24 abril 2019

La gran vida del pequeño Pepe

 La foto que mejor representa a Pepe Ballón es donde aparece con un sombrero de copa alta. No me gusta la foto porque la chistera lo presente más señorial ni lo pinte de oligarca, sino porque su rostro refleja cómo se divierte con ese símbolo de opulencia que está muy lejos de representar lo que Pepe fue en su vida. 

Lo recuerdo con sus ojillos pequeños, brillosos, con esa mirada que era una mezcla de melancolía y de picardía, aunque era difícil saber cuándo era cual. Llevaba con frecuencia una cachucha de cuero y una mantilla de vicuña. 

Pepe era pequeño pero era grande. Daba la impresión de fragilidad, pero tenía adentro un corazón que ocupaba todo su pecho y bombeaba una energía contagiosa. Con esa su manera sencilla y humilde era capaz de articular grandes causas y de facilitar puentes entre la gente. Si era militante político en una etapa de su vida, fue más por vocación de rebeldía que por formar parte de un aparato burocrático. 

Entre las muchas cosas buenas que hizo, aquella que lo hizo trascender como gran gestor cultural fue la Galería y Peña Naira, el espacio de arte más emblemático cuando La Paz tenía muy pocos. En la Galería Naira expusieron los artistas más importantes de entonces y de ahora. La foto de la inauguración muestra a Enrique Arnal, Gil Imaná, Luis Zilveti, María Esther Ballivián, Jorge Carrasco Núñez del Prado, Fausto Aoiz, Inés Ovando, Alfredo La Placa, y otros. Naira ofreció cursos y premios de dibujo, de pintura, de teatro, de música, de baile. Alguna vez participé allí dando una conferencia sobre la historia del cine boliviano, cuando recién empezaba a investigar el tema. 


Pepe Ballón rodeado por artistas plásticos, entre ellos Luis Zilveti, Enrique Arnal, Gil Imaná, Alfredo La Placa,
Inés Ovando, María Esther Ballivián, Jorge Carrasco Núñez del Prado, Fausto Aoiz.  
La peña musical de la calle Sagárnaga promovió el nuevo folklore boliviano, cuando nadie más lo hacía. Allí se consolidaron artistas como Alfredo Domínguez, Ernesto Cavour, Gilbert “el Gringo” Favre… Los Jairas fue el nombre legendario del grupo de música folklórica que representó a Bolivia en el mundo y que abrió la brecha para tantos otros que vinieron después. 

Solíamos ir a la Peña Naira, estrecha, pequeña, y ocupábamos esas bancas rústicas hechas por los presos del Panóptico de San Pedro. Nos sentábamos codo a codo alrededor de mesitas de madera noble, simple. 


Violeta Parra
Años después, Pepe me contaba anécdotas como la llegada en tren desde Chile de Violeta Parra, enamorada hasta el tuétano. Violeta aparecía como un fantasma: desgarbada y con una obsesión en el rostro: el Gringo Favre. Asistía a todos los recitales de los Jairas, se quedaba allí toda la noche esperando el final para estar con Favre. Su aspecto mostraba su desesperación bajo el embrujo que ejercía sobre ella el músico suizo-boliviano. Violeta expuso dibujos en la Galería Naira, y permaneció bastante tiempo en La Paz, persiguiendo un amor que ya era imposible porque no era ya recíproco como alguna vez lo había sido. 

Eso me contaba Pepe sobre esa relación que ha hecho correr tanta tinta, pero no era el tema principal de nuestras conversaciones que transcurrían en su oficina de la imprenta universitaria, en un sótano debajo del Monoblock de la Universidad Mayor de San Andrés donde solíamos caerle los amigos para charlar de arte y de política. Walter Solón Romero era de los más asiduos, y en esas visitas se consolidó también mi amistad con él. 


Una imprenta es siempre un lugar mágico, y la gente asociada a las imprentas siempre ha ejercido sobre mí una seducción especial. Líber Forti y los linotipos de plomo humeante, don Ernesto Burillo con las prensas en las que imprimíamos la Revista nacional de Cultura, las prensas de Excélsior donde trabajé como periodista cuando estuve exiliado en México. Ese mundo de plomo y tinta negra me fascinaba del mismo modo que fascinaba a Pepe Ballón. 

Con Don Ernesto Burillo (con quien tuve varias aventuras editoriales) fundó la Imprenta y Editorial BuriBall. Pepe apoyaba proyectos con un desprendimiento que no se notaba, pues ese era su arte: ayudar sin que él apareciera como el hombre grande y generoso que era. 

Durante su gestión en la imprenta universitaria nos regaló 6 nuevos narradores bolivianos a René Bascopé, a Manuel Vargas, a Jaime Nisttahuz, a Ramón Rocha Monroy, a Félix Salazar y a mí. Esa colección de cuentos primerizos fue nuestro bautizo como grupo generacional. 

Durante su segundo exilio en Venezuela trabajó en la Galería del Libro y en 1982 me hizo “la gauchada” de publicar en Caracas una edición de mi libro El cine de los trabajadores, que había salido un año antes en Nicaragua, como producto del trabajo que hice con la Central Sandinista de Trabajadores. 


Retrato de Agnes Franck
En la época de nuestros exilios intercambiamos cartas, enviadas cuando él estaba en Caracas y yo en Managua y luego en México. Las suyas son cartas de varias páginas, escritas con una letra pulcra sobre papel rayado. En todas abre su corazón solidario, en cada una incluye los abrazos fraternos de los quienes lo rodeaban en Caracas y hacia quienes estábamos en México, afirmándose en ese valor supremo que es la amistad. 

Así se despide en una de esas cartas: “Chau, me voy al teatro, les beso con cariño, a esta muestra de afecto se suman Leni, María, Mauricio, Pachi, Pajarito y otras aves” y más abajo: “Saludos cordiales a todos los cumpas, especiales a Coco, René, Alma, Bascopé. Especialísimos a Cristina, Marisol, Mauricio. También supe que andaba por esos pagos Enrique Arnal, si aún está por allá otro abrazo, y esta vez me despido hasta pronto y fin”. 

En otra empieza: “Que sino dramático, trágico, nos ha señalado la vida a los sencillos altiplánicos que somos nosotros, que hace tantísimo tiempo venimos dando tumbos, caídas, traspiés y vamos errantes por este mundo adverso, queriendo abrevar nuestra descomunal sed de justicia, de paz y amor; pero felizmente aún hay infinita belleza en esta tierra y hay abrevaderos como la fuente de la amistad que ustedes me dan…” 


Julio de la Vega, Alfonso Gumucio, Oscar Soria, Pepe Ballón
en la puerta del Cine 6 de Agosto
En mis archivos encuentro una foto tomada al regreso del exilio, en junio de 1984, en la puerta del Cine 6 de Agosto: Pepe Ballón, Oscar “Cacho” Soria Gamarra, Julio de la Vega y yo.  Duele ser el único que queda. 

No hay muchos hombres como Pepe Ballón y generalmente se los reconoce cuando ya no están con nosotros. Luis Alberto Ballón era de esos grandes seres humanos, como Liber Forti, que tienen espíritu de tinta y papel. Son seres cultos y humildes, porque a lo largo de sus vidas aman los libros. 

Pepe nació un 23 de julio de 1918, y falleció un 9 de julio de 1997, un Leo raro, porque no le gustaba brillar, era un hombre modesto y sencillo. Pero por mucho esfuerzo que hiciera su valor no podía esconderse. A cien años de su nacimiento, su memoria se impone en quienes lo conocimos y quisimos. 

(Publicado en “Jiwaki, Revista Municipal de Culturas” nº66, en algún momento de 2018)
_________________________
Yo voy sembrándote,
por dondequiera que voy,
para que te sea amiga la vida.
—Edmundo Aray