Qué gusto ver juntos a Gil y Jorge, los
hermanos Imaná, que viven separados por 7385 kilómetros de distancia, el primero en La Paz,
Bolivia, y el segundo –desde hace más de
cuatro décadas- en La Jolla, Estados Unidos. Qué bueno verlos unidos en
un abrazo junto a sus obras, que se exhiben en el Salón Municipal Cecilio
Guzmán de Rojas.
Una ocasión como esta no se presentaba
desde hace bastante tiempo, pero ahora fue posible por iniciativa del municipio
paceño, que adquirió obras de ambos, así como de Inés Córdova y de otros artistas
plásticos para incorporarlas en el acervo de la Casa de la Cultura y exhibirlas
en la muestra Grandes Maestros Bolivianos del Siglo XX.
Durante el acto que organizó el equipo de
Wálter Gómez, oficial mayor de cultura del Gobierno Municipal de La Paz, rodeado por amigos y admiradores de su obra, Gil
Imaná habló emocionado de la enorme importancia histórica que tiene para la
cultura boliviana el Salón Municipal Cecilio Guzmán de Rojas donde él y tantos otros
artistas pudieron exhibir por primera vez en La Paz cuando todavía eran poco
conocidos:
“En estas mismas paredes del espacio que considero un templo de la
cultura boliviana, comenzamos a exponer desde 1950, a partir de entonces la
galería acogió a los principales exponentes de la plástica nacional”.
Gil y Jorge Imaná pertenecen a una generación
extraordinaria que esgrimió sus primeros pinceles en la capital de Bolivia. Ambos
fueron discípulos de Juan Rimsa y miembros del Grupo Anteo. Recuerdo el relato
de Wálter Solón Romero durante la visita que hicimos juntos al Colegio Junín de
Sucre, donde se conservan los primeros murales que pintaron los jóvenes
artistas del Grupo Anteo: los hermanos Imaná, Lorgio Vaca y el propio Solón
Romero. Tanto terreno recorrido desde entonces. Quien haya ido a Sucre y no
conozca esos murales, ignora un antecedente fundamental en el arte boliviano.
El solo hecho de ver juntos a Jorge y a
Gil Imaná es un acontecimiento que abre en cada quien el baúl de la memoria, para
sacar quizás fragmentos de recuerdos, fotos en blanco y negro, apuntes sin
fecha.
En mi caso, recuerdo por ejemplo las visitas
que le hacía hace muchos años a Gil Imaná en un taller en la calle Ayacucho
esquina Potosí, en un segundo piso de una casa colonial que ahora amenazan con
derruir para ampliar el palacio de gobierno (demasiado chico quizás para las
aspiraciones de grandeza de los gobernantes actuales). Recuerdo también algún
encuentro en París, a principios de los años 1970, en una exposición de arte
boliviano de la que tengo o tuve una foto en blanco y negro que ahora no
encuentro. Gil todavía con el cabello oscuro, una chompa con cuello tortuga.
Si todo va bien, veremos en unos años nacer un nuevo museo y centro cultural dedicado a la obra de los hermanos Imaná y de Inés Córdova, en el caserón de la avenida 20 de Octubre esquina Aspiazu. Allí estuvimos el martes 14 de enero brindando con Gil y Jorge para que ese sueño se haga realidad.
Jorge Imaná estuvo de paso apenas pocos días. No
lo vi irse pero quiero imaginar el abrazo de despedida que se dieron los dos
hermanos cuando Jorge retomó su itinerario de regreso a California. No ha
debido ser fácil para estos dos artistas siameses separarse nuevamente.
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Trato de aplicar colores como las palabras que dan forma a los
poemas,
como las notas que dan forma a la música.
—Joan Miró