Recibí hace tiempo los ejemplares de “Olhares Desinibidos | Miradas Desinhibidas” (2009), de Paulo Antonio Paranagua, libro sobre el cine documental latinoamericano producido del año 2000 al 2008. Allí hay un comentario mío sobre la película de Eduardo “Chichizo” López, Inal Mama: sagrada y profana. Es el único texto sobre el cine boliviano incluido en esta antología crítica publicada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) del gobierno de España.
Este es un excelente aporte, sobre todo porque incluye países cuyas cinematografías con frecuencia quedan al margen de los compendios, y porque renueva una vez más la carta de ciudadanía del género documental, tan maltratado en la región por los productores, distribuidores y exhibidores de cine.
Conozco a Paulo Antonio Paranagua desde hace muchos años, unos 35 por no decir más: dos jóvenes latinoamericanos, brasileño y boliviano, involucrados en el mundo del cine independiente en Paris en los años 1970s. Nos encontrábamos con frecuencia en la Cinémathèque Française, escribíamos crítica de cine, leíamos la última edición de Le Monde, y preparábamos libros sobre el cine latinoamericano.
Guy Hennebelle y yo invitamos a Paulo para que escribiera el capítulo sobre Brasil en nuestra enciclopédica “Les Cinémas d’Amérique Latine” que publicó L’Herminier en 1981 antes de declararse en quiebra.
No tuve mucho contacto con Paulo durante las dos últimas décadas del siglo pasado, hasta que a principios de la que acaba de terminar me invitó a colaborar en su libro “Cine documental en América Latina” (2003), 542 páginas con textos sobre cineastas y películas documentales de la región, una revisión exhaustiva precedida por el preámbulo de Nelson Pereira dos Santos, y estudios del propio Paranagua, de María Luisa Ortega, de Vicente Sánchez-Biosca, de Alberto Elena y Mariano Mestman.
En esa obra contribuí con un texto sobre Jorge Ruiz, pionero en la etapa del cine sonoro en Bolivia, y otro sobre Las banderas del amanecer, de Jorge Sanjinés. El libro se publicó en el marco del Festival de Málaga, con el sello de Ediciones Cátedra.
Luego de muchos años sin vernos, y de esporádicos mensajes electrónicos que intercambiamos, finalmente Paulo y yo nos sentamos a comer en un restaurante italiano cerca de Odeon, en París. Con las inevitables canas y unos años encima -pero no tantos como para sentirnos fuera de lo que pasa en el cine y en la política latinoamericana- nos pusimos al día.
Paulo es corresponsal viajero de Le Monde y por esas casualidades de la vida cubre precisamente lo que sucede en Bolivia, con mucho tino y agudeza.