28 mayo 2011

Casa fuera del tiempo


El arquitecto Luis Barragán
Me tocó compartir con algunos amigos, una visita guiada a la Casa de Luis Barragán, en el barrio de Tacubaya en Ciudad de México. La casa del singular arquitecto fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad el año 2004, y es el único sitio patrimonial privado que haya merecido esa distinción. La visita fue un privilegio no solamente porque la casa se mantiene cerrada al público y solamente abre sus puertas previa cita, sino porque es una obra fuera del tiempo, extraña y extraordinaria.

Dice Alberto Ruy Sánchez Lacy que la casa es a la vez un “manifiesto” sobre los principios creativos del arquitecto, y un “testimonio” de su concepción del mundo: “Nuestros horizontes no serían los mismos sin la obra de Luis Barragán”. 

Estar adentro es como estar en el interior de una figura geométrica que encierra un jardín mágico, una pequeña selva, tupida y sin horizonte. No parece interesar lo que pueda haber más allá de los altos muros que encierran el espacio de Barragán, porque la casa encierra su propio horizonte.

En 1980 Barragán fue el segundo arquitecto, después de Philip Johnson, cuya obra se reconoció con el Premio Pritzker, por el que recibió una pequeña escultura de Henry Moore. Otros arquitectos fueron galardonados en los años siguientes, entre ellos I.M. Pei (1983) el transformador de algunos de los museos de arte más importantes del mundo; Oscar Niemeyer (1988) el autor de los emblemáticos edificios públicos de Brasilia; Frank Gehry (1989) cuya arquitectura orgánica marcó el Museo Guggenheim de Bilbao; Renzo Piano (1998) autor del Centro Pompidou en París, y otros grandes de la arquitectura mundial.

En su discurso de aceptación del premio, Barragán se lamentaba de que en las publicaciones especializadas sobre arquitectura, hubieran desaparecido palabras como “belleza, inspiración, embrujo, magia, sortilegio, encantamento”, pero también otras que parecen definir su obra de cuerpo entero: “serenidad, silencio, intimidad, asombro”. 

Si hay algo que define la casa que construyó para habitarla hasta el final de sus días, son esas palabras. “En mis jardines, en mis casas, siempre he procurado que prive el plácido murmullo del silencio, y en mis fuentes canta el silencio”, afirmó en el mismo discurso. Y añadió: “Sólo en la íntima comunión con la soledad puede el hombre hallarse a sí mismo”.

El silencio y la soledad son parte del espíritu profundamente religioso de Barragán: “Sin el afán de Dios, nuestro planeta sería un yermo de fealdad”.  La sobriedad y el minimalismo en el diseño de su casa no son ajenos a la vida monástica, a la concepción mística del arquitecto. La simbología de la cruz cristiana aparece a veces de manera directa sobre una pared y a veces sugerida en las líneas y sombras de los muros de la casa.

Barragán libraba batallas secretas para afirmar su catolicismo como un militante que no necesita mostrar abiertamente su apasionamiento religioso, pero lo hace cuando dialoga en la intimidad con el arte o con la literatura.  Esto queda claro en las anotaciones que solía hacer en los libros que leía. En la página 42 de “La tumba sin sosiego” de Cyril Connolly, por ejemplo, tarja con vehemencia cuatro líneas que aluden a la hipocresía de los católicos, “a la censura y a la persecución de la herejía”, a “los jesuitas propietarios de burdeles y los obispos que bendicen cañones de la guerra española”, y en el margen escribe: “falso”.

La noción de una “arquitectura autobiográfica” puede parecer extraña pero no lo es en el caso de Luis Barragán. Los recuerdos del rancho jalisciense donde pasó su infancia y su adolescencia impregnan la arquitectura decididamente moderna de sus casas intemporales: una escalera estrecha sin pasamanos se convierte en la escalera volada, suspendida en el aire; las pequeñas puertas y las ventanas de madera de los graneros controlan el paso de la luz en las construcciones de cemento.

Lo curioso es que a pesar de las raíces autobiográficas y de los rasgos mexicanos, la arquitectura de Barragán no solamente no tiene un tiempo definido, sino tampoco un lugar de pertenencia. Podríamos ver rasgos similares en el norte de África, en la Europa mediterránea o en otras partes del mundo. Quizás la diferencia más notable, es el uso de colores vivos en algunas paredes.

La casa de Luis Barragán es un monumento hacia adentro, no hacia fuera. Es decir, lo contrario de lo que representan, por ejemplo, Calatrava, Niemeyer o Gehry. Las obras de estos arquitectos son como gigantescas esculturas, propuestas plásticas para admirar de lejos, mientras que la casa de Barragán es una forma hecha de espacios y luces para ser vivida desde adentro. Podríamos decir que la casa de este arquitecto con rasgos de anacoreta no tiene exterior. Por fuera no es más que un muro gris, casi sin ventanas, completamente anodino, con puertas de entrada discretas, casi invisibles.

Luis Barragán era un pintor de luces y sombras, y según Felipe Leal, que lo visitó en su “monasterio-fortaleza”, obraba como tal en su arquitectura, “quitaba o agregaba muros, ensanchaba sus espesores o reducía el claro de una ventana”, y luego dejaba reposar el resultado durante un tiempo, para apreciar los contrastes, los efectos de color, “corrigiendo, borrando y dando luces a su pintura”.

Se ha comparado su arquitectura poco abundante y de pequeño formato, con la parquedad literaria de Juan Rulfo –también jalisciense, y también fotógrafo aficionado- ambos personajes solitarios y reclusivos. Rulfo “podaba” sus textos hasta reducirlos a su esencia, y lo propio hizo Barragán con su arquitectura minimalista, depurándola de todo exceso y llevándola a la esencia de luces y sombras.