(Publicado en Página Siete el domingo 30 de octubre de 2022)
Un avión militar aterriza en la pista de Vallegrande el 10 de octubre de 1967. Cuatro fotógrafos y veinte periodistas descienden con los ojos bien abiertos, dispuestos a registrar cada uno algo distinto sobre un mismo hecho que la historia ya ha inscrito en su libro, de manera inmediata, sin el trámite de los historiadores: el Che Guevara ha muerto. Bolivia aparece ante los ojos del mundo como si no hubiera existido antes.
Freddy Alborta en 1972 ©Foto PeterGumucio
En la misma pista estaba todavía el helicóptero que transportó desde la escuelita de La Higuera el cadáver tibio del Che con un rumbo que sería desconocido durante más de medio siglo. Un agente de la CIA, cubano al servicio de Estados Unidos, le tomó unas fotos. Todavía no se conocían los detalles del asesinato ni el nombre del obediente ejecutor, el sargento Mario Terán.
Octubre es un mes para recordar al Che pero también a Freddy Alborta, uno de esos cuatro fotógrafos que llegaron para cubrir los despojos de una guerrilla derrotada. Freddy trascendió más que los otros porque hizo las tomas emblemáticas del cuerpo inánime del guerrillero argentino-cubano exhibido por los militares en la lavandería de la escuela.
Otra vez octubre: Freddy habría cumplido 90 años de edad este 31 de octubre de 2022. Varias razones lo traen ahora a mi memoria.
Primero, la complicidad profesional que nos unió, su amabilidad, su modo suave de ser, su figura espigada, su rostro con inconfundible bigote y la barbita de chivo que dejó crecer en una época, el marco grueso de la montura de sus lentes, y por supuesto Capri, su estudio fotográfico en la esquina de la calle Socabaya con Mariscal Santa Cruz donde yo pasaba a visitarlo para conversar con él unos minutos. De adultos, las edades se igualan, pero no siempre fue así. Freddy nació en la misma fecha que yo, el 31 de octubre, pero 18 años antes, en 1932. Hay varios otros mojones en nuestra historia común.
Visita de Paz Estenssoro a Kennedy, 1963 ©Foto FreddyAlborta
Hasta que revisé su extraordinaria colección de negativos gracias a la generosidad de Mery, su esposa, yo no recordaba que habíamos viajado juntos en el avión presidencial Air Force 001 del presidente Kennedy, cuando su homólogo de Bolivia, Víctor Paz Estenssoro, hizo una visita de Estado, acompañado por dos de sus ministros, uno de ellos mi padre. Fue la última visita oficial que recibió el primer mandatario de la potencia del norte, un mes más tarde -el 22 de noviembre- fue asesinado en Dallas, Texas, y me tocó ver la experiencia del duelo que vivieron muchos ciudadanos de su país. Freddy había tomado una fotografía mía en el avión, con mis casi 13 años de edad, sentado, modosito y con corbata, en el avión Boeing 707 (modificado para volar largas distancias sin re-abastecerse de combustible) que nos fue a recoger a la base aérea de Pisco, en Perú. Es un recuerdo que nunca se ha borrado.
El Che fotografiado por Freddy Alborta
La segunda razón tiene obviamente que ver con el Che, y esa casi todos la conocen, al menos la parte más icónica: las fotos extraordinarias que Freddy tomó del rostro del Che con los ojos abiertos, rodeado por militares que se ufanaban de su trofeo de guerra. “El cadáver del Che me impresionó porque parecía vivo”, solía recordar Freddy. Se desplazó por la lavandería del hospital, donde reposaba el cuerpo con el torso desnudo, tratando de buscar los mejores ángulos y encuadres. Tomó un centenar de fotos. Junto a él, Hugo Roncal operaba una Bolex de 16 mm. Al regresar a La Paz reveló los negativos y entregó copias a varios corresponsales.
Freddy Alborta, Sebastián Peña, Carlos Soria Galvarro
©foto AlfonsoGumucio
La parte que pocos conocen es la reunión que hice en mi casa el 11 de abril de 1995, para recibir a uno de los dos mejores biógrafos del Che, mi amigo Pierre Kalfon, escritor y diplomático francés, que llegó a Bolivia para entrevistar a quienes habían tenido alguna relación con el Che. Invité a Freddy Alborta, a Loyola Guzmán, a Carlos Soria Galvarro, a Ted Córdova Claure, a Marcelo Quezada y a Amalia Barrón para que Pierre pudiera conversar con ellos. Pasamos una velada memorable intercambiando experiencias y testimonios que debí grabar entonces y no lo hice. Allí convino Pierre en adquirir los derechos de las fotos de Freddy sobre el Che para la edición de la biografía, que luego se publicó en varias lenguas.
La tercera razón por la que quiero recordar a Freddy en la fecha de su cumpleaños, es por su labor extraordinaria de fotógrafo de prensa, pero también de fotografía artística, una faceta que se conoce menos. Sus archivos de prensa son inmensos, y deberían ser parte de un repositorio histórico como otros archivos que han sido adquiridos por la alcaldía de La Paz. Además de la visita oficial a Kennedy de Paz Estenssoro y su delegación, en la que estuvo mi padre, Freddy cubrió durante más de 30 años el acontecer político nacional para la prensa local (Ultima Hora, Presencia, Jornada) pero también para las agencias United Press International (UPI), Associated Press (AP), Vis News, con una pequeña cámara filmadora de 16mm. Donde sucedía algo de importancia en Bolivia, estaba Freddy con su pesada Nikon, y a veces también con una pequeña filmadora.
En su fotografía artística, a la que no tuvo todo el tiempo necesario para dedicarle su talento, destacan las imágenes en blanco y negro del altiplano y del lago Titicaca, así como de personajes indígenas a quienes se aproximó con respeto, sin la mirada exótica de los turistas.
Entre las fotos de estudio siempre me impresionó la que hizo para la portada de la edición de “El estudiante enfermo” que publicó Jorge Catalano en la editorial Difusión, donde muestra el torso desnudo de una mujer, una representación de delicado erotismo que sin duda ayudó mucho en las ventas de la novela de Porfirio Díaz Machicao. A pesar de mi persistente curiosidad, nunca quiso decirme quién había sido la modelo.
Freddy murió el 18 de agosto de 2005, a los 72 años de edad, dejando un legado importantísimo de trabajo fotográfico que el Estado debería preocuparse de preservar y digitalizar para hacerlo accesible a investigadores y al país en general.