voces que se atreven a cuestionar ahora el arte contemporáneo son cada vez más, y ello no debe extrañarnos, ya que se ha llegado a un momento en que los límites de la ética han sido avasallados por modas impuestas por museos y galerías que negocian un arte cuya principal característica es que está en una profunda crisis de identidad y de representatividad. Cierto, un arte que se cuestiona a sí mismo, pero que lo hace con contenidos y técnicas muy pobres y sin verdadera capacidad de propuesta. Un arte que aleja a la gente o la aliena. 

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El arte VIP pretende que aceptemos, no que entendamos, el sometimiento ante lo preestablecido que impide el diálogo, las cosas no son como son, son como los gestores VIP dicen que son. 
—Avelina Lesper