Varias veces la amenacé con mi cámara, le dije que quería hacer un retrato de ella para mi serie “Retrato Hablado”, en la que exhibí la primera vez cincuenta fotografías de personajes de la cultura y la política de Bolivia y de América Latina.
Siempre se negó: “Ya estoy muy vieja”, decía. No sé si la idea que yo tenía para ese retrato le hubiera gustado: quería sentarla en una silla de madera, grande, desmesurada, especialmente hecha para la ocasión. La veía con los pies colgando, sin llegar al suelo, sentada en el borde para subrayar el hecho de que su cuerpo era pequeño pero grande su poesía. Nunca pude hacer ese retrato. Yolanda prefería mirarse joven, como escribió en su poema “Frente a mi Retrato”:
Me miro distante en esa imagenFue generosa conmigo cuando leyó mi poemario “Sentímetros”. Me escribió una carta dulce:
que va cuajando primavera;
mejillas de pelusa de durazno,
un hoyuelo infantil como si un ángel
hubiera hundido un dedo pequeñito.
En el vaso del cuello la promesa
dormida de las venas que se inician
del diminuto pie a las manos finas;
la palidez matinal bajo la noche,
partida en dos de lucientes trenzas.
Son años que está inmóvil esa imagen
mirando en la ventana del vacío.
Querido Alfonso:
Ya en cama hasta las dos de la mañana, milímetro a milímetro he leído tus Sentímetros. Los he gustado con la lengua y sus implicaciones cerebrales y cordiales. Todo un alambique que al final destila poesía. Te has valido de una cuidadosa y misteriosa alquimia también.
Le has arrancado, aunque no creas, frutos a tu papiel, cristales de extraña pulcritud elaborados. Frutos, y también ese silencio de que uno se va llenando para seguir gritando como quien se calla.
Muchas cosas podría decirte de lo que esconde el mecanismo enloquecido y seco de tus poemas y como te digo, los leí emocionada y admirando su calidad literaria, además.
Si te pongo estas líneas a vuela-punta es porque no puedo ir personalmente estos próximos días, como quería.
Yolanda Bedregal
También fue generosa cuando en su "Antología de la Poesía Boliviana", un tomo de más de 600 páginas, incluyó cuatro poemas míos ("Detenido", "Silbos", "Ateneo literario" y "Autopsia").
Su hija Rosángela me honró invitándome como miembro del Jurado del Premio de Poesía “Yolanda Bedregal”, el año 2002 en su segunda versión. Compartimos con Juan Cristóbal Urioste, Juan Ignacio Siles, Vilma Tapia, el “Chino” Soriano Badani, la decisión de premiar “Jaguar Azul” de Yaguarowi (Jorge Campero), quien nos engañó a todos –en el buen sentido- escribiendo con la voz de un indígena del oriente boliviano, y así obtuvo el premio por segundo año consecutivo.
La visité varias veces en su casa de la calle Goitia, en La Paz, pero ella solamente vino una vez a la mía. Fue hace 19 años, en mayo de 1990, en ocasión de una recepción para dos amigos escritores paraguayos, Ruben Bareiro Saguier y Carlos Villagra. Estuvieron también -además de Yolanda- Augusto Céspedes, Mariano Baptista Gumucio, Manuel Vargas y Edith von Borries.
Este 21 de mayo se cumplen diez años del fallecimiento de Yolanda. Plural Editores, que ha publicado todos los libros premiados en el concurso de poesía, lanza en esta fecha sus obras completas en cinco tomos, un verdadero regalo.
El grupo Gesta Bárbara la había nombrado "Yolanda de Bolivia", el honor que más apreciaba. Diez años desde 1999, me parecía que era mucho más tiempo, tanto que nos ha faltado su voz, su poesía y su narrativa.