Ribadavia es una población pequeña a cien
kilómetros al sur de Santiago de Compostela, y es el centro de la región
vitivinícola de Ribeiro, denominación de origen con una superficie de 2.685
hectáreas de viñedo. Los invitados al XIII Congreso de IBERCOM tuvimos, a fines
de mayo, la oportunidad de visitar esa región guiados por quienes conocen bien
su historia y su cultura.
La Denominación de Origen Ribeiro fue una
de las primeras en establecerse en España, en 1932, pero la historia de estos
vinos gallegos se remonta a siglos atrás. Uno de los datos más significativos
es que el primer vino que llegó a América en la naos y carabelas de Cristóbal
Colón en 1492, procedía precisamente de esta región. Los historiadores lograron
encontrar en el Archivo de Simancas (Valladolid) la referencia exacta en los
folios XVIII XIX del Testimonio de
Salaya.
Los principales párrafos de ese
testimonio permiten armar la historia de ese primer viaje del vino a tierras
del nuevo continente.
… venían algunas personas al Almirante (Colón) dolientes e que delante de todos
dezía… ‘Dobos a Dios, dales a todos estos todo lo que ubieren menester’, pese a
lo cual, en un alarde crueldad luego se entraba a la casa de los bastimentos e
dezía: ‘sy habemos de estar al apetito de todos estos, no hay bastimentos para
un día’, y ordenaba recortarles de nuevo sus raciones.
Item,
dize que a un clérigo gallego le fue tomada una pipa o dos de vino de Ribadavia
e que estando (…) enfermo pidió una arroba o dos de vino porque la ración que
le daban era poco para su dolencia, e no qe lo quisieron dar e lo vio morir e
demandar dicho vino.
Que
un clérigo gallego murió e que no le dieron de una pipa o dos de vino que le
fueron tomadas.
Esos fragmentos, interpretados por quienes
nos explicaron la anécdota, significan que Colón se apropió de unas pipas de
vino destinadas a un clérigo gallego moribundo, y se las llevó en su viaje a
las Indias, dejando morir al clérigo por falta de vino. La historia es un poco
confusa, pero en Galicia están muy orgullosos de que aunque fuera a las malas,
su vino haya sido el primero en cruzar el Atlántico. Se dice que más adelante,
hacia 1595, el Virrey de la Nueva España Gaspar López de Zuñiga Acevedo y
Velasco, habría llevado las primeras vides gallegas al nuevo continente.
De lo que sí puedo dar fe por experiencia
personal, es de la calidad de los vinos, sobre todo los blancos. Nuestros
anfitriones en Ribadavia nos llevaron a recorrer el casco antiguo de la ciudad,
con sus estrechas callejuelas peatonales sin aceras, no aptas para vehículos.
Las casas con arcos de piedra y plazas con pórticos bajo los que los habitantes
se guarecen de la lluvia, las pequeñas iglesias románicas, el reloj de sol en
la Praza Maior, el barrio judío, y el mirador desde el que se abarca el río
Avia.
Todo ello contenido en un entramado de no
más de 20 calles tejiendo un óvalo de apenas 200 metros de diámetro. Caminar en
esas condiciones y bajo un día soleado es una delicia. Por ahí he leído que le
atribuyen a mi tocayo Alfonso X El sabio la frase: “Cruzar las puertas de la
muralla y degustar un buen vino de Ribeiro es todo un placer”. Cómo será… Cada
vez me gana el escepticismo sobre las frases que se atribuyen a personajes
históricos y sobre la manera como se escribe la historia. Ni siquiera en los testimonios “de
primera mano” se puede creer, desde que supimos que los testamentos de la Biblia
cristiana se escribieron no menos de 200 años después de Jesucristo, cuando sus
supuestos autores llevaban mucho tiempo enterrados. Sin contar con todas las
ediciones corregidas y aumentadas que tuvo el famoso libro a lo largo de su
historia. Pero ese es otro tema.
Con Miquel de Moragas, en "nuestros" viñedos |
Otros 300 metros de caminata hacia el
sur, por la Rua Extramuros, lleva a la confluencia entre los ríos Avia y Miño, donde
inmediatamente aparecen viñedos y “pazos”, las casas de piedra ancestrales. Me
encontraba fotografiando unas vides cuando se abrió un ventana y un buen vecino
comenzó a increparme: “No debe fotografiar esas vides, son el peor ejemplo, ya
no dan buen vino”. Y me explicó acerca de los viñedos llenos de maleza,
abandonados por quienes migraron a otros lugares de España o a América en busca
de otras oportunidades. Él mismo había estado, me dijo cuando supo mi
procedencia, en Bolivia.
De regreso al casco viejo abrieron las
puertas de una antigua iglesia que ya no cumple funciones litúrgicas y nos
sorprendieron con una larga mesa en la que se exhibían 36 botellas de los
mejores vinos de denominación Ribeiro, las mejores bodegas de la región, marcas
que no se conocen siquiera en otras regiones de España pues se consumen sobre
todo en Galicia. Cada botella venía acompañada de un rótulo con información
sobre el vino: cepa, año de producción, región, características del vino, etc.
Aunque generalmente no son los vinos
blancos los que prefiero, debo decir que nunca había degustado mejores que
estos. Menos de cincuenta invitados internacionales al evento de IBERCOM dimos
fin en un par de horas con las 36 botellas, al paso de pequeños tragos de cada
una, comenzando por la producción de 2012, siguiendo con la de 2011 y
terminando con las pocas botellas de tinto que había para degustar. Esos
sensuales sabores y delicados aromas acompañados por quesos, jamones y panes
locales. Ya sé, a mí también se me hace agua la boca en este momento.
El grupo en el que yo estaba decidió por
unanimidad que la mejor botella que pudimos probar antes de que apareciera
misteriosamente vacía, fue la de Cuñas Davia 2012, una mezcla de cepas
Treixadura, Albariño, Godello y Lado, de vino blanco suave y delicioso
producido por Adegas Valdavia. Esta bodega tiene apenas 2 hectáreas de viñedo
propio y produce en ellas 8 mil litros cada año. Pero las otras botellas no
quedaron muy lejos en nuestras preferencias: Gran Alanis, Eduardo Bravo, Gran
Leiriña, Máis de Cunqueiro, Gran Reboreda, en fin, no había manera de decir que
alguna era realmente mala, pues había para todos los gustos.
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Pas mauvais écrivain peut devenir
un bon critique,
pour la même raison qu'un vin moche
peut aussi être un bon vinaigre.
—François Mauriac