25 julio 2010

La mesa de García

Treinta años se dice fácil pero no se vive tan fácil. Con el tiempo la memoria abarca todo el cuerpo, se hace sentir hasta en los huesos. Parece que el tiempo hubiera volado, que hubiera pasado rápido, casi sin sentirse, hasta que uno se topa con un espejo, puede ser una luna vidriosa que devuelve la imagen, o puede ser un amigo coetáneo, una foto cuyo color delata el paso del tiempo, o un texto que uno escribió sin la intención de trascender.

Los espejos son peligrosos. Esa superficie brillante recubierta por detrás de aluminio o plata (siempre me gustó creer que era mercurio) es una ventana a la memoria. En algunas civilizaciones antiguas –lo vi hace poco en Turquía- los espejos tenían una tapa, se cubrían cuando no estaban en uso, para que la ventana a otra dimensión quedara convenientemente cerrada.

Hoy mi espejo de estos treinta años pasados es un breve artículo que escribí para el Semanario Aquí, donde compartí páginas y riesgos con amigos queridos como Luis Espinal, René Bascopé, Antonio Peredo, Lupe Cajías, entre otros. Los dos primeros ya no están con nosotros, solamente en el espejo. A Lucho lo asesinaron salvajemente hace 30 años, la madrugada del 22 de marzo de 1980, según se ha recordado en Bolivia semanas atrás. René murió al regresar del exilio, de una manera estúpida que no quiero recordar.


Cinco semanas después del asesinato de Espinal, el 19 de abril de 1980, publiqué un breve texto en el semanario Aquí: “La mesa de García”, una especie de breve cuento humorístico que preludiaba el golpe militar de García Meza, que todos sabíamos inminente (aunque igual nos pescó de sorpresa). García Meza derrocó a Lydia Gueiler Tejada, en uno de los golpes más sangrientos de la historia de Bolivia.

Aunque todos los de Aquí sabíamos que nos tocaría soportar o evadir la furia de los golpistas, hay quienes me han dicho que este pequeño texto -especialmente la última frase- hirió de manera especial a quienes se hicieron con el poder absoluto el 17 de julio de 1980. Las consecuencias no se hicieron esperar, pasé semanas entre la clandestinidad, el asilo en la Embajada de México, la salida clandestina a Perú, hasta finalmente llegar a México donde estuve varios años.

Para la memoria, este espejo:


19 julio 2010

Marcelo, dos imágenes

Ahora que se cumplen 30 años de la desaparición de Marcelo Quiroga Santa Cruz, quiero recordarlo brevemente con una foto que le tomé en París en 1976, y otra que tomé en las elecciones de 1980, 18 días antes del asesinato de Marcelo ocurrido durante el golpe de García Meza.

Recuerdo claramente la circunstancias de la foto en blanco y negro tomada en París. Era el 10 de septiembre de 1976, Mao Tse-Tung había muerto el día anterior, y los maoístas empapelaron inmediatamente las paredes de la ciudad con fotos del máximo dirigente chino. Nos citamos con Marcelo en el barrio latino; le tomé varias fotos sentado en una banca a media cuadra de la Sorbona.

Mientras escribo estas líneas estoy escuchando su voz en la entrevista que le hice ese día -con fondo de acordeón- para mi “Historia del Cine Boliviano”. Marcel Quezada estaba con nosotros ese día. Le pregunté a Marcelo sobre su actividad como cineasta y sobre su película “Combate”.  Respondió modestamente:

“Yo no sé qué importancia puede tener para la historia que tu tratas de hacer, yo creo que ninguna, te lo digo con la mayor sinceridad, no es una frase, porque eso que hice es una cosa muy modesta”.

Sin embargo el cine era importante para él: “Siempre me interesó el cine, siempre quise hacer cine, más de un proyecto quedó en nada, y no pierdo la esperanza de hacer alguna vez alguna cosa”.

Antes de pedirme que apagara la grabadora para pasar a conversar sobre la política boliviana, añadió:

“Casi no vale la pena mencionar esto.  Creo que no tengo por qué figurar en una historia del cine, pero creo que en Bolivia debería dedicársele más atención al cine, primero porque se trata de un país cuya mayoría es analfabeta, entonces es un lenguaje plástico de imágenes en movimiento que pueden llegar más rápidamente a la sensibilidad y a la conciencia de las personas que a través de otros medios que les están vedados. Aunque fuera sólo por esta reflexión el cine debería ser tomado de manera muy seria en el país.”

Marcelo no quería figurar en la historia del cine boliviano, pero yo quería que estuviera en ella, a tal punto que cuando sobrevino cuatro años más tarde el golpe de García Meza y el asesinato de Marcelo, enfrenté una situación de censura.

Sucedió así: el libro ya estaba en proceso de producción en momentos en que se produjo el golpe militar, incluso corregí las pruebas de galera mientras me encontraba asilado en la Embajada de México en La Paz (donde también estaba asilada Cristina de Quiroga) y añadí una referencia clara al asesinato de Marcelo. Me visitó un día el Sr. Flores, de la Editorial Los Amigos del Libro, para pedirme que quitara esa frase alusiva a Marcelo, porque temían represalias contra la editorial. Le dije que no iba a cambiar el texto y preferí que se postergara indefinidamente la publicación de la obra, que con el retorno de la democracia finalmente empezó a circular a fines de 1982, apenas cuatro meses antes de que saliera en México la edición de la Filmoteca de la UNAM (3.000 ejemplares).

El asesinato de Marcelo, precedido según sabemos hoy por una cruel sesión de tortura en el Estado Mayor del Ejército, sigue impune. No solamente no se ha capturado y procesado a todos los culpables, sino que además el gobierno de Evo Morales no ha hecho nada para obligar a la Fuerzas Armadas a entregar los documentos clasificados de esos años, a pesar de por lo menos dos sentencias judiciales que así lo requieren. El Vice-Presidente García Linera, el Robespierre de alasitas que tenemos en Bolivia, enfrentó a las organizaciones de derechos humanos y salió en defensa de los militares diciendo que ya no hay más archivos clasificados del golpe militar de 1980.

Mientras tanto, para seguir construyendo un imaginario colectivo “revolucionario” que no corresponde a la realidad, el gobierno dispone que las Fuerzas Armadas tengan un nuevo lema y lo griten a pleno pulmón en los actos militares: “Patria o muerte, venceremos”. Paradojas de los postizos que nos gobiernan.

La segunda foto de Marcelo que guardo con especial cariño, lo muestra sonriente, el 29 de junio de 1980, en el centro de votación electoral instalado en el Colegio Loreto de La Paz.  No era para menos, el Partido Socialista había progresado de manera constante en cada evento electoral, y en las elecciones de 1980 -cuando tomé esa foto- iba a lograr un digno cuarto lugar con 113,959 votos (8.71%) duplicando los obtenidos en 1979 y convirtiéndose en una fuerza de izquierda que se proyectaba como una propuesta nueva, con un líder carismático y de una honestidad y agudeza crítica reconocidas por todos (salvo por Jaime Paz que en un discurso electoral se refirió a Marcelo como “ese confundidito”).

Lo que muchos bolivianos escribimos hoy sobre Marcelo Quiroga Santa Cruz contribuye a mantener vivo su pensamiento y su figura de escritor, cineasta y político íntegro y honesto, que defendió al precio de su vida la democracia en Bolivia. Pero entre lo mucho que se ha escrito hasta ahora, no queda la menor duda de que lo más amplio, abarcador y consistente es la biografía en tres tomos (2.250 páginas) que durante una década preparó Hugo Rodas y que acaba de publicar Plural Ediciones con el título: “Marcelo, el socialismo vivido”. Desde aquí un abrazo para Hugo Rodas por esa contribución formidable.

Colofón: En los mismos días en que Marcelo estuvo en Paris en 1976, visitó a Luis Zilveti, el pintor boliviano, quien lo recuerda con el impermeable sobre los hombros, como una capa, caminando hacia la Plaza Stalingrad. Ese "allure" de Marcelo fue representado por Zilveti en un hermoso retrato que hizo del líder socialista, cuyo original vi alguna vez en casa de Cristina de Quiroga, en La Paz, y que ahora reproduzco aquí con autorización de Luis Zilveti.

16 julio 2010

Se nos ha ido Jaime Balcázar

Me acordé de mi padre, que cada día abría con más aprehensión los diarios porque con mayor frecuencia encontraba en las páginas necrológicas los avisos de defunción de sus amigos, y se entristecía.

Así me pasó al abrir la computadora cuando leí el mensaje de Mauricio Balcázar en el que anuncia el fallecimiento de Jaime, su padre, el sábado 10 de julio, en Washington, rodeado de casi todos sus hijos y nietos. Jaime murió a los 81 años y 6 meses de edad.

Inmediatamente se me atropellaron los recuerdos porque con Jaime tuve varias trayectorias que coincidieron, algunas dentro de Bolivia, pero las más afuera. Desde muy joven fue un boliviano sin fronteras.  Luego de estudiar en Estados Unidos regresó a Bolivia para trabajar con mi padre en la Corporación Boliviana de Fomento (CBF), en la creación de la Planta Industrializadora de Leche (PIL), y pocos años después inició una carrera internacional con Naciones Unidas que lo llevó a Chile, a Brasil, a Austria, a Guyana y otros países para luego culminar como Representante Residente y Director del PNUD y del sistema de Naciones Unidas en Angola (1975-1979) y Nicaragua (1980-1984), donde coincidimos.

Hombre de izquierda y solidario, donde estuvo sirvió con un sentido de compromiso político que no pocas veces le causó roces y disgustos con los típicos burócratas de los organismos internacionales, solamente preocupados por sus carreras. En Nicaragua fue sandinista de corazón, en momentos en que la Revolución Sandinista se merecía todos los corazones.

En 1984 se acogió a la jubilación de Naciones Unidas y al irse de Nicaragua dejó en donación una colección de obras de arte que había adquirido durante su estancia en el país centroamericano. Nada menos que 220 piezas arqueológicas certificadas, y 86 óleos y acuarelas de pintores nicaragüenses. Todo ello destinado al nuevo Museo Julio Cortazar, creado por Ernesto Cardenal, y que años después fue aniquilado y saqueado por la pareja presidencial Ortega-Murillo. Jaime sufría al ver la transfiguración perversa del sandinismo en el “danielismo” corrupto y sin ética que hoy gobierna Nicaragua.

Durante el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, en 1985, Jaime fue nombrado Embajador de Bolivia en Brasil, donde ya residía con su esposa Ieda y su hija Luciana, y nuevamente asumió esa tarea en 1994, que fue cuando le tocó una papa caliente: la captura en Brasil y la extradición de Luis García Meza a Bolivia.  Jaime viajó en el avión que trajo a La Paz en 1995 al golpista que hoy cumple su condena en la cárcel de Chonchocoro (aunque con un régimen penitenciario demasiado laxo para el daño que hizo).

La última vez que nos vimos en Brasilia, en 2004, me trajo de regalo un enorme legajo de fotocopias con todos los documentos del proceso de extradición de García Meza a Bolivia, y narró detalles de aquellos momentos históricos que le tocó vivir.

Jaime me contó alguna vez que mi padre lo había regañado cuando decidió iniciar una carrera internacional; le dijo que ya nunca regresaría para trabajar por Bolivia, y así fue. Paradójicamente, mi propia historia tiene mucho que ver con esa anécdota, ya que Jaime me inició en el sistema de Naciones Unidas con las primeras consultorías que hice en Nicaragua para el PNUD, a principios de los 1980s.  A partir de allí, más de tres décadas me han llevado por todas partes, igual que a Jaime, pero esa primera experiencia en Nicaragua, en el marco de la Revolución Sandinista, trabajando directamente con el Comandante “Modesto” (Henry Ruiz, uno de los pocos que ha mantenido su integridad moral en todos estos años) y con la Central Sandinista de Trabajadores (CST), ha quedado en mi memoria como la más edificante de todas.

Antes de ir a trabajar a Nicaragua y antes del golpe de García Meza, visité a Jaime a mediados de marzo de 1980 en Managua. Me alojó en la agradable casa que tenía en Las Colinas, donde tuve oportunidad de conocer a algunos de los comandantes sandinistas que lo frecuentaban, entre ellos Dora María Téllez (hoy también opuesta al “danielismo” corrupto).

Fue en esa casa, la mañana del 23 de marzo de 1980, que Jaime me despertó para darme una noticia que acababa de escuchar en la radio: Luis Espinal había sido asesinado en Bolivia. Como lo he escrito otras veces, ese día viví una mezcla de dolor y de alegría, porque fue el día en que Nicaragua lanzaba su Campaña Nacional de Alfabetización, y todos nos dimos cita en la Plaza de la Revolución de Managua para despedir a los brigadistas. Mientras Nicaragua se conmovía de entusiasmo, en Bolivia se lloraba el asesinato cobarde de un hombre tan valioso como fue Luis Espinal.

Nunca olvidaré la emoción con que Jaime me contó un episodio fundamental en su vida. Era Representante de Naciones Unidas en Angola cuando una noche recibió una llamada internacional; una voz de mujer le dijo en inglés: “Tengo razones para creer que soy su hija”. Y la llamada se cortó abruptamente. Jaime quedó desconcertado y ansioso esperando que el teléfono sonara de nuevo. Mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia, en California, la mujer que había llamado pensaba que quizás él había colgado el teléfono, pero su esposo la convenció de que llamara de nuevo, y lo hizo. Apenas respondió, Jaime le pidió su número de teléfono por si volvían a quedar incomunicados.

De ese modo Jaime supo de la existencia de su hija mayor, Becky, cuando ella era ya una mujer adulta, casada y con hijos. Mientras estudiaba en Estados Unidos Jaime había tenido una novia, a la que dejó cuando regresó a Bolivia, sin saber que había quedado embarazada. Ella se guardó bien de decirle que había tenido una hija, y tampoco le dijo nunca a Becky quien era su padre, pero a la muerte de su madre Becky inició una pesquisa de varios años para encontrar al “novio boliviano” de su madre, y así llegó a descubrir el paradero de Jaime.

La política boliviana de la última década lo afectaba. Hizo un intento de regresar a Bolivia y establecerse en Sucre, pero no pudo soportar el ambiente que se vivía en el país y regresó a Salvador, Bahía. Era crítico del gobierno de Evo Morales, y también lo fue de Goni Sánchez de Lozada, a pesar de la amistad personal y del vínculo familiar. Con su hijo Mauricio discrepaba en sus apreciaciones políticas, pero como bien me dice este último: “Últimamente teníamos temas en los que no coincidíamos, pero era un gusto pensar diferente a mi papá porque las charlas eran más profundas”.

No nos vimos mucho con Jaime en los últimos años, pero mantuvimos correspondencia esporádica por email. Cuando lo felicité por sus 78 años me respondió: “Que atento eres a todo lo que pasa. Poca gente sabe que hoy  cumplo 78 anos, en realidad tengo una buena edad bíblica.” En otro mensaje me decía generosamente: “Me emociona  y alegra también saberte  tan activo, elegante y noble  en tus actividades, me siento orgulloso, como si yo  hubiera participado en algo en tu formación, lo que no es verdad…”

En realidad, era verdad, ya que el ejemplo ético de Jaime y la oportunidad que me dio cuando empecé mi carrera internacional fueron determinantes para el resto de mi vida profesional.

08 julio 2010

Nemrut Dag




Dos mil doscientos metros de piedra
sobre el nivel de los mortales,
aquí solo miradas que nunca mueren
cantos de jilgueros que despiden el sol
arbustos que esgrimen sus espinas al viento
verdes dardos de veneno contenido.

Respiro hondo en el ascenso y siento
el silbido del fuelle en el pecho.
Respiro porque vivo, el aire azul me invade
preludio de palpitaciones.

Nueve gigantes destronados
dioses y reyes descabezados por la historia
vigilan el horizonte de piedra
repetido como ecos de si mismo.
Mi mirada no es más que una mirada
todo lo demás permanece
todo lo demás sobremuere.

Lo demás es silencio
hasta que el frío de la noche
reniega del sol y raja la entraña de piedra
con un chasquido seco.

Anatolia, junio 2010 

02 julio 2010

Apóstrofe


Señores Generales,
Señores Coroneles,
mientras en vuestra patria sólo hay males,
en vuestras altas vidas sólo hay mieles.

Y aunque llena de gloria,
muy breve es vuestra historia;
Tiempo y un cuartelazo… ¡General!
Tiempo y genuflexiones… ¡Coronel!

Vosotros, neroncillos de cuartel,
sólo para cobrar no lo hacéis mal…
Pero no os vi en la guerra, y cuando os vi
(sellos de goma) tan sólo fue firmando
o en futesas indignas de un Comando.

O en lo que no debía ser así…
Y os vi que sin tener arte ni ciencia,
ni asomo de conciencia,
jugabais al azar como con dados
con la vida de miles de soldados.

Esclavos de encumbradas amistades,
tenéis marcialidad en las ciudades
en tanto, en el combate, un ser maldito,
el que todo lo paga, el soldadito,
os da ejemplo de amor y de coraje,
¡Merecéis de gallinas el plumaje!

Sois jefes de línea… paradójica,
con cultura de “Caras y Caretas”
y de pornográficas gacetas;
más que al escalafón,
a la escala zoológica
os debéis en montón.

Señores Generales:
Señores Coroneles:
A vuestros sueldos, palmas y laureles,
sumad mis salivazos inmortales.

Verdad que si mandarais en la guerra,
sería lo peor.
Corresponde a varones ese honor,
y a vosotros meteros bajo tierra.

¡Oh, General inútil, vano y necio!
¡Coronel a quien mata mi desprecio!
Porque fuisteis de hombría siempre avaros,
mi látigo se ensucia al azotaros.
Mi General, mi Coronel:
Emboscaos siquiera en un cuartel.

Mientras bailabais borracho
con plumas damiselas,
en el infierno del quebracho
marchó la defensa sin timón ni velas,
mientras robabais a la nación.
Merecéis del pueblo la guillotina,
por ladrón, inmoral y gallina.

Nicolás Ortiz Pacheco (1893-1953)