16 julio 2010

Se nos ha ido Jaime Balcázar

Me acordé de mi padre, que cada día abría con más aprehensión los diarios porque con mayor frecuencia encontraba en las páginas necrológicas los avisos de defunción de sus amigos, y se entristecía.

Así me pasó al abrir la computadora cuando leí el mensaje de Mauricio Balcázar en el que anuncia el fallecimiento de Jaime, su padre, el sábado 10 de julio, en Washington, rodeado de casi todos sus hijos y nietos. Jaime murió a los 81 años y 6 meses de edad.

Inmediatamente se me atropellaron los recuerdos porque con Jaime tuve varias trayectorias que coincidieron, algunas dentro de Bolivia, pero las más afuera. Desde muy joven fue un boliviano sin fronteras.  Luego de estudiar en Estados Unidos regresó a Bolivia para trabajar con mi padre en la Corporación Boliviana de Fomento (CBF), en la creación de la Planta Industrializadora de Leche (PIL), y pocos años después inició una carrera internacional con Naciones Unidas que lo llevó a Chile, a Brasil, a Austria, a Guyana y otros países para luego culminar como Representante Residente y Director del PNUD y del sistema de Naciones Unidas en Angola (1975-1979) y Nicaragua (1980-1984), donde coincidimos.

Hombre de izquierda y solidario, donde estuvo sirvió con un sentido de compromiso político que no pocas veces le causó roces y disgustos con los típicos burócratas de los organismos internacionales, solamente preocupados por sus carreras. En Nicaragua fue sandinista de corazón, en momentos en que la Revolución Sandinista se merecía todos los corazones.

En 1984 se acogió a la jubilación de Naciones Unidas y al irse de Nicaragua dejó en donación una colección de obras de arte que había adquirido durante su estancia en el país centroamericano. Nada menos que 220 piezas arqueológicas certificadas, y 86 óleos y acuarelas de pintores nicaragüenses. Todo ello destinado al nuevo Museo Julio Cortazar, creado por Ernesto Cardenal, y que años después fue aniquilado y saqueado por la pareja presidencial Ortega-Murillo. Jaime sufría al ver la transfiguración perversa del sandinismo en el “danielismo” corrupto y sin ética que hoy gobierna Nicaragua.

Durante el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, en 1985, Jaime fue nombrado Embajador de Bolivia en Brasil, donde ya residía con su esposa Ieda y su hija Luciana, y nuevamente asumió esa tarea en 1994, que fue cuando le tocó una papa caliente: la captura en Brasil y la extradición de Luis García Meza a Bolivia.  Jaime viajó en el avión que trajo a La Paz en 1995 al golpista que hoy cumple su condena en la cárcel de Chonchocoro (aunque con un régimen penitenciario demasiado laxo para el daño que hizo).

La última vez que nos vimos en Brasilia, en 2004, me trajo de regalo un enorme legajo de fotocopias con todos los documentos del proceso de extradición de García Meza a Bolivia, y narró detalles de aquellos momentos históricos que le tocó vivir.

Jaime me contó alguna vez que mi padre lo había regañado cuando decidió iniciar una carrera internacional; le dijo que ya nunca regresaría para trabajar por Bolivia, y así fue. Paradójicamente, mi propia historia tiene mucho que ver con esa anécdota, ya que Jaime me inició en el sistema de Naciones Unidas con las primeras consultorías que hice en Nicaragua para el PNUD, a principios de los 1980s.  A partir de allí, más de tres décadas me han llevado por todas partes, igual que a Jaime, pero esa primera experiencia en Nicaragua, en el marco de la Revolución Sandinista, trabajando directamente con el Comandante “Modesto” (Henry Ruiz, uno de los pocos que ha mantenido su integridad moral en todos estos años) y con la Central Sandinista de Trabajadores (CST), ha quedado en mi memoria como la más edificante de todas.

Antes de ir a trabajar a Nicaragua y antes del golpe de García Meza, visité a Jaime a mediados de marzo de 1980 en Managua. Me alojó en la agradable casa que tenía en Las Colinas, donde tuve oportunidad de conocer a algunos de los comandantes sandinistas que lo frecuentaban, entre ellos Dora María Téllez (hoy también opuesta al “danielismo” corrupto).

Fue en esa casa, la mañana del 23 de marzo de 1980, que Jaime me despertó para darme una noticia que acababa de escuchar en la radio: Luis Espinal había sido asesinado en Bolivia. Como lo he escrito otras veces, ese día viví una mezcla de dolor y de alegría, porque fue el día en que Nicaragua lanzaba su Campaña Nacional de Alfabetización, y todos nos dimos cita en la Plaza de la Revolución de Managua para despedir a los brigadistas. Mientras Nicaragua se conmovía de entusiasmo, en Bolivia se lloraba el asesinato cobarde de un hombre tan valioso como fue Luis Espinal.

Nunca olvidaré la emoción con que Jaime me contó un episodio fundamental en su vida. Era Representante de Naciones Unidas en Angola cuando una noche recibió una llamada internacional; una voz de mujer le dijo en inglés: “Tengo razones para creer que soy su hija”. Y la llamada se cortó abruptamente. Jaime quedó desconcertado y ansioso esperando que el teléfono sonara de nuevo. Mientras tanto, a miles de kilómetros de distancia, en California, la mujer que había llamado pensaba que quizás él había colgado el teléfono, pero su esposo la convenció de que llamara de nuevo, y lo hizo. Apenas respondió, Jaime le pidió su número de teléfono por si volvían a quedar incomunicados.

De ese modo Jaime supo de la existencia de su hija mayor, Becky, cuando ella era ya una mujer adulta, casada y con hijos. Mientras estudiaba en Estados Unidos Jaime había tenido una novia, a la que dejó cuando regresó a Bolivia, sin saber que había quedado embarazada. Ella se guardó bien de decirle que había tenido una hija, y tampoco le dijo nunca a Becky quien era su padre, pero a la muerte de su madre Becky inició una pesquisa de varios años para encontrar al “novio boliviano” de su madre, y así llegó a descubrir el paradero de Jaime.

La política boliviana de la última década lo afectaba. Hizo un intento de regresar a Bolivia y establecerse en Sucre, pero no pudo soportar el ambiente que se vivía en el país y regresó a Salvador, Bahía. Era crítico del gobierno de Evo Morales, y también lo fue de Goni Sánchez de Lozada, a pesar de la amistad personal y del vínculo familiar. Con su hijo Mauricio discrepaba en sus apreciaciones políticas, pero como bien me dice este último: “Últimamente teníamos temas en los que no coincidíamos, pero era un gusto pensar diferente a mi papá porque las charlas eran más profundas”.

No nos vimos mucho con Jaime en los últimos años, pero mantuvimos correspondencia esporádica por email. Cuando lo felicité por sus 78 años me respondió: “Que atento eres a todo lo que pasa. Poca gente sabe que hoy  cumplo 78 anos, en realidad tengo una buena edad bíblica.” En otro mensaje me decía generosamente: “Me emociona  y alegra también saberte  tan activo, elegante y noble  en tus actividades, me siento orgulloso, como si yo  hubiera participado en algo en tu formación, lo que no es verdad…”

En realidad, era verdad, ya que el ejemplo ético de Jaime y la oportunidad que me dio cuando empecé mi carrera internacional fueron determinantes para el resto de mi vida profesional.