23 enero 2022

Pablo Ramos, cuando se aleja el tren

(Publicado en Página Siete el domingo 7 de noviembre de 2021)

 La última vez que estuvimos en mi casa, a mediados de noviembre de 2016, me obsequió la fotocopia de su libro autobiográfico (“Cuando se aleja el tren”, 1990), dos libros de relatos (“El provocador” de 2012 y “Los escaldados” de 2014), y un pequeño poemario (“Poemas del camino”, 2006). Quería escribir sobre ellos, pero apenas seis semanas después, me sorprendió su nombramiento como presidente interino del Banco Central de Bolivia.

Con Pablo Ramos, noviembre 2016 

 Mi relación de amistad intelectual quedó en suspenso cuando aceptó el cargo. Al principio me alegré, pensando que su integridad ética y moral iba a poder más que las mañas de Evo Morales y de Arce Catacora, pero el tiempo me desmintió y el Banco Central fue usado para manejos irregulares en las finanzas públicas, como por ejemplo el financiamiento, contra toda norma, de empresas estatales deficitarias y mal administradas, o la veloz disminución de las reservas en los años finales del régimen. Quiero creer que fue un periodo difícil para Pablo, y que aceptó ese cargo para recobrar cierta visibilidad pública.

 No quiero referirme ahora a ese periodo final de su vida pública, sino a las facetas que nos acercaron durante muchos años. Los episodios por los que recordaré a Pablo Ramos con amistad y espíritu de celebración son otros, relacionados con la creatividad literaria.

 El tren del Gran Chaco

 Pablo Ramos escribió libros sobre temas económicos y políticas públicas, pero otros se pueden ocupar de comentarlos con mayor conocimiento de causa. Yo quiero referirme a los títulos de su producción narrativa y poética, por ejemplo “Cuando se aleja el tren” (1990), un esbozo autobiográfico publicado prematuramente, ya que Pablo tenía apenas 53 años de edad. Se trata de un testimonio armado con viñetas cortas, ordenadas cronológicamente desde 1950 hasta 1990, con algunas ilustraciones de Walter Solon Romero. Cuarenta años de anécdotas cuyo hilo conductor es la memoria que transita como un tren, preservando no necesariamente lo más importante sino lo que marcó al autor desde su niñez.

 En su pueblo del Gran Chaco, la estación de ferrocarril era el lugar donde transcurría la actividad social más importante, el portal de ingreso y de salida al resto del mundo. En ese entonces, para llegar a Santa Cruz de la Sierra se necesitaban varias semanas, tres días para alcanzar Tarija, pero apenas cuatro horas para cruzar la frontera hacia Argentina. El tren se llevaba a la gente del pueblo: el niño Pablo describe con nostalgia el ambiente de misterio y las “intensas emociones” que producía la locomotora con su penacho de vapor: “Yo era el último en abandonar la estación; me gustaba observar cómo se alejaba el tren hasta empequeñecerse y desaparecer en la primera curva. Comprendía que la tarea de recordar se iniciaba al partir el tren”.

 Eran tiempos de sencilla felicidad. La manera frugal y humilde con que vivió los primeros años en su pueblo natal acompañó a Pablo Ramos el resto de su vida. En el fondo nunca dejó de ser el niño maravillado por el paso del tren, aunque le tocó ocupar funciones públicas de alta investidura: cuatro veces Rector de la UMSA, Prefecto de La Paz, consultor internacional, dirigente político, entre otras.

 Para un joven sin muchos recursos, estaba condenado a “estudiar lo que pudiera y no lo que quisiera”, sin embargo, un golpe de suerte lo llevo a estudiar finanzas, para aprender a “formular preguntas”, el sentido real de toda investigación. Ramos escribe atinados apuntes sobre la mediocridad de muchos de sus colegas: “El docente aparecía como modelo intelectual y profesional, aún en el caso en que las virtudes fueran pocas y las deformaciones, muchas”.

 Las viñetas son homenajes a la memoria de personajes, de momentos de su propia vida, de viajes y encuentros, todo ello narrado con una prosa concisa, donde no sobran palabras. Los recuerdos más antiguos son los mejor descritos, como la viñeta sobre el cabo Juan, un indígena mataco que regresó como héroe de la Guerra del Chaco, pero nunca quiso que lo ascendieran a sargento. O la que le dedica al poeta Oscar Alfaro, “alto, delgado, de frente ancha y voz suave”, cuya “tupida barba” era motivo de las interpretaciones más caprichosas entre los estudiantes.

 El humor es una constante: recién llegado como estudiante a Tarija, temía ingresar a la Biblioteca Municipal porque pensaba que le iban a cobrar por consultar los libros. Muchos años después, en julio de 1970 cuando era perseguido político, se escondió en la maternidad del Hospital General, lo que dio lugar a otra anécdota jocosa. Menos divertidas son viñetas que describen a personajes políticos. De una entrevista a solas con el presidente Ovando le quedó grabada la frase: “Mire Pablo, a mi me da lo mismo cargar con un cadáver en la espalda o con dos mil”.

 Sin haberlo soñado llegó la primera vez a la rectoría de la UMSA, y una cosa llevó a otra: la fundación y militancia en el MIR (afirma que él y Chichi Ríos Dalenz decidieron usar la sigla MIR a pesar de la oposición de algunos compañeros), los exilios en México y en Chile, las invitaciones políticas a Cuba o a Corea del Norte, las persecuciones, amenazas y atentados, etc.

 El respeto por la naturaleza atraviesa las páginas del testimonio, desde un día de juventud en que mató a una chulupia con una honda y juró nunca más hacerlo. Su amor por la naturaleza debió sufrir un duro golpe hacia el final de su vida, cuando millones de hectáreas de bosques fueron calcinadas en la Chiquitanía con la autorización expresa de Evo Morales. Su crítica al decreto neoliberal No. 21060 (1985) y al daño que hizo a la industria nacional por el incremento en las importaciones, tuvo sin duda un efecto búmeran cuando durante el “proceso de cambio” del que fue parte no solo mantuvo el decreto intocado, sino que estimuló el contrabando como nunca antes, en manos de mafias organizadas y armadas. ¿Cómo escribiría Pablo sus memorias en estos tiempos de narcotráfico, minería salvaje y depredación de la naturaleza?

 El pulso poético recorre las 174 páginas del libro, que termina con un párrafo que el tiempo a teñido de ironía: “Espero que el final del siglo me encuentre en la plaza de un pueblo remoto y olvidado, o en algún barrio marginal de una gran ciudad, entre gente reunida para escuchar un apasionado discurso contra la nueva Rosca, las transnacionales, el neocolonialismo y, sobre todo, contra el Presidente de turno, si olvida que su primer deber consiste en defender la dignidad nacional”. Paradojas de la vida, regresaría a la escena pública en enero de 2017, con el régimen de Evo Morales, autoritario y depredador de la naturaleza.

 Los caminos se encuentran

 Nos unía una amistad literaria y política desde que en 1988 lo entrevisté en su calidad de asesor económico de la Central Obrera Boliviana (COB), sobre la crisis de los relocalizados de las minas y el dramático desempleo, para mi película documental “Derechos sindicales”, una producción de la televisión holandesa. Aunque él había trabajado como joven economista en gobiernos del MNR, fue un acérrimo crítico del último gobierno de Paz Estenssoro.

 Quizás por cierto parentesco de estilo entre las viñetas de su libro “Cuando se aleja el tren” (1990), y las de mi testimonio “La máscara del gorila” (1982), a fines de febrero de 1990 tuvo la deferencia, otra vez rector de la UMSA, de presentar en el Salón de Honor de la universidad, la edición boliviana de mi libro premiado y publicado antes en México. Fue un acto memorable, rodeado por las 242 figuras del mural “El retrato de un pueblo” de nuestro amigo común Walter Solon Romero, inaugurado el año anterior con un catálogo cuyo texto tuve el privilegio de escribir. Pablo habló del libro con mucha propiedad, mientras que el otro comentarista, el Agregado Cultural de la Embajada de México, Lázaro Cárdenas Batel (nieto del gran ex presidente mexicano), no había mirado el libro ni por el forro. Cárdenas fue luego gobernador de Michoacán y desde 2018 es ahora Coordinador de Asesores del presidente López Obrador.

 Como ha sucedido otras veces, heredé de mi padre la amistad con Pablo Ramos, que era un joven profesional cuando comenzó a trabajar en el ministerio de Economía. En “Cuando se aleja el tren” le dedicó un par de viñetas: “Don Alfonso Gumucio Reyes fue uno de los hombres más visionarios que produjo la Revolución Nacional. Como presidente de la Corporación Boliviana de Fomento fue el artífice del avance hacia el Oriente y del desarrollo agro-industrial de Santa Cruz”.

 Los cuentos que son verdad

 Nos veíamos poco pero cuando lo hacíamos, solíamos hablar de literatura, una pasión que mantuvo siempre en paralelo a sus actividades de servidor público.

 Escribió otros libros de relatos marcados por la nostalgia de su tierra y de encuentros con personajes que contaban historias y que él se encargó de plasmar sobre papel para que no se extravíen en los vericuetos de la memoria. En “El provocador” (2012) reúne 28 de estos relatos, uno de los cuales le da título al libro y justifica la foto de la tapa: el monoblock de la Universidad Mayor de San Andrés, donde fue cuatro veces rector. El relato pinta de cuerpo entero el prototipo social de un provocador político, de los que tiran la piedra y esconden la mano, agitadores profesionales que permanecen en la universidad el doble de años de lo que tomaría estudiar la carrera más larga, solo para hacer política.

 En la portadilla interior confirma que “nada es ficción, todo es historia; sin embargo, ¿no ocurre, a veces, que la historia escrita es también ficción?” El estilo autobiográfico del libro anterior se prolonga, aunque a partir de este se hace también intermediario de cosas que escuchó de otras personas. Los textos son menos concisos, pero no menos entretenidos. Hay más descripciones, más rodeos para ir al grano. Por ejemplo, para contar la anécdota de la llegada del primer automóvil al Chaco boliviano, menciona la frontera con Argentina, los pozos de petróleo en Sanandita o la propia invención del automóvil. Su crecimiento intelectual lo lleva a razonar cada tema y ofrecer detalles que dejan menos espacio a la imaginación del lector.

 Uno de los mejores cuentos es “La gata del Montículo”, donde recrea de manera magistral su duelo de miradas con una gata misteriosa, mientras espera en la soledad del parque una cita amorosa. Es un relato que recuerda a Cortázar por la tensión que logra crear a partir de un hecho sencillo y cotidiano. No menos interesantes son “El matagallo”, donde sigue la trayectoria de un rifle que llega a El Palmar por azar y sirve a un niño para matar accidentalmente a un hermoso gallo reproductor pero con el tiempo termina en la guerrilla de Teoponte; “Las muertes del tigre” donde el personaje central padece de catalepsia y muere sin morir dos veces, o “El soldado que luchó desnudo”, que se remonta a la Guerra del Chaco para mostrar la arbitrariedad de los abusos de los mandos militares contra los soldados.

 Los testimonios sobre episodios políticos enriquecen la obra, como es el caso de “La tortura”, donde narra los padecimientos de un grupo de estudiantes universitarios apresados en Loma Santa durante la dictadura de García Meza. Algunas veces las referencias políticas pueden pasar desapercibidas para lectores menos informados sobre la historia contemporánea de Bolivia.

 “El dilema de un maestro” es un relato escabroso sobre el menudeo de droga en los colegios de Bolivia, y las amenazas que se ciernen sobre los profesores que pretenden denunciar el tráfico de cocaína. Aunque no siempre lo hace, algunas veces los personajes aparecen con su nombre real. Es el caso de monseñor Genaro Prata, nefasto personaje en la jerarquía de la iglesia católica de los años 1970, que tuvo que salir huyendo del país debido a hechos de corrupción en los que estuvo involucrado.

 En otro libro de 32 relatos, “Los escaldados” (2014), continúa la veta inspirada en su tierra natal y en los relatos que le “prestan” otras personas. En 170 páginas aborda el peso de las supersticiones y de las tradiciones en el campo, las ambiciones de las familias que quieren mejor educación para sus hijos, su propia trayectoria que se aleja de ese mundo bucólico. Un fino humor recorre los hilos narrativos, para concluir cada relato con una moraleja. Sin embargo, el conjunto es más racional en detrimento de la frescura del estilo.

 En estos y en los relatos anteriores el respeto por la naturaleza es un tema recurrente, por ejemplo, las crónicas sobre los weenhayeks que caminaban muchos kilómetros para cosechar maíz en El Palmar o pescar sábalos en Villamontes. Hoy marcharían para pedir al gobierno que ponga coto a la deforestación salvaje y a los avasalladores “interculturales”. Los recuerdos idílicos de Pablo Ramos contrastan penosamente con la realidad actual.

 En “la larga marcha” y “La madrastra” construye un hermoso díptico donde una misma historia se narra desde dos miradas diferentes.

Poemas del caminante 

Desde muy joven Pablo escribió poemas, y a diferencia de muchos poetas tempranos, no dejó de hacerlo a través de los años, aunque en dosis esporádicas. Volví a leer “Poemas del camino” (2006), que como su nombre sugiere, reúne versos autobiográficos de su transitar por Bolivia, por otros países y por relaciones de amistad, caminos que su madre “nunca recorrió”. Son versos bucólicos que “apenas alcanzaron la fugacidad de los sueños”. Como sus libros de relatos, este también es un balance de etapas de su vida.

 Aborda lo inexorable de la muerte: “Hijo mío, / aprende a tiempo / que el sol no se detiene / y que tarde o temprano / alargarás tu sombra”. Son poemas que exudan valores y humildad: “Yo no canto, / apenas hablo / y digo algunas cosas / que no son importantes”.

 Aunque los poemas no están fechados individualmente, algunos podrían haber sido escritos hacia el final de su vida, con cierta amargura: “El mundo está muriendo / de nostalgia. (…) / El mundo está muriendo / traicionado”, dicen algunos versos de su poema “Culpable”.

 Pablo Ramos murió en Yacuiba, en la madrugada del viernes 24 de septiembre, a los 84 años de edad.

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Cuando yo sea grande convertiré en cenizas
los cercos y alambrados,
para hacer que los huertos se unan a los huertos
y que el bosque juegue con los niños.
—Pablo Ramos