Con pocas horas de diferencia, el mismo día, 30 de Julio del 2007, murieron dos grandes cineastas universales: el sueco Ingmar Bergman y el italiano Michelangelo Antonioni.
En momentos como este me acuerdo de una humorada de mi amigo y notable artista plástico, Ricardo Perez Alcalá, hace muchos años: “Caramba, se ha muerto Picasso, se ha muerto Dali, se ha muerto Bacon… Últimamente yo mismo no me estoy sintiendo muy bien…”
No por falta de edad y al cabo de una vida plena de creatividad, Bergman y Antonioni hicieron su salida honrosa. Dejaron mucho más de lo que uno puede esperar de un ser humano: un bagaje de belleza y filosofía aplicada. Decir más sobre ellos y sobre sus películas sería redundar en lo que todos pueden encontrar en el web: miles de artículos que explican todo y repiten mucho.
Yo simplemente quiero rendirles homenaje recordando en qué medida afectaron mi vida mientras estudiaba cine en Paris a principios de los años 1970s, en el Institut des Hautes Etudes Cinematographiques (IDHEC), -donde enseñaba Louis Daquin, Nestor Almendros, y gente de la Nouvelle Vague- y en el Departamento de Cine de la Facultad de Vincennes -donde tenía como profesores al equipo de Cahiers du Cinema (Jean Narboni, Serge Daney, Serge Toubiana, etc.)- y al equipo de Cinethique; ambas emblemáticas revistas de cine.
Durante el verano, demasiado pobre como para irme de vacaciones a la playa, me quedaba en París y asistía a extensos ciclos de autor que mostraban algunas salas, para los cinéfilos que preferían huir al sol y refugiarse en la oscuridad de una sala de cine. Y es así que en la sala Racine del Barrio Latino pude ver en el verano de 1973 o 1974, las 38 películas que hasta entonces había dirigido Bergman. Y en otro ciclo, quizás otro año, las 15 más sobresalientes de Antonioni. Veía cada día una diferente, y ese baño de cine de autor me hizo penetrar en el universo de estos y otros geniales directores para entenderlos y quererlos más.
Imposible olvidar la fuerza de las imágenes de El Séptimo Sello (el ajedrez con la muerte) o Vergüenza (los cadáveres flotando en el mar), y otras de Persona, El Silencio o Pasión. La fuerza en el uso del blanco y negro (Sven Nykvist) era devastadora.
Antonioni me cautivó con La Aventura, La Noche, El Grito, El Eclipse, Blow Up, El Desierto Rojo... Recuerdo haber visto esta última en una sala de “Arte y Ensayo” en Madrid, en plena época franquista, con los subtítulos censurados, cubiertos con marcador negro (censores ociosos, seguramente la palabra “rojo” los había alertado).
Uno salía de las salas de cine, después de un Bergman o de un Antonioni, enamorado de Liv Ullman, Ingrid Thulin, Bibi Andersson, Gunnar Björnstrand, Max von Sydow; y de Monica Vitti, Alida Valli, Marcello Mastroiani, Jeanne Moreau, Alain Delon… qué lujo de actores.