07 diciembre 2012

Cruentos, 50 + 1


Carlos Mesa tuvo la gentileza de traerme a México los primeros ejemplares de mi libro Cruentos, recién publicado en La Paz (en una bella edición de Plural), que reúne la mayor parte de los cuentos que he escrito a lo largo de más de cuatro décadas. Los más antiguos datan de la década de 1970, y los más recientes los escribí este año. En total son 51, incluyendo “Descenso”, escrito a cuatro manos precisamente con Carlos D. Mesa, atendiendo un desafío que me hizo Ricardo Bajo para contribuir en el libro Warikasaya (2008) publicado en homenaje al club de fútbol The Strongest.

Este libro de narrativa tiene una historia tan larga, que se me pierde en los recovecos de la memoria. Estuvo cerca de publicarse en varias ocasiones, primero con el título “Primeras lluvias” y una portada que yo mismo improvisé, luego con el título “Puro cuento” y una tapa diseñada por Clovis Díaz, pero nunca me animé, hasta ahora, a publicarlo, a pesar de que muchos de los cuentos ya tenían vida propia pues habían sido publicados en suplementos o revistas, incluso en antologías.

En uno de los intentos fallidos de publicar el libro, escribí un borrador de prólogo que luego olvidé por completo. Me alegro de no haber encontrado ese prólogo donde trataba de explicar la historia de algunos de los cuentos, pero en una nota como esta vale la pena mencionarlo.

René Bascopé, Alfonso Gumucio Dagron, Félix Salazar, Jaime Nisttahuz
y Manuel Vargas, en 1979
Varios aparecieron, por ejemplo, en un libro colectivo que publicó la Universidad Mayor de San Andrés con el título Seis nuevos narradores bolivianos (1979) en una edición maluca, plagada de erratas. Allí nos juntamos codo a codo René Bascopé, Jaime Nisttahuz, Féliz Salazar, Ramón Rocha Monroy, Manuel Vargas y yo. Juntos tuvimos en esos años varias actividades, por ejemplo “Puerta Abierta”, una pequeña galería de arte, y “Palabra Encendida”, un sello editorial en el que publicamos 5 o 6 libros. Luego, cada quien siguió su camino.

Alfredo Medrano fue uno de los primeros en recoger un cuento mío, “Interior mina”, en su antología El quijote y los perros (1979). El mismo cuento tuvo una carrera “de antología”, ya que se publicó también en la antología que preparó Raquel Montenegro para Alfaguara (1996), en la que publicó Víctor Montoya en Suecia (1999), en la de Gaby Vallejo publicada en Venezuela (2009), y en inglés, en Arkansas, en la antología de narrativa y poesía boliviana que compiló Sandra Reyes (1998). También se tradujo al inglés mi cuento “Ventana”, en la antología The fat man from La Paz (2000) que publicó Rosario Santos en Nueva York.

Don Ángel Flores, el importante estudioso portorriqueño radicado en Nueva York, incluyó mi cuento “Asalto” en el cuarto tomo de su monumental obra antológica Narrativa Hispanoamericana 1816-1981, publicada por la editorial Siglo XXI en 1983. Lo visité una vez en su casa en Long Island. Cecilia Pisos escogió “Mármol en polvo” para su antología Cuentos breves latinoamericanos (1999) publicada en Buenos Aires y René Poppe incluyó “Minero de último nivel” en su Narrativa minera boliviana (1983).

Este mismo cuento fue dramatizado y difundido el 13 de febrero de 1977 en un ciclo del Centro Cultural Portales titulado “Antología Literaria de Bolivia”. Conservo el cassette como una curiosidad. La grabación incluye un análisis literario del cuento, lo cual no recordaba hasta que volví a escucharlo ahora. Lo acabo de digitalizar y se puede escuchar en aquí, en SoundCloud (31 minutos).

Luis Zilveti en 1989
Estos cuentos se publicaron en revistas culturales, y uno que otro obtuvo menciones en concursos literarios, en los pocos donde alguna vez he participado. "Interior mina" en el Concurso Internacional de Cuento "La Palabra y el Hombre", en Veracruz (México), 1977, y "Minero de último nivel" en el Concurso Nacional de Cuento del Instituto Boliviano de Arte (IBART), en 1975. Les fui perdiendo la pista, mal padre, aunque asomaban de vez en cuando en páginas de internet. Por eso parecía pertinente reunirlos físicamente en un solo lugar, codo a codo.

Ahora caminan con sus propias piernas, bien acompañados por los dibujos de Luis Zilveti. Mi amigo pintor me había propuesto uno de sus cuadros para la tapa del libro, pero ya que me dio la mano le agarré el codo y el brazo entero y le pregunté si se animaba a ilustrar cada cuento con un dibujo. Aceptó entusiasmado el desafío. El cuadro en la tapa del libro, "Femme couchée", es también obra suya.  

Apenas salió del horno, Mauricio Murillo me hizo una entrevista para La Prensa (Bolivia): “Alfonso Gumucio Dagron, enemigo de lo solemne”, donde afirmé: “Cada cuento en Cruentos tiene su propia historia, por eso me es difícil hablar del libro como un conjunto unitario. Mi manera de escribir cuentos se parece un poco al modo de cómo escribo poesía: el momento me asalta, escribo generalmente de un tirón.”

La crítica dirá lo que piensa de este libro que ya tiene vida propia, ya no me pertenece.  Por el momento la única opinión que conozco es la de Mauricio Souza en la contraportada:

“No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas”, aconsejaba Horacio Quiroga, hace ya casi un siglo, a los cuentistas. En este libro, Alfonso Gumucio Dagron hace suyo este precepto: los 51 relatos que lo componen saben adónde van, algo que, sin duda, le podemos agradecer a un cuento. Precisos, deliberados, son relatos que buscan –de una manera casi clásica– la construcción de un efecto, de una imagen, de una revelación necesaria desde esa primera palabra.

Hay, en Cruentos, una variedad de registros: se ensayan voces y dicciones, se dejan entrever, desde adentro, diferentes universos (políticos, laborales, eróticos, fantásticos), se prueban las posibilidades del cuento breve y también del microcuento. Pero esta evidente diversidad también se acoge a un destino textual común, ya anunciado en el título: estos son relatos que exploran las múltiples transfiguraciones de la violencia (es decir, del destino, de las ideas, de las obsesiones, del deseo). Nunca, sin embargo, son esos excesos o desmesuras abordados de frente, llanamente, con literal crudeza: son pequeños detalles o imágenes (como en el cuento “Abarca”) los que nos permiten reconstruir una historia quizá no del todo dicha, casi secreta.

“Usted no sabe, pero yo se lo voy a contar. Aquí han pasado cosas, cosas”, dice uno de los narradores en este libro. Y eso es lo que leemos: esas terribles cosas que pasan pero sobre todo el hecho de que alguien, siempre específico, nos las cuenta.”  

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Whenever people agree with me I always feel I must be wrong.
—Oscar Wilde