En México conocí a Carlos López, quien pertenece a una especie rara, de esos que aman las palabras y se convierten en editores no por el negocio sino por el placer, aunque a veces el placer vaya acompañado por el dolor. Su editorial, “Praxis”, es como un oasis en medio del desierto del facilismo comercial. La fundó en 1981 y en octubre de 2006 celebró sus primeros 25 años, a lo largo de los cuales ha publicado más de 500 títulos.
Carlos es de origen guatemalteco, nacido en Pajapita (que suena a palíndromo sin serlo) pero ha vivido 27 años en México y jamás cruzó de regreso al vecino país. “Le puse una cruz”, reconoce. Sin entrar en detalles, alude a ese país feudal e injusto que es Guatemala, donde los ladinos desprecian a los indígenas y se avergüenzan de la cultura maya, una de las más importantes en la historia de la humanidad.
Además de su labor como editor y profesor universitario, Carlos López es autor de varios poemarios, ensayos y libros de palíndromos. Los haiku de “Fuego azul”, por ejemplo, son finos y sensuales. No resisto la tentación de citar un par de ellos. “Larva tu sexo / mariposa dorada; / Dios aletea”, o este otro: “Gotas de nieve / lágrimas congeladas; / mares de espanto”.
Es su enamoramiento por las palabras lo que hace que Carlos sea un experto en palíndromos. Su manera acuciosa de escrutar cada palabra al derecho y al revés se traduce en este ejercicio creativo que se ha concretado en dos libros, “La roca coraL” y “Naves se vaN”, además de medio millar más que guarda inéditos. De los publicados, atraparon mi mirada por su creatividad natural: “Aten al planetA”, “Nada yo soy, AdáN”, “Anita latinA”, “Oren en enerO”, “Anula la lunA”, “Amasó oro OsamA”, “La ruta naturaL”, “A ti no, bonitA”, “Atar la ratA”, “Ateo poetA”, “Adán: somos nadA”, “Amo la palomA”, “Zulema, dame luZ” y en homenaje a su tierra natal, “A ti, PajapitA”.
Ya me dieron ganas de usar uno de sus palíndromos, “Oir a Mario”, para el título de un libro testimonial que tengo en el horno sobre mi amigo Mario Monteforte Toledo.
La misma mirada que escruta con escalpelo las palabras, hace que Carlos López pueda diseccionar implacablemente los errores y las erratas que se cometen en los textos. Su libro “Helarte de la errata” es prueba de ello, pues no se libra de su rigor ni siquiera la real Academia Española. Uno puede pasar por loco al leer este libro en un avión, como me sucedió, porque la risa ataca página tras página con el relato de las erratas y de los errores que cometen estudiantes de primaria o jefes de Estado, por igual.
Llamarse Carlos López no es precisamente un pasaporte a la popularidad. Este López no la busca, por el contrario, desarrolla su trabajo con discreción en su laberinto de prensas y estantes repletos de libros. "Somos invisibles, lo cual no sé si me da gusto o coraje, pero no nacimos para eso, obviamente hacemos nuestro trabajo, ni nos mortifica, ni nos quita el sueño, creo que vamos a seguir siendo invisibles", dice Carlos López en una entrevista.
Si uno busca en Google una foto de Carlos López, probablemente aparezcan antes que él un jugador de póker, un pintor cubano, un baterista de Los Ángeles, un bateador de béisbol, un fotógrafo que trabaja en Londres, un guionista de televisión en España o uno de los creativos músicos de Les Luthiers… Este López es otra cosa, no aparece fácilmente, hay que buscarlo mucho. Sus amigos pintores, José Antonio Platas o Guillermo Ceniceros lo han dibujado, pero tampoco esos retratos revelan mucho sobre el personaje, no se parecen a él ni tampoco entre sí. Este López se llevaría bien con un tal Lucas, el alter ego de Cortázar.
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