30 junio 2020

De una vez

 Me perdí algo en la telenovela política boliviana. Como ya me aburre la saturación de noticias, me perdí algún capítulo del sainete. Hasta donde recuerdo, había una gran presión política para que el gobierno de la presidenta Añez promulgue la ley de convocatoria a elecciones para el 6 de septiembre, y ella se resistía a hacerlo en consideración de los riesgos de la pandemia. 


Hasta donde me quedé en la cadena de acontecimientos, la presidenta del Senado, por instrucciones de su jefe Evo Morales, amenazó con promulgar la ley si no lo hacía el gobierno. De lo que recuerdo, hace un par de semanas insultaban como “masista” al presidente del Tribunal Supremo Electoral, porque ese órgano del Estado dispuso las elecciones para septiembre. Un funcionario de lujo para cualquier país del mundo, pero denigrado en Bolivia. 

Hasta donde recuerdo, la opinión pública estaba dividida entre los que afirman que es un riesgo para la salud y la democracia hacer elecciones tan pronto, y los que acusaban al gobierno de prorrogarse usando como excusa la pandemia. Los primeros argumentan que la gente se puede contagiar al votar (riesgo para la salud) y que muchos no irán a votar por miedo al contagio (abstención, riesgo para la democracia). Los otros, que de todas maneras exigen elecciones lo antes posible, esgrimían argumentos basados en cálculos políticos, no en previsiones sanitarias. 


Hace semanas escribí que el MAS jugaba ambas cartas de manera sucia, en el estilo brutal del irresponsable “jefazo”: por una parte, exigía elecciones cuanto antes, y por otra, sacaba a sus huestes a las calles para aumentar los contagios y mantener al país en crisis sanitaria permanente. 

Pero, como digo antes, me perdí algún capítulo de la telenovela, porque no bien promulgada la ley de convocatoria a elecciones, los mismos que presionaban ahora acusan de irresponsable al gobierno. Ya no entiendo nada. 

Parece que hay dos verdades que es imposible conciliar, y ambas nos llevan a un desastre, pero ya no me importa: que suceda de una vez. 


La verdad número 1 es que la pandemia continuará. No hay solución para los próximos seis meses, ni en Bolivia, ni en ninguna parte. Ningún país ha eliminado el COVID-19, una montaña rusa con curvas peligrosas y bajadas espeluznantes. Donde ya no había casos, empiezan a aparecer de nuevo (China, Europa). Bolivia, a pesar de los esfuerzos realizados, es más frágil porque tiene una frontera extensa con Chile (que hasta ahora no ha podido frenar el número de contagios diarios) y con Brasil, que tiene como presidente a un demente que califica la pandemia mundial como “uma gripezinha”. 

La verdad número 2 es que todos queremos que la situación política encuentre una salida cuanto antes. La pandemia no estaba en los cálculos de nadie: ni de los que salimos con pititas y banderas a bloquear las calles contra el fraude electoral de Morales, ni de los masistas que orquestaron el engaño para eternizarse en el poder, ni de los aspirantes a llegar al gobierno. A todos nos sorprendió por igual y nos puso frente a un espejo que nos muestra como somos: intolerantes e irresponsables. 

Entonces, entre las dos verdades hay un dilema que no tiene solución. Quien diga que tiene una solución, miente. Resulta muy cómodo echar todas las culpas al gobierno: culpable si no convoca a elecciones porque quiere eternizarse en el poder, y culpable si las convoca porque pone en riesgo la salud y la misma democracia. 

¿Entonces qué? Sí que sí, o no que no. O sí que no, o no que sí. Parece una cantinfleada colectiva en la que todos se echan culpas (por no usar otra palabra) con ventilador. 


Lo voy a decir clarito: todos somos responsables, cada uno de nosotros. Todos somos comparsa en la telenovela. Todos somos campeones en ofrecer recetas y criticar. Y el día de las elecciones todos decidiremos por quien votar o si vamos siquiera a votar. Entonces, no se vale regar culpas al Tribunal Supremo Electoral, a Carlos D. Mesa, al gobierno o a Eva Copa (presidenta de un senado transitorio, cuyo mandato había concluido el 22 de enero). Todos hemos ejercido en coro opiniones para uno o para otro lado, que nos han llevado a este momento jocoso del sainete. 

En lo que a mi respecta, coincido con los quieren elecciones el 6 de septiembre. Creo que la votación se puede realizar con más orden que las ferias de El Alto y evitando el comportamiento desaforado de los narcos del Chapare o de Yapacaní. Pase lo que pase, que suceda de una vez para no prolongar la doble agonía. Y todos seremos responsables de lo que resulte: más pandemia y menos democracia. Pero sería lo mismo sin elecciones. 

(Publicado en Página Siete el sábado 27 de junio 2020)
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O ya no entiendo lo que está pasando
o ya pasó lo que estaba entendiendo.
—Carlos Monsiváis

19 junio 2020

Al fondo a la derecha

 ¿Qué pasará con la cultura después de la pandemia? me preguntó Bernardo Monasterios en una entrevista virtual de la Carrera de Artes de la Universidad Mayor de San Andrés. 

El confinamiento indispensable para bloquear al coronavirus ha anulado los eventos públicos: el cine, las artes escénicas, las manifestaciones de culinaria o folklore. La sociedad tendrá que reinventar la manera de consumir manifestaciones culturales y no habrá vuelta atrás. Si no aprendemos esa lección quedaremos expuestos. En nuestro país la cultura está al fondo a la derecha, como el baño (también ideológicamente). Y huele mal. 

En las últimas décadas ha habido más ayuda del Estado y de instituciones internacionales para el cine. Cuando comencé, o antes, cuando empezaron Ruiz, Sanjinés o Eguino, no existía apoyo, salvo excepcional, como la televisión italiana que permitió a Sanjinés realizar “El coraje del pueblo”. 

Ahora apoyan tanto el gobierno central como las alcaldías, y además fondos concursables internacionales como Ibermedia, DocTV, Al Jazeera, y otros recursos para cineastas jóvenes y sobre todo hábiles para obtenerlos: desarrollo de la idea, escritura del guion, pre producción, producción, postproducción, difusión, etc.  Si sumamos, un cineasta sin experiencia puede conseguir antes de comenzar su primera obra más de 100 mil dólares y vivir de ello. Antes era impensable. 

Si la cultura no es una prioridad para la gente,
menos lo será para el Estado 
Las políticas de Estado son parte de la solución y del problema porque la cultura es lo primero que sufre en tiempos de crisis y de la “nueva normalidad”. La eliminación del ministerio de Culturas en Bolivia es un botón de muestra, como la del Instituto de Cine y Creación Audiovisual (ICCA) en Ecuador. Participé como jurado internacional del ICCA en una categoría que distribuía recursos a fondo perdido, para cineastas con proyectos de ficción, documental, guion, etc. En total, una bolsa de dos millones de dólares de la que algunos proyectos buenos y otros mediocres se beneficiaban cada año. 

La cultura no solo depende del Estado nodriza, sino de los propios hacedores del oficio. En Bolivia se creó el mejor cine en las décadas de 1960 y 1970 cuando no había un centavo de apoyo, solo la creatividad y el esfuerzo de los cineastas. La creatividad no se decreta. 

¿La literatura es un negocio?
Los escritores hemos trabajado siempre sin apoyo. Otros países tienen becas que otorga el Estado o las universidades, pero también las propias editoriales que subsidian mensualmente a escritores en Europa o Estados Unidos para que se dediquen exclusivamente a escribir. En Bolivia no nos pagan ni los artículos de prensa que publicamos cada semana. Para los escritores, para los fotógrafos, para los pintores y para la gente de teatro la situación va a ser “igual de peor” después del COVID-19. 

¿Volveremos a salas llenas alguna vez?
La forma de consumo tendrá que cambiar en los eventos públicos: cine, teatro, danza, exposiciones. De hecho, ya ha cambiado. ¿Quién ha multiplicado su negocio en esta época de cuarentena? Disney y Netflix muestran un desarrollo exponencial porque la gente consume más cine en sus casas. Kindle y Kobo, que ofrecen libros digitales, han ganado más que las editoriales de papel. El sector editorial también tiene que reinventarse. No hay vuelta a lo mismo, eso se acabó. 

Otro factor nos afecta: nadie es profeta en su tierra. Creadores que son ninguneados o maltratados en sus países, obtienen reconocimiento en otros. Eso pasó con los autores del “boom” de la literatura latinoamericana: su vida en Barcelona o París les ofreció la oportunidad que no tenían en Perú, Argentina o Guatemala. Lo mismo sucedió con los cineastas mexicanos González Iñarritu, Cuarón y Guillermo del Toro, que han adquirido notoriedad mundial desde que trabajan en Hollywood. Claro que tienen talento, pero han escapado a los celos, la envidia y las rencillas provincianas. 

Andrea Bocelli durante su concierto solitario en el Duomo de Milán 
Algunos gobiernos apoyan industrias culturales que ahora denominan “economía naranja”, una iniciativa de Colombia que ha creado un vice-ministerio especializado. Pero esas políticas públicas no impulsan por igual a todos los sectores del ámbito cultural y favorecen sobre todo a la industria cinematográfica y editorial, que son las que más ganancias generan. En ese diseño hay un criterio de oferta y demanda que determina la sobrevivencia. 

Un problema adicional es la no separación entre Estado y gobierno, con sus implicaciones políticas. En Europa las políticas culturales se aplican sin mirar quién apoya al gobierno de turno. En América Latina, y sobre todo en Bolivia, hay favoritismo hacia los cortesanos y lambiscones, y eso se ha visto claramente en los 14 años de Evo Morales. 

Creo que el apoyo del Estado es necesario pero no define la creatividad y el futuro de las artes.  Tienen además responsabilidad la empresa privada y las universidades, el público que acude a la cultura y los propios creadores que deben ser igualmente creativos a la hora de plantear soluciones que vayan más allá de extender la mano para recibir ayuda como si fuera limosna. 


(Publicado en Página Siete el sábado 13 de junio de 2020) 

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La cultura es el aprovechamiento social del conocimiento.
—Gabriel García Márquez


14 junio 2020

Novela de una crónica

 Me acerqué a Tiempos recios (2019) de Mario Vargas Llosa con la mejor voluntad del mundo, con el afecto predispuesto por Guatemala, país en el que viví ocho años y que conozco muy bien pues lo recorrí de punta a canto y desarrollé una estrecha amistad con dos grandes: el pintor Efraín Recinos y el político y escritor Mario Monteforte Toledo (mencionado en la novela). 

La primera parte me pareció tediosa porque abunda el ensayo y escasea la narrativa. Pecando de didáctico, el autor se empeña en describir el contexto histórico de Guatemala suponiendo que es necesario para que entiendan la novela los que ignoran la historia. Proporciona detalles sobre Arévalo, Árbenz, Castillo Armas, la CIA, los mayas, la Reforma Agraria, la United Fruit y otros, prolijo como una referencia de Wikipedia, salpicando de vez en cuando el ensayo con apariciones de personajes en la intimidad. “Mucha carne y poco nervio”, escribí sobre el marcador de páginas para recordar la impresión que produjeron las primeras que leí. 


Está bien mucha carne con poco nervio sobre una parrilla, pero en una novela espero la fibra viva que mueve y conmueve, antes que la investigación que esconde la creatividad. Me pregunto si estas cosas suceden cuando los escritores se convierten en commodity, es decir, en inversiones que deben ser rentables. Hay escritores, con limitada experiencia y pocos libros, que trabajan a tiempo completo en los “establos” de grandes editoriales que pagan puntualmente una mensualidad para que escriban. Cada cierto tiempo, deben entregar algún resultado redituable, algo así como los futbolistas: son propiedad de un equipo y se espera que metan goles de vez en cuando. No es el caso de Vargas Llosa, claro. 


Alguna vez leí que Mario Vargas Llosa tiene en Barcelona (donde reside una buena parte del año) una oficina con media docena de asistentes —entre investigadores, correctores de estilo y secretarias, que lo apoyan en cada novela que publica. Como la mayoría de sus novelas recientes se inspiran en personajes y hechos históricos, estos asistentes buscan y verifican todos los detalles y “limpian” el texto antes de que el autor ponga el punto final y su firma. Las comodidades para escribir pueden anular a un escritor cuando siente que “debe” hacerlo. Les ha pasado a algunos cineastas que comenzaron con una opera prima magnífica, realizada sin más recurso que la creatividad, y que en películas posteriores que gozaban de una holgada producción, se vieron atrapados en la mediocridad. 

No había notado antes este trabajo de investigación en equipo como en Tiempos recios, que aborda el periodo anterior y posterior a la presidencia de Jacobo Árbenz, el militar que quiso modernizar y democratizar su país, pero no se lo permitieron los gringos. La gran potencia del norte se ensañó contra el pequeño país centroamericano hasta aplastarlo. Los detalles se supieron años más tarde cuando se desclasificaron los archivos de la CIA, la siniestra organización terrorista del gobierno de Estados Unidos. El libro Secret History - CIA's Classified Account of Its Operations in Guatemala, 1952-1954 (1999) de Nick Cullather, vino a confirmar lo que todos sabían, pero esta vez con datos de la propia CIA. 


Esperaba que el primer párrafo del libro abriría mi apetito, pero no sucedió. Recordé que García Márquez dijo que una buena novela se reconoce en las diez primeras páginas. Llegué a pensar que el ensayo introductorio lo había escrito otra persona. Tuve la impresión de leer en esas primeras páginas a un escritor prolijo pero desganado, sin el vigor de escritores guatemaltecos como Asturias y el mismo Mario Monteforte Toledo. 

Ojo, que no soy de los que desmerecen a Vargas Llosa por sus (cambiantes) posiciones políticas. Lo considero un gran narrador, disfruto casi todos sus libros y comparto su posición contra el autoritarismo, venga de donde venga. Conversé con él solo una vez, durante el ensayo de una obra suya en Lima, y de esa charla lo que me quedó fue su cariño por Cochabamba y por un condiscípulo de La Salle de apellido Gumucio. 

Trato de meterme en la cabeza de Vargas Llosa: ¿Quizás el excesivo didactismo histórico obedece a su idea de que las nuevas generaciones no conocen lo que sucedió en Guatemala en la década de 1950? (Pero entonces, no leerán de todas maneras la novela). Eso supondría que toda novela debería estar sembrada de fechas y datos para ser comprendida por lectores que ya no leen… ¿Dónde queda entonces el placer de la complicidad creativa entre el escritor y el lector? 


Una novela revela muchas veces más que un ensayo. Esta, también pretende hacerlo al reivindicar la memoria del soñador Jacobo Árbenz y la revolución democrática que devolvió a los campesinos más pobres la tierra que les habían quitado y trató de que la United Fruit pagara impuestos como cualquier otra empresa. Es un acto de justicia y hay que reconocerle a Vargas Llosa el compromiso de llevar a un público más amplio una historia que esos mismos lectores no leerían en un ensayo. De alguna manera, el autor sacrifica su papel de narrador para convencer a los lectores con su descripción descarnada de la Guatemala feudal (que no ha cambiado mucho). Por eso, cada vez que introduce a un nuevo personaje, tiende a decirlo todo sobre él, de una vez. 


A medida que pasaban las páginas me fui reconciliando con Tiempos recios. Todo cabe en una novela, el origen de la palabra “novela” lo sugiere. En Tiempos recios la voz del narrador aparece poco a poco cuando los principales personajes cobran vida propia y se independizan. Al ser la mayoría personajes parte de la vida real, le cuesta al narrador desprenderse de ellos, dejarlos crecer fuera de la computadora, aunque el retrato que elabora de Árbenz debería figurar en los libros de historia. Ingenuo, Árbenz esperaba el apoyo de Estados Unidos a la revolución democrática que había comenzado Arévalo, pero los gringos estaban más interesados en mantener las arbitrariedades de la United Fruit, aunque sea con mentiras y conspiraciones. Típico de ese país donde no interesan los derechos de la sociedad sino de las sociedades anónimas, es decir de las empresas. 


La novela levanta vuelo cuando se apropian de ella los personajes ficticios, sobre todo Marta Borrero Parra, la que nunca fue “Miss Guatemala”, amante del dictador Castillo Armas, personaje construido sobre alguien que sí existió y que existe todavía con más de 80 años de edad: Zoila Gloria Bolaños Pons. Paradójicamente, es un personaje más entrañable en la novela que la caricatura que representa en su vida real (basta buscarla en internet). Ella, a quien Vargas Llosa visita de verdad en el último capítulo del libro, titulado “Después”, es la columna vertebral de la ficción y hace que parezcan más humanos personajes tan despóticos y poco agradables como los dictadores Castillo Armas y Leónidas Trujillo, el torturador Johnny Abbes García o el gringo que no se llamaba Mike, agente de la CIA de aspecto inofensivo. Fue necesario reinventar a “Miss Guatemala”, esta mezcla de Mata Hari, colegiala inocente (personaje recurrente en Vargas Llosa) y hábil sobreviviente de asonadas militares, para entender mejor la verdadera historia de tanta insidia y manipulación. 

Es en la historia íntima de amoríos y traiciones políticas, de mentiras piadosas y de fidelidades imposibles, donde la novela acaba fascinándonos y se yergue como novela testimonial. 


El riesgo de mencionar hechos reales en una novela, es que uno les debe cierta fidelidad histórica. Ahí, a pesar de su equipo de investigadores, la novela comete algunos deslices. Afirma, por ejemplo, que Árbenz había “estudiado” la Reforma Agraria de Paz Estenssoro en Bolivia, pero en realidad ésta última se inauguró en Ucureña el 2 de agosto de 1953, mientras que la de Árbenz comenzó un año antes, el 17 de junio de 1952. O cuando menciona a la ciudad de Antigua como “la primera capital de Guatemala” cuando en realidad fue la tercera. Y no faltan un par de descripciones que se repiten, casi con las mismas palabras (a Rulfo no se le hubiera escapado algo así). 

Luego de 17 novelas, 8 libros de ensayos formidables y varias obras de teatro, Vargas Llosa sobrevive como uno de los narradores más importantes del mundo. Solo le pueden hacer sombra los muertos. 

(Publicado en el suplemento Letra Siete el viernes 12 de junio 2020)
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Desde su fundación la novela es un género voluntariamente impuro,
que admite discursos ajenos a su esencia.
—Juan Villoro 


03 junio 2020

Xiconhoca

 La primera de las cuatro veces que estuve en Mozambique fue en 1976, apenas un año después de la independencia. El país estaba cerrado y aislado, rodeado por Sudáfrica y Rodesia (hoy Zimbabue), estados neocoloniales en los que reinaba el apartheid, a los que se adelantó la guerrilla del FRELIMO encabezada por el carismático Samora Machel. 

Antes de la independencia en 1975 —que se precipitó por la “Revolución de los Claveles”, el FRELIMO había liberado tres de las diez provincias de este país que se extiende sobre el océano Índico frente a Madagascar. A pesar de que Mozambique carecía de infraestructura caminera las vías de tren lo atravesaban paradójicamente de manera perpendicular, para sacar de Rodesia y Malaui las riquezas minerales a los puertos de Beira y Nacala, y llevaras a Europa. 

El país recién liberado del colonialismo portugués no solo tenía enemigos externos, sino también internos: los xiconhoca. La palabra estaba de moda en 1976 para referirse a los traidores, parásitos y enemigos internos incrustados en el aparato del Estado, que respondían todavía a los intereses de la administración colonial para realizar sabotajes y poner piedras en el camino de la independencia. 

Me vino a la memoria la palabra xiconhoca al leer las noticias sobre el golazo que le metió al exministro de Salud uno de sus propios colaboradores que anteriormente había servido al régimen del MAS. Al margen de lo que decida la justicia y de la presunción de inocencia, es un hecho que el exdirector jurídico del Ministerio de Salud, Fernando Valenzuela Billevicz —hijo de un militar muy cercano a Evo Morales, habló durante 16 minutos con la exministra Gabriela Montaño el 19 de mayo, horas antes de ser detenido por el caso del sobreprecio de los respiradores. Para curarse en salud (valga la expresión en tiempos de COVID-19), antes de que el hecho fuera revelado, Montaño declaró que “por razones políticas” se iba a tratar de implicarla en la corrupción de los respiradores.

Un gobierno de transición no puede (ni debe) hacer grandes cambios en la estructura del Estado, pero es muy difícil trabajar con funcionarios que durante 14 años trabajaron para el MAS, a quienes obligaron a afiliarse a ese partido político, a ceder parte de sus salarios, a asistir a manifestaciones para deificar a Evo Morales, a pintar consignas en los muros y empapelar el país con la cara del gran impostor. Muchos funcionarios del Estado son eficientes técnicos y profesionales sin filiación partidaria, pero en niveles de decisión el gobierno tiene derecho a colocar a personas de confianza.

No quiero ni pensar en la cantidad de burócratas puestos por el MAS que están en permanente contacto con exministros o dirigentes masistas y reciben consignas para hacer que el gobierno “pise el palito”. Los xiconhoca abundan en este gobierno y en el próximo gobierno con seguridad seguirán ejerciendo pequeños y grandes sabotajes, porque su lealtad es con el gobierno que los mantuvo en sus puestos durante más de una década. 

Aunque todo gobierno tiene el derecho de rodearse de gente de confianza, esto es más difícil en un gobierno compuesto por una coalición de fuerzas políticas y de sectores independientes, como es el caso en Bolivia. Los xiconhoca aparecen debajo de las piedras, como alacranes. También están en las calles, en juntas de vecinos, en sindicatos de transportistas, en grupos de gremiales que ocupan ilegalmente las calles de las ciudades y falsifican permisos de circulación. Esa es la base social de Evo Morales, quien sin ninguna restricción del gobierno argentino, continúa jalando los hilos de sus títeres en Bolivia para que su gente lance piedras contra las ambulancias que van a salvar vidas, que llenen las calles de El Alto para provocar a la policía, que insulten a los médicos y enfermeras, o que bloqueen los caminos por donde transitan brigadas de salubristas. Es inhumano y es asquerosamente despiadado. 

La estrategia es clara: impedir que se hagan elecciones porque se saben perdedores. Por un lado, el MAS pide públicamente elecciones cuanto antes a través de sus parlamentarios y de su mediocre candidato presidencial, pero por otra parte circula por debajo consignas para que la gente salga a las calles y el contagio del coronavirus se propague, obligando a reforzar los protocolos de seguridad. En la medida en que haya más contagiados y más muertos y se violen las normas de prevención, el MAS logrará la postergación de las elecciones y el desgaste del gobierno. Ese es su objetivo. 

Puede parecer una estrategia perversa, porque pone en la línea de fuego a la población más vulnerable, pero eso al MAS nunca le ha importado. Mientras tanto, los xiconhoca seguirán actuando en la sombra del aparato del Estado, con un juego doble y embozado muy peligroso para el país. 

(Publicado en Página Siete el sábado 30 de mayo 2020)
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Nadie sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo.
—José Hernández




29 mayo 2020

Capobianco

  Con la muerte de Memo Capobianco el martes 12 de mayo me vino a la memoria la importancia que tuvo el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en un momento trascendental en la historia contemporánea de Bolivia. Veo a Memo con Jaime Paz, Toño Araníbar, Oscar Eid, Gloria Ardaya, Coco Pinelo, Miguel Urioste y otros todavía unidos en esos años por ideales que luego se quebraron y distanciaron a algunos. Nunca fui militante del MIR (ni de ningún otro partido) pero mi relación con ellos fue cordial en esos turbulentos años de la década de 1970 y más tarde sobre todo con Toño, Gloria, Miguel, Oscar, Coco y con Memo en la distancia. 

Memo me enviaba las obras que publicaba ya sea en papel o por correo electrónico. Me hizo llegar sus “Memorias de un militante” libro que leí en octubre de 2014 y sobre el que empecé a escribir un comentario que nunca llegué a publicar. En esa obra menciona a mi padre, y no fue la única vez que lo hizo. Memo era de los cruceños que tenían la hidalguía de reconocer lo que el “colla” Gumucio había hecho por Santa Cruz cuando estuvo a cargo de la economía boliviana durante dos gobiernos de Paz Estenssoro, de 1952 a 1956, y luego de 1960 a 1964 como ministro de Economía. 

En varias ocasiones en que Memo escribió sobre el desarrollo económico de Santa Cruz, mencionó a mi padre y siempre agradecí ese reconocimiento. A principios de agosto de 2012, con motivo del ingreso de Venezuela al MERCOSUR y la llegada con bombos y platillos del presidente Hugo Chávez a Brasilia, Capobianco publicó un texto donde señala que en el territorio de Santa Cruz no podía darse “dos o tres Vietnam”, como había prometido el militar venezolano, porque “se había operado una revolución productiva que ya tenía medio siglo de existencia”. Seguidamente argumentaba que dicha transformación se había producido como una “continuación” de la Revolución Nacional del 52 “mediante la migración masiva desde occidente” con ejes como la instalación del ingenio azucarero de Guabirá. Todo ello como un plan integrado “bajo la conducción de un ilustre ciudadano ‘colla’, Alfonso Gumucio Reyes, al mando de la Corporación Boliviana de Fomento (CBF)”. 

En enero de 2016 me hizo llegar la edición digital de “Así recuperamos la democracia”, un testimonio personal de 24 páginas con fotos. En ese testimonio recoge varios documentos en los que hace un recuento sobre el desarrollo de Santa Cruz en términos de política, geopolítica, desarrollo, institucionalidad, sociedad y economía, reconociendo en diferentes periodos a quienes contribuyeron en el crecimiento del departamento, incluso los aportes de regímenes a los que en algún momento de su vida de dirigente estudiantil y político había combatido. 

Este texto es interesante porque revela a un Guillermo Capobianco que llega al final de su vida con el ánimo de hacer las paces con todos y reconciliarse con la vida. Al final del texto, concluye: “Señor: cuando estoy al final de mi existencia material en este mundo al que me mandaste -estoy seguro- a cumplir una misión de humanidad que lleve tu sello y pronuncie tu nombre, nada tengo que reprocharte pues me lo diste todo: una madre “milagrosa”, una familia amante y solidaria y un mundo maravilloso fruto de tu creación a la que no logro entender todavía debido a su absoluta perfección”. Y más adelante concluye agradeciendo “por la oportunidad de dejar en el camino una pequeña huella mientras que somos testigos y a veces protagonistas de esta monumental aventura que es la vida y que la recibimos gratuitamente de vos”. 

Antonio Aranibar, Guillermo Capobianco y otros militantes del MIR
A veces firmaba sus mensajes como “Memo Capo”. El último, muy breve, data de marzo 2016: “Apreciado Alfonso, Te envío este recuerdo fotográfico de mi ultima visita a Concepción, pueblo donde nací. Un abrazo”. Al abrir el archivo encontré más que una foto: un texto amoroso sobre la genealogía de la familia, titulado: “Concepción de Ñuflo de Chávez: pueblo de los orígenes de la familia Capobianco”. 

Y el texto dice: “Serafín y Angelinita fueron la pareja fundadora. De ese amor surgieron quienes hoy forman la gran familia chiquitana de los Capobianco concepcioneños en Santa Cruz y en el país. Todos cambas chiquitanos de pura cepa... ¡Orgullosos de su estirpe! ¡La represa sobre el Rio Zapocó! Obra pionera construida por nuestra Corporación Regional de Desarrollo (CORDECRUZ) conducida en ese tiempo por el Ingeniero Jorge Capobianco Ribera. Hijo distinguido de Concepción. Memo y Ruli Capo en visita a Aldo Capo y al pueblo concepcioneño los últimos días de febrero de este año dos mil dieciséis”. 

Guardo con sincero cariño ese breve texto, no solo porque Memo quiso compartirlo conmigo, sino porque transpira por una parte el profundo amor por la tierra de su familia, y porque es además un botón de muestra sobre la importancia que tenía para Memo el rescate del testimonio y de la memoria, esa memoria que lo fue abandonando poco a poco, borrándose como las palabras que uno escribe sobre la arena. 

(Publicado en Página Siete el sábado 16 de mayo 2020)

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Prefiero menos vida con más vida
en vez de más vida con menos vida.
—Daniel Samper Pizano


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06 mayo 2020

Contando muertos

 Estoy convencido de que la estadística es una de las ciencias menos exactas. Está hecha de caucho: puede doblarse en todos los sentidos. 

He seguido con un estrés que no me atrevo a ocultar, la evolución de la pandemia de coronavirus a través de todos los canales de información documental y estadística que he podido encontrar. Al principio tuve un comportamiento obsesivo: cada hora revisaba el incremento de casos y fatalidades en el mundo. Además, guardé cada día los cuadros estadísticos de Worldometers (lo que más se aproxima a cifras creíbles), para comparar la pandemia en países con mayor y menor población, y sobre todo con políticas públicas diferentes.

A lo largo de dos meses me quedó claro que los países cuyos dirigentes se rieron de la pandemia calificándola como una “gripita” (Bolsonaro, López Obrador, Trump, Boris Johnson, etc) fueron los que en pocas semanas mostraron las más graves consecuencias. Por fortuna los servicios de salud y la población de esos países no hizo caso a sus irresponsables mandatarios. 

Es obvio que no tiene sentido comparar cifras absolutas, sino cifras relativas a la población y al periodo de incubación del virus. En cifras relativas, nos sorprendería saber que los Estados con más contagios con relación a su población son los más pequeños: San Marino, El Vaticano, Andorra, o Islandia. En cifras relativas de fallecidos, los mismos países aparecían en lo alto de la lista, pero ahora Italia, Reino Unido y España les pisan los talones. 

Pero las estadísticas son mentirosas. En países de reducida población es más fácil registrar los casos y llevar una estadística completa. Algo que hemos aprendido es que los países con mayor población solo han reportado casos “confirmados” de muertes hospitalarias. Es decir: no entran en la estadística miles que mueren en su casa de enfermedades pulmonares o cardiacas atribuibles al COVID-19, pero no tomadas en cuenta porque no fueron confirmadas por pruebas virales. 

Los Estados que más pruebas de COVID-19 han realizado con relación a su población, son las Islas Faroe, los Emiratos Árabes, Gibraltar, Islandia, San Marino, Estonia, Brunei, Malta… Y entre los de mayor población: Italia, Alemania y España, con más de 30 mil pruebas por millón de habitantes. Bolivia figura en la lista de la vergüenza: solo ha realizado 496 pruebas por millón, y está por debajo de todos los demás países de América del Sur, incluso debajo de Suriname y Guyana. 

Ecuador es un ejemplo escandaloso, porque el país reconoce oficialmente solo 1.063 muertes, pero en dos semanas de abril fallecieron 6.700 mil solo en la provincia de Guayas, víctimas de “enfermedades respiratorias” que el gobierno no quiso sumar a las cifras oficiales de fallecidos por COVID-19. Los cadáveres se acumulaban en calles de Guayaquil, pero no en las estadísticas oficiales. 

Para poner al desnudo las trampas estadísticas detrás de las que se escudan los gobiernos, la Red de Epidemiólogos EuroMOMO, así como los prestigiosos New York Times y The Economist, están midiendo el “exceso de muertes”, es decir: comparando el número de muertes totales de un país en el periodo del coronavirus, con las muertes totales de años anteriores. El resultado es escalofriante, porque el incremento en algunos países llega a 350%. 

Desde marzo hay informes de especialistas en cuidados intensivos y autopsias que indican que la neumonía -tratada con respiradores mecánicos- no es la única causa de muerte, sino múltiples microtrombosis letales para cualquier órgano, no solo para los pulmones. Contrariamente a las directivas todavía vigentes, se pueden tratar muchos casos con anticoagulantes y antiinflamatorios. 

Una lectura “de comprensión” de las estadísticas, demuestra que no hay solo un indicador válido, pero las pruebas de COVID-19 son fundamentales. No resulta extraño que los países que figuraban con más casos y una tasa mayor de mortalidad, fueran aquellos que realizaron más pruebas de COVID-19. Los otros, simplemente escondieron en el closet a los muertos, colocándoles etiquetas tramposas: “enfermedad pulmonar”, “embolia”, “trombosis múltiple”, “infarto”, y otras. De pronto, a todos se les ocurrió morirse al mismo tiempo. Bochornoso. 

(Publicado en Página Siete el sábado 2 de mayo 2020)  
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La estadística es una ciencia que demuestra que
si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno,
los dos tenemos uno.
—George Bernard Shaw


20 abril 2020

La mancuerna MAS-CIDH

 Estoy tentado de incluir esta ironía como anécdota en el libro de Ripley porque “aunque usted no lo crea”, nunca se había visto antes una mancuerna tan perversa entre la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que depende de la OEA, y un partido político de un país de la región: el Movimiento al Socialismo (MAS), que gobernó Bolivia durante 14 años dejando el saldo lamentable que conocemos. 


Hay una explicación para todo, y es que Paulo Abrão, que funge como Secretario Ejecutivo de la CIDH, le debe toda su carrera profesional a los gobiernos del llamado “socialismo del Siglo XX”, que en paz descanse. Abrão era un joven ambicioso (ya no es joven, pero sigue siendo ambicioso) que se unió al Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil para obtener sus primeros cargos. 

Aunque suele esconder la fecha de su nacimiento en su hoja de vida pública, no había terminado todavía su doctorado en Derecho cuando asumió el cargo de presidente de la Comisión de Amnistía de Brasil, en 2007. El año 2011 fue nombrado por el gobierno de Dilma Rousseff, Secretario Nacional de Justicia en Brasil, cargo que ejerció solo hasta 2014 cuando se presentó la oportunidad de dar un salto al cargo de Secretario Ejecutivo del Instituto del Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos (IPPDH) del Mercosur, en 2015, con apoyo de los gobiernos de Cristina Kirchner, Nicolás Maduro y José Mujica. 


Apenas duró un año en ese cargo, porque con su habitual estilo de trampolín logró el apoyo de la región para ser nombrado, en julio del 2016, Secretario Ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Desde allí, ha hecho todo menos cumplir con los criterios que supuestamente fundamentaron su nombramiento: “independencia y autoridad moral”. 

Es importante conocer la trayectoria de Abrão porque la CIDH no funciona como un organismo independiente sino como una célula partidaria donde Abrão toma las decisiones, a veces en apenas un par de horas, sin consultar con nadie. 


Así como nunca respondió al requerimiento de instituciones bolivianas que preguntaron a la CIDH si la “reelección indefinida” de Evo Morales era un “derecho humano”, en cambio tardó menos de dos horas en dictar medidas cautelares contra el gobierno de la presidenta Añez cuando, en los difíciles días de los ataques violentos en Senkata, decretó que el ejército estaba autorizado para poner orden. Ese corto lapso de tiempo indica que los miembros de la CIDH ni siquiera se reunieron. 

La CIDH de Abrão ha manejado con mala leche su relación con Bolivia. Mientras estuvo el gobierno del MAS en el poder, no objetó para nada las constantes violaciones de derechos humanos, ni dio paso a investigaciones pendientes sobre los hechos en El Porvenir, el Hotel Las Américas, Panduro, Challapata, La Calancha, Caranavi, Chaparina, los esposos Andrade, el ingeniero Bakovic, Analí Huaycho, Jacob Ostreicher, y tantos otros. 


En cambio, ha trabajado en mancuerna con funcionarios del MAS (senadores, exministros, Defensora del Pueblo, etc.) contra el gobierno de transición de la presidenta Añez, repartiendo como pasankalla medidas cautelares, por cualquier motivo o sin motivo, siempre en defensa del MAS y del sistemático sabotaje de Evo Morales desde su exilio voluntario. 

La gota que derrama el vaso es el informe que publicó recientemente la CIDH, malicioso y sesgado, que no menciona las acciones terroristas que realiza el partido de Evo Morales para sabotear el proceso democrático, pero tergiversa las medidas del gobierno boliviano para mantener la paz en el país con miras a elecciones libres, más aun en tiempos en que los bolivianos enfrentan la pandemia del coronavirus con un sistema de salud desmantelado, heredado del gobierno del MAS. 


El informe de Paulo Abrão mereció en días pasados una respuesta contundente y documentada del gobierno boliviano —a través del Embajador ante la OEA, Jaime Aparicio— donde en seis apretadas páginas se desmonta el accionar de la CIDH, aunque sin referirse explícitamente a quien maneja a esa instancia como si fuera su changarro. Lo hago ahora, para que quede claro. 

La respuesta del Embajador Aparicio, sumada a tantos reclamos anteriores de instituciones bolivianas defensoras de derechos humanos, partidos políticos, abogados y personas naturales, debería bastar para que los países miembros de la OEA retiren su confianza al ambicioso Abrão, por haber parcializado a la CIDH contra Bolivia. No vaya a ser que, con su trampolín a cuestas, ya esté preparando el próximo salto de su ambiciosa carrera poco profesional. 

(Publicado en Página Siete el sábado 18 de abril 2020)
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Quien calla una palabra es su dueño;
quien la pronuncia, su esclavo.
—Karl Kraus

31 marzo 2020

Mi festival francés

(Con motivo de la pandemia de coronavirus y la cuarentena en una docena de países, se ha abierto nuevamente la posibilidad de ver películas en MyFrench Film Festival Stay Home Edition). 

Más de 70 mil películas de largo metraje se producen cada año en el mundo para distribución comercial, un promedio de 200 cada día, sin contar con una suma aún mayor de documentales, cortometrajes y películas independientes que nunca llegan a las salas de cine ni a la televisión. 

Los países de mayor producción son bien conocidos: India (Bollywood) produce cerca de 1300 largometrajes por año, Estados Unidos (Hollywood y otros), aproximadamente 800 filmes, en Nigeria (Nollywood) no se producía nada cuando yo viví allá a principios de la década de 1990, pero ahora se ha convertido en la máquina de hacer cine africano, con más de 1000 películas por año. China está por encima de 600 filmes, Japón cerca de 500, y cada país europeo suma a todo lo anterior entre 200 y 300 largometrajes anuales. 

En América Latina la producción ha crecido notablemente por las mismas razones que en otras regiones del mundo: más de 500 largometrajes al año porque el cine ya no es solo una expresión de los autores, sino una industria que da mucho dinero. Esto se debe a que hay mejores posibilidades técnicas de hacer filmes gracias a la tecnología digital, más fondos de ayuda a la producción, mayor número de “consumidores” de productos audiovisuales, y una expansión notable de los espacios de exhibición: la gran pantalla de las salas de cine compite con la caja boba de la televisión (ahora plana y estilizada) y con plataformas como YouTube, Vimeo, y tantas otras que pueden ser accedidas desde una computadora o un teléfono celular. 

Los festivales de cine se han multiplicado también en décadas recientes. Además de los más conocidos de Europa (Venecia, Cannes, Berlín, San Sebastián) y los más notorios en América Latina (Cartagena, La Habana, Guadalajara), hay tantos otros, que en una misma semana del año se suman 70 festivales en el mundo, es decir, diez veces más que días del año. De ese modo, si un cineasta independiente es hábil para mover su obra, hasta por cálculo de probabilidades puede obtener algún premio en algún rincón del planeta. Es más, cada festival otorga generalmente una docena de distinciones a la mejor película, al mejor director, a la mejor fotografía, etc.


Abordaré ahora un festival que no tiene lugar en un país concreto, sino en “la nube”, es decir en el espacio virtual de internet. Es un festival competitivo, pero sobre todo una plataforma inteligente para promover el cine de un país, Francia. Se trata de “My French Film Festival”, al que se puede tener acceso a través de un código que permite ver en línea películas francesas de años recientes. No se muestran allí las producciones que han tenido una carrera comercial importante, pero sí aquellas obras que merecen un mayor reconocimiento por su calidad artística. 

Cada año el enlace que permite acceder a “My French Film Festival” ofrece una selección de alrededor de 40 largometrajes argumentales, documentales y cortometrajes interesantes, todos ellos con subtítulos en varios idiomas. No he tenido tiempo de ver todos, pero quiero comentar algunos que me han impresionado por su calidad temática y formal. Voy a referirme a ellos en orden de preferencia, sin ánimo de desestimar otros que no alcancé a ver. 

Les confins du monde (2018) de Guillaume Nicloux
La película que más me gustó fue “Les confins du monde” (2018) de Guillaume Nicloux, una historia situada durante la ocupación francesa en Indochina, en 1945. El soldado Robert Tassen (Gaspard Ulliel) sobrevive a una masacre en la que muere su hermano, y jura vengarse del responsable. Todo el film es una aventura de sobrevivencia en la selva y de tensiones que se crean en las relaciones del protagonista con quienes lo rodean, entre ellos un curioso personaje, Saintonge, interpretado por un Gérard  Dépardieu cada vez más gordo y menos interesante como actor. 

La ambientación del filme es extraordinaria, porque combina la belleza natural de la península (que hoy comparten Vietnam, Camboya y Laos), con la crudeza de una guerra de ocupación que no sólo se reduce al juego mortífero de matar y morir, sino que involucra relaciones humanas conflictivas con la población local: amor, odio, traición, poder, prostitución, decadencia, etc. Aunque el punto de vista del realizador es el del protagonista francés, no se puede obviar la posición de la población invadida, la resistencia de los vietnamitas, sus argucias para lidiar con los franceses por la fuerza o con engaño. Es un film sumamente interesante, desconocido en América Latina. 

Exfiltrés (2018) de Emmanuel Hamon 
También se relaciona a la guerra, el largometraje “Exfiltrés” (2018) de Emmanuel Hamon, conocido por el título en inglés “Escape from Raqqa”. El argumento se basa en una historia real: en 2015, durante la guerra en Siria, Faustine, la esposa de Sylvain, un enfermero francés, lo abandona en París sin confesarle que se dirige con el hijo 5 años de edad a Raqqa para unirse al tenebroso ejército islamista de ISIS (o Daesh), que tiene su base fuerte en esa ciudad. 

Muy pronto, Faustine se da cuenta en el problema que se ha metido por su conversión al islamismo. Se encuentra atrapada en un grupo de fanáticos donde la mujer no tiene ningún otro derecho que el de servir a los hombres. También descubre que el discurso de los más fanáticos está lleno de hipocresía, y que el islamismo no es sino una máscara para cometer abusos de todo tipo. 

Encerrada, sin comunicación con el exterior, maltratada y con su vida y la de su hijo en riesgo de muerte, logra pedir auxilio a su esposo. Dos amigos activistas que trabajan en organizaciones humanitarias, montan una arriesgada operación de extracción clandestina de Faustine y su hijo Noah a través de la frontera con Turquía. La tensión narrativa sin respiro muestra el absurdo de la guerra y la complejidad política de la situación más allá de la religión: el mapa de medio oriente afectado por los intereses económicos occidentales, tanto de Estados Unidos y Europa, como de Rusia. 

Les hirondelles de Kaboul (2018) de Breitman y Gobbé-Mévellec
Me gustó mucho, tanto como las anteriores, “Les hirondelles de Kaboul” (2018) de Zabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec, basada en la novela “Las golondrinas de Kabul” (2009) del escritor argelino Yasmina Khadra, que tuve la fortuna de leer hace años gracias a Raúl Teixidó, mi “proveedor” de lecturas especiales. 

Lo que maravilla en esta película es que está realizada en animación, con una calidad de dibujo y movimiento sorprendente, al extremo de que el espectador olvida por momentos que los personajes no son reales. La animación es siempre un desafío extraordinario, y en este caso aún más porque se trata de reflejar una situación de guerra que transcurre en la capital de Afganistán, una ciudad destruida por los enfrentamientos bélicos contra los talibanes que dominaban el país en 1998. 

Una joven pareja, formada por Zunaira (artista plástica) y Mohsen (historiador), lleva la narración a lo largo del filme, para mostrar un ambiente de fanatismo donde las expresiones individuales son reprimidas, donde el arte, los libros, y la información en general son prohibidas en virtud de creencias religiosas extremistas. Las escuelas y bibliotecas han sido cerradas, y la educación se reduce a clases ofrecidas clandestinamente por profesores que arriesgan su vida para hacerlo. Los libros se intercambian en secreto como si se tratara de armas o droga. Las ejecuciones públicas, la lapidación de mujeres condenadas por cualquier hecho, son cosa de todos los días y se realizan frente a niños que se acostumbran así a la crueldad de quienes dominan invocando a un dios sin misericordia. 

Les fauves (2018) de Vincent Mariette 
La concepción visual del filme es magnífica, e incluye escenas retrospectivas que muestran cómo era la sociedad antes de la guerra y la ocupación de los talibanes. Una obra magnífica. 

No alcanza el espacio para hablar de otro largometraje interesante, “Les fauves” (2018) de Vincent Mariette, con la actuación de Lily-Rose Depp (hija de Johnny Depp y Vanessa Paradis), una historia de relaciones conflictivas, suspenso y muerte en un campamento de vacaciones en Francia. 

Varios cortometrajes me dejaron con ganas de ver más de este festival virtual: “Le chant d’Ahmed” (2018) de Foued Mansour, “Gronde marmaille” (2018) de Clementine Carrié, “La traction des pôles” (2018) de Marine Levéel, y “Pile poil” (2018) de Lauriane Escaffre, Yvonnick Muller, entre otras. 

(Publicado en Página Siete el domingo 15 de marzo de 2020)
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Un filme es una cosa viva. No soy de los directores que se atienen a lo que hay escrito.
Mis películas cambian enormemente durante el rodaje.
—François Truffaut