15 diciembre 2010

La magia de Tournier

Mi amigo Walter Tournier es mago. Siempre lo supe, pero ahora lo van a saber todos. En el número 2038 de la calle La Paz, en Montevideo, entre luces y sombras, detrás de pesados cortinajes negros, ha organizado la trama de una conspiración de amor y creatividad.

En su estudio de cine de animación un equipo de veinte personas trabaja –y juega animadamente- en la creación del largometraje Selkirk, la verdadera historia de Robinson Crusoe, que podremos ver a mediados del 2011 y que será sin duda un gran regalo para los que amamos el buen cine. El esfuerzo incluye en la post-producción a equipos de Argentina (a cargo de la sonorización) y Chile (a cargo de los fondos y decorados digitales).

Walter Tournier
Visité al Flaco Tournier a fines de octubre, me recibió en su estudio, donde un largo pasillo desde la entrada de la casa hasta la parte de atrás exhibe en sus muros el storyboard –guión dibujado- del largometraje, con centenares de imágenes que representan las secuencias que componen el film, algunas ya filmadas como atestiguan las fotos, y otras en proceso, todavía representadas en dibujos en blanco y negro. Poco a poco el color invade el muro, señal de que los personajes cobran vida y la película avanza.

Este es el proyecto más ambicioso de todos los que Wálter ha desarrollado. Con Selkirk, sobre la vida del náufrago que inspiró la novela de Daniel Defoe, corona una carrera de cineasta preciso y perfeccionista, en la que ha invertido varias décadas de su vida con mucha dedicación y profundo amor al arte (y aquí la expresión calza como anillo al dedo). Dicho de otro modo, la vida del Flaco es y ha sido el cine de animación, al punto que él mismo podría ser un personaje. Idea para sus discípulos: incluyan al Flaco en la historia, como un “cameo” de los que gustaba Hitchcock.

La juventud del equipo formado por Wálter es una de las apuestas principales del proyecto: “La idea es que ellos nos remplacen, que ellos sigan con el trabajo de animación”. Muchos de esos jóvenes se formaron en los talleres de capacitación impartidos por el Flaco y hoy son el sustento creativo y técnico de la producción del largometraje.

Además del entusiasmo y la armonía que flota en el ambiente, lo que más me impresionó en el estudio de animación es el detalle y la perfección con que se trabaja.  El rostro de cada personaje es modelado varias veces en látex y silicona cuidando incluso detalles microscópicos, y descartando las piezas con impurezas.  Debajo de la mesa de trabajo hay una “caja de cadáveres”, donde van cayendo las caras que no salieron bien o que se rompieron al despegarlas de su molde. Laura “Lala” Severi –directora de arte y compañera de Walter- me regaló una de las caras de Selkirk, que me mira con sus ojos vacíos mientras escribo.

Los jóvenes creadores de Selkirk
A medio día todo el equipo hizo un alto para compartir los ñoquis que en una gran olla había preparado Doña Susana Buenaventura. Sentados alrededor de una larga sucesión de mesas de plástico técnicos y creativos conversan animadamente, se echan bromas y festejan a alguien: “siempre hay algún cumpleaños, somos tantos”. El ambiente es jovial, el de una gran familia en la que el Flaco es un patriarca cercano, accesible, sencillo.

En habitaciones sucesivas de la casa adaptada como estudio de animación, detrás de los pesados cortinajes negros se han construido cuatro sets con los principales escenarios donde los personajes cobran vida: la bodega y el camarote del capitán del barco pirata, la playa del archipiélago Juan Fernández en la que fue abandonado Selkirk durante cuatro años en 1690, y la taberna de los piratas. Aquí se hace la magia, se logran movimientos que parecen imposibles de realizar. “Cuidado que patees el trípode de la cámara, que se nos va al tacho toda la escena” previene el Flaco.

Wálter Tournier y Juan Andrés Fontan
Cuatro piratas en torno a una mesa brindan con sus jarros de cerveza: en la animación que realizó Juan Andrés Fontán la cerveza salpica sobre la mesa cuando chocan los jarros. Logró el efecto con el uso de pequeños pedazos de celofán amarillo, y todo ello mientras había que mover los rostros, los brazos y los cuerpos de los cuatro piratas. En otra escena una moneda es lanzada al aire: un plano desde arriba muestra cómo la moneda al subir se agranda mientras gira sobre sí misma. ¿Cómo lograron este efecto? La moneda venía unida a un pedazo de alambre que la giraba y que luego fue borrado electrónicamente.

Muchos detalles constituyen proezas del cine de animación: un cuchillo que atraviesa el aire y se clava en un mástil, un loro que vuela agitando las alas, el reflejo de una playa en el lente de un minúsculo catalejo, la bandera pirata que flamea al viento, las chispas de las espadas que entrechocan, una lágrima que cae, o el barco pirata montado sobre encrespadas olas del mar. Todo aquí es movimiento, todo tiene profundidad de campo y espesor. Todo esto lo pueden ver en la excelente página web de la película, no se la pierdan.

Lo poquito que sé de la técnica de animación por “stop motion” me sirve para apreciar estos maravillosos logros que en la pantalla duran apenas uno o dos segundos, y que muy pocos espectadores podrán valorar en justa medida.

Estamos lejos del cine de animación del mínimo esfuerzo a que nos ha acostumbrado la televisión con sus imágenes planas, los fondos de escenografía fijos, los personajes torpes con poco movimiento y sin profundidad, hechos de dibujos pobres y burdos cartones recortados como South Park, cuyo éxito parece estar basado solamente en los textos soeces, una suerte de masoquismo intelectualoide.

En Selkirk el uso de los efectos generados digitalmente es mínimo, se reduce a los efectos especiales y a los paisajes de fondo. Todo lo demás es obra de las manos artesanas que dan vida a personajes que no miden más de 20 centímetros de estatura.

La perfección es tal, que las bocas de los personajes se abren y se cierran mientras hablan, en sincronía con las palabras grabadas por los actores que hicieron el doblaje. La iluminación de las escenas es perfecta, los decorados me hacen pensar que “lo pequeño es hermoso” (la frase del economista Leopold Kohr).  En el interior de cada muñeco hay una estructura mecánica, un esqueleto articulado, que permite mover a los personajes.


Wálter Tournier y Alfonso Gumucio en 1998
Maquinaria especializada y herramientas de precisión de relojero hacen que cada personaje pueda realizar los mismos movimientos que un ser humano. “A pesar de las dificultades, las prefiero pues hago uso de materiales accesibles y por otro lado trabajo el espacio real y no el ficticio como en el 3D. Expresivamente me gusta pues es más cercano a la realidad con una cuota artesanal que marca la presencia humana”, me dice Walter, y yo salgo de allí a las calles de Montevideo con los pulmones llenos de aire puro.