“Si el trabajo da salud, que trabajen los
enfermos…” es el lema del club Los Haraganes, que cumplió hace poco nada menos
que 50 años de existencia. Han pasado cinco décadas desde que en 1962, los de
la generación “Borrachos” (la categoría “B” para que no suene de modo
escandaloso), comenzaron a reunirse en la plaza principal del barrio de
Obrajes, en La Paz, Bolivia, y crearon la leyenda.
A fines de abril nos volvimos a reunir en
esa misma plaza. Fueron apareciendo uno a uno amigos que no se habían visto
hace dos, tres o cuatro décadas. Todas las generaciones de Haraganes se
fundieron en abrazos memoriosos. Ahí estuvieron además de los fundadores, las
otras categorías con nombres igualmente provocadores. Mi categoría, la segunda, los “Descartuchados” (DC), los
“Cartuchos” (C), los “Cagaleches” (CL), y “Macucus” (M). De las últimas tres
categorías, los viejos haraganes apenas nos acordamos. Están también las
“Ulupicas” (U), las mujeres.
Fueron cuatro días de festejos, que
empezaron una noche con la misa en la que recordamos con solemnidad a los
fallecidos... y la verbena, inmediatamente después, en la que recordamos sin
solemnidad, con alegría y mariachis, a esos mismos amigos. Al día siguiente,
domingo 29 de abril, en la misma plaza, tuvimos la salteñada con banda y una
“marcha bloqueo y paro” que detuvo por breves minutos el tráfico sobre la
avenida principal. Celebramos en grande en la fiesta de gala en el Hotel Calacoto,
el lunes 30, donde algunos nos vimos por primera vez encorbatados. Y los
festejos culminaron el martes 1º de mayo cuando fue develada una nueva placa
conmemorativa.
Los mayorcitos, los fundadores, la categoría "B" (Borrachos) |
Entre una y otra celebración, entre
encuentros que a veces comenzaban “ya no me reconoces, soy el….”, y diálogos en
el estilo “te acuerdas de…” fuimos desgranando esa mazorca de la memoria que
nos vincula a través del tiempo. Y eso que por razones de exilio yo me perdí
casi toda la década de 1970, y parte de la de 1980.
Agitadores principales: "Huevo" Morató y "Tavo" Portocarrero |
Pero además los Haraganes organizaban
actividades comunales para cuidar los árboles de la avenida Hernando Siles y de
las dos plazas, mejorar el alumbrado público y la condición de las escuelas
Juan Herschel, Max paredes y el Hogar de Niños Villegas.
Los carnavales eran preparados con
especial cuidado, desde el diseño de las invitaciones, que cada año eran más
originales. Las fiestas con banda de música competían con otros clubs de la
ciudad de La Paz, el Splendid o el Country, con los que se alimentaba una
rivalidad que algunas veces llegó a los golpes.
El relevo de las nuevas generaciones no
es fácil, porque los Haraganes tuvieron su momento de gloria en las décadas de
1960 y 1970, cuando Obrajes era todavía un barrio tranquilo donde todos nos
conocíamos y tejíamos día a día ese entramado de relaciones que se ha mantenido
a través del tiempo y de la distancia. Casa a casa, puerta a puerta, todavía
recordamos con absoluta claridad dónde vivían los hermanos Morató (nada menos
que siete), los Portocarrero, los Pastor, los Arispe, los Aponte, los Burgoa, los
Bacigalupo, los Pucci, las Crispieri, la farmacia, el frial o la tienda de la Hilde. Todo eso ha cambiado mucho, hay
edificios donde antes vivían los Vásquez o los Gumucio, y algunas casas se han
convertido en oficinas.
Volver a ver a los amigos luego de
tantísimos años reconforta porque renueva la sensación de que a pesar de que el
mundo se desplaza a veces en una dirección que no nos gusta, arrasando a su
paso valores y tradiciones, hay algo que queda porque sobrevive en la medida en
que une a un grupo de seres humanos por el nexo de la amistad y la camaradería.
Cuatro Morató (en medio) y dos Gumucio (en los extremos) |
Recuerdo el microcosmo de la cuadra, que
ya no del barrio. Nosotros vivíamos en la calle 6 de Obrajes, No. 259, “hacia
el río”, y en un radio de cien metros había cualquier cantidad de amigos,
Haraganes o no. Junto a la que fue nuestra casa está todavía la de los Fiorillo
y detrás de ambas estuvo la Fábrica de Aluminio FANAL, donde vivían los Arraya.
En la esquina de la calle 6 sobre la Héctor Ormachea, estaba la casa de los
hermanos Morató, y junto a ellos la de los Uzeda, el restaurante “del chileno”
y la casa de los Perales. A media cuadra de allí la casa de los Arispe, muy
cerca de la Embajada de Alemania y de la cárcel de mujeres que estaba justo al
lado. Un poquito más lejos Vesty Pakos, y sobre la avenida los Otero, Oroza, etc.
Todos nos conocíamos.
Borrachos, descartuchados o cartuchos,
los nombres que los mayores daban a las nuevas generaciones que iban
apareciendo, se mantienen hoy como palabras amables y cariñosas. En realidad,
la puesta al día de la nostalgia nos muestra que todos han sido en sus vidas hombres y mujeres de bien, que la norma ha sido la honestidad y el trabajo, a
pesar de nuestro provocador lema y de los gritos de “Muera el
trabajo” que dimos en la plaza de Obrajes hace unos días, el 1º de Mayo.
Al cabo de tres o cuatro décadas, además
de las anécdotas y la nostalgia por tiempos solidarios, lo que queda es, como
siempre, la amistad invariable.
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Mira si será malo el trabajo,
que deben pagarte para que lo hagas.
—Facundo Cabral