23 abril 2013

De CZ a RB y sus alrededores


Uno quisiera leer Pronuncio un nombre hueco de Cristina Zabalaga sin acordarse de Roberto Bolaño pero sería un ejercicio inútil y destinado al fracaso porque es imposible abarcar la primera novela de esta escritora boliviana al margen de los ecos literarios del escritor chileno fallecido antes de su hora en España. Se hace aún más difícil cuando los editores han convertido al autor en una gigantesca operación de mercadeo y publicidad.

No es casual que cuando le preguntaron a Carlos Fuentes lo que opinaba de la obra de Bolaño, el mexicano haya respondido –con algo de petulancia– que prefería no leerlo hasta que pasara el “homenaje fúnebre” para abordarlo “como un escritor vivo”.  Y Carmen Boullosa, escritora mexicana que fue amiga de Bolaño, se refiere con disgusto a la “cultura de comedores de cadáveres”. 

En mayo del 2012 leí por primera vez el manuscrito que generosamente compartió conmigo Cristina Zabalaga y recientemente he vuelto a leer la novela ya publicada y presentada a mediados del año pasado. Durante la primera lectura hice apuntes en el margen que ahora me sirven para ratificar las impresiones iniciales. Esta segunda lectura me hizo profundizar en la pregunta: ¿se puede prescindir de la vida y obra de Bolaño con el fin de evaluar los méritos propios de la novela de Zabalaga?

Aunque uno haya leído sólo un par de libros de Bolaño no puede sino reconocer al escritor en las páginas de Pronuncio un nombre hueco. El hecho de que el nombre y el apellido del chileno no aparezcan explícitamente no altera en nada la situación: ningún lector es virgen en relación con el personaje porque “R.B.”, “el chileno”, “el poeta”, “el amante” o “Arturo” no son sino alias de la misma persona, del mismo modo que K. no puede sino ser Kafka (con quien Bolaño tiene alguna semejanza en su actitud hacia la vida y la muerte), salvo que en este caso los alias de Bolaño funcionan como los cuatro alter ego de Pessoa porque aluden a representaciones distintas de un mismo personaje, según quien lo (d)escribe.

La novela de CZ exuda el universo ahora mítico de RB y está totalmente empapada de él, lo cual es una indicación de que la autora ha leído probablemente toda la obra narrativa y poética del escritor chileno, y también las entrevistas y testimonios que se publicaron después de su muerte, cada vez más abundantes a medida que quienes lo conocieron se suman al panegírico.

¿Cuál es entonces el valor intrínseco de esta novela de Cristina Zabalaga? ¿qué la hace novela y no esbozo biográfico? Mi respuesta no deja resquicios de duda: es una novela que se sostiene en su propia atmósfera, con una estructura, un estilo narrativo y una respiración que le es propia, aunque la temática se inspire en la obra y la vida del autor de Los detectives salvajes y 2666, las dos obras que he leído, probablemente las más importantes.

La vida de Bolaño se ha mitificado hasta la exageración y hay quienes sostienen que el propio autor, a lo largo de sus últimos años, se encargó de construir el personaje que quería dejar vivo luego de su muerte. “Él construyó un mito de sí mismo…” afirma su amigo Ignacio Echevarría en un libro[1] de reciente aparición de la periodista Mónica Maristain; y varios otros testimonios apuntan en esa dirección. Bolaño le envió este mensaje: “Ay, Maristaín: Aún respiro. Y ya soy el segundo de la cola[2]. (…) PD: ¿Por qué no hacemos una entrevista, ligera, levísima, frívola incluso –son las que más me gustan– casi póstuma?”, que confirma una opinión de su editor mexicano, Juan Pascoe, cuando dice que las cartas de Bolaño “son actos literarios, no son cartas personales”.

No es fácil tarea la de hacer interesante la vida de un personaje sobre el que no queda mucho por decir. De acuerdo a Maristain: “La vida para este hombre fabulador y genial era mucho más monótona, previsible y acaso aburrida de lo que él mismo hubiera podido admitir frente a su espejo…”. La periodista argentina incluye en su libro testimonios que revelan que a RB le hubiera gustado vivir una vida bohemia como la de su amigo Mario Santiago, pero no pudo o no quiso llevar “la actitud poética maldita hasta el extremo y pagar con su propia vida la aventura”. Pero nadie que lo conoció pone en duda que Bolaño era un hombre culto, brillante, cuya fuerte personalidad atraía a hombres y a mujeres.

CZ se ha metido debajo de la piel de RB. Reconstruye la personalidad del escritor a partir de su vida cotidiana, por ejemplo de su “dieta” diaria de literatura: “Poemas: uno. Palabras: cincuenta. Líneas por escribir: unas mil. Nota al pie de página: sospecho que esta revolución sea artificial, salir de Barcelona para concentrarme en mis poemas, necesito estar solo, solo, ¡solo! La poesía soy yo”. Y sigue una receta de cocina que revela más sobre los gustos de RB.

Hasta donde sabemos, solamente la viuda de Bolaño, Carolina López, ha tenido pleno acceso a los diarios del escritor, de ahí que las páginas de Cristina Zabalaga en las que se describen fragmentos de un supuesto diario, son un riesgo calculado, quizás inspirado en la correspondencia que se conoce. En esas páginas aparece el escritor torturado, que adquiere cada día mayor consciencia de la proximidad de la muerte debido a una insuficiencia hepática, y escribe (y fuma) compulsivamente, mientras se siente ajeno, un extraño en todos los lugares que habita, incluso en su propio país, o sobre todo allí.

La narradora enfrenta a lo largo de su novela el desafío de despojarse de la información abundante que tiene sobre Bolaño, para crear una obra con personalidad propia. Su novela no es una biografía sino el retrato de un espíritu que se empeña –y logra– en derrotar a la muerte y al mismo tiempo es una bitácora de la escritura de la novela. El misterio de desentrañar la vida íntima de RB corre paralelo al misterio de develar la novela de CZ. La vida reinventada de RB se entreteje con sus ficciones, con lo que escribe y lo que quisiera escribir, con lo que imagina o lo que CZ imagina por él. Ponerse en la piel de los personajes es parte del oficio de escribir una novela. De ese modo, la novela es también un ensayo sobre el arte de escribirla.

La escritura de CZ es más ordenada que la de RB, porque Cristina tiene un plan que lleva adelante hasta en los mayores detalles. En ese plan hay una estructura que no es lineal precisamente para que el lector viva la sensación del descubrimiento. Esta es una novela circular o más bien espiral, que con cada vuelta nos acerca al centro. Modelo para armar, cada capítulo está encabezado por un  lugar y una fecha sin relación de continuidad: México DF 1968, Chile 1958, La Costa 1993, Barcelona 1978… El itinerario de una vida por los únicos tres países que conoció RB. Viajó poco, pero su voracidad como lector y cinéfilo le hizo conocer mucho.  

En un estilo telegráfico, varias voces intervienen en diálogo con los textos de RB, entretejidas de manera que van armando con imágenes el rompecabezas de una vida. Al igual que Bolaño, Zabalaga se nutre del cine. Su novela, como las de RB tiene descripciones narradas como un guión cinematográfico, sin escatimar incluso menciones a la cámara subjetiva y al punto de vista del espectador.

Entre los recursos narrativos de Cristina Zabalaga está su manera de enunciar en cada capítulo la noción del descubrimiento, de aquello que parece ser algo que en realidad no es. Como en una sinfonía, con estos scherzos nos remite también a la riqueza de la obra de Bolaño, que encierra mucho más de lo que una primera lectura lineal podría informar: “Esta será una historia de terror, aunque no lo parecerá”, “Esta será una historia de viajes y espejos, aunque no lo parecerá”, “Esta será una historia de aventuras, pero no lo parecerá”, “Esta será una historia de miedo y aburrimiento, aunque no lo parecerá”… y así sucesivamente, porque todo ello y mucho más es también la novela de CZ, un ejercicio de novelar la vida de un personaje que hizo de su vida una novela.

CZ evita lugares comunes en el retrato del “escritor maldito” ignorado en vida y reconocido después de muerto. Por el contrario, subraya los rasgos más humanos, las debilidades y los valores del personaje, a través de la familia, los amigos y las mujeres que lo quisieron.

Si bien no es esencial conocer a Bolaño para disfrutar la lectura de Pronuncio un nombre hueco, no es lo mismo leerla después de haber leído 2 o 3 libros del chileno, y no es lo mismo leerla si uno conoce lo que se ha escrito sobre él. Para quien no ha leído a Bolaño o acerca de Bolaño, muchas referencias sembradas en la novela de Cristina Zabalaga serán incomprensibles y permanecerán como pistas aisladas que no llevan a ninguna parte, pero la incapacidad de completar esos detalles o de interpretar ciertas claves no disminuye la fuerza narrativa de la novela.

Escribir o morir, escribir para morir, morir de escribir o quizás, en realidad, escribir para vivir… Ese personaje, que “escribía sin red” y “a tumba abierta”[3], es el que nos ofrece Cristina Zabalaga en una novela que habla desde las entrañas del acto literario.

(Publicado en Nueva Crónica y Buen Gobierno No. 119, febrero 2013)

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I didn’t have time to write a short letter, so I wrote a long one instead.
—Mark Twain 


[1] Mónica Maristain: El hijo de míster playa. Una semblanza de Roberto Bolaño (2012). México DF: Ed. Almadía.
[2] NdA: Para un trasplante de hígado.
[3] Rodrigo Fresán e Ignacio Echevarría, entrevistados por Mónica Maristain en su libro El hijo de míster playa (2012).