Carlos Mesa tuvo la gentileza de traerme
a México los primeros ejemplares de mi libro Cruentos,
recién publicado en La Paz (en una bella edición de Plural), que reúne la mayor parte de los cuentos que he
escrito a lo largo de más de cuatro décadas. Los más antiguos datan de la
década de 1970, y los más recientes los escribí este año. En total son 51,
incluyendo “Descenso”, escrito a cuatro manos precisamente con Carlos D. Mesa, atendiendo
un desafío que me hizo Ricardo Bajo para contribuir en el libro Warikasaya (2008) publicado en homenaje
al club de fútbol The Strongest.
Este libro de narrativa tiene una
historia tan larga, que se me pierde en los recovecos de la memoria. Estuvo
cerca de publicarse en varias ocasiones, primero con el título “Primeras
lluvias” y una portada que yo mismo improvisé, luego con el título “Puro
cuento” y una tapa diseñada por Clovis Díaz, pero nunca me animé, hasta ahora,
a publicarlo, a pesar de que muchos de los cuentos ya tenían vida propia pues
habían sido publicados en suplementos o revistas, incluso en antologías.
En uno de los intentos fallidos de
publicar el libro, escribí un borrador de prólogo que luego olvidé por
completo. Me alegro de no haber encontrado ese prólogo donde trataba de explicar la
historia de algunos de los cuentos, pero en una nota como esta vale la pena
mencionarlo.
René Bascopé, Alfonso Gumucio Dagron, Félix Salazar, Jaime Nisttahuz y Manuel Vargas, en 1979 |
Varios aparecieron, por ejemplo,
en un libro colectivo que publicó la Universidad Mayor de San Andrés con el
título Seis nuevos narradores bolivianos
(1979) en una edición maluca, plagada de erratas. Allí nos juntamos codo a codo
René Bascopé, Jaime Nisttahuz, Féliz Salazar, Ramón Rocha Monroy, Manuel Vargas
y yo. Juntos tuvimos en esos años varias actividades, por ejemplo “Puerta
Abierta”, una pequeña galería de arte, y “Palabra Encendida”, un sello
editorial en el que publicamos 5 o 6 libros. Luego, cada quien siguió su
camino.
Alfredo Medrano fue uno de los primeros
en recoger un cuento mío, “Interior mina”, en su antología El quijote y los perros (1979). El mismo cuento tuvo una carrera
“de antología”, ya que se publicó también en la antología que preparó Raquel
Montenegro para Alfaguara (1996), en la que publicó Víctor Montoya en Suecia
(1999), en la de Gaby Vallejo publicada en Venezuela (2009), y en inglés, en
Arkansas, en la antología de narrativa y poesía boliviana que compiló Sandra
Reyes (1998). También se tradujo al inglés mi cuento “Ventana”, en la antología
The fat man from La Paz (2000) que
publicó Rosario Santos en Nueva York.
Don Ángel Flores, el importante estudioso
portorriqueño radicado en Nueva York, incluyó mi cuento “Asalto” en el cuarto
tomo de su monumental obra antológica Narrativa
Hispanoamericana 1816-1981, publicada por la editorial Siglo XXI en 1983. Lo
visité una vez en su casa en Long Island. Cecilia Pisos escogió “Mármol en
polvo” para su antología Cuentos breves
latinoamericanos (1999) publicada en Buenos Aires y René Poppe incluyó
“Minero de último nivel” en su Narrativa
minera boliviana (1983).
Este mismo cuento fue dramatizado y
difundido el 13 de febrero de 1977 en un ciclo del Centro Cultural Portales
titulado “Antología Literaria de Bolivia”. Conservo el cassette como una
curiosidad. La grabación incluye un análisis literario del cuento, lo cual no
recordaba hasta que volví a escucharlo ahora. Lo acabo de digitalizar y se
puede escuchar en aquí, en SoundCloud (31 minutos).
Luis Zilveti en 1989 |
Estos cuentos se publicaron en revistas culturales, y uno que otro obtuvo menciones en concursos literarios, en los pocos donde alguna vez he participado. "Interior mina" en el Concurso Internacional de Cuento "La Palabra y el Hombre", en Veracruz (México), 1977, y "Minero de último nivel" en el Concurso Nacional de Cuento del Instituto Boliviano de Arte (IBART), en 1975. Les fui perdiendo la pista, mal padre, aunque asomaban de vez en cuando en páginas de internet. Por
eso parecía pertinente reunirlos físicamente en un solo lugar, codo a codo.
Ahora caminan con sus propias piernas, bien acompañados por los dibujos de Luis Zilveti. Mi amigo pintor me había propuesto uno de sus cuadros para la tapa del libro, pero ya que me dio la mano le agarré el codo y el brazo entero y le pregunté si se animaba a ilustrar cada cuento con un dibujo. Aceptó entusiasmado el desafío. El cuadro en la tapa del libro, "Femme couchée", es también obra suya.
Apenas salió del horno, Mauricio Murillo me hizo una entrevista para La Prensa (Bolivia): “Alfonso Gumucio Dagron, enemigo de lo solemne”, donde afirmé: “Cada cuento en Cruentos tiene su propia historia, por
eso me es difícil hablar del libro como un conjunto unitario. Mi manera de
escribir cuentos se parece un poco al modo de cómo escribo poesía: el momento
me asalta, escribo generalmente de un tirón.”
La crítica dirá lo que piensa de este
libro que ya tiene vida propia, ya no me pertenece. Por el momento la única opinión que conozco es la de Mauricio
Souza en la contraportada:
“No empieces a escribir sin saber desde
la primera palabra adónde vas”, aconsejaba Horacio Quiroga, hace ya casi un
siglo, a los cuentistas. En este libro, Alfonso Gumucio Dagron hace suyo este
precepto: los 51 relatos que lo componen saben adónde van, algo que, sin duda,
le podemos agradecer a un cuento. Precisos, deliberados, son relatos que buscan
–de una manera casi clásica– la construcción de un efecto, de una imagen, de
una revelación necesaria desde esa primera palabra.
Hay, en Cruentos, una variedad de registros: se ensayan voces y dicciones,
se dejan entrever, desde adentro, diferentes universos (políticos, laborales,
eróticos, fantásticos), se prueban las posibilidades del cuento
breve y también del microcuento. Pero esta evidente diversidad también se acoge
a un destino textual común, ya anunciado en el título: estos son relatos que
exploran las múltiples transfiguraciones de la violencia (es decir, del
destino, de las ideas, de las obsesiones, del deseo). Nunca, sin embargo, son
esos excesos o desmesuras abordados de frente, llanamente, con literal crudeza:
son pequeños detalles o imágenes (como en el cuento “Abarca”) los que nos
permiten reconstruir una historia quizá no del todo dicha, casi secreta.
“Usted no sabe, pero yo se lo voy a
contar. Aquí han pasado cosas, cosas”, dice uno de los narradores en este
libro. Y eso es lo que leemos: esas terribles cosas que pasan pero sobre todo
el hecho de que alguien, siempre específico, nos las cuenta.”
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Whenever people agree with me I
always feel I must be wrong.
—Oscar Wilde