18 agosto 2025

MNR, modelo para armar

(Publicado el miércoles 6 de agosto de 2025 en Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides)

Estoy en desventaja para comentar Fogoneros del poder (2025, Editorial 3600) de Valentín Abecia López, porque en el prólogo el autor revela que ha conocido personalmente a los 34 personajes retratados en su obra, mientras que yo apenas he conocido a unos cuantos.       

Además de mi padre, con Augusto Céspedes sostuve una amistad más prolongada, ya sea en La Paz, en París o por correspondencia. El “Chueco” es uno de los 14 escritores que incluí en mi primer libro: Provocaciones (1977). A Aníbal Aguilar Peñarrieta lo visité incluso cuando estuvo preso, y lo filmé en Miraflores para un proyecto cinematográfico, mientras me mostraba los impactos de bala en las paredes de su casa, ya que días antes había sido víctima de un atentado. Con Pepe Fellman Velarde charlé en su casa de la avenida Ballivián, en Calacoto, y además lo vi con mi padre en otras ocasiones, incluso durante el viaje del Dr. Paz Estenssoro a Washington (la última visita oficial que recibió Kennedy antes de su asesinato). Con Reynaldo Peters estuvimos algunas veces hacia el final de su vida, ya sea en reuniones relacionadas con derechos humanos o porque nos tocaba votar en el mismo recinto. Lo mismo puedo decir de Lydia Gueiler, de Carlos Serrate y de Augusto Cuadros Sánchez, a quien visité en Cochabamba la última vez en noviembre de 2002. 

Van ocho… A otros 12 los traté brevemente a través de mi padre, pero no puedo decir que los haya conocido (“conocer” es una palabra con mucho peso). A los 14 restantes nunca los vi de cerca, sobre todo a aquellos que emergieron en la política después de 1980.  

Ya metido en las 557 páginas, me di cuenta de que no era indispensable haberlos conocido, ya que Valentín se encarga de presentarnos a cada personaje a través de un hecho particular, de un periodo específico o incluso de un documento que marcó un hito en su participación política. No pretende el autor presentar esbozos biográficos, sino viñetas sueltas o instantáneas fotográficas que dicen algo de los personajes sin la pretensión de decirlo todo. Sería imposible hacer biografías en 10 o 15 páginas. Lo que aquí tenemos es “pinceladas”, para usar el mismo término que usa el autor.

Valentín Abecia López no aspira a armar un rompecabezas de 34 piezas, ya que ellas no encajan entre sí, más bien quiere presentarnos un collage de impresiones, partiendo de su hipótesis de que cada uno de los personajes retratados “era apenas una parte de un gran engranaje, y en realidad, al conocer a uno, faltaba su complemento, que era el resto, aunque no hubiera filias entre ellos”. Y añade en el prólogo, que todos le dejaron “sabor a poco”.     

Podemos discrepar con esas dos aseveraciones, pero es legítimo derecho de todo autor expresar su opinión. A mi parecer, independientemente de la calidad política y humana de cada personaje, o de su importancia histórica relativa, todos eran personalidades diferentes y la mayoría no necesitaba de otro para sobresalir. Si bien algunos se arrimaron al carro del MNR por oportunismo y quisieron destacar por su obsecuente relación con los dirigentes históricos, otros trazaron su propio camino y destacaron por méritos propios, sin buscar necesariamente los reflectores de la popularidad. La aseveración de que sólo existían como grupo, y se necesitaban entre todos para subsistir porque “individualmente podían perderse en la inmensidad de la pradera”, es algo que el propio libro contradice. 

La lectura de los 34 capítulos ofrece mucho material para disputar la incitación inicial del prólogo, que entiendo que Valentín la incluye adrede, para provocar al lector e invitarlo a recorrer todas las páginas, como lo he hecho yo con detenimiento y creciente interés. Cada capítulo revela algo importante sobre el personaje cuyo nombre encabeza el título, tanto sobre los que podemos llamar “históricos”, porque nacieron a la política con el MNR (es el caso de mi padre) y comenzaron en momentos en que el partido estaba en su adolescencia, perseguido y acosado, como a los que de manera utilitaria se incrustaron en el MNR cuando ya era el partido político más importante del siglo XX. Valentín, con mucha razón, se refiere a varios MNR diferentes, porque un partido que tuvo vigencia más de 60 años no podía sino evolucionar (o involucionar, dependiendo de dónde quiera situarse el observador). 

Ernesto Ayala Mercado

Los “fogoneros” que yo conocí me dejaron sabor a mucho, con sus virtudes y defectos. Hace mucho tiempo que Bolivia ya no tiene personalidades políticas de esa talla, con temperamentos a veces fuertes, volcánicos, y acciones que marcan hitos históricos. En otra obra anterior, Inquilinos del poder (2021, Editorial 3600) Valentín ha abordado a siete personajes centrales del MNR, con quienes tuve mayor relación: sobre todo Paz Estenssoro y Juan Lechín, pero también Siles Zuazo, Walter Guevara, y también Goni Sánchez de Lozada (mi vecino en Obrajes durante muchos años), con quien hablábamos más de cine que de otros temas.      

Como toda obra, esta es una propuesta semántica incompleta, que encuentra en cada lector su complemento. He querido ser un lector cómplice para descubrir los personajes que no conocía, y he realizado una lectura crítica cuando el libro aborda a aquellos que conocí.  

Podemos afirmar que ningún partido político de Bolivia produjo tantas y tan importantes personalidades como el MNR. En todos los de la primera generación, como bien señala Valentín en su epílogo, primaba la convicción, el compromiso y la dignidad con que defendieron y trabajaron por el proceso revolucionario que cambió al país. No tanto en la segunda promoción, que llegó con las ideas neoliberales y “sin la misma mística”, como apunta el autor. Cada uno de los 34 “fogoneros” está vinculado a un hecho saliente de la historia del MNR, y por lo tanto de la historia de Bolivia. Cada uno es un eje en sí mismo, en torno al cual gira algún acontecimiento cardinal. Por ello cada capítulo lleva su propia bibliografía. 

Federico Álvarez Plata 

Cuando aborda a Germán Monrroy Block, hace énfasis en las relaciones con Paraguay. Cuando escribe sobre Carlos Serrate se ocupa de la reconstrucción del MNR después de 1964. Cuando se refiere a Víctor Andrade Usquiano, habla del excelente negociador que supo meterse en el bolsillo a funcionarios gringos del departamento de Estado y defender como un tigre el precio de nuestro estaño. De Carlos Morales Guillén destaca su importante papel en el estudio que se hizo para justificar la nacionalización de las minas, que no fue una medida tomada a la ligera, ni una mera consigna política como las que habían lanzado en su momento Tristán Marof o Ricardo Anaya. Tanto Guillermo Alborta Velasco como Federico Álvarez Plata figuran en el libro por su valentía: el primero al denunciar y tipificar la corrupción de algunos dirigentes del propio MNR en su libro El flagelo de la inflación en Bolivia, país monoproductor (1963) y el segundo por tratar de evitar, en el mismo periodo inflacionario, la emisión inorgánica de billetes durante la primera presidencia de Siles Zuazo en 1956.     

Del mismo modo, el perfil de Eduardo Arze Quiroga está ligado a la defensa del petróleo frente a las maniobras de la Standard Oil, tal como lo hizo Manuel Barrau frente a los intereses brasileños. De Alfredo Franco Guachalla destaca el informe al congreso, en 1963, sobre las minas nacionalizadas. Adrián Barrenechea figura como un valiente luchador que arriesgó todo cuando era alcalde de Potosí en 1947, y sufrió prisión y confinamiento. También se distinguieron como alcaldes en otros periodos Juan Luis Gutiérrez Granier (1943) y Mario Sanginés Uriarte (1984). Un capítulo muy interesante es el de Ernesto Ayala Mercado, trotskista de origen, que en 1956 hizo en el Congreso una aguerrida defensa del MNR para desmontar un juicio de responsabilidades que querían instaurar cuatro diputados de la Falange.

No puedo detenerme ni un minuto (o un párrafo) en cada uno de los protagonistas de quienes Valentín Abecia hace justicia con objetividad y buenas fuentes de información, porque me extendería demasiado y no dejaría al lector el margen que necesita para interactuar con la obra.

Alfonso Gumucio Reyes y Paz Estenssoro 
foto @AlfonsoGumucio

Puedo referirme a los que mejor conocí, empezando por mi padre, quien siempre estuvo en el rubro que le interesaba: el desarrollo económico del país. Nunca quiso ocupar carteras que no correspondían a su área de conocimiento, ni lanzarse como candidato a diputado o senador. Los periodistas le decían el ministro “mudo” o el ministro “opa”, porque no hacía declaraciones, estaba en lo suyo, la planificación económica. El capítulo que le dedica Valentín le hace justicia y subraya algo que era muy comentado en Santa Cruz: mi padre era el terco y empecinado “colla loco” que soñaba proyectos que parecían imposibles. El ingenio de Guabirá, la fábrica de cemento de Sucre, la planta hidroeléctrica de Corani, la PIL de Cochabamba, el traslado de ganado Nelore al Beni, la inmigración de agricultores japoneses a Santa Cruz, y por supuesto, las carreteras de integración al oriente, son algunas de esas obras realizadas con poco financiamiento pero bien administrado.     

Sólo ocupó dos cargos mientras estuvo en el país: presidente de la Corporación Boliviana de Fomento (CBF), que en su momento fue un super ministerio de planificación y desarrollo, y luego, en el segundo gobierno de Paz Estenssoro, cruzó la avenida Camacho (literalmente) para hacerse cargo del ministerio de Economía (que estaba en el edificio del frente) y seguir durante otros cuatro años con los proyectos que había comenzado en la CBF. 

No es secreto que fue uno de los hombres más próximos a Paz Estenssoro, a quien siempre llamó “Jefe” respetuosamente, a pesar de la estrecha amistad que los unía y unía a ambas familias. En sus últimos años, cuando hacía el balance de su vida, en su retiro en San Luis (Tarija), Paz Estenssoro decía a quien quisiera escucharlo que su colaborador de mayor confianza y uno de sus pocos amigos de verdad había sido el “Flaco” Gumucio. Esa misma confianza hizo que mi padre le dijera con franqueza en 1963 que no estaba de acuerdo con su nueva postulación a la presidencia para las elecciones de 1964, y en 1971, que no seguiría en el MNR debido al pacto sellado con Banzer y con la Falange Socialista Boliviana (FSB). Pero mi padre no se fue a otro partido, ni se unió a una nueva fracción del MNR. Sin hacer bulla se retiró de la política, aunque mantuvo su amistad con el Dr. Paz, como yo mismo pude constatar. 

La lealtad con Paz no era óbice para que mantuviera buenas relaciones con Siles Zuazo, Walter Guevara o Juan Lechín, quien solía esconderse en mi casa cuando lo perseguían y liquidaba los chocolates de menta marca Corona que celosamente guardaba mi padre. Don Juan era un agradable conversador, ambos se llevaban muy bien desde que mi padre, en los albores del MNR, lo había posesionado como subprefecto de Uncía. 

José Fellman Velarde 

José Fellman Velarde, a quien el autor le dedica uno de los capítulos más extensos, destacó por varios hechos mientras ejerció como canciller, pero también antes y después como intelectual, actor de teatro, autor de novelas y de una importante Historia de Bolivia (1970) en tres tomos. ¿Alguien imagina a Choquehuanca produciendo con su propia cabeza algún libro luego de 20 años en el poder? Fellman fue además el autor del emblemático Álbum de la Revolución(1954) con extraordinarias fotografías que los investigadores profesionales o improvisados hemos usado en los relatos sobre la historia del MNR. Es obvio que los breves comentarios que acompañan las fotos, son sesgados en favor del MNR triunfante. No es un libro de historia, pero todos los historiadores quisieran tener un ejemplar en su biblioteca.        

El capítulo que le dedica a Augusto Céspedes se concentra en la famosa polémica que sostuvo con Fernando Diez de Medina, ambos prominentes escritores y militantes del MNR, en funciones de gobierno. El cruce de artículos entre ellos es un ejemplo de inteligencia y altura, aunque Céspedes, menos retórico, golpea más duro y revela las nostalgias de Diez de Medina por los gobiernos de la oligarquía. Años después, cuando Diez de Medina sirvió al régimen de Barrientos y escribió una biografía del dictador, El general del pueblo (1970), el “Chueco” se refería a él como “Diez de Harina”, por un supuesto negociado. 

Augusto Céspedes
foto @AlfonsoGumucio 

Tal como muestra esta obra, algunos “fogoneros” quisieron aferrarse al Estado por todos los medios, al extremo de colaborar con gobiernos de diferente color, incluso dictaduras militares, a través de taxi-partidos que nacían muertos, pero figuraban como siglas nuevas en algún certamen electoral.     

Uno de los hilos conductores de la obra es que los “fogoneros” llevaron a la práctica ideas que en periodos anteriores otros habían expresado, pero no tuvieron la voluntad ni la determinación de hacer realidad. Las grandes obras suelen tener muchos padres platónicos pero pocos padres biológicos. Del dicho al hecho hay mucho derecho. (Nota al margen: a principios de julio de 2025 se publicaron varias notas reclamando la paternidad del Decreto 21060, que ni Evo Morales, su más ácido crítico, se atrevió a eliminar. Conté cinco de esas notas, pero a nadie le cabe duda de que el presidente Paz Estenssoro fue quien dio la cara y firmó el decreto —que en su momento muchos criticamos públicamente por su alto costo social. Así pasará a la historia: su gobierno lo hizo realidad y lo demás son cuentos).

Hay mucho más en el libro de Valentín. Me hubiera gustado abordar otros temas que menciona de pasada, como la famosa canción “Vasija de barro”, el “segundo himno ecuatoriano”, puesto que fui amigo de uno de sus autores, el gran poeta Jorge Enrique Adoum (y tengo copia del manuscrito original), pero mejor dejar esos cabos sueltos para agradables charlas de café. 

Lidia Gueiler Tejada 

Soy un apasionado de los relatos autobiográficos, de los testimonios y de los diarios íntimos, sobre todo aquellos escritos al calor de los hechos, porque son reveladores y sinceros, expresan vivencias y anécdotas que raras veces llegan a los libros de historia. Los investigadores acuciosos escriben y analizan hechos que no vivieron ni conocieron, sea la guerra del Pacífico o la del Chaco, o cualquier otro episodio, pero nada se compara con el testimonio personal.        

Quizás por ello mismo, el capítulo que prefiero es el que le dedica a un personaje que tiene fama de siniestro: Claudio San Román, encargado de la represión política durante un largo periodo de gobierno del MNR. Me ha gustado porque en todo el libro, es el único capítulo donde se habla en primera persona, donde Valentín narra su propia experiencia, a los doce años de edad, cuando el 4 de noviembre de 1964, se produjo el golpe militar del vicepresidente René Barrientos contra su propio presidente, Paz Estenssoro. La descripción minuciosa de un adolescente que por primera vez es testigo de una revuelta política, donde mucha gente sale enardecida a las calles y donde su propia familia tuvo que esconderse, es una pieza testimonial que nadie más podía haber escrito, salvo quien la vivió. Ese es el valor de los testimonios.

Víctor Andrade Usquiano con Kennedy 

En ese capítulo, pero también a lo largo del libro, destaca el estilo narrativo desenfadado y coloquial del autor. Su propia opinión sobre los hechos se filtra entre líneas, por ejemplo, cuando trata temas que conoce bien, como las relaciones con Chile o la guerra del Chaco. A diferencia de los historiadores que deslizan sus opiniones de manera “neutra”, como si no tuvieran posición propia, Valentín expresa las suyas incluso con humor, sin dejar dudas sobre su punto de vista. Los más especializados podrán cuestionar sus afirmaciones o su estilo de contar, pero no sería más que una revisión a través de otro cristal, porque no existe una única mirada sobre las cosas. Cada obra es una propuesta diferente, no una verdad absoluta.       

Quizás porque Valentín afirma que conoció a todos los fogoneros de su libro, extrañé (como lector curioso) anécdotas y revelaciones sobre los personajes, pero no están ahí porque el autor, como historiador, ha privilegiado el análisis documental sobre lo anecdótico. No he leído la obra como historiador ni como analista político, sino como lector memorioso, ya que es un ejercicio de rescate sobre hechos que de otra manera se perderían en la hojarasca. 

Es un lugar común decir que en internet está todo, pero eso es completamente falso, como bien sabe cualquier investigador serio. Como prueba de ello, desafío a los lectores a que busquen fotos de los “fogoneros”: encontrarán muy pocas, como si su paso por la historia hubiera sido intrascendente. Hay más fotos sobre cualquier improvisado tiktokerode Tarija o de Riberalta, pero muy pocas de quienes forjaron nuestra historia reciente.

Reynaldo Peters 

Las obras no son como uno quiere que sean, sino como las quiere su autor. En este caso, poco a poco me fui adentrando en la lógica interna de su estructura y entendí que este un libro de historia antes que un relato testimonial. Su autor ha tenido acceso a documentos personales, cartas que no eran públicas, o archivos poco explorados de la Cancillería o de la biblioteca del Congreso, cuya exposición ahora enriquece el relato porque revela hechos que no conocíamos o que no se habían analizado.        

Mientras leía Fogoneros del poder me hacía una pregunta cuya respuesta no encontré ni en el prólogo ni el epílogo. ¿A qué lógica corresponde el orden de los capítulos? No es un orden alfabético, ni tampoco un orden cronológico. Quizás, como lector fatigoso, yo esperaba un orden histórico, es decir, el orden en que cada uno de los personajes ingresó al MNR o quizás mejor, el orden en el que se narra aquel hecho cardinal alrededor del cual se construye al personaje. El hilo de la historia estaría así mejor servido. Pero luego entendí (o creo entender), que la lógica del collage es precisamente la que determina que no exista un orden particular y una línea de tiempo que organice los capítulos. 

Cada uno de los personajes de Fogoneros del poder está precedido por una cita de Mario Vargas Llosa, lo cual indica que el peruano es uno de los autores preferidos de Valentín. Lo que no me queda claro, es qué tienen que ver esas citas con el contenido de los capítulos. Termino con esa interrogante que traslado al autor. 

En un plano más personal, el libro de Valentín me ha hecho revivir episodios que estaban en la trastienda de mi memoria desde la muerte de mi padre en 1981, cuando yo me encontraba en el exilio.

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Los hombres que no obran bien siempre andan temiendo que otros les respondan con aquellas acciones que las suyas se merecen.
—Maquiavelo 
 


12 agosto 2025

Sangre y tinta de Yolanda

(Publicado en Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides, el miércoles 30 de julio de 2025)

La Editorial Mantis (Magela Baudoin, Giovanna Rivero y Ximena Santaolalla) ha tenido la buena iniciativa de publicar una nueva edición de Bajo el oscuro sol, la novela de Yolanda Bedregal, una obra que no debe desaparecer de nuestro radar porque con el tiempo admite otras lecturas de sus nuevos lectores y relectores. La presentación, el lunes 28 de julio en la biblioteca del Instituto Goethe, contó con los comentarios académicos de Ana Rebeca Prada, Fátima Lazarte, Mauricio Murillo, y Magela Baudoin.        

No he vuelto a leer la novela desde que se presentó una anterior edición y escribí un texto memorioso que no tiene otra pretensión que la de rendir homenaje a la amistad. Se publicó en el suplemento Letra Siete el 19 de mayo de 2022 pero como todo el archivo digital de Página Siete está ahora fuera del alcance de los lectores, me ha parecido oportuno volver a publicarlo, para lo que pueda servir. 

Rara vez vuelvo a leer un libro. Hay demasiados libros buenos como para releer, no alcanza la vida. Pero por varias razones he vuelto a leer Bajo el oscuro sol de Yolanda Bedregal, publicado en una edición que conmemora medio siglo de la primera. He preferido leer la edición original de 1971 porque la leí hace 50 años cuando se publicó, porque no recordaba nada de la trama y porque esta lectura ha sido una manera de recordar a Yolanda Bedregal. 

Estuvimos juntos varias veces en su casa de la calle Goitia o en la mía, en la calle 6 de Obrajes. En la época en que yo preparaba retratos para mi exposición “Retrato hablado”, le dije que había imaginado una fotografía de ella, sentada como una niña con los pies colgando, en una silla de madera desproporcionadamente grande. Nunca hice el retrato porque encontré alguna resistencia suya: no quería fotos a su edad. “Ya estoy vieja”, decía, aunque conservaba el mismo aire de niña.

En la casa de la calle Goitia hablamos de José María Velasco Maidana, quien había aglutinado en torno a la filmación de “Warawara” a lo más granado del mundo cultural paceño. Ella confirmó algunos datos que me habían proporcionado Marina Núñez del Prado y Donato Olmos Peñaranda, entre otros. En otra ocasión, estuvo en mi casa con motivo de la visita de dos amigos escritores paraguayos: Rubén Bareiro Saguier y Carlos Villagra. En esa oportunidad también invité a Augusto Céspedes, Mariano Baptista Gumucio, Manuel Vargas, Edith von Borries, y el director del Centro Cultural Patiño, cuyo nombre no recuerdo.     

Cuando publicó en Los Amigos del Libro su Antología de la poesía boliviana, un tomo de 626 páginas (tengo tres ediciones sucesivas), incluyó allí cuatro poemas míos: “Detenido”, “Silbos”, “Ateneo literario” y “Autopsia”. 

Alguna vez su hija Rosángela me invitó a formar parte del jurado del concurso nacional de poesía que lleva su nombre; acepté con mucho gusto, junto a Juan Cristóbal Urioste, Juan Ignacio Siles, Vilma Tapia, y el “Chino” Soriano Badani. 

Yolanda y yo nos leíamos con respeto y cariño, como el que expresó al leer mi poemario Sentímetros: “Querido Alfonso: Ya en cama hasta las dos de la mañana, milímetro a milímetro he leído tus Sentímetros. Los he gustado con la lengua y sus implicaciones cerebrales y cordiales. Todo un alambique que al final destila poesía. Te has valido de una cuidadosa y misteriosa alquimia también. Le has arrancado, aunque no creas, frutos a tu papiel, cristales de extraña pulcritud elaborados. Frutos, y también ese silencio de que uno se va llenando para seguir gritando como quien se calla. Muchas cosas podría decirte de lo que esconde el mecanismo enloquecido y seco de tus poemas y como te digo, los leí emocionada y admirando su calidad literaria, además. Si te pongo estas líneas a vuela-punta es porque no puedo ir personalmente estos próximos días, como quería. Yolanda”.        

Atesoro también varios libros pequeños y las Obras Completas de Yolanda Bedregal en cinco tomos (7 kilos, 3 150 páginas) publicados por Plural Editores en 2009 (a diez años de su fallecimiento), en una edición promovida por Rosángela Conitzer Bedregal y José Antonio Quiroga, cuidada por Leonardo García Pabón, con el concurso especializado de Mónica Velásquez Guzmán, Ana Rebeca Prada y Virginia Ayllón. Es una edición hermosa. Preferí, sin embargo, releer la novela en la edición original de Los Amigos del Libro, impresa en 1971 (aunque en el lomo y en la portadilla dice 1970) en los talleres gráficos de don Ernesto Burillo (gran persona don Ernesto) en la Avenida Simón Bolívar, con portada diseñada por Carlos Rimassa y un retrato de solapa que no lleva crédito de autor. Ese primer tiraje fue de 2 mil ejemplares, que aún entonces era importante. Sus 262 páginas están impresas en un papel grueso, hoy más amarillento por el tiempo transcurrido. 

He reconocido las esquinas que doblé alguna vez, mis subrayados y marcas con lápiz, y he añadido otras para hilar las ideas de este comentario que no pretende ser un análisis especializado, apenas apuntes de reconocimiento de un territorio que había olvidado. He leído algunos comentarios en la prensa, y no reconozco en ninguno mis propias impresiones. Parece que hubiéramos leído una novela diferente, lo cual no es necesariamente malo, pero sí me sorprende el peso que algunos le dan a la descripción de la ciudad o del ambiente político, cuando eso ocupa poco espacio en la primera parte de la novela y sobre todo, no es su esencia. 

En una lectura de primer nivel, esta historia gira en torno a un personaje, Verónica Loreto, que al principio de la novela muere en su habitación por una bala perdida. La joven, cuya vida es desconocida para todos, despierta la curiosidad de un siquiatra que se empeña en descubrir quién era Loreto (sin embargo, la había tratado antes de una pulmonía), y en el proceso se “enamora” de ella. En las últimas cuatro páginas, un incesto narrado al remate de un cuaderno íntimo, deshace los nudos narrativos, como si hubiera prisa para acabar con la pesquisa.        

En una lectura de segundo nivel, este es un juego provocador, un texto sobre el oficio de escribir y sobre el desafío de innovar. Es cierto que las técnicas utilizadas no eran nuevas ni en el mundo ni en Bolivia. Los fragmentos de cartas, los sellos de cartas como pistas, la intervención del autor como personaje, las voces de tres narradores en primera persona, la construcción en forma de colcha de retazos, la línea continua de la muerte como leit-motiv, pueden encontrase en otras obras, pero sería ocioso mencionar a otros autores para demostrar que uno los ha leído. 

Recordé el importante salto de Yolanda a la novela, que en aquella época sus jóvenes lectores y amigos vimos como un acto de desafío consigo misma, en la cúspide de una trayectoria tan emblemática en la poesía. La historia de la novela podría ser otra, porque es una excusa para abordar las relaciones humanas o la ausencia de ellas. El enigma de la vida de Loreto intriga a Gabriño, al extremo de que lo desequilibra emocionalmente. No por nada se sugiere en el texto, que los siquiatras se forman para enfrentar sus propios fantasmas. 

Hay otra lectura en esa lectura, que abarca la diversidad de voces y estilos, algunos con mejor fortuna que otros. Me impresionó el destilado poético de las primeras páginas, en particular el breve texto sin título que describe la quema de un piano de cola. Son seis párrafos magistrales, de la mejor narrativa (difiere en ediciones posteriores), que parece anunciar más páginas con ese mismo vigor poético, pero no sucede. Quizás no sucede porque Yolanda quería construir algo diferente, donde se trenza la poesía con los diálogos, con las reflexiones en primera persona de los tres narradores: Loreto, Gabriño y el narrador-autor exterior, que tampoco es neutro. 

El autor-pescador aguarda que la historia se desenvuelva como un río, mientras “sus sentidos se prolongan al anzuelo” y provoca directamente al lector para que intervenga en su ayuda: “sin usted faltaría un elemento esencial, imprescindible”. Convertido en personaje el autor (que nunca se identifica como “autora”) ingresa físicamente en el espacio de la ficción, como desdoblamiento de Gabriño, en dos de los mejores capítulos de la novela (“Retorno” y “En la resaca”). Esa atmósfera me recordó “El círculo”, de Oscar Cerruto. 

Las cosas más sorprendentes pueden suceder en la novela de un párrafo al siguiente, sin antesala ni anestesia, desde el disparo fortuito que mata a Verónica, el suicidio de Félix Camargo, el supuesto plagio o la revelación del incesto. La trama de pesquisa policial y literaria se sobreponen como capas de una cebolla transparente con ventanas reflexivas que a ratos abordan el feminismo, la muerte, lo sobrenatural, la justicia criolla, el oficio de escribir, la soledad del amor… Hay escenas inverosímiles o tal vez surrealistas (la valija de papeles tirada al río y luego recuperada). A ratos parece que la autora hubiera escrito “Bajo el oscuro sol” en etapas diferentes de su vida. La misma novela lo resume así: “Todo se encadena para alguna finalidad. Lo aparentemente inconexo es paso obligado hacia un destino”.      

No puedo resistir la tentación de transcribir de las páginas iniciales, uno de los mejores momentos de la novela, una escena inolvidable por su calidad literaria, al margen de las extrapolaciones simbólicas (políticas, culturales) a las que se presta:

“En plena Alameda, entre gritos y banderas improvisadas, la muchedumbre, no ahíta del saqueo, incendió el gran piano de cola. Se erguía la mole negra en tres patas como toro sudoroso, esperando la banderilla que no vino de frente sino en rastreras lenguas. 

“Lamieron el barniz hasta dejarlo como una piel enferma; goterones de sangre rojinegra brotaron por los flancos. Los cascos se hundían en el asfalto caldeado; los pedales metálicos trataban de retener el peso del cuerpo orquestal. Al fin cedieron al suelo reblandecido. Maderas rociadas de gasolina apuraban el fuego. El piano cayó arrodillado. Todavía con el pecho henchido resistía, resistía. Y ya no pudo más. Se desplomó. 

“Entre bramar de cuerdas reventadas se abrió la tapa colosal. Ya no era el toro en reto a la mañana brava. Era pájaro gigante caído de costado, (¿desde qué cielos?). El ala impar parecía querer proteger la garganta sagrada, grifo mitológico derrotado por flechas dementes, acezaba con el ala al sesgo”.

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Son años que está inmóvil esa imagen 
mirando en la ventana del vacío.
—Yolanda Bedregal 
 

09 agosto 2025

Voto por la plancha

(Publicado en Agencia de Noticias Fides y Brújula Digital el sábado 9 de agosto de 2025) 

El próximo domingo 17 de agosto votaré por la mejor “plancha” y sus alrededores. Ahora me explico.         

Lo he mencionado en varios artículos anteriores, pero creo necesario afirmarlo de nuevo en vista de que la memoria de los lectores suele ser muy frágil: votaré por aquel candidato cuya “plancha” de diputados y senadores me inspira más confianza, y sólo hay una agrupación política que, una vez examinadas en detalle las listas y los nombres que las integran, me produce esa confianza, porque además conozco personalmente a varias de las personas que encabezan la plancha. 

Pero también votaré pensando en quienes están en los alrededores del candidato, aunque sus nombres no aparecen públicamente, o muy poco. Votaré pensando en el grupo de asesores que merecen mi confianza porque los conozco desde hace muchos años y puedo dar fe de su integridad absoluta y de su desinterés por ocupar puestos de poder (aunque lo harían muy bien en el próximo ejecutivo). Poca gente sabe que están asesorando al candidato presidencial, pero son personas de mucha trayectoria profesional y valores éticos y humanos. (La palabra “valores” debería ser suficiente por sí misma, sin el añadido de “éticos y humanos”, pero en los últimos 20 años han surgido nuevos “valores” que tienen otros apellidos que no comparto). 

He visto que en los alrededores del candidato también se han colado unos cuantos personajes oportunistas que no me caen bien, sobre todo porque son campeones del transfugio y han estado a lo largo de su vida política saltando de un partido a otro, sin el menor empacho. Sin embargo, espero que su influencia no sea tan decisiva como la de aquellos que tienen una trayectoria coherente y digna.      

Además de la “plancha” y sus alrededores, está el tema de los candidatos a la vicepresidencia. No he visto los debates de televisión porque me aburren las promesas y me irritan las frases altisonantes de los candidatos, pero sí he analizado el perfil y la trayectoria de cada uno de ellos. Sin duda alguna, y de muy lejos, hay un candidato a vicepresidente que destaca y convoca mi voto porque me parece sólido, honesto y poseedor de mucho conocimiento y experiencia nacional e internacional. A su lado todos los demás me producen lástima, son como párvulos díscolos en una guardería. 

A estas alturas el lector informado sabe por quién voy a votar. Mi plancha es la que acompaña a Samuel Doria Medina y a su candidato a la vicepresidencia, José Luis Lupo, con la plancha de candidatos a diputados y senadores que me parece la más seria y prometedora. Hombres y mujeres que han demostrado con su accionar en la Asamblea Legislativa Plurinacional, durante los últimos cinco años, que pueden orientar las políticas públicas del país a pesar de todas las dificultades, o personas que desde instituciones o desde el llano, han luchado por la justicia y por los derechos humanos. Los he mencionado en artículos anteriores con nombres y apellidos y ahora tengo más que nunca la certeza de que constituyen la mejor opción, siempre y cuando no bajen las defensas ni pretendan constituirse en una versión descafeinada y edulcorada de sí mismos. Si mantienen su espíritu crítico, su energía ética y su capacidad profesional por encima de las transacciones políticas y de las negociaciones detrás de bastidores, creo que tendremos representantes dignos en la próxima Asamblea Legislativa.        

En cuanto a Samuel Doria Medina, si bien no es un candidato de alto vuelo y su discurso a veces confunde, en términos comparativos es sin duda el más coherente, preparado y con sensibilidad social. A veces mete la pata, pero por suerte estará rodeado de un equipo de lujo.      

Su oponente más cercano, Jorge Quiroga, es bueno para los discursos y las frases contundentes, pero ha mostrado su mezquindad y su maliciosa habilidad para las jugadas oportunistas. Además, a su alrededor hay muy poco que valga la pena, a lo sumo tres diputados o senadores que espero hagan un buen desempeño cuando regresen a sus curules (porque la razón para estar con Tuto es precisamente conservar esos curules).

Entonces, resumiendo, ese será mi voto el domingo 17 de agosto y este es mi consejo para quienes vayan a votar: examinen primero la “plancha” de los partidos, investiguen sobre los personajes que acompañarán a los candidatos durante los próximos cinco años, y a quiénes responderán sus decisiones, y sobre esa base, tomen una decisión bien informada y razonada, más allá de los malabarismos y noticias engañosas que trascienden en la televisión. 

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You campaign in poetry. You govern in prose.
—Mario Cuomo 
 

06 agosto 2025

Guerra sucia

(Publicado en Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides el sábado 2 de agosto de 2025)

Mientras más nos acercamos al 17 de agosto, y mientras más parece confirmarse en diferentes encuestas la tendencia del voto mayoritario en favor del candidato Samuel Doria Medina, más se multiplican los bulos, las mentiras, las fabricaciones y montajes con los que se quiere, ya sea, desacreditar a algún candidato o minar la confianza en el proceso electoral. No es la primera vez que esto sucede, pero las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial (IA) hacen posible que ahora las mentiras parezcan verdades, ya que se pueden manipular fotos y videos, recrear voces, supuestas conversaciones telefónicas, etc. 

A ello se añade la ingenuidad o la mala leche de muchas personas que se prestan a difundir ampliamente a través de plataformas virtuales (las mal llamadas “redes sociales”), esas fabricaciones que no tienen asidero real.       

La manera más eficiente de desenmascarar esas mentiras que le hacen un enorme daño a la opinión pública (sobre todo a aquellos que tienen un nivel más bajo de educación), es consultando con dos sitios con mucha credibilidad por su trabajo serio, documentado y certificado. Me refiero a Chequea Bolivia y a Bolivia Verifica, donde investigadores muy capaces usan la tecnología para detectar y exponer aquellas fake news o noticias fabricadas que tanto desgaste promueven en un periodo tan delicado e inestable de la política boliviana. 

Además de estas dos organizaciones está la red nacional Cuidemos el voto, de instituciones y activistas que desde hace varias semanas están pendientes de que todo el proceso electoral sea verificado por la propia ciudadanía hasta el momento en que depositemos nuestro voto y al día siguiente tengamos resultados confiables. 

Uno de los casos más escandalosos de manipulación que daña el proceso electoral ha sido denunciado el 22 de julio pasado cuando se descubrió que había un número exagerado de cuentas falsas en las plataformas virtuales, particularmente en Facebook, Instagram y TikTok, que publicaban ataques coordinados y noticias tendenciosas sobre los dos candidatos que aparecen en primer y segundo lugar en todas las encuestas que se han hecho hasta ahora: Samuel Doria Medina y Jorge Quiroga. Más de 200,000 bolivianos se habrían gastado en promover dos cuentas falsas: Click News y Bolivia News.       

Gracias al trabajo de Bolivia Verifica y de Chequea Bolivia se descubrió que esas cuentas (que luego fueron cerradas de manera precipitada para no dejar huella) podrían haber sido financiadas por el candidato que aparece en la tercera posición, lo cual dice mucho de su estilo de hacer política (pero no es el único, como ya hemos dado a conocer en otras columnas). “Según estas publicaciones, los candidatos compran y manipulan encuestas, incluso con dinero proveniente del tráfico de drogas, reciben financiamiento ruso, pagan para inhabilitar candidatos y otros. Todos estos contenidos fueron desmontados por Bolivia Verifica y se constató que medios de alcance internacional como la BBC Mundo, CNN en Español y Univisión nunca los publicaron”. Bolivia Verifica pudo identificar dónde, cuándo y quienes crearon esas cuentas que se manejaban desde Bolivia y México. 

Por irresponsabilidad, ingenuidad o bajo nivel educativo, hay mucha gente que circula noticias falsas como las que han sido denunciadas: “Es falso que Samuel Doria Medina entregó alimentos y medicamentos vencidos a familias rurales”, “El video que relaciona a Andrónico Rodríguez con el Cartel de Sinaloa es falso”, “Es falso que CNN publicó una encuesta que sitúe a Andrónico Rodríguez y Manfred Reyes Villa en los primeros lugares”, “Red Uno no publicó que Eduardo del Castillo fue el ganador del primer debate presidencial”, “La foto que muestra a Jorge Tuto Quiroga junto a Jeffrey Epstein es un montaje”, “Invierten Bs 15.000 para difundir un video falso que indica que la DEA investiga a Jorge Tuto Quiroga”, “Manipulado: Arte en Facebook altera declaración de Mariana Prado sobre el evismo”, “La encuesta de Atlas Electoral que posiciona a Evo Morales con 45,7% es falsa”… Y así sucesivamente.      

Según la denuncia de Bolivia Verifica y el comentario del diario Visión 360: “La página en Facebook a nombre de Atlas Electoral que difunde encuestas y resultados favorables a Evo Morales funciona de forma anónima, carece de datos de contacto esenciales como un sitio web, correo electrónico, dirección o número telefónico y no cuenta con el sello de verificación de la red social. La página en Facebook se encuentra activa desde el año 2019”.

Los ataques no se dirigen solamente contra los candidatos presidenciales, sino también contra el propio sistema electoral. Sigue circulando la patraña de que podría votar un millón de muertos y de que el padrón el electoral no ha sido debidamente actualizado, y que hay un millón de votantes más que lo que establece el censo, lo cual no corresponde a la verdad. Abundante información verificada contradice esas aseveraciones, y la propia práctica de la votación impediría un fraude tan grande. Como en cualquier elección, pueden darse algunos casos de doble identidad, cuyo número no afecta o altera significativamente una masa de votantes cercano a 8 millones.        

Hay algunas fabricaciones bastante grotescas, como aquella grabación que circula sin ningún respaldo creíble, de una conversación entre personas no identificadas (supuestamente del MAS), que estarían manipulando servidores externos. El montaje es tan burdo, que basta escucharlo para darse cuenta de que es un bulo.

Bolivia Verifica denunció el 29 de julio otra noticia falsa: “En el contexto de las elecciones generales 2025 es difundido un video por redes de mensajería instantánea como Telegram y WhatsApp donde se alerta de un presunto «fraude», al advertir que la tinta que entrega el ente electoral desaparece con el calor del fuego; sin embargo, el contenido es falso. El video no tiene relación con Bolivia y el TSE no está distribuyendo este tipo de lapiceras. El video es difundido por grupos en WhatsApp y tiene la alerta de haber sido “reenviado muchas veces”. La persona que aparece en el video dice lo siguiente: «Una pluma normal y esta es la pluma que te dan en el INE. Y con fuego desaparece. Aquí no se desaparece nada y aquí sí. Por favor, por favor, llévense sus plumas”. 

Ningún sector político está al margen de las noticias falsas y de las manipulaciones informativas. El masismo y sus derivados también ha sido blanco de campañas de desinformación. Este es un caso reciente, detectado el 18 de julio por Bolivia Verifica: “Es falso el audio en el que se escucha a Quintana, Richter y Patzi planear un golpe de Estado”. Todos los sectores del MAS menos el oficialismo, aparecen como cómplices en este bulo, lo que nos hace suponer que el gobierno está detrás del montaje que fue visto y escuchado en TikTok más de medio millón de veces: “Las voces del exministro de la presidencia Juan Ramón Quintana; del candidato a la vicepresidencia por el Movimiento de Renovación Nacional (Morena) Jorge Richter; y del exgobernador de La Paz Félix Patzi se escuchan en un audio difundido a través de TikTok. En la grabación planean derrocar al presidente Luis Arce y habilitar al expresidente Evo Morales como candidato presidencial. Pero tras analizarlo, se detectó que es falso”, concluyó Bolivia Verifica.       

Miles de personas caen como idiotas en ese tipo de engaños, y además contribuyen a difundirlos. Generalmente provienen de cuentas falsas, anónimas, sin foto, sin nombre y apellido verificables. Suelen ser cuentas creadas para fines específicos de insultar, desacreditar o difundir noticias falsas. Lo que me sorprende es que haya gente que crea todo lo que se publica. 

No puede sino producir reprobación y asco hacia aquellos que emplean mercenarios sin ética, dispuestos a crear y difundir semejantes bajezas. Lección aprendida: hay que desconfiar de todo lo que sale en las plataformas virtuales, o por lo menos tomarse el trabajo de verificar con las fuentes originales y con los especialistas en verificación.

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Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, 
durante la guerra y después de la cacería. 
—Otto von Bismark 
 

03 agosto 2025

Por favor, ¿cuál izquierda?

(Publicado el Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides el sábado 26 de julio de 2025)

En el habitual carnaval de polarización que estamos viviendo antes de las elecciones del 17 de agosto de 2025, se usan con ligereza los términos “izquierda” y “derecha”, ya sea para denigrar a otros o como autoelogio. Sin embargo, parece que nadie se ha puesto a reflexionar sobre qué caracteriza a esas etiquetas en su ideología, y sobre todo en su praxis.  

Desde fines del siglo XX ya no hay “derecha” ni “izquierda”. Unos y otros se extinguieron como los dinosaurios y dejaron en el limbo a mi generación, no solamente en Bolivia, sino en todo el mundo. Me hace gracia cuando algunos califican de “comunistas” o “socialistas” — ya sea para denostar o para elogiar— a regímenes dictatoriales y populistas conservadores como los que gobiernan Nicaragua o Venezuela. 

Del mismo modo, decir que Evo Morales, Luis Arce Catacora o Andrónico Rodríguez representan en Bolivia a la “izquierda” es un despropósito monumental y un insulto a quienes estuvimos alineados con la izquierda del siglo pasado. Nunca ha habido gobiernos más enemigos de los principios que defendíamos entonces: derechos humanos, medio ambiente o culturas indígenas. La dificultad de encontrar nuevos términos para calificar a quienes se ubican en el campo progresista y en el campo conservador hace que sigamos utilizando indiscriminadamente las etiquetas de “izquierda” y “derecha”.     

Los imitadores del discurso de Milei han puesto de moda la palabra “zurdos” para calificar despectivamente a los sectores progresistas y autodefinirse como conservadores ultraliberales (peor aún: “libertarios”). Falta contenido histórico en esos discursos furibundos donde se califica a unos de “zurdos” y a otros de “fascistas”. Lo malo es que opinadores improvisados y poco conocedores de la historia, tienen algo de influencia sobre el discurso de la gente de a pie (o más bien la gente adicta a las redes virtuales), que suele copiar ese lenguaje fútil para calificar a las tendencias políticas o a los candidatos.     

¿Qué definía a la izquierda y a la derecha cuando existían todavía en las décadas finales del siglo y milenio pasado? ¿Quiénes eran los líderes de izquierda o de derecha? ¿Cuál era el contenido de sus propuestas, más allá de los discursos? 

Cuando mi generación militaba o se identificaba con la “izquierda”, defendía valores progresistas genuinos, más allá de los discursos. O para decirlo de otra manera, los discursos eran coherentes con las prácticas, algo que ya no existe. Por ejemplo, militábamos en favor de la causa palestina, que buscaba y sigue buscando ser libre de la opresión de Israel. Militábamos en favor del reconocimiento del aborto libre y gratuito por ser un problema social que debía ser parte de las políticas de Estado, según la noción de que cada mujer debe decidir sobre su cuerpo y sobre su salud. Militábamos en favor del reconocimiento de las diversidades sexuales y en favor de la igualdad de género de manera que todos y todas tuvieran los mismos derechos y fueran incluidas con los mismos privilegios (gracias a esos movimientos masivos se dieron los avances de la Conferencia Mundial sobre la Mujer en México en 1975, y en Pekín en 1995).    

Militábamos en contra de la guerra de Vietnam —convencidos de que Estados Unidos no tiene ningún derecho para invadir a otros países cuando le da la gana— y de todas las guerras. Militábamos en favor de los pueblos indígenas de todo el mundo, para que su plena ciudadanía fuera reconocida, para que sus territorios fueran respetados, al igual que sus culturas. Militábamos en favor del medio ambiente, y nuestra presión colectiva global permitió acuerdos internacionales fundamentales como los de Estocolmo en 1972, Rio de Janeiro en 1992 y Johannesburgo en 2002. 

Si no hubiese existido esa militancia de izquierda, probablemente los gobiernos no hubieran sido signatarios de los acuerdos internacionales. Nada se consigue sin presión social (aunque las agendas de cambio avanzan lentamente o se estancan).     

En general, militábamos en favor de los derechos humanos, que no solamente incluyen el reconocimiento de los derechos mencionados arriba, sino también el derecho a la salud y a la educación de calidad, los derechos del niño, y el derecho al desarrollo. No sólo reivindicábamos luchas anteriores que fueron plasmadas en los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), muchos hasta hoy ignorados y violados de manera persistente, sino que ejercíamos presión colectiva para que los gobiernos asumieran sus responsabilidades en las nuevas propuestas de desarrollo adoptadas en las Naciones Unidas: primero los ocho Objetivos del Milenio (ODM) y luego de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que abarcan todo aquello que debería mejorar en el mundo.

Esa militancia comprometida de la izquierda del siglo pasado hizo posible que los Estados admitieran responsabilidades que de otra manera no hubieran asumido. Cada convención internacional fue resultado de una lucha ardua de quienes éramos parte de una izquierda progresista y no necesariamente partidista, aunque marchábamos codo a codo con comunistas, trotskistas, maoístas, anarquistas, feministas, etc. La derecha nunca apoyó esas reivindicaciones.

Lo que he resumido en los párrafos anteriores es lo que definía a nuestra izquierda. No eran sólo discursos furibundos (que también había), sino posiciones en favor de cambios sociales profundos y en contra de regímenes autoritarios civiles y militares. La que ahora se autodenomina “izquierda” ha conservado solamente los eslóganes vaciados de contenido: dicen una cosa y hacen exactamente lo contrario. Quienes se autocalifican de “izquierda”, en realidad representan posiciones ajenas al pensamiento que podía considerarse de izquierda en las décadas de 1960 a 1990.      

Frente a ellos están en este siglo los mal llamados “libertarios”, que pretenden robarle el rótulo al movimiento anarquista, sin representarlo de ninguna manera. La ideología de estos grupos los coloca en el extremo reaccionario del espectro político, porque en realidad son populistas ultraliberales y conservadores. Los ideólogos del anarquismo, desde Proudhon hasta Malatesta, pasando Bakunin hasta Kropotkin (y mi querido Liber Forti), deben estar sacudiendo sus cenizas en sus tumbas, de pura rabia. 

©Dibujo de Banegas

Si la sociedad hubiera estado, en el siglo pasado, en manos de los que ahora se reclaman “de derecha”, no se habría avanzado en las grandes reivindicaciones, porque el pensamiento ultraliberal deriva en el abandono de toda política social y en una sacralización del lucro y del individualismo, sin respeto por la naturaleza ni por los derechos humanos. Prueba de ello es que el país supuestamente más “liberal” del planeta ni siquiera ha querido ratificar la mayor parte de las convenciones de la ONU que buscan equilibrios políticos y la paz global. Estados Unidos no se ha adherido siquiera a la Convención Internacional para los Derechos de la Infancia, y le ha dado la espalda a todos los tratados internacionales que buscan proteger al planeta de un cataclismo ambiental. Ahora, por segunda vez, anuncia que abandonará la Unesco, después de haber hecho lo propio con la Organización Mundial de la Salud (OMS).      

Lo reitero, la izquierda y la derecha ya no existen, son cosa del pasado. Lo que tenemos en los nuevos polos opuestos es el populismo corrupto y una corriente progresista disminuida. Son tan populistas, conservadores y reaccionarios Javier Milei como Nicolás Maduro, Nayib Bukele como Daniel Ortega, Rafael Correa como Jair Bolsonaro (para citar algunos ejemplos en nuestra región). 

Frente al populismo autoritario que desprecia los derechos fundamentales, está el progresismo pragmático y moderado, respetuoso de las libertades, en el que destaca el chileno Gabriel Boric, el uruguayo Orsí, y el brasileño Lula da Silva (en su última oportunidad). 

En el paisaje político boliviano, la tendencia social demócrata que representa Samuel Doria Medina, ubicado en el centro del espectro ideológico, es más progresista que la oferta demagógica y mentirosa de las tres variantes del MAS, muy conservadoras a pesar de que mantienen una palabrería izquierdista que ni siquiera entienden. Quienes siguen calificándolos de “zurdos” o “socialistas” por su retórica sin contenido, cometen un tremendo error porque en realidad son depredadores de los derechos fundamentales y del medio ambiente.      

Qué bueno que algunos de mi generación, que apoyaron de manera oportunista o demasiado ingenua al masismo, finalmente (un poco tarde a mi parecer), reconozcan que sus gobiernos han sido los más nefastos para Bolivia en los últimos 75 años de historia (o más), y que Evo Morales y sus secuaces nunca tuvieron la menor inclinación progresista. Los que votaron por el MAS tres veces son cómplices, dos veces son oportunistas y una sola vez son ingenuos que se merecen por lo menos un buen cocacho. 

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Essere di sinistra significa optare per i poveri, indignarsi di fronte all'esclusione sociale, non adeguarsi di fronte a tutte le forme di ingiustizia e considerare l'ineguaglianza sociale un'aberrazione.
—Norberto Bobbio