Estuve
un par de días en Tarija a mediados de septiembre, en el 5º Encuentro
Plurinacional de Teatro Universitario y Escuelas Superiores de Formación de
Maestros. Colegas del Ministerio de Educación me invitaron para hablar de “la
función de las artes en la educación a través de la literatura”, y lo hicieron
sin duda porque mi faceta de escritor es más conocida para muchos que la de
cineasta. Sin embargo al comenzar mi charla anuncié a los asistentes que iba a
contarles un secreto: mi relación episódica con el teatro, y mi deseo de hablar
de teatro en esa oportunidad, una de las pocas que tenía para hacerlo.
Mi
relación con el teatro empezó en la escuela primaria, como les sucede a muchos,
con una obra graciosa que representamos en el Teatro Municipal de La Paz en ocasión
del Día de la Madre. Se trataba del ejercicio cómico Los sordos de Germán Berdiales (esto lo averigüé hace poco), donde
el humor se basaba en los malentendidos entre cuatro personajes que confundían
las palabras: leones con melones, legua con yegua, etc. La obrita no daba para
más. Los niños actores tampoco.
Años más
tarde, en secundaria, ensayé el personaje de Martín en La dama del alba de Alejandro Casona, pero ni siquiera recuerdo si
llegamos a representarla alguna vez. Solo recuerdo los ensayos porque una de
las actrices me gustaba. Ya fuera del ámbito del colegio, a fines de los años
1960, me sumé a un grupo de teatro formado por amigos escritores, bajo la
dirección de Carlos Coello. Nos enfrascamos durante algún tiempo en los ensayos
de una obra de Peter Handke, cuyo título no he retenido, una obra oscura, según
recuerdo. O sería oscuro el lugar donde ensayábamos.
En mi
trabajo en comunicación para el desarrollo el teatro ha estado también presente.
A principios de la década de 1990, mientras trabajaba en Unicef en Nigeria, alenté
un programa de capacitación de grupos de teatro comunitario para representar
obras sobre temas de prevención de salud. Fue una experiencia tan estimulante
que en un par de meses escribí un libro titulado Popular theatre (1995). Una versión más corta de ese manual se
publicó cuando el año 2001 trabajé con la cooperación australiana en Papua
Nueva Guinea, al otro lado del planeta. En ambos países, y también durante mi
estadía en Haití, el teatro comunitario probó su eficacia en lugares donde ni
siquiera había radio o televisión.
Más allá
de esa episódica experiencia personal, el teatro se convirtió en algo muy
especial para mi a través de mi querido amigo Liber Forti, al que tanto debemos
en nuestro aprendizaje de la vida. Además de ser el creador de Nuevos Horizontes
en Tupiza dedicó parte de su vida a promover el teatro en las minas o en las ciudades.
Algo hicimos juntos en los años 1970, más bien relacionado con la fotografía y
el cine, cuando él estaba de asesor cultural de la Federación Sindical de
Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y de la Central Obrera Boliviana (COB),
hermosas épocas.
Alfredo Rivera demuestra su técnica |
Aunque generalmente
se afirma que la expresión primigenia del arte fue la pintura rupestre en cuevas donde los cazadores plasmaban sus escenas de cacería, el drama fue anterior. Todos nacemos con una predisposición para el
drama y aprendemos a actuar antes de aprender a caminar. Antes de hablar, conocemos el valor de la gestualidad y del lenguaje
corporal. Más tarde se suma la voz para expresar los estados
de ánimo y las demandas que queremos que otros perciban. Nuestras expresiones faciales son aprendidas, aunque el hecho de
actuar sea espontáneo.
Desde
que las primeras comunidades humanas desarrollaron formas de organización
social, inventaron rituales en los que la dramatización es fundamental. Las
religiones surgieron en buena medida como formas de representación dramática
que hoy se mantienen en el histrionismo de los predicadores evangélicos, maestros
de la actuación. Algo parecido sucede en los torneos de lucha libre donde todos
sabemos que se finge pero nos prestamos como cómplices voluntarios de esa
parodia de violencia.
Con Elías Serrano |
¿Por
qué es tan importante la relación entre los procesos de comunicación y los
procesos de producción artística? Porque en ambos procesos se aprende
continuamente y no solo a través de los
resultados finales. Quienes se dedican a la escritura, a las artes plásticas o
al teatro saben que en el proceso de creación de una obra es donde más se genera
conocimiento, sobre todo cuando se trata de creaciones colectivas. La obra
final es solamente uno de los resultados de ese proceso, pero hay otro
resultado más importante: el aprendizaje , ese camino que se hace al andar.
Las
fronteras entre el teatro y la literatura son tenues porque el teatro es
también texto. Hay obras de teatro que están escritas para leer antes que para
ser representadas. En el teatro, el actor presta su cuerpo y su voz al texto, y
los espectadores prestan su imaginación a las palabras. La razón por la que una
obra de teatro puede ser representada de tantas formas distintas es porque las
palabras se abren a la imaginación de cada persona que las lee.
El
binomio arte-educación que intenta promover el Ministro de Educación con estas
actividades es fundamental, pero lo importante es no confundir la enseñanza de
las artes con la enseñanza a través de las artes. Son dos procesos distintos.
Cacho Mendieta |
Infortunadamente
la enseñanza de las artes se reduce por lo general en los colegios al
aprendizaje de las corrientes estéticas, a la memorización de algunos poemas y
nombres de autores y a entonar himnos patrios. En el mejor de los casos la
enseñanza de las artes es algo más interactiva: niños y jóvenes aprenden a tocar
un instrumento, a pintar una acuarela o a escribir un poema. Sin embargo, esa
visión no deja de ser instrumental, y no contribuye a desarrollar la
creatividad.
En
cambio, si concebimos las artes como puertas que se abren para dar paso a la
creación de conocimiento, estamos hablando de algo distinto donde las artes en
el contexto de la enseñanza se convierten en un medio y no en un fin. ¿Cómo se aprende mejor, memorizando datos o
haciéndose preguntas?
Para distinguir
entre la acostumbrada clase de música o de artes plásticas, y una clase de educación
a través de las artes imaginemos un colegio donde el maestro y los estudiantes
trabajan conjuntamente para crear conocimiento a través de la práctica
artística colectiva. A un grupo de estudiantes el maestro le pide que elabore
una pintura mural sobre la contaminación del medio ambiente. Para realizar ese
trabajo práctico los estudiantes tienen que investigar: buscar información, seleccionarla,
interpretarla críticamente, compartirla con los compañeros, discutir los detalles
del mural y ponerse de acuerdo antes de la primera pincelada.
Ponerse
de acuerdo no es poca cosa. Significa estar dispuestos a crear colectivamente, a
actuar en comunidad. El proceso de
comunicación es el proceso de generación colectiva de conocimiento. Y es en ese
proceso donde se aprende más, y se aprende al mismo tiempo los temas de
enseñanza y la práctica de las artes. El resultado, el mural, es una ganancia
adicional porque permite compartir el aprendizaje con otros, aunque no el
proceso enriquecedor que llevó a ese aprendizaje.
Lo
mismo sucedería si esos estudiantes tuvieran la tarea de producir una obra de
teatro sobre cualquier otro tema de estudio, por ejemplo un episodio de la
historia contemporánea de Bolivia. En el
proceso de preparar la obra, tendrán que usar su creatividad, su imaginación,
su experiencia personal y su conocimiento puesto en común para el beneficio de
todo el grupo. El resultado será infinitamente más rico no solamente como
producto de aprendizaje, sino como proceso colectivo.
Podríamos
dar ejemplos de otras artes: la literatura, la música o el cine. En cada caso los
estudiantes aprenderán mejor a través de ejercicios prácticos creativos, donde
la experiencia lúdica se entreteje con la generación de conocimiento. Para una tarea
de ciencias naturales los estudiantes podrían realizar con sus teléfonos
celulares o pequeñas cámaras fotográficas, breves documentales en video, de
tres o cuatro minutos, sobre temas de botánica o zoología.
En los
procesos educativos la responsabilidad de los artistas es enorme, a condición
de no verse como meros instructores de disciplinas, sino como promotores de
pensamiento y de creación colectiva de conocimiento a través de las artes.
Así, en Tarija me lancé en esa breve aventura de recordar mi casi inexistente relación con el teatro delante de amigos como Alfredo Rivera, Cacho Mendieta o Elías Serrano, que sí conocen el tema en profundidad, porque son actores y directores de larga trayectoria.
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El arte es uno de los medios de comunicación entre los
hombres.
—Leon Tolstoi