11 diciembre 2024

Fenómeno cielo azul

(Publicado el sábado 23 de noviembre en Público Bo, ANF, Brújula Digital, Inmediaciones y EjuTv) 

Un interesante fenómeno se está produciendo en el universo virtual por el que inevitablemente transitamos en esta era. Algunos dependen en mayor medida de las plataformas mal llamadas “redes” (quizás porque atrapan), y otros tratamos de usarlas con mesura, para informarnos o compartir alguna opinión. Mantenerse completamente al margen es imposible, más aún ahora que (al menos en Bolivia) han desaparecido casi todas las publicaciones impresas y sólo quedan los canales y canaletas de televisión, a cual peor.     

Quienes escribimos en publicaciones de tinta y de papel (he publicado en casi todos los diarios que ha habido en Bolivia en el último medio siglo), hemos pasado a ser “digitales”, una condición poco agradable pero inevitable: escribimos ahora para portales accesibles a través de internet y no tenemos idea de cuántas personas nos leen y si acaso sirve de algo que sigamos escribiendo y publicando nuestra opinión como impalpables series de ceros y unos… 

No quiero desviarme del tema sino concentrarme en las plataformas que usamos para sentirnos parte de un todo social que ni siquiera lo es. Para bien o para mal, usamos esas plataformas con la esperanza de lanzar ideas como quien lanza al océano una botella con un mensaje pulcramente escrito y envasado al vacío.     

Las plataformas virtuales más conocidas (los territorios más “poblados”) son Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, TikTok, LinkedIn, Pinterest, Reddit, Snapchat, Flicker, Badoo, Discord y por lo menos un centenar más, algunas con mayor influencia en unos países que en otros. Las 5 primeras tienen más usuarios que la población total de China o India: Facebook (3.065 millones), YouTube (2.504 millones), Instagram (2.000 millones), WhatsApp (2.000 millones), TikTok (1.582 millones) dominan el mercado mundial de la información (o de la deformación cognitiva). Desde el momento en que escribí las líneas anteriores, esas cifras de usuarios ya han crecido. 

El nuevo nombre de Twitter es X desde que fue adquirido por la suma astronómica de 44 mil millones de dólares por Elon Musk, el excéntrico empresario más rico del mundo, cuya fortuna crece en aproximadamente 500 US$ dólares cada segundo que pasa (30.000 US$ por minuto). La naturaleza de X se tornó altamente parcializada políticamente desde que Elon Musk brindó su apoyo público a Donald Trump. Paradójicamente, Trump había sido exiliado de Twitter por su actividad difamadora y mentirosa, pero una de las primeras medidas que tomó Musk luego de la compra fue restituir la cuenta de Trump y destituir a 6 mil empleados de la empresa (más del 50%). No fue el único cambio: Musk empezó a cobrar por servicios de la plataforma que antes eran gratuitos, introdujo publicidad y mensajes no deseados ni solicitados (sobre su empresa de cohetes espaciales, por ejemplo) y le dio un giro político que acabó cansando a muchos usuarios. Un estudio de la universidad australiana de Queensland sugiere que Musk favoreció las cuentas pro Trump en X meses antes de las elecciones en EEUU. La cuenta de Musk consiguió un lugar privilegiado en los timelinesde los usuarios, posicionando el contenido gracias al cambio del algoritmo. Las visualizaciones de sus tuits aumentaron un 138,27%.      

Han pasado más de dos años desde que Elon Musk compró Twitter (octubre 2022), pero los efectos del desencanto se han sentido más desde que Trump ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Muchos atribuyen esa victoria a la manipulación informativa y a los filtros y algoritmos de X, y han decidido manifestar su desacuerdo cancelando su existencia en la plataforma virtual de Musk y trasladándose a otras.   

La principal beneficiaria de la migración de usuarios ha sido Bluesky (Cielo azul), empresa pública descentralizada creada el año 2019 por Jack Dorsey (el mismo creador de Twitter), pero se abrió al público como red social recién en febrero de 2024. A pesar de sus tres años de existencia, no es sino en las primeras semanas de noviembre 2024 que Bluesky eclosionó gracias a millones de “migrantes” que decidieron abandonar el oscurantismo manipulador de X para trasladarse a este otro “país” virtual donde supuestamente brilla el sol bajo un cielo azul y en lugar del símbolo de un pajarito celeste, aparece una mariposa del mismo color. 

Lo asombroso es la velocidad con que se está produciendo esa migración, algo que se refleja en los contenidos de los mensajes que aparecen en Bluesky. He vivido en días pasados ese fenómeno precisamente porque soy uno de esos migrantes que parecen llegar con una pequeña valija luego de un largo y cansador viaje.    

Los mensajes de “migrantes” que publica la red son interesantes, abundan aquellos que hacen referencia a su nueva “nacionalidad”, algo que no he visto antes en ninguna otra plataforma virtual. Se trata de mensajes de esperanza, como los que pudiera expresar un migrante que desembarca lleno de incertidumbre, pero también de confianza en el futuro. Por el momento los mensajes son de sorpresa, como de quien se adhiere a un nuevo partido político sin corruptos y mentirosos, por eso quizás esta plataforma está creciendo sobre todo en Estados Unidos y en segundo lugar en España. 

Para ver la velocidad con que se unen nuevos miembros a Bluesky, se puede consultar un contador en tiempo real https://bcounter.nat.vg/ A fines de septiembre de 2024 Bluesky tenía 9 millones de usuarios, un mes más tarde contaba con 13 millones y llegó a 20 millones el 19 de noviembre a las 10:05 de la mañana (hora de Bolivia). Al momento de escribir estas líneas, el 22 de noviembre, tiene ya 22 millones de usuarios. Durante la tercera semana de noviembre Bluesky recibía casi medio millón de nuevos “ciudadanos” cada 24 horas, a razón de 7 por segundo, aunque eso fue disminuyendo en los días siguientes. En América del sur solamente Brasil, Colombia, Argentina tienen un número considerable de usuarios. De Bolivia parece que somos cuatro gatos tempraneros.      

Como en todo espacio nuevo que se abre en internet, hay mensaje de todo tipo: desde revelaciones políticas hasta narcisistas que se sacan selfies con el torso desnudo frente al espejo (no tienen mamá que los fotografíe). Eso se irá decantando poco a poco y a medida que uno mismo decida bloquear lo que no le interesa. 


Los primeros mensajes de los que recién aterrizan son quizás demasiado entusiastas: “Vi luz y entré.”, !”, “Siento como que me mudé de barrio! Conociendo a mis nuevos vecinos...”, “Buscando a la gente que seguíamos en el Twitter premuskfascista para poder seguirla también aquí”, “Acabé de buscar perfiles de la extrema derecha y no están. ¡Una maravilla esta red social “Qué belleza volver a un espacio digital donde la gente no es abiertamente fascista”, “¿No os parece que Bluesky es como vivir una segunda juventud?”, “Los políticos nos dicen que hay que quedarse en X porque hay que estar donde está la gente. Que se queden, cierren y tiren la llave”, “Miro a mi alrededor en Bluesky y encuentro a las mismas personas que empezaban en Twitter hace casi dos décadas. Cansadas, renqueantes, tristes, ansiosas, desesperadas, rotas. En definitiva: mejores”, “A lo mejor no hemos venido al cielo azul a luchar, sino a reencontrarnos, a hablar como personas sensatas”, “Cada vez somos más aquí en el cielo azul. Todavía muy lejos de donde venimos, pero ya son números importantes”, “Necesitamos con mucha urgencia que mentir vuelva a dar vergüenza”.   

Más allá de la sorpresa, hay razones concretas: “Ideología aparte, creo que lo que se ha cargado a X del todo ha sido su algoritmo: no sirve, simplemente. Si no pagas, no te ve nadie. Seas de izquierdas o de derechas, un algoritmo así te machaca: sólo te crea ansiedad y, finalmente, desidia y desapego por una red inútil que pierde todo interés”, “Defender una esfera pública más sana, más propicia a la reflexión política, al intercambio y la crítica real, es una necesidad y una tarea colectiva. Ojalá desde aquí podamos contribuir a ello”, o “Quizás estaría bien que los medios que entren aquí tengan claro que hay que decir la verdad. Sin sensacionalismos, tergiversaciones, medias verdades, o bulos. Que si no lo hacen les bloquearemos aquí todos y todas. Por muy de nuestro lado que se muestren. Que esto sea el fin de la desinformación”.       

Otros son más cautelosos: “Veremos cómo nos va por aquí”, “Gente, con amor os lo digo ¿Si venís aquí a subir pantallazos de fachas de Twitter, pa qué mierda nos estamos escapando de Twitter?”, “Amigos, quise escaparme de X por la arrogancia de fanáticos trumpistas y libertarios y me refugié en Bluesky sin saber que me iba a encontrar con una tropa de fanáticos kirchneristas, pedrosanchistas y ramas afines. Estoy perdido, sin encontrar una playa de personas racionales”, escribió mi amigo y colega Francesco Zaratti. 

La escritora Maruja Torres, defensora aguerrida de Palestina y de otras causas justas: “Perdidos 3.000 en Lo Otro. Aquí me seguís 17.000”, el político Pablo Echenique: “No solamente doy la batalla por aquí. También piloto el monoplaza en otros cielos (cuando me da la vida).” Medios tan importantes como The Guardian o La Vanguardia han decidido dejar de publicar en X. Instituciones como la Universidad de Barcelona han optado por lo mismo, porque "fomenta el odio y la desinformación”. Probablemente nada de eso le importa a Elon Musk, quien no se caracteriza por ser una persona con ética. 

Muchos hemos abierto una ventana en Bluesky sin saber exactamente cuales son sus beneficios, pero si creemos en lo que nos dicen agencias autorizadas como la BBC, una de las ventajas de la nueva plataforma abierta es la posibilidad de bloquear a quienes propaguen discursos de odio y noticias falsas. Yo entro con cautela, dejando en Twitter casi diez mil seguidores. Tampoco es para mí una cuestión de vida o muerte, como lo es para otros. Apenas un experimento.      

Nadie puede saber si este globo se pinchará cuando alcance la altura de un pino. Probablemente quienes auguran la muerte de Twitter (X) estén precipitándose bastante. Lo cierto es que como señala CNN y otros medios globales, la migración de ciudadanos en el espacio virtual tiene características que no habíamos visto antes: normalmente las redes crecen poco a poco, y no lo hacen “por oposición a”, como en este caso. También es curioso el predominio del idioma castellano: los medios de información españoles o las versiones en castellano de otros medios, han abierto inmediatamente sus cuentas y comienzan a difundir noticias. 

Mientras tanto algunos se preguntan cómo se van a llamar las publicaciones de esta nueva plataforma. En Twitter eran “tuits” (grafía aceptada por la Real Academia). Sugiero que en Bluesky se llamen aleteos (flutter, en inglés). 

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Généralement, les gens qui savent peu parlent beaucoup, 
et les gens qui savent beaucoup parlent peu.
—Jean-Jacques Rousseau 


08 diciembre 2024

Rolando

(Publicado el sábado 16 de noviembre del 2024 en Brújula Digital, ANF, Público Bo, Inmediaciones y Cabildeo Digital)  

“Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también; que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dobles (…) Si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos caradura o polizón”.    

Este miércoles 13 de noviembre pasado, sonaba “Cambalache” y Rolando Costa Ardúz nos miraba desde un hermoso retrato colocado a los pies de su féretro. Su mirada escrutadora abarcaba toda la sala, pero nadie se percataba de ello. Parecía interpelar individualmente a cada amigo que venía a despedirse de él y saludar a Anita y a la familia. Yo lo percibí así, mirándome fijamente, reclamando recuerdos. 

No me acuerdo cuándo nos conocimos, pero puedo decir que siempre fuimos amigos, antes y después del exilio de 1980 en México. Mi memoria suele estar sembrada de fotografías y de imágenes no registradas. De Rolando conservo ambas, algunas tienen fecha precisa, otras no. Me pongo a revisar y encuentro, ya sea en el disco duro externo que tiembla junto a la computadora, o en el interno que patina en mi azotea. 

Las fotos tienen la virtud de anclar fechas y lugares, no dejan que la memoria reconstruya improvisando. Los recuerdos tienen otras virtudes, a veces embellecen y a veces oscurecen los momentos recordados. No hay memoria absolutamente cierta, siempre está filtrada por la razón y por el músculo del corazón. 

Rolando Costa Arduz, Julio de la Vega y Walter Solon Romero 

Cuando se produjo el golpe militar de Luis García Meza en julio de 1980, nos encontramos ambos asilados en la embajada de México, en la calle 5 de Obrajes. Ahí armamos un grupo de tertulia literaria con varios amigos entrañables: René Bascopé, Ramón Rocha Monrroy, Coco Manto, Lucho Rico, y por supuesto Rolando. En el patio de la residencia de esa misión diplomática vi por última vez a don Arturo Costa de la Torre, que ingresó para visitar a Rolando.     

Al regresar del exilio nuestras tertulias continuaron. Probablemente mi memoria esconde más de lo que revela, y por eso las fotografías llegan en su auxilio. Conservo fotos de una reunión en 1993 en mi casa, en Obrajes, con los queridísimos y entretenidos Walter Solón Romero, Julio de la Vega y Rolando. Esos tres amigos eran amenos, apacibles y en ningún momento hacían gala de su sabiduría y de su enorme experiencia. Eran sencillos, buenos conversadores, con un humor fino que deslizaban entre las frases. Probablemente había alguien más aquella noche (y otras), pero la realidad segmentada por la fotografía nos muestra solamente a los cuatro. Eran tiempos en los que un rollo de fotos era caro (y había que enviarlo a revelar y luego hacer copias), no como ahora que cualquiera dispara impunemente su celular (yo también). 

Visitarlo en la casa familiar de San Pedro era para mí un enorme regalo. Además de la conversación y las delicias preparadas por Anita, estaban los “tesoros”: su inmensa biblioteca con ediciones raras y valiosas, su colección de máquinas de escribir, la máscara mortuoria de Sergio Almaraz, las caricaturas originales de Ricardo Pérez Alcalá, otro amigo común, que solía representar a Rolando como un búho.     

Inevitablemente prendido a un cigarrillo, Rolando escapaba de la casa familiar en la calle Nicolás Acosta 454 del barrio de San Pedro, para encontrarse con amigos en algún café de La Paz. En una época nos veíamos en el café del Club de La Paz, también llamado “el mentidero”, porque era frecuentado por los políticos que descendían desde la plaza Murillo, tres cuadras más arriba por la calle Ayacucho. Conservo una foto en ese lugar, con Lucho Rico y Manuel Vargas, el 22 de diciembre de 2004. De haber sido durante décadas uno de los cafés clásicos de la ciudad, donde con frecuencia estaba don Juan Lechín y otros políticos renombrados, el Café de La Paz se convirtió en cualquier cosa, en un local de comida chatarra. 

Gumucio, Costa Arduz, Luis Rico y Manuel Vargas

Después, nuestro café de preferencia estaba en El Prado, en esa antigua casa de Núñez del Arco que alojó al café Vainilla y luego al café Urbano. Era un lugar donde se podía fumar. Rolando caminaba desde su casa hasta la calle México, pasando delante del panóptico de San Pedro, bajaba las gradas sin nombre que desembocan en la avenida 16 de Julio, junto al (ex) Hotel Sucre (que en la década de 1940 fue el mejor hotel de la ciudad). Cruzaba El Prado hasta el café Urbano donde conversábamos durante dos o tres cigarrillos antes de que emprendiera el retorno apoyado en mi brazo y en su bastón.     

No voy a decir aquí todo lo que hizo en su vida Rolando Costa Ardúz, porque es de dominio público que fue varias veces vicerrector de la Universidad Mayor de San Andrés (cuando la UMSA tenía nobleza y prestigio), prefecto del departamento de La Paz, vocal de la Corte Nacional Electoral, creador de la revista “Crónica aguda” (155 números) y autor de cerca de 60 libros, entre muchas otras actividades que lo enaltecen. Que otros hablen de ello, yo quiero narrar una anécdota que tiene que ver con su especialidad de médico forense. 

Rolando tuvo bajo su responsabilidad profesional la dolorosa tarea de hacer la autopsia de su amigo Luis Espinal, torturado y asesinado salvajemente en marzo de 1980 por esbirros enviados por el excomandante Jaime Niño de Guzmán. Lucho era entonces director del semanario Aquí, donde denunciábamos los actos de corrupción de los militares y los aprestos golpistas. Más de tres décadas después, en enero de 2017, se le ocurrió a Genaro Quenta, un fiscal despistado, mal informado y mal intencionado, que se debían exhumar los restos de Espinal para una necropsia. Me encontraba fuera de Bolivia cuando Rolando me contó eso por correo (por intermedio de Anita), angustiado porque no encontraba el protocolo de la autopsia que él había realizado 37 años antes. Le recordé que habíamos publicado el protocolo completo en el libro Luis Espinal, el grito de un pueblo, libro que me tocó coordinar para la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB) y que fue publicado en 1981 en Lima y un año más tarde en Barcelona. Le envié la copia del protocolo y de esa manera se pudo detener a fines de enero la orden de ese fiscal.      

En febrero, a mi regreso, nos juntamos a conversar en el café Urbano y cuando tocamos el tema, caí en cuenta de que a pesar de las dos ediciones mencionadas, el libro no se había publicado nunca en Bolivia. Delante de Rolando llamé a Xavier Albó, que ya residía en Cochabamba, y le pregunté si los jesuitas estarían interesados en cofinanciar una edición boliviana de la obra. Entusiasmado, el P’aqla dio su aval inmediatamente, lo que me permitió llamar a José Antonio Quiroga, director de Plural, y plantearle el desafío: “¿Puedes publicar un libro en un mes?” José Antonio contestó afirmativamente: siempre y cuando se le entregara el texto en Word en unos diez días. Nueva llamada a Xavier, quien me dijo que los colegas de la fundación que lleva su nombre se encargarían de transcribir el libro, ya que no existía (obviamente) una versión digital. El original lo escribí a máquina, no teníamos computadoras entonces. Mientras se hacía la transcripción acudí a la casa de los jesuitas para revisar una vez más la caja de fotos de Luis Espinal que había tenido oportunidad de examinar más de tres décadas antes. Dicho y hecho, la nueva edición del libro (Plural, 2017) salió pocos días antes de que se cumpliera el 37 aniversario del asesinato de Lucho. Rolando fue testigo y cómplice, ese 8 de febrero de 2017, de las llamadas de teléfono que permitieron concretar la aventura editorial. 

Meses después me hizo el honor de pedirme que escribiera el prólogo de su nueva obra, La Paz mágica y rebelde(2017), el libro número 57 de los que había escrito hasta entonces. Además de un honor era un desafío escribir el introito de un libro de uno de los mayores conocedores de la historia y del desarrollo de nuestra ciudad. Lo hice con cierta timidez abordando los tres aspectos que destacan en la obra: la historia, la topografía y las tradiciones. Mi prólogo fue una suerte de conversación con Rolando, por ello incluí este párrafo: “Escribir esta presentación ha sido un ejercicio de diálogo. Mi texto conversa con los textos de Rolando Costa Ardúz y lo hace desde la misma premisa de la que parte todo diálogo sincero: tenemos visiones disparejas sobre algunos aspectos, pero complementarias. Rolando ejerce la fascinación por una ciudad que ha conocido al dedillo, con sus secretos y su magia, y yo hablo de mi propia experiencia para decir que esa ciudad ideal lamentablemente ya no existe, la hemos dilapidado. En este contrapunto entre su visión y la mía quisiéramos contribuir a la toma de conciencia sobre lo que la ciudad ha sacrificado y sobre lo que podría aún recuperar”. El libro se presentó el 16 de febrero de 2018 en el salón de honor de Los Amigos de la Ciudad, en presencia de la familia y amigos de Rolando. Fue una reunión íntima con sus seres queridos.     

Anita y Rolando

Después de la pandemia solía visitar a Rolando y Anita en su nueva morada, en la calle 23 de Achumani, casualmente a sólo dos cuadras de una rotonda que lleva el nombre de Alfonso Gumucio Reyes, inaugurada el 17 de octubre de 2014 durante la administración de Luis Revilla, alcalde del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz. Rolando estuvo allí, junto a otros amigos cercanos, en aquel acto realizado al cumplirse el 33 aniversario del fallecimiento de mi padre.     

Cuando visitaba a Rolando salíamos a caminar por el barrio, lo cual le hacía mucho bien, aunque aprovechaba esas caminatas para fumar un par de cigarrillos. Anita trataba de ocultarlos por todos los medios, pero Rolando se daba mañas para tener siempre una cajetilla a mano. Las últimas veces, antes de que comenzara el deterioro severo de su salud, almorcé en su casa coincidiendo con la llegada de su hija Mariana. Las fotos de aquella ocasión tienen una luz especial que refleja la armonía de su hogar. 

Los dos últimos años fueron muy duros. No tiene sentido hablar de ellos, es mejor recordar a Rolando en pleno uso de sus facultades, lúcido y hablando de nuevos proyectos de libros. Aunque era 18 años mayor que yo (murió a los 92 años), tuvimos siempre una amistad fluida y entrañable. Rolando veía a muy pocos amigos, aparte de la familia, por lo que considero que tuve el privilegio de conversar y pasear con él. Ayer, viernes 15 de noviembre, estuvimos a su lado en la última despedida.      

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El mejor destino que hay es el de supervisor de nubes, 
acostado en una hamaca mirando al cielo.
—Ramón Gómez de la Serna 
 

05 diciembre 2024

Pasaporte de pacotilla

(Publicado el sábado 9 de septiembre de 2024 en ANF, Brújula Digital, EjuTv, Inmediaciones y Público Bo) 

Mi hermano Peter falleció el sábado 7 de septiembre de 2024 en Virginia, Estados Unidos. No pude ir a su entierro porque me fue imposible presentar todos los requisitos para obtener la visa gringa en tan poco tiempo. Mi hermana Emma y mi hermano Pablo, que tienen doble nacionalidad y pasaportes de Francia y de Canadá respectivamente, viajaron sin problema, a ellos no les exigen demostrar nada más que su identidad. 

El problema es nuestro pasaporte de pacotilla, boliviano, uno de los menos valorados del planeta. 

De acuerdo al Índice Henley de Pasaportes 2024 Bolivia cuenta con uno de los peores pasaportes del mundo: necesitamos visa de turismo para 146 países y ocupamos el puesto 63 en el ranking mundial. En América del Sur, somos los últimos, pero el gobierno boliviano se llena la boca de verborrea para decir que brillamos como un diamante en el panorama internacional.     

El Índice Henley es la clasificación autorizada de pasaportes del mundo según el número de destinos a los que sus titulares pueden acceder sin visado previo. Se basa en datos exclusivos de la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA) y ha sido mejorado por el equipo de investigación de Henley & Partners. 

Mientras los chilenos pueden viajar a 176 países (ocupan el puesto 15 del ranking), los argentinos a 172 (puesto 16), los brasileños a 171 (puesto 17), los mexicanos a 159 (puesto 22), los uruguayos a 157 (puesto 23), los paraguayos a 147 (puesto 31), los peruanos a 141 (puesto 34) y los colombianos a 135 (puesto 37), nuestro pasaporte boliviano de pacotilla sólo nos permite viajar a 79 países y ocupar la cola del ranking mundial. Somos los execrables, los últimos del pelotón. Estamos incluso peor que Venezuela, ya que su pasaporte permite visitar 124 países (puesto 43). 

Los “79 países” donde podemos viajar sin visa son un espejismo. Si quitamos de la lista los 29 vecinos de América Latina y el Caribe, los restantes 51 países están tan lejos como Micronesia, Samoa, Irán, Qatar, Filipinas, Singapur, Nepal, Burundi, Somalia, Sierra León, Madagascar o Zambia…Todos destinos muy interesantes, pero ¿cómo hacemos para llegar a esos destinos sin pasar por Estados Unidos o Europa? ¿A nado?    

En el ranking mundial los ciudadanos de Singapur pueden viajar sin visa a 195 países (ocupan el 1° puesto), seguidos de alemanes, italianos y españoles, que tienen abiertas las puertas de 192 países. Siguen casi todos los países europeos, donde para nosotros no es fácil entrar a menos que demostremos que no somos bribones y que tenemos cuentas bancarias, propiedades, trabajo estable, etc. Hasta una foto que no les gusta puede ser motivo de rechazo. Pero a los europeos o a los gringos no les pedimos nada a cambio. 

Para los bolivianos, viajar es una pesadilla. Lo dije con todas sus letras en un artículo que publiqué en 2022, cuando me tocó vivir en carne propia la humillación de solicitar una visa al consulado de Francia (país donde viví y estudié muchos años, publiqué dos libros, estuve casado con francesa, tengo dos hijos, cuatro nietos y una hermana franceses). 

Hay casos peores. Canadá es un ejemplo de tortura sicológica para los que quieren visitar ese país tan influenciado por Estados Unidos. Una visa puede tardar 3 o 4 meses, sin explicación. Hace diez o veinte años hice varios viajes a Canadá, y la visa se conseguía en un par de días en el propio consulado de cualquier país latinoamericano. Luego tercerizaron el trámite a un servicio que responde a las siglas VSF y aunque tiene todas las ventajas tecnológicas de internet, el tiempo de espera es mayor, tan grande como la humillación de toparse con una página web que no ayuda para nada, y donde ningún ser humano responde a los reclamos. Quizás algo de IA (inteligencia artificial) no les vendría mal.    

Parece que nuestros gobiernos, no solamente el actual, se olvidaron de lo que significa la “reciprocidad diplomática”, un principio consagrado en tratados internacionales.  Una de las pocas veces (creo que la única) que celebré una medida de uno de los gobiernos de Evo Morales, fue cuando se dispuso que los ciudadanos de Estados Unidos y de Israel soliciten visa para ingresar a Bolivia. Lamentablemente, la medida no duró nada, y eso que se les ofrecía la ventaja de pagar la visa al llegar al aeropuerto, sin ningún requisito previo humillante. 

La verdadera reciprocidad consistiría en hacer padecer el mismo calvario a los ciudadanos de los 146 países que nos exigen visa: que paguen el alto costo que nosotros pagamos, que esperen los largos meses que nosotros esperamos, que presenten documentos bancarios, títulos de propiedades, certificados de buena conducta de la policía, una foto perfecta y más. Nada de eso sucede. A Bolivia entra como Pedro por su casa cualquier mochilero con alpargatas, aunque no tenga cuatro pesos para subsistir durante su estadía.   

Las agencias de turismo, más preocupadas por su negocio que por la dignidad del país, son las que presionan al gobierno para que no exija visas a nadie. Tienen más poder que el ministerio de Relaciones Exteriores, con el argumento falaz de que, si Bolivia exige visas, no vendrán turistas. Parece que ignoran que los países que atraen más turismo en el mundo, son precisamente los que exigen visas (Francia, Italia, Grecia, etc). Para atraer turistas lo que hay que hacer es crear condiciones atractivas, no basta decir que tenemos un bello salar si los hoteles son una porquería y si Uyuni o Copacabana son basurales y por La Paz corren las aguas de una cloaca abierta. 

La reciprocidad tiene, además, un precedente histórico que no debemos olvidar, al menos en lo que se refiere a los países europeos. Entre 1880 y 1930, más de doce millones de europeos empobrecidos desembarcaron en América Latina con una mano atrás y otra adelante, muertos de hambre, en su mayoría analfabetos que apenas sabían escribir su nombre.    

Descendían de barcos abarrotados, sin documentos de identidad ni recursos para sobrevivir, huyendo de la miseria de una Europa incapaz de alimentarlos y de darles trabajo, sobre todo de Italia, Portugal y España, los países subdesarrollados del viejo continente. Fueron acogidos en Argentina, Brasil, Uruguay, Cuba o Venezuela, y siguieron su tránsito a otros países donde se instalaron, tuvieron descendencia y algunos hicieron fortuna. En Asturias (España) fotografié las casas de los “indianos”, ostentosas y de mal gusto, de los que regresaban de América con las petacas llenas.


Sin educación, pero con la voluntad de progresar se dedicaron al comercio o a la agricultura y se mezclaron en el crisol de identidades que hoy constituye la población diversa de nuestra región latinoamericana. Esto lo conozco no sólo por la información histórica disponible, sino porque tuve abuelos maternos de Italia y Francia que fueron parte de esa gran ola de migrantes que supuso una presión demográfica muy superior a la de los latinoamericanos que, un siglo más tarde, buscan viajar a Europa pero no son recibidos con la misma generosidad.      

En resumen, somos tratados como ciudadanos de quinta. Quizás lo merecemos, gracias a un gobierno que apoya a Rusia en la agresión a Ucrania, y a violadores de derechos humanos como Nicaragua o Venezuela, entre otros. Pero hay sin duda otras razones para discriminarnos como apestados, que quizás los canadienses o europeos nos puedan explicar (ya que de esas cosas nuestra improvisada Cancillería no entiende absolutamente nada). 

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Cuando no hay fronteras, me las traen. Aunque no quiera.
—Max Aub 
 

02 diciembre 2024

En voz alta

(Publicado el jueves 31 de octubre de 2024 en Brújula Digital, Público Bo, EjuTv y ANF) 

Estamos perdiendo en Bolivia la costumbre de leer libros. Quizás la hemos perdido hace mucho tiempo, pues ya pocos tienen bibliotecas, ya nadie cultiva la palabra escrita. Es patético. Y no es remplazable o sustituible: dirán algunos que ya no se lee sobre papel, pero que se lee mucho en plataformas digitales. Es cierto sólo en parte. Por ejemplo, mis nietos (que no viven en Bolivia) leen desde niños libros en dispositivos Kindle o Kobo donde pueden cargar centeneres de obras que de otro modo sería imposible trasladar en una mochila (mis nietos crecieron sin televisión, eso ayuda).     

Sin embargo, pongo en duda que los jóvenes en Bolivia lean tanto como antes leíamos a su edad. Una cosa es leer y aprehender contenidos, y otra muy diferente es sobrevolar imágenes y palabras sin retener sino un mínimo porcentaje de la información. La capacidad de relacionar segmentos de datos se ha perdido porque la manera de leer ahora es epidérmica (sin compromiso). 

En conversaciones en las que mi posición ha sido lamentar que la juventud ya no lea libros, ni periódicos, ni noticias, algunos optimistas sobre el futuro han replicado que eso no es cierto, que los jóvenes están todo el tiempo leyendo en sus teléfonos celulares, otros en sus tabletas digitales y los menos en computadoras.     

Parece que lo estuvieran haciendo, porque pasan entre 8 o 10 horas cada día con la vista fija en una pantalla luminosa, pero ¿qué están leyendo? Además de los mensajes directos o grupales de amigos o familiares (WhatsApp, Telegram, etc), y de los juegos que son adictivos entre jóvenes (y otros menos jóvenes), buena parte de esas horas frente a la pantalla se pasa revisando a vuelo de pájaro plataformas virtuales mal llamadas “redes sociales” (Facebook, Twitter, Instagram, TikTok, YouTube y cien más) donde encuentran píldoras de información dispersa que son incapaces de relacionar. Entre esos miles de flashes visuales diarios, con contenido de pocas líneas, hay de todo: desde las notas más frívolas hasta información científica, pero ello no significa que el conocimiento individual o colectivo se enriquezca. 

Supuestamente, la velocidad con que circula la información es enorme y permitiría que las plataformas virtuales contribuyan a generar crecimiento cognitivo gracias a un acceso inmediato y fácil a la información, pero la realidad es casi opuesta a esa creencia, porque esos flashes de información sintética no permiten profundizar (aunque algunos incluyen enlaces que hay que abrir) y porque la capacidad de reflexionar sobre lo que se lee, es precaria.   

Los adictos a las redes virtuales rozan todo tipo de temas que pasan vertiginosamente bajo sus ojos mientras los dedos hacen avanzar con rapidez las imágenes y los textos breves sin retener de ellos más que algunos muy cercanos a su interés personal. Si bien la red (World Wide Web) ofrece muchas posibilidades de acceder al conocimiento, lo cierto es que se trata de un mar de información tan dispersa como inasible cuando no se tienen los instrumentos necesarios para convertir esa información en conocimiento.   

No es extraño que estudiosos como Umberto Eco, Dominique Wolton o Eduardo Vizer, entre muchos otros, se hayan referido a la creciente incapacidad de comunicar y a la incapacidad de procesar datos en las nuevas generaciones: a mayor velocidad de circulación de la información, menor capacidad de reflexión y generación de conocimiento. La información es abundante pero la incomunicación cada vez mayor. 

Dominique Wolton afirma que la información es el mensaje, mientras que la comunicación es la relación, algo mucho más complejo. Y añade: “La ideología de la velocidad y de la transmisión en vivo se topa con el espesor de las culturas, de la historia y de la sociedad”. Eduardo Vizer dice que históricamente hay una visión “informacional” de la comunicación, de carácter funcional y pragmático, a la que se opone una visión de carácter crítico y “humanista”.    

Quienes estamos vinculados así sea tangencialmente a la educación podemos constatarlo fácilmente en nuestras clases: los estudiantes conocen muy poco de todo, no hay nada en lo que puedan profundizar porque eso que conocemos como “cultura general” es muy pobre y su conocimiento de la historia contemporánea es inexistente. La manera de usar las “redes” los convierte en una suerte de autistas voluntarios (con perdón de quienes realmente padecen esa condición). No es raro ver grupos de jóvenes que están físicamente lado a lado, pero cada uno aislado en su teléfono celular. La adicción es notable: quienes nacieron con el celular en la mano no pueden ir ni siquiera dos minutos al baño sin el dispositivo que se ha convertido en una suerte de prótesis digital o extensión neuronal. 

Esto afecta no solamente a los menores de 30 años sino a todas las generaciones que tienen acceso a internet: su manera de leer y comprender ha cambiado. Lo compruebo con amigos o conocidos que mencionan algún artículo reciente que (supuestamente) han leído en alguna plataforma de opinión o información, pero si uno indaga un poco más, apenas han sobrevolado el texto, reteniendo una porción mínima de su contenido, y por lo tanto mostrando limitaciones para reflexionar sobre los temas planteados.    

La gente de mi edad vive en internet formas de desconcierto y extravío. Quieren ser ciudadanos virtuales para no quedar al margen de las nuevas tecnologías, pero su modo de uso es por demás curioso. Unos se convierten en repartidores de memes mil veces publicados, sin verificar las fuentes ni agregar valor al contenido. Otros publican con una mano piadosas oraciones cada día, y con la otra, fotos de jóvenes en bikini. Me hace gracia esa suerte de esquizofrenia que viene con la edad y con la incapacidad de entender las plataformas digitales como instrumentos de comunicación. 

Por ello, se me ocurre recomendar el retorno a una práctica antigua y beneficiosa: lean en voz alta para leer bien, para retener lo que leen y para reflexionar sobre lo leído. Cuenta Fernando Savater en un delicioso libro (que he comentado meses atrás), que Flaubert tenía sobre su escritorio tres páginas en blanco: en la primera escribía lo que espontáneamente surgía de su pluma, en la segunda copiaba un texto más ordenado y resumido, y en la tercera pulía el texto definitivo, así fuera un solo párrafo. Luego salía al jardín que tenía junto a su solitario estudio, y ahí entre los árboles leía en voz alta lo que había escrito. Me parece maravilloso.     

(Escribo el párrafo anterior con la certeza de que pocos han llegado al final de este artículo para leer la recomendación). 

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No hay ninguna lectura peligrosa.  
El mal no entra nunca por la inteligencia cuando el corazón está sano. 
—Jacinto Benavente