15 febrero 2013

Potosí en el Soumaya


Las colecciones privadas de arte son la base de los grandes museos que hoy nos permiten ver la evolución de la pintura o de la escultura a través del tiempo. No tendríamos acervos magníficos como el del Museo del Prado en Madrid sin la colección privada de Carlos V y Felipe IV, como no tendríamos el Hermitage en San Petersburgo sin las colecciones acumuladas por los zares. El Museo Guggenheim y la colección Frick en New York, o el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, entre muchos otros, nacieron con base a colecciones privadas que ahora disfruta el gran público. 

Así es el Museo Soumaya en México, cuyo dueño Carlos Slim –el hombre más rico del mundo– decidió que será siempre gratuito, lo cual democratiza el acceso a las obras de arte. Admirado por unos y vilipendiado por otros, el museo es demasiado importante como para despreciarlo. No sólo está abierto a todos sino que uno puede fotografiar libremente todas las obras (sin flash) como en casi todos los museos mexicanos, a diferencia de los museos en otros países donde los cancerberos del arte lo impiden torpemente sin jamás ofrecer una explicación lógica.  

Estuve la primera vez en el Museo Soumaya de Plaza Carso el día de su inauguración oficial, el 1 de marzo 2011. Estaban allí García Márquez, Larry King y otras personalidades, como conté en su oportunidad. 

He vuelto muchas veces desde entonces, acompañando a amigos que pasan por México,  y mi primera impresión prevalece: es la colección privada de arte más importante de América Latina, pero se exhibe con un criterio museográfico precario. El eclecticismo de la colección contamina la improvisación o inexperiencia de sus curadores.

El último piso, el de las esculturas, es quizás el más coherente pues en un espacio abierto, sin divisiones, se puede apreciar la magnífica colección de obras de Dalí, Rodin y Camille Claudel, entre otros. En los otros niveles inferiores hay extensas colecciones de Renoir y obras magníficas de pintores europeos y mexicanos, lamentablemente dispuestas de una manera arbitraria. Por ejemplo, se agrupan por temas las obras (caballos, montañas, marinas, retratos) como si se tratara de una exposición temporal cuando habría sido mejor agrupar las obras por autores o por periodos históricos.

Se le ha criticado a Slim coleccionar de todo un poco y sin un criterio artístico definido y claro, como aquellos nuevos ricos que llenan sus paredes de cuadros valiosos sin entenderlos. Sin embargo gracias a esa manera algo arbitraria de acumular obra, México tiene la segunda colección más importante de Rodin fuera de Francia, decenas de Renoir, una veintena de esculturas de Dalí magníficas, entre muchas otras colecciones que cubren seis siglos de arte. Hay para todos los gustos.

Gracias al eclecticismo de la colección puedo ahora comentar una serie de 13 óleos relacionados a las riquezas (y pobrezas) de la minería en Potosí a fines del siglo XVIII o principios del siglo XIX. Se trata de una serie que representa los trajes de mujeres y hombres que dicen mucho del auge de la plata cuando la ciudad tenía más habitantes y riquezas que las principales capitales europeas y estaba en la cúspide de su fama.

La serie de cuadros de autor anónimo europeo –un mismo autor, a juzgar por el tamaño de los bastidores (aproximadamente 40 x 60 cms) y la técnica utilizada– es hermosa por cuanto muestra con extraordinaria fidelidad a los personajes de Bolivia en esa época.

Los nombres de los cuadros son descriptivos: “Traje de una señora de la ciudad de La Plata y el de la criada de recámara”; “Trajes de una señora vestida para ir a la iglesia o de visita, y de una esclava negra que lleva libro de rezo, pañuelo y caja de tabaco, ambas de la ciudad de La Plata”; “Trajes de los indios de la provincia de Mojos”, “Traje de un indio del pueblo de Charasani, partido de Larecaja de la provincia de La Paz, robustos, ágiles y astutos, dedicados a labrar y comerciar poros, mates y otras especies medicinales. El de una india del mismo partido, cargada con mercancía y su hijo o guagua”; “Traje de un mestizo o cholo de la provincia de Cochabamba, vendedor de jabón, ligas y fajas de lana. El de las mujeres de la misma provincia, comerciantes de molinillos, lienzos, algodón, pólvora y manufacturas semejantes”; “Traje de mulatos camiluchos”, “Traje de un mestizo o cholo de la provincia de Santa Cruz con guitarra y cigarro, y el de una señora de la misma provincia”; “Trajes de indios de la fiesta de Tinguipaya, Potosí”, “Indios chiriguanos de la cordillera de los sauces, partido de Tamina de la provincia de La Plata, pacíficos y amigables con os pueblos vecinos, productores de palillo, azafrán, chile arivivi, resina, cerbatana. El de una india chiriguana cargada con mates y bejuco”; “Trajes de indios de la laguna del Partido y subdelegación de Chucuito, Potosí”; “Trajes de un indio potoleño del pueblo de Quilaquila, vestido de gala para las fiestas de carnaval, y el de una india potoleña”; “Traje de los indios de la villa de Potosí en la faena de purificar la plata” y "Trajes de los indios danzantes en la fiesta del Corpus Christi".   


Estas detalladas y sugestivas leyendas del artista están escritas en cada cuadro al pie de los personajes representados como si se tratara de un catálogo antropológico. Si bien los personajes de los cuadros no pertenecen exclusivamente a Potosí, la serie está unificada por lo que la riqueza de la plata representaban en ese momento. Cochabamba era el granero que alimentaba las minas, La Plata era la residencia de los gobernantes y de los más ricos, y los pueblos del altiplano eran los lugares de procedencia de los indios que trabajaban en las minas. Potosí era el centro de todo aquello. 


Así se describe en una nota al inicio de la serie: “El Cerro Rico alimentó de plata al Imperio español. En 1545 se fundó en sus faldas la ciudad de Potosí, que a mediados del siglo XVII se erigió como la villa industrial más grande del mundo. Después de un siglo, como atestigua esta serie de pinturas costumbristas, seguía siendo el centro social y económico de mayor importancia en una amplia región de Sudamérica. (…) La abundancia de plata y de relatos trágicos y fantásticos de las minas del Cerro Rico, que desde el sur del Perú y en el norte boliviano que continúa cifrada para nosotros en tres palabras vigentes desde el siglo XVI: vale un Potosí”.

Y pensar que aún hoy hay bolivianos que nunca han visitado Potosí…

Esa serie sobre Potosí es una de las satisfacciones que me ha ofrecido el Museo Soumaya, que miro todos los días a escasos 50 metros desde la ventana de nuestro dormitorio en el piso 12 del edificio Rodin en Plaza Carso. Su revestimiento de hexágonos de metal cambia de brillo y color a lo largo del día y refleja los estados de ánimo del cielo en diferentes estaciones del año. 


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Desde las bocas de los cinco socavones que los españoles abrieron en el cerro rico
se ha chorreado la riqueza a lo largo de los siglos.  —Eduardo Galeano