Entrevistada a sus 90 años en CNN |
El zapping arroja a veces frutos a media
noche (además de inducir al sueño). Luego de acalambrarme el dedo pulsando botones y de constatar una
vez más que entre 500 canales de cable los más interesantes suelen ser los de animales salvajes o de viajes
a lugares remotos, resbalé de pronto en un programa de entrevistas en el que aparecía una
mujer cuyo rostro me pareció conocido. El presentador de CNÑ, Ismael Cala, que suelo obviar en días
normales, presentaba a su invitada como “la diva de América” o la “vedetísima”.
Y entonces, cuando el nombre de Rosita Fornés apareció
escrito en la parte baja de la pantalla, se me vino a la memoria un episodio.
Los recuerdos circulan por los vericuetos
de la memoria como pequeños cauces de agua huidizos, hay que esperarlos en una
esquina y sorprenderlos, recuperarlos antes de que se sumerjan nuevamente en
arenas movedizas.
José Antonio Jimenez, Rosita Fornés y Rosa María Medel |
En una de mis visitas a La Habana hace
muchos años, probablemente a fines de la década de 1980, mi amigo cineasta y
promotor cultural José Antonio Jiménez me llevó a conocer a su suegra, la
cantante y actriz Rosa Fornés cuya trayectoria artística dentro y fuera de Cuba
se extiende a lo largo de más de siete décadas. Ella no se siente una diva, es
una persona sencilla y encantadora, que habla siempre con una chispa de humor en los labios.
Aquella vez nos recibió en su casa con
mucha afabilidad y aunque no recuerdo los detalles de aquella velada
nocturna, ni los temas de conversación, se me quedó grabado el momento en que
instigada por Rosa María Medel, su hija y esposa de José Antonio, generosamente
me ofreció una de sus interpretaciones: “Balada para un loco”, que cantó a
capella, comenzando por la introducción del texto de Horacio Ferrer.
“Cuando, de repente, de atrás de un
árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizón en
el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en
la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre
levantada en cada mano.”
No es una pieza fácil de interpretar, por
el riesgo de exagerar los rasgos grandilocuentes que las propias palabras
sugieren: “Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos
me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran
azahares.”
Esa noche en casa de Rosita Fornés se me
quedó grabada a pesar de que no recuerdo haber conservado un registro
fotográfico aquella vez, como suelo hacer para que mi “memoria fotográfica” no
me falle.
Ahora vuelvo a ver a Rosita en la
pantalla de la “caja boba”, radiante como la conocí, con una sonrisa de
picardía cada vez que el entrevistador menciona sus 90 años de edad cumplidos
el 11 de febrero, hablando de sus amores y de tantas otras cosas.
Como ella misma dice, Rosita pudo ser tan
famosa como aquellos que dejaron Cuba para continuar su carrera
internacional fuera de la isla, pero prefirió quedarse, aún cuando tenía
mejores condiciones para trabajar fuera, puesto que por nacimiento tiene nacionalidad
estadounidense y desde muy joven pisó escenarios en toda América Latina y
España.
Trabajó con actores y actrices de mucho
renombre como Luis Sandrini, Libertad Lamarque, Hugo del Carril o Tita Merelo,
los hermanos Soler, Luis Aguilar, Pedro Infante, Joaquín Pardavé, Tin Tan,
Resortes y Manuel Medel, que fue su esposo y padre de su única hija. Los años que
vivió en México la colocaron en una posición privilegiada en el mundo artístico,
por su actividad en el cine y el teatro, donde tuvo como amistades y colegas de
trabajo a Agustín Lara y a Jorge Negrete. Su resumen biográfico oficial
menciona incluso un romance con Mario Moreno, Cantinflas.
Rosita y Mario Moreno, "Cantinflas" |
Con Armando Bianchi, su segundo esposo, protagonizó
uno de los programas más exitosos de la naciente televisión cubana, “Mi esposo
favorito”, y fue estrella de numerosas obras de variedades y revistas musicales, pero también de teatro,
zarzuelas y operetas. En Cuba cultivó amistad con Bola de Nieve, Ernesto
Lecuona, Benny Moré, Rita Montaner, Omara Portuondo y Celia Cruz entre tantos
otros artistas que trascendieron las fronteras de la isla. Su actividad en el
cine cubano se prolongó a lo largo de varias décadas, como testimonia su interpretación
en Se permuta (1983), de Juan Carlos
Tabío.
Celia Cruz y Rosita Fornés |
Mientras que al estallido de la
revolución de los barbudos liderados por Fidel muchos cubanos salieron despavoridos
hacia Miami, Rosita se quedó en su casa, se quedó con los suyos. Eso no se lo perdonaron los
autoexiliados de su generación y por ello tenía durante años las puertas de Miami
cerradas. Durante mucho tiempo fue
ninguneada e ignorada por los cubanos que manejaban el mundo artístico del
exilio y de cuya “autorización” dependía la posibilidad de actuar en Estados
Unidos.
Las cosas por suerte han cambiado, una
nueva generación de cubanos en Miami quiere mantener y desarrollar sus lazos familiares y
culturales con Cuba, más allá de las diferencias ideológicas.
Aunque tiene su Facebook oficial y aparece
en varias páginas web, es en los blogs de sus admiradores donde uno encuentra
el cariño y la admiración entusiasta que despierta en seguidores de todas las
edades, como éste que escribe en Miami: “Muchos de nosotros, tenemos madres que
pasan de los 80s, las cuidamos, las tomamos del brazo al andar, queremos
cuidarlas todo el tiempo. Nos parecen frágiles, delicadas, tememos una caída,
ya hicieron bastante, queremos que descansen. Con Rosita, sucede lo contrario, por
más que lo intentemos, al mirarla la vemos eternamente joven, vital. Tal vez
por un instante notemos su edad, pero basta un gesto, un movimiento, una
palabra y Rosa, vuelve a ser la de siempre, la que admiramos desde niños. Su
luz hace el milagro de borrar años, penas y dolencias. He sido testigo varias
veces del milagro del amor en Rosita, lo he descrito”.
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El mar sobre esta
playa abre y cierra sus abanicos eternos.
El hunde su constancia
en los muslos taciturnos.
Descubre en las axilas
de la patria
algún olor de ciudad
entrañable.
—Ana Enriqueta Terán