05 enero 2021

Satisfacciones pírricas

Desde hace varios años, en estas fechas se me da por escribir un balance personal, pero nunca lo hago, por varias razones. De la lista de propósitos entusiastas con que empiezo cada año, nunca logro ni siquiera la mitad, porque otras actividades imprevistas aparecen a lo largo de los 12 meses, desviando mi atención de las metas iniciales.

Por otra parte, con el tiempo me va ganando el desgano y me pregunto: “¿Vale la pena trabajar tanto?”. Hay periodos en que nada de lo que hago parece importar. Ni siquiera sé cual es el motor interno que me impulsa a seguir. Nunca he buscado reconocimiento ni figuración pública, como otros hacen de manera tan bien orquestada, pero a veces me cansa la indiferencia y el ninguneo.

En este 2020 extraño y complejo, en el que subí al séptimo piso de la vida y viví -como todos- una pandemia mundial que nos pilló de sorpresa, hago este balance, pero no de lo que hice, no de los logros efímeros, sino de mi agradecimiento a quienes se interesan por lo que hago, más allá del espejismo de las redes sociales, donde la gente marca un “me gusta” facilón sin siquiera haber leído lo que uno se toma el tiempo de escribir.

Detalle de “La puerta del infierno” de Auguste Rodin

Me llegan boletines de redes profesionales como Academia.edu, Research Gate, Linkedin y otras donde intentan halagarme con mensajes como: “su texto más leído este mes fue Haciendo Olas…”, o “encontramos 726 nuevas referencias a su trabajo”, o “29 personas buscaron su nombre esta semana…”, o “fulanito y zutanito citaron su artículo…”, o “el nombre Alfonso Gumucio fue mencionado en 697 PDF subidos recientemente a Academia.edu”.  Lo revelador de esos mensajes es que me leen más fuera de Bolivia que en mi propio país.

Internet es un espejo engañoso, por eso tomo con cautela el hecho de tener cerca de tres mil seguidores (no “amigos”) en Facebook y más de diez mil en Twitter, o que en la más reciente búsqueda de Google sobre “Alfonso Gumucio” aparezcan 246.000 resultados en medio segundo. Lo que para muchos es una prueba de existencia, para mi no lo es. Sigo pensando que “estar en la nube” (algún gigantesco servidor en San Francisco o Hyderabad) no quiere decir mucho.

Como disciplina personal publico cada año un centenar de textos, más de la mitad en este diario y el resto en publicaciones internacionales. A diferencia de otros países, en Bolivia ese esfuerzo no me deja ni un centavo, ni siquiera un pago simbólico. Estoy en la amplia categoría de escritores que no viven de su escritura y cineastas que no comen con su cine.

La satisfacción que a uno lo mantiene rompiéndose la espalda frente a la computadora como si fuera a salvar al mundo, viene de los lectores que de veras se toman el tiempo de leer lo que uno escribe. Eso justifica el esfuerzo de hacerlo. Tengo amigos fuera de Bolivia que están pendientes de mis artículos y cuando los leen me escriben. Sé que los han leído porque el comentario que me envían por correo electrónico no es simplemente un “like” banal y desprovisto de alma. 

Hay estudiantes y maestros en universidades de otros países que consiguen mi dirección y me escriben agradecidos por algún texto que los ha ayudado a comprender algo de su propio proyecto de investigación o de vida. Eso compensa el ninguneo de otros.

Es el caso, por ejemplo, de jóvenes comunicadores de Colombia que me escribieron sobre sus motivaciones y mi aporte teórico que habían estudiado en profundidad: “A principios del 2015 conformamos el Colectivo de Comunicaciones Gumucio Dagron, con el que iniciamos en comunidades vulnerables procesos de formación con niños, niñas y jóvenes desde la fotografía como radiografía de las diversas problemáticas y lugares felices en sus localidades”. Un par de años después ese mismo grupo creó una página web y cuentas en Facebook, Twitter, YouTube y otras plataformas, y las nombraron “El cuarto mosquetero”, título de un artículo mío que por alguna misteriosa razón tuvo más difusión que otros. 

El trabajo de estos mosqueteros de la comunicación es tesonero y creativo. Quizás yo los inspiré en algún momento, ahora ellos me inspiran con más de cien videos, programas de radio, blogs y mucha actividad en comunidades. 

Lo mismo puedo decir de varias experiencias en África y en Asia que retomaron el título de mi libro “Making waves” (2001) para nombrar experiencias de comunicación comunitaria. Son satisfacciones, quizás pírricas, en un país dominado por el egoísmo y el oportunismo.

(Publicado en Página Siete el sábado 26 de diciembre 2020)  


________________________

Una vida usada cometiendo errores no solo es más honorable,

sino que es más útil que una vida usada no haciendo nada.

—George Bernard Shaw