12 febrero 2007

El muerto insomne

Hay dos clases de narradores, aquellos que necesitan una disciplina de hierro para avanzar una página diaria, como es el caso de Vargas Llosa, y aquellos que tienen un “duende” que hace que las palabras fluyan de sus manos como un río, con poesía y con vigor. A esta última categoría pertenecen seres privilegiados como García Márquez o Augusto Céspedes, y también Ramón Rocha Monroy, que nos ha regalado hace poco una biografía novelada de Antonio José de Sucre: ¡Qué solos se quedan los muertos!

Esta es una novela mayor, además de un aporte a nuestras percepciones sobre la historia. Se ha dicho muchas veces que la novela describe mejor la historia que los libros de historiadores. En este caso parece confirmarse, porque el lector llega a través de sus páginas a amar o a odiar a los personajes, y a vivir la historia como un testigo presencial. Que los historiadores pongan sus precisiones y manifiesten sus acuerdos y desacuerdos… Para mi, como lector, esta es la versión que quiero asumir. He tardado más de lo habitual en leer las 541 páginas porque he querido disfrutar cada página, y a veces volver sobre ella golosamente.

La magia de empezar una novela con un muerto que ya cumplió 70 años de muerto y enterrado, y devolverlo a la vida en su máximo esplendor, envuelve al lector que se deja seducir por los personajes. El autor, que se identifica frecuentemente como “uno” (es decir, “uno” que es también el lector), dialoga con Sucre, lo interroga en medio de su largo sueño.

Quizás el análisis histórico que entre líneas hace el autor (eco sobre todo del pensamiento de Sucre), sea cuestionado por algunos especialistas e historiadores de gran “H”. Sin embargo, esta es una novela y como tal, es una interpretación legítima. Pero iré más lejos: también un libro de historia es una interpretación de su autor. No hay libro de historia neutro, asexuado. Todos proponen interpretaciones distintas sobre los hechos, y la verdad es que los mismos hechos son a veces cuestionables. La historia se escribe en permanencia, nunca es definitiva, es una suma de relatos sobre el pasado. Siempre aparecen nuevos datos y nuevas interpretaciones que la hacen parecerse a una novela continua, infinita.

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