El festival ya es parte de una red internacional de veinte festivales de cine sobre derechos humanos, lo cual es un reconocimiento al esfuerzo de Mancilla. Este año, entre los miembros del jurado internacional, estaba la directora de un festival similar en Bologna, Italia, Giulia Grassilli; Vincent Carelli cineasta brasileño creador de Video nas Aldeias; el cineasta alemán Manfred Vosz; la estadounidense Marianne Dugan, y tres bolivianos: Inés Pérez de Amnistía Internacional, Hugo Cordero, actor y director de teatro de Cochabamba, y el periodista chuquisaqueño Gabriel Peláez Gantier. Me tocó ejercer como Presidente de ese jurado, y fue un ejercicio llevadero y estimulante por la calidad de los colegas que me acompañaron.
Más de setenta producciones de corto, medio y largometraje se exhibieron a lo largo de una semana, celebrando los 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, 42 de ellas en concurso. Las exhibiciones se hacían en el Teatro 3 de Febrero, en el Archivo Nacional y en la casa de la Libertad.
La miopía provinciana de las autoridades de la Universidad Mayor de San Xavier impidió que además se usara para el festival el patio de la facultad de derecho, como en años anteriores. Pero no hizo falta, pues el festival desplegó las alas y las películas se exhibieron en espacios muy significativos: el centro de salud PROVIDA que acoge a ancianos sin recursos, un cuartel militar en Lajastambo, el mercado central o el psiquiátrico Pacheco. A una de las sesiones en el teatro 3 de Febrero, asistió un destacamento de la policía, con su comandante. Fue muy interesante, porque la película que se exhibió era “Lucio”, la vida de un anarquista español, gran tipo.
El nivel de todas las películas presentadas fue muy bueno, con representación de no menos de 30 países, y los premios reconocieron la excepcional calidad de unas cuantas procedentes de Perú, Ecuador, Guatemala, Chile, Brasil, Estados Unidos, Holanda, España, Corea del Sur y Bolivia. En otro lado he escrito sobre el detalle de esos premios. Por primera y única vez, los ciudadanos de Sucre pudieron ver películas que no tienen oportunidad de ver ni en la televisión, ni en las pobres pantallas cinematográficas de la ciudad.