01 febrero 2007

Bárbaros contra el arte

Los más recientes murales en cerámica que Lorgio Vaca erigió en la plaza principal de Montero (Santa Cruz, Bolivia), fueron objeto de un estúpido ataque. Un oligofrénico alentado por una cincuentena de vecinos del pueblo, tomó un martillo y destruyó a vista y paciencia de todos, el rostro del Ché y una whipala (bandera indígena) que eran parte del diseño del artista.

El acto cavernario me hizo recordar la frase que espetó a Don Miguel de Unamuno el Teniente Coronel falangista Millán Astray: “Muera la inteligencia, viva la muerte”. La historia se repite. Los enardecidos enemigos del arte y de la inteligencia están por todas partes. Sus actos están marcados por la ignorancia y la barbarie. La violencia es la única respuesta que saben dar, porque la razón no les alcanza, no está con ellos. La intolerancia disfrazada de patrioterismo, de fanatismo ideológico o religioso, es la misma.

Nadie olvida el mural que Diego Rivera pintó a pedido de los Rockefeller, en New York, y que fue destruido por órdenes del magnate del petróleo el 2 de mayo de 1933, cuando constató que Rivera había pintado el rostro de Lenin. A Fernando Botero le hicieron “volar” con una bomba la escultura de una paloma en bronce que había donado a Medellín. No hay artista con sentido ético y con integridad que no haya sufrido hechos de censura y represión.

El falso debate sobre arte y política es tan estéril como el debate sobre el sexo de los ángeles. Sólo gente necia puede creer que se puede separar el arte de la política. Si la política es parte de la sociedad y de la vida, ¿por qué tiene que estar separada del arte? Somos humanos gracias al arte, y el tiempo se encarga de poner las obras de arte en su justa dimensión. No se escribe la historia del arte a martillazos, ni con bombas.

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