18 septiembre 2011

Petite planète y Simone Lacouture


A principios de 1981, treinta años atrás, fue publicado en Francia mi libro Bolivie cuyas pruebas de página había corregido en septiembre de 1980 en condiciones estimulantes en algún sentido y deprimentes en otro, ya que me encontraba como asilado político en la residencia de la Embajada de México, en la calle 5 de Obrajes, en La Paz, luego de haber pasado un par de semanas en la clandestinidad a raíz del golpe militar del General de Caballería Luis García Meza. Pero no es el episodio político que quiero recordar ahora, sino la pequeña historia del pequeño libro publicado en la colección “Petite Planète » (Pequeño Planeta) de la editorial francesa Le Seuil. 

De cómo llegué a publicar en esa colección tiene su propia historia detrás de bastidores, porque yo no era más que un estudiante de cine en el IDHEC (Instituto de Altos Estudios de Cinematografía), por entonces la principal escuela de cine de Europa, y como escritor solamente había publicado en Bolivia dos libros de poemas (Antología del asco y Razones técnicas), uno de conversaciones con escritores (Provocaciones), unos cuentos en un libro colectivo (Seis nuevos narradores bolivianos) y un ensayo sobre cine latinoamericano (Cine, censura y exilio en America Latina) resultado de un breve periodo de clases que impartí en la Universidad Mayor de San Andrés. 

Los libros mencionados salieron antes que Bolivie en Francia, es decir, antes de 1981, pero cuando yo logré el contrato con Le Seuil en 1977, tenía 26 años y no había publicado ninguno. Era nada más un aprendiz de brujo, con más entusiasmo que otra cosa. 

Me gustó tanto la colección “Petite Planète” cuando la vi en librerías, que me propuse escribir el libro sobre Bolivia. Cada uno de esos volúmenes de menos de 200 páginas era una deliciosa introducción al país del que se ocupaba. El texto era conciso, fácil de leer, y llevaba ilustraciones en casi todas las páginas.  Hoy es común encontrar ese diálogo visual entre texto e imágenes a todo color en colecciones tan bellas como las que publica “La Découverte” en Francia, pero en esa época “Petite Planète” estaba en la vanguardia. 

La directora de la colección era Simone Lacouture, autora, además, del libro sobre Egipto, país que conocía muy bien. Simone no era tan conocida entonces –ni ahora- como su marido, Jean Lacouture, biógrafo de personalidades como De Gaulle, Nasser, Blum, Mauriac, Montesquieu, Stendhal y Malraux, entre otros, que se suman a medio centenar de libros fundamentales sobre los países árabes y sobre la política francesa. 

Para conseguir una primera cita con Simone, acudí a mi buen amigo Pierre Kalfon, que había escrito el tomo sobre Argentina, donde fue corresponsal de “Le Monde” durante varios años. Pierre escribió un libro lleno de humor y a la vez agudo, capaz de capturar la esencia de Argentina y de los argentinos. Él le pidió a Simone que me recibiera, y lo primero que ella me dijo es que el libro de Pierre sobre Argentina era un modelo para ella: “Es el mejor de toda la colección”, afirmó. 

Pero inmediatamente después me bajó los ánimos cuando me dijo: “Pero usted no puede ser autor de esta colección, por dos razones: la principal es que usted es boliviano, y hemos evitado que los autores escriban sobre sus propios países, preferimos una mirada desde afuera, menos subjetiva. Y segundo, la lengua francesa no es su lengua materna, de modo que no podría usted escribir el libro en francés”. 

En los dos puntos tenía razón. Mi francés era aún precario cuando conversamos por primera vez a mediados de 1975, y con mi nacionalidad no había mucho que hacer, estaba en mis genes. Pero entonces mi determinación me llevó a hacerle una propuesta. Le dije que iba a escribir 2 o 3 capítulos del libro, sin compromiso editorial alguno, y que se los iba a presentar en francés en un par meses, después del verano. Aceptó la idea insistiendo en que no comprometía para nada a la editorial "Le Seuil", una de las más importantes en ese momento. 

Un tiempo después le presenté los capítulos.  Me había entusiasmado escribirlos, y lo hice de un tirón, seleccionando al mismo tiempo las ilustraciones (por ejemplo, dibujos que le pedí especialmente a mi amigo Luis Zilveti). Aunque escribí algunas partes directamente en francés, especialmente los títulos de los capítulos y algunas expresiones, me ayudó en la traducción definitiva mi amiga Monique Roumette, profesora de castellano que maneja ambos idiomas sin la menor dificultad. 

Luego de leerlos, Simone Lacouture puso el contrato frente a mi.  Le había gustado el texto sobre todo porque se podía leer como si fuera una narración cinematográfica. Estaba muy contenta con el resultado. De ese modo me convertí en el único autor -de toda la colección de más de un centenar de libros- que escribió sobre su propio país. Y el libro se publicó con el número 63 en la colección, en un primer tiraje de 30 mil ejemplares, que para la época era mucho. Como tapa utilizaron una foto de Alain Mesili, otro amigo. Resta decir que es el único libro con el que he ganado algo de dinero. Todo lo demás ha sido amor al arte. 

Lo anterior viene a cuento no solamente porque se han cumplido ahora 30 años de la publicación del libro, hoy agotado y jamás publicado en castellano, sino porque estuve en París hace dos semanas, visité a mi amigo Pierre Kalfon, y durante la conversación salió el nombre de Simone Lacouture. “Acaba de morir hace unas semanas, en julio”, me dijo Pierre, y otra vez sentí, como tantas otras veces este año, que una parte de mi propia historia se había muerto. 

“Murió tranquila –añadió Pierre- puso música de Mozart y se fue a su cama a dormir. Y ya no despertó más”.