15 diciembre 2025

Sin equivocarTSE

(Publicado en Brújula Digital, Agencia de Noticias Fides y EjuTv el sábado 13 de diciembre 2025)

El precipitado proceso de selección de vocales para el Tribunal Supremo Electoral (TSE) para el periodo 2025-2031, no ha enviado buenas señales a la población. ¿Se puede seleccionar y nombrar en una semana a los magistrados de uno de los órganos más importantes del Estado (que durante seis años tendrán a su cargo todos los procesos electorales), corriendo el riesgo de caer en manos de personas sin suficiente experiencia?        

El riesgo es enorme y lo primero que viene a mi mente es el tribunal culpable del fraude electoral de 2019, que pretendió servir en bandeja a Evo Morales la posibilidad de seguir gobernando por un cuarto periodo, pero que gracias a la reacción popular generalizada en todo el país (las “pititas” que tanto odian los masistas) no sucedió. Ese tribunal fue destituido por el propio Evo Morales en un intento desesperado (pero tardío) de repetir las elecciones con él como eterno candidato. 

Bribones: Mamani, Iriarte, Choque y Cruz 

Muy pronto supimos lo que pasó, como se narra en detalle en el libro “Relato de un pueblo” que publicó la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz (APDH-LP): por órdenes del palacio de gobierno se interrumpió el conteo de votos y cuando al día siguiente se restableció el sistema, Morales llevaba un margen mayor a diez puntos sobre el principal candidato opositor, Carlos D. Mesa. La bribona presidenta del TSE masista, María Eugenia Choque, fue unos pocos días a la cárcel, pero luego desapareció confortablemente del paisaje político, al igual que sus cómplices Idelfonso Mamani, Lucy Cruz Villca, Lidia Iriarte y Antonio Costas. Muy a tiempo para no embarrarse, renunciaron la presidenta del TSE, Katia Uriona, y la vocal Dunia Sandoval, que vieron venir la aplanadora del MAS en el proceso electoral de 2019. Nunca había estado más desprestigiado el Tribunal Supremo Electoral que cuando quedó atrapado en manos del (mal llamado) Movimiento al Socialismo.          

Hassenteufel 

Uno extraña los tiempos en que había vocales prestigiosos (que tenían una larga trayectoria de independientes, honestos e incorruptibles), como Huáscar Cajías Kaufmann, Luis Ramiro Beltrán, Rolando Costa Arduz, Iván Guzmán de Rojas, o Salvador Romero Ballivián, entre otros pocos. Aunque no todos tenían experiencia previa en elecciones, su principal fortaleza era su trayectoria intachable, independientemente de sus convicciones políticas. En esta gestión que concluye, Óscar Hassenteufel ha sido el factor de equilibrio y de confianza.        

Quizás ese recurso humano de personalidades públicas de alto nivel ético e intelectual está casi agotado luego de veinte años de corrupción, autoritarismo y retroceso histórico, pero todavía hay en la sociedad civil profesionales con trayectoria proba y con conocimiento del sistema democrático, que es indispensable para erigirse en rectores de los procesos electorales. Pero no porque sean juristas, economistas o informáticos van a “aprender” —sobre la marcha— cómo funcionan las elecciones. El principal criterio debería ser la experiencia en procesos electorales, porque los vocales son quienes más deberían conocer el tema, no sólo desde la lectura de la Constitución y de las leyes y reglamentos, sino desde la experiencia. 

Se ha señalado que el actual proceso, por su precipitación y atropello, excluye etapas primordiales en la preselección de los candidatos y se ha dicho que la más importante de esas etapas sería una entrevista con los postulantes, que permitiría calibrar la idoneidad de las personas. Ese criterio, en principio correcto, estima que una cosa son los documentos que puedan presentar los postulantes, pero que una audiencia cara a cara permitiría a los candidatos demostrar sus conocimientos y su capacidad de expresarlos, algo que no se puede detectar en los papeles.        

Incluso el lenguaje corporal suele ser más significativo que hablar lenguas nacionales. En el nivel superior de decisión de las vocalías nacionales del TSE no debería ser un requisito indispensable hablar quechua, aimara o guaraní para obtener mayor puntaje. Eso está bien para los técnicos, ni siquiera para los vocales de los tribunales departamentales. Más importante que balbucear o dominar una lengua indígena, es conocer en profundidad los fundamentos de la democracia representativa y los procesos en los que los ciudadanos eligen a sus representantes. 

Hay argumentos en favor de una entrevista presencial como etapa final de la selección, sin embargo, la experiencia de otros años ha demostrado que las decisiones que pueda tomar la comisión de Constitución de la Asamblea Legislativa sobre los postulantes, podrían estar sesgadas por las afiliaciones políticas de los diputados y su intención de favorecer a ciertos candidatos sobre otros, más allá de los méritos y trayectoria. La política es así, oportunista. Por ello es mejor que se valoren sin sesgo solamente los documentos comprobables, de méritos académicos y experiencia profesional.        

La Ley 1701 establece en su Artículo 30, los criterios de evaluación para los postulantes, y son bastante claros. La probidad (40 puntos), la docencia universitaria y el ejercicio profesional (más de 15 años de docencia, 30 puntos); la formación académica (30 puntos para el doctorado), para llegar así al total de 100 puntos. Es una pena que los criterios de la ley no dispongan que los postulantes demuestren cómo su experiencia profesional se traduce en publicaciones académicas y en producción intelectual, lo cual sería un criterio adicional para evaluar su capacidad de “pensar” por sí mismos. La ausencia de ese parámetro parece invitar a la preselección a candidatos menos calificados, sin profundidad académica o con títulos “patito” (de universidades de quinta categoría). 

El apresuramiento de esta selección podría dejar a un lado a los más valiosos, aunque la suma de aspirantes haya alcanzado la friolera de 440. Algunos, sin experiencia en procesos electorales, pero con visibilidad pública harán valer su condición de defensores de la democracia. Otros, esgrimirán su origen indígena, como si fuera sinónimo de probidad o de capacidad. Muchos otros, los eternos aspirantes a todos los cargos públicos, ya estaban listos para presentar los mismos papeles con los que han tratado de introducirse en el Estado anteriormente, ya sea como candidatos a diputados o alcaldes o lo que fuera.       

Hay gente que vive del Estado toda su vida, a veces con notoriedad política y otras veces calladitos con cualquier gobierno de turno. Ya sabemos que el principal deporte que se practica en Bolivia es el oportunismo. 

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Darkness cannot drive out darkness, only light can do that. 
Hate cannot drive out hate, only love can do that.  
—Martin Luther King 
 

11 diciembre 2025

Aparecidos y desaparecidos

(Publicado el miércoles 10 de diciembre de 2025 en Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides) 

Los nueve cuentos que integran (o desintegran) Las desapariciones (2023) de Mónica Heinrich, son distintos en su temática y en su estilo narrativo, porque la voz narradora en cada uno de ellos es diferente. 

Este no es un dato menor, ya que los narradores tenemos la tendencia a unificar la voz que narra, y no es fácil crear personajes que se narren a sí mismos de manera tan heterogénea. Es como si procedieran de mundos diferentes, de esferas de tiempo y espacio que no tienen contacto entre sí. De ahí la habilidad de reunirlos bajo un mismo techo, como primos lejanos que no se han visto hace mucho tiempo.         

En todos, lo que prima es un lenguaje conciso y pulido, que no excluye sin embargo las formas de expresión de cada personaje. Son narraciones “depuradas de ripio”, como recomendaba Horacio Quiroga, en su decálogo del perfecto cuentista. Y los finales sorprenden en curva al lector, porque son esféricos, como los quería Cortázar. 

Entre “Lucecitas” y “Happy ending”, por ejemplo, hay distancias geográficas, temáticas y narrativas notorias. Del mundo rural narrado por trabajadores agrícolas explotados en una hacienda, a la intimidad burguesa de una madre que acaba de parir, hay un abismo que une solamente el puente de la seguridad de quien escribe: “Dar a luz le llaman al acto de parir, pero yo acabo de parir y estoy sumida en la oscuridad”. 

Quizás hay una mayor afinidad entre “Bárbaros” y “La cosa”, el primero desde la mirada de un niño cruel (tan cruel como pueden ser los niños en un entorno feudal), y el segundo desde el itinerario (también cruel) de una adolescente que sobrevive en un enigmático mundo zombi (pero esa palabra no se dice en el cuento) repartiendo brownies envenenados para protegerse. En ambos casos, como en otros cuentos del libro, las situaciones más descabelladas están narradas con una normalidad espeluznante, lo cual las hace verosímiles. La amenaza invisible en “La cosa”, probablemente inspirado en la pandemia, me remitió a un cuento que escribí en mi juventud bajo el influjo de una apremiante angustia existencial: “Lo, la cosa”.        

Las frecuentes referencias cinematográficas son notorias para quienes beben con la misma fruición de las aguas del cine y de la literatura. Al leer “El niño” no pude menos que recordar Parásitos (2019) del coreano Bong Joon-ho y en la guatemalteca La llorona (2019) de Jayro Bustamante, no sólo por la temática sino por la “plástica” (si se puede decir eso de un cuento). Ambas son parábolas sobre la violencia y la injusticia social, sobre las pesadillas reales o imaginarias de los opresores, perseguidos por la inseguridad física o sicológica. El relato mantiene al lector en vilo, hasta su inesperado final.        

La ventaja de una imaginación cinematográfica es que nos permite escarbar en el infinito banco de imágenes que guardamos consciente o subconscientemente. “Las vacas no vuelan” y “Paralelo 33” son fantásticos en el sentido de la sublimación de la fantasía. El primero (una pareja espía a un vecino escritor), parte de una aparente normalidad y se convierte en paranoia sin más recurso que la descripción de un caso de esquizofrenia, y el segundo al revés, parte de una situación absolutamente fantástica (aparecen en el suelo agujeros perfectamente circulares que se tragan a la gente), que a lo largo del cuento deviene cotidiana. Son historias que podrían formar parte de “La hora de Alfred Hitchcock” o de “Historias para no dormir” de Narciso Ibáñez Menta.         

Quizás los dos últimos cuentos son los más realistas, o por lo menos aquellos que se apegan a un canon narrativo más convencional. “El entierro” aborda con crudeza el narcotráfico cuya violencia está cada vez más presente en Bolivia, y “Las desapariciones” parece situado en los conflictos sociales y bloqueos que tuvieron lugar en Santa Cruz en los momentos de mayor confrontación política. A diferencia de los ocho cuentos anteriores, este último da la impresión de haber sido gestado con la intención de desarrollar una novela que no pudo ser.      

Podríamos dar más detalles sobre el argumento de cada cuento, y ello no equivaldría a un “spoiler”, porque lo que importa es la manera de contar. Cada cuento de este libro podría ser un cortometraje de ficción, o el capítulo de una miniserie como Black Mirror (no pude evitar pensarlo). Esto no es casual, ya que Mónica Heinrich es también una acuciosa crítica de cine y, sobre todo, cinéfila que devora películas casi todos los días. Su conocimiento del cine es evidente: evita la retórica innecesaria, se concentra en las imágenes. 

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En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas 
tienen casi la importancia de las tres últimas.
—Horacio Quiroga 
 

07 diciembre 2025

Algunos trabajan

(Publicado el sábado 6 de diciembre de 2025 en Brújula Digital y Agencia de Noticias Fides)

Cuando el MAS llegó al poder el año 2006, arrasó con todos los funcionarios de jerarquía media en el Estado. De hecho, lo hizo por oleadas, varias veces, despiadadamente y sin considerar si al hacerlo estaba echando a la calle a profesionales capaces, valiosos y honestos. O quizás los echó precisamente por eso: porque eran honestos y capaces. 

La Cancillería masista

Comparto dos anécdotas que me tocan de cerca. La primera tiene que ver con mi hermano Pedro (Peter, para la familia y amigos), fallecido a principios de septiembre de 2024. Fue funcionario de Cancillería durante más de veinte años, y le tocó desempeñar funciones de ministro consejero en China, Suiza y Brasil. Tenía dos carreras, sociólogo y economista, fue profesor en varias universidades y diplomático la mayor parte de su vida profesional. Fue clasificado como ministro consejero por sus títulos, méritos y experiencia, en el reordenamiento del ministerio de Relaciones Exteriores que se realizó con apoyo de Naciones Unidas (si mal no recuerdo) durante el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, cuando todo el escalafón de ese ministerio se ordenó debidamente.          

Sin embargo, ello no fue óbice para que poco después de la llegada al poder de Evo Morales, echaran a mi hermano y a todo el personal jerárquico de la cancillería. Sólo quedó un funcionario con rango de ministro consejero o embajador. Cuando indagué los motivos preguntando a una amiga que de pronto apareció ejerciendo un alto cargo en el ministerio de Relaciones Exteriores (alguien que yo consideraba de confianza), recibí una respuesta fría: “No va a quedar ni uno, estamos sacando a todos”. 

Mi hermano quiso reincorporarse a la Cancillería cuando regresó de Brasil, pero no lo admitieron. Terminó dando clases muy mal pagadas en la Universidad de La Salle, y vendiendo sushi los fines de semana con su esposa y sus hijos en una esquina cercana al mercado de Achumani (si se acercaban demasiado al mercado, los sacaban a pedradas las “caseritas” millonarias que se han adueñado del barrio).

Dije antes que las masacres blancas se produjeron en varias oleadas durante los gobiernos masistas. La segunda anécdota tiene que ver con mis funciones en Colombia durante el gobierno de la presidenta Jeanine Añez (que asumió por sucesión constitucional luego del fraude electoral de 2019), y el periodo de la pandemia de 2020. Fui por tres meses y acabé quedándome diez. Cuando asumí como encargado de negocios designado por la canciller Karen Longaric, mantuve al personal de la oficina porque consideré que mientras cada quien hiciera correctamente su trabajo, no había ninguna razón para solicitar que Cancillería los despidiera. Algunos de esos funcionarios llevaban más de una década en la embajada. Tuve que resistir a presiones de la comunidad boliviana en Colombia, que me pedía cesar a esos funcionarios. No lo hice.       

Lo paradójico fue que cuando subió el gobierno de Arce Catacora en 2020, todos los funcionarios de la embajada de Bolivia en Colombia fueron despedidos. Incluso el chofer y el asistente de administración, dos colombianos contratados localmente, con décadas de experiencia en la misión diplomática.

Entonces, ojo: que el gobierno de Rodrigo Paz no cometa el mismo error del MAS. Por supuesto, hay que reducir el tamaño del Estado, que se ha triplicado irresponsablemente para dar “pegas” a más de cien mil burócratas que ahora dependen del Estado, pero hay que conservar a los profesionales que trabajan, a los técnicos responsables, a todos aquellos que han cumplido correctamente sus funciones mientras tragaban la dieta de sapos del masismo.        

Conozco profesionales jóvenes que comenzaron a trabajar en el Estado en tiempos del MAS por la sencilla razón de que el gobierno era el principal empleador. Ellos me contaron las humillaciones de que fueron objeto. Todo lo que se decía (que el gobierno masista negaba) era cierto: los obligaban a inscribirse en el MAS y les quitaban un porcentaje de sus salarios “para el partido”, si querían conservar sus puestos. Los intimaban a asistir a todas las manifestaciones en favor de Evo Morales o de Arce Catacora, a veces pagando con su propio dinero pasajes para desplazarse a otras ciudades del país. Los controlaban con listas y en muchos casos forzaban a unos funcionarios a controlar y a denunciar a otros que no participaban con “entusiasmo” en esas manifestaciones de funcionarios acarreados. En las elecciones, controlaban sus votos obligándolos a tomar fotografías de las papeletas.

Han sido 20 años de humillación y de vergüenza para esos jóvenes profesionales que han sobrevivido a los cambios de ministros, viceministros o directores que llegaban con guadaña para cortar cabezas y poner a su propia gente, en muchos casos parientes o amigos con los que podían hacer negocios turbios, como está saliendo al aire ahora en varios ministerios.        

Ciertamente, no es fácil distinguir a primera vista a los profesionales responsables y trabajadores, de aquellos que se constituyen en enemigos internos que pueden sabotear el funcionamiento del Estado (en Mozambique, donde estuve un año después de la independencia, en 1976, llamaban “xiconhoca” a esos saboteadores internos que quedaron del régimen colonial portugués). 

Es importante por ello hacer auditorías administrativas que revelen quienes son los funcionarios honestos y productivos, y quienes son los que se encaramaron sin méritos propios ni capacidad profesional. Tomará algún tiempo, pero al final se podrá distinguir a aquellos que no están motivados por oportunismo político sino por su dedicación al trabajo y su capacidad técnica.

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Los funcionarios son como los libros de una biblioteca: 
los que están en lugares más altos son los que menos sirven.
—Paul Masson-Oursel 
 

03 diciembre 2025

La huelga de hambre

(Publicado en Brújula Digital y en Agencia de Noticias Fides el jueves 4 de diciembre de 2025)

Han pasado 50 años desde que a fines de diciembre de 1977 aterricé en Bolivia luego de siete años de exilio. La amnistía me había permitido regresar, pero no a todos: nos faltaban más de 300 compañeros de diferentes fuerzas políticas que estaban todavía en las listas negras de la dictadura de Banzer. Queríamos para ellos una amnistía general irrestricta, sin exclusiones.

Mujeres mineras del Comité de Amas de Casa 
y sus hijos inician la huelga de hombre en 1977 

El 28 de diciembre se instaló en el Arzobispado de La Paz un piquete de huelga de hambre de cuatro valientes mujeres mineras: Nelly Paniagua, Aurora Lora, Luzmila Pimentel y Angélica Flores, junto con sus hijos.    

Tres días más tarde, el 31 de diciembre, otro grupo emblemático se instaló en el periódico Presencia que dirigía don Huáscar Cajías (que no era un diario “oficialista” como se afirma en algún momento del filme). En ese grupo había varios amigos míos: Luis Espinal, Xavier Albó, Domitila de Chungara, Nano Calla… De modo que me lancé a visitarlos con mi cámara y tomé más de una docena de fotos en blanco y negro, que revelé y amplié esa misma noche en mi casa. Esas fotos han sido muchas veces pirateadas, sobre todo desde que existe internet, donde todos se apropian de todo sin preguntar. 

Huelga de hambre 1977, grupo de Presencia
Domitila de Chungara, Pastor Montero, Xavier Albó,
Luis Espinal, Hernando Calla y otros (Foto:AlfonsoGumucio)
 

Al cabo de veinte días había más de 1.200 personas haciendo huelga de hambre en todo el país, pero fueron esas primeras cuatro mujeres esposas de mineros, del Comité de Amas de Casa, las que han quedado en la historia como las heroínas que le doblaron el brazo a la dictadura. Por supuesto que hubo otros factores, por ejemplo, el programa de radio Facetas (en radio Stentor y Radio Cruz del Sur), donde sin pelos en la lengua varios periodistas denunciábamos a la dictadura. Y otros hechos concurrentes que todavía tienen que ser rescatados para la historia.    

Todo esto viene a mi memoria porque he visto el estreno en pantalla grande la película “Huelga”, dirigida por Martín Boulocq y Andrea Camponovo, cuarta parte de la serie producida por Jorge Sanjinés y la Fundación Grupo Ukamau, con financiamiento de un programa estatal. 

He visto la película en pantalla grande y luego en mi computadora, para retener más detalles. No puedo portar un juicio imparcial sobre la obra, porque estoy emocionalmente implicado en aquello que cuenta. Diré ahora por qué, antes de abordar “Huelga”, todavía embargado por la emoción de la memoria. 

Se me cruzan las historias personales: mi amistad con Domitila de Chungara (a quien recibí en mi casa en París, en la época del exilio), con mis entrañables Xavier Albó, con quien trabajé en CIPCA, y Luis Espinal, con quien estuve desde la fundación del semanario Aquí en marzo de 1979 (y no en 1977 como sugiere el film). La fecha no es un detalle menor, porque es importante entender que Lucho fundó el semanario porque había sido silenciado en la Televisión Boliviana, en Presencia y en Radio Fides, donde sus comentarios cada vez más politizados incomodaban a la iglesia. Aquí fue, en parte, el resultado de esa voluntad de poder expresarse sin tapujos, y una oportunidad para nosotros, jóvenes periodistas, de apoyar un proyecto libertario (en el sentido de que tenía un componente importante de anarquismo, independiente de los partidos políticos de izquierda).         

Durante la huelga y en las semanas posteriores colaboré con mi amigo francés Alain Labrousse en el primer documental que se hizo sobre la huelga de hambre. Su película de 15 minutos incluye imágenes de los dos grupos principales de huelguistas, el de las mujeres en el Arzobispado y el de Presencia, con varias entrevistas, incluyendo una con Juan Lechín a su regreso del exilio. Fuimos también a las minas para entrevistar a las mujeres mineras que habían comenzado la huelga. Conservo alguna foto de esa ocasión y por supuesto la película de Alain, originalmente filmada en Super 8 y luego digitalizada en la universidad Paris Nanterre. Alain Mesili y yo fuimos los asistentes de Labrousse en aquella ocasión. 

Alfonso Gumucio Reyes encarcelado junto a dirigentes
de la FSTMB en el Panóptico de San Pedro
(Foto: AlfonsoGumucio) 

Mi relación con las minas era anterior, y sobre todo con los grandes dirigentes mineros de las décadas de 1960 y 1970, ya que los conocí cuando la dictadura de René Barrientos encarceló a mi padre en 1967 (diez años antes de la huelga de hambre). En el Panóptico de San Pedro inició mi amistad con Simón Reyes, Oscar Salas, Alberto Jara, Irineo Pimentel, Corsino Pereira, Víctor Carrasco….    

Luego del asesinato de Lucho Espinal, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB), que presidía Julio Tumiri, donde Gregorio Iriarte era el impulsor principal, me pidió preparar un libro sobre Espinal, cosa que hice en un tiempo récord trabajando en sus papeles, en su dormitorio, sentado en la cama frente a la estantería de sus archivadores personales. El golpe militar de Luis García Meza y Luis Arce Gómez nos mandó al exilio y el libro se publicó primero en Lima y luego en Barcelona, sin los nombres de los autores. Finalmente, en 2017 salió en Bolivia la tercera edición, la primera completa, con los nombres de los autores.

Paralelamente comencé la producción de una película que nunca pude terminar (por diferentes razones que no vienen al caso). En una primera filmación en Super 8 hice entrevistas con Domitila de Chungara (comadre de Luis Espinal), Xavier Albó, Gloria Ardaya, Antonio Peredo, Aníbal Aguilar y René Bascopé, entre otros. 

Filmación del documental de Alain Labrousse con
las mujeres mineras que iniciaron la huelga de hambre
(Foto: AlfonsoGumucio)

Esa filmación se interrumpió con el golpe, pero luego de regresar del exilio en México, hice un nuevo intento de filmar en 16 mm una historia más compleja, semidocumental aprovechando la llegada del papa Juan Pablo II a Bolivia, a principios de mayo de 1988. La película se convirtió en Film sobre la iglesia de liberación, con las imágenes de Juan Pablo II en una inmensa concentración en El Alto.       

A partir de la experiencia y el sacrificio de Luis Espinal, en una tercera etapa de rodaje decidí convertir todo ese material en una ficción con un personaje central, interpretado por Pachi Ascarrunz, que interpretaba a un periodista que indagaba sobre el asesinato, y de esa manera podía entrevistar de nuevo a ciertos personajes que lo habían conocido, pero además reconstruir el secuestro y el asesinato en los mismos lugares donde habían sucedido los hechos.      

De más está decir que las escenas de la tortura y asesinato que filmamos en el matadero de Achachicala, con Adalberto Kopp interpretando a Espinal y Armando Urioste como jefe de fotografía, fueron durísimas. Tony Suarez fue testigo y tomó algunas fotos de ese episodio. 

Domitila de Chungara y Alfonso Gumucio, en 1980 

En 1983 dirigí junto a Eduardo Barrios el documental “La voz de las minas” para Unesco, sobre las radios mineras, lo que me permitió regresar a las minas y volver a entrevistar a Domitila. Lo hice nuevamente en 1988 cuando la productora independiente AVISE me contrató para dirigir un documental sobre “Derechos sindicales” para televisión holandesa. Ya antes en 1980, mi cercanía con las minas y en particular con Domitila de Chungara, fue el seguimiento que hice de ella para el documental “Domitila de Chungara: la mujer y la organización”, que dirigí en el marco de CIPCA, donde trabajé hasta el golpe de 1980.       

Sería largo desenvolver la madeja de relaciones que a lo largo de la década de 1980 cultivé con personajes vinculados a la lucha de resistencia a las dictaduras. En esa lucha Espinal fue central hasta su asesinato, y después.

Y ahora Boulocq y Camponovo 

Mi vínculo afectivo con la película “Huelga” (2025) de Martín Boulocq y Andrea Camponovo tiene también una historia personal: conocí a Martín con una cámara en mano cuando él tenía apenas 17 años de edad. Por la amistad que tuvo mi padre con don René Saavedra (abuelo de Martín), y la mía con Ana María (madre de Martín), fui a filmar una entrevista a Cochabamba a casa de los Saavedra, y mientras yo hacía mi trabajo con su abuelo, Martín hacía el suyo, de cuclillas junto a mí con su propia cámara. 

A partir de allí he seguido con interés todas las películas que ha realizado, y creo que he escrito sobre casi todas ellas. Por ello, tenía enorme curiosidad de ver Huelga (2025), que al ser parte de una serie cuyo director general es Jorge Sanjinés, planteaba un reto diferente: cuánto en esta película de una hora es del propio Martín Boulocq y Andrea Camponovo, y cuánto revela la visión de Sanjinés sobre la historia de las mujeres mineras que hicieron la huelga.         

Mi impresión es que, a pesar de la influencia de Jorge Sanjinés, Boulocq y Camponovo han logrado expresarse con su propia visión cinematográfica, aunque en el guion haya rastros de las motivaciones de Sanjinés (Franz Tamayo, Carlos Montenegro, Adela Zamudio), como no podía ser de otro modo. 

Una de las grandes virtudes de este film es que muestra las contradicciones. Se aleja en lo posible de la postura didáctica simplificada que caracteriza a otras obras de esta misma serie, para poner en evidencia que en la historia y en la política no todo es plano, lineal e virtuoso. 

Huelga (2025) de Martin Boulocq y Andrea Camponovo

La primera contradicción y quizás la más importante es la que las cuatro amas de casa mineras toman la decisión de entrar en huelga de hambre tres días antes de Año Nuevo de 1977, y se enfrentan por ello a la censura de los propios sindicatos mineros que deciden no apoyarlas y distanciarse de ellas. Cuán equivocados estaban, que luego tuvieron que plegarse a la huelga que se masificó en todo el país. Sus cálculos políticos y partidistas eran miopes por una parte y machistas por otra. No hay que idealizar a los dirigentes mineros de aquella época, menos comprometidos que los que yo había conocido en la cárcel diez años antes, pero sin duda eran mejores y más honestos que los de estos últimos 20 años, vendidos al gobierno del MAS.          

La segunda contradicción maravillosamente narrada en la película es la interna, la que se desarrolla entre las cuatro mujeres una vez que comienzan la huelga de hambre y toman conciencia de todas sus implicaciones, para ellas, para sus hijos, para sus familias. Eso no fue una taza de leche tibia, aunque se haya idealizado en numerosos escritos históricos. Eran mujeres del Comité de Amas de Casa, pero cada una tenía una formación y una experiencia diferentes, que aprendieron a conciliar en favor de un objetivo más generosos y mayor que ellas: el bien de todos los bolivianos. 

Filmación de Huelga

Las mujeres tenían formaciones y experiencias diferentes, también intereses distintos, pero en algún momento tuvieron la claridad necesaria para adoptar una posición inamovible y arriesgada: la lucha no era para mejorar sus condiciones de vida, sino para cambiar el país a través de demandas irrenunciables: la amnistía general irrestricta, la libertad de todos los dirigentes detenidos, la reincorporación de todos los trabajadores despedidos, y el retiro de los militares de los campamentos mineros. Es decir, la democratización del país.        

Lo consiguieron el 18 de enero, luego de 23 días de huelga. En el grupo de Presencia, Espinal fue evacuado y decidió extremar su huelga de hambre y negarse incluso a tomar líquidos, es decir: huelga de hambre seca. No es tan cierto, como se muestra en la película, que todos los grupos de huelguistas levantaron sus medidas dejando en solitario a las cuatro mujeres que habían iniciado la huelga de hambre. Los de Presencia siguieron la huelga hasta el final en los hospitales donde fueron recluidos. Aunque toda licencia creativa en una película de ficción es bienvenida, lo importante es que se mantenga la coherencia interna y la verosimilitud. 

Las escenas que muestran las dudas de esas cuatro mujeres aisladas en el Arzobispado, diferentes entre sí pero comprometidas, son maravillosas y se benefician de interpretaciones portentosas de Mayra Paz (Nelly Paniagua), Victoria Suaznabar (Aurora Lora), Alejandra Quiroz (Luzmila Pimentel) y Sasha Salaverry (Angélica Flores). Enorme calidad de actrices, que según entiendo no tenían experiencia previa. Y por supuesto Carmen Tito en el papel de Domitila de Chungara. Excelente casting, me emocioné porque me parecía ver de nuevo a esas mujeres que conocí. También quiero destacar el papel de Agustín Vásquez como Luis Espinal, y los niños, que son actores naturales formidables, ajenos a la cámara, entendieron perfectamente lo que los directores pedían de ellos.       

Boulocq y Camponovo introducen una dimensión mágica que me fascinó. Como una manera de satisfacer las orientaciones de Jorge Sanjinés de rendir homenaje a Adela Zamudio (la escritora feminista cochabambina), a Carlos Montenegro (el autor de “Nacionalismo y coloniaje”) y a Franz Tamayo (el gran tribuno y poeta), la pareja de directores recrea planos secuencia sin corte que se integran perfectamente en la trama de relaciones de los personajes encerrados en el Arzobispado. Por ejemplo, mientras mujeres y niños duermen, una adolescente conversa en la noche con Adela Zamudio y lee con ella el emblemático poema “Nacer hombre”. En otra escena similar, diurna, los niños alborozados son testigos de un discurso de Carlos Montenegro que arenga el nacionalismo de los jóvenes militares Germán Busch y David Toro (más tarde presidentes de Bolivia), que escuchan sin comentar nada. Tamayo, por su parte, aparece en escena para leer uno de sus grandes poemas. Dos de estas escenas comienzan en un espejo, como si fuera un portal a otra dimensión, o un reflejo que borra hábilmente la frontera entre pasado y presente.         

La presencia de otros reconocidos actores que han aceptado asumir papeles breves en la película, la enriquece aún más: Freddy Chipana, Raúl Beltrán, Luigi Antezana, Gory Patiño, Pedro Grossman, Percy Jiménez, Juan Carlos Aduviri, son algunos de ellos. 

Para alguien que vea esta película con los ojos de hoy, algunas escenas le pueden parecer melodramáticas o caricaturales. Eso sucede porque las nuevas generaciones han perdido la habilidad de ver cine, o mejor, de “leerlo”. La lectura cinematográfica implica conocimiento histórico, conocimiento del arte y conocimiento de la sintaxis y gramática cinematográfica, que el cine comercial que llega a Bolivia ha desvirtuado a lo largo de las décadas recientes, con la misma velocidad con que se han introducido en la oscuridad de las salas de cine los celulares y las palomitas de maíz con olor a mantequilla rancia. La percepción general de las obras cinematográficas es directamente proporcional a ese olor rancio y al murmullo de roedores que dan fin con baldes de pipocas.        

Entre las escenas que pueden parecer melodramáticas pero que corresponden cabalmente a la época en que está situada la película, son aquellas donde los mineros se reúnen en interior mina para tomar decisiones colectivamente. El énfasis en el discurso casi llevado al llanto y la marcada ideologización de las referencias, lo he notado muchas veces en ese tipo de reuniones, tanto en las minas como en comunidades rurales. Por supuesto que también cumple una función didáctica sobre nuestra historia, sobre todo si pensamos en un público joven que no ha vivido lo que la película retrata y que piensa que esas historias son tan remotas como los hechos fundacionales de la nación. Espinal parece tan antiguo para los jóvenes como Pedro Domingo Murillo, y por ello fue acertado escribir en la pantalla los nombres y fechas de Adela Zamudio, Carlos Montenegro o Franz Tamayo, para establecer el puente histórico que puede construir cada espectador desde su conocimiento o desde su desconocimiento de la historia y de la cultura.           

Esta es la película de la serie producida por la Fundación Grupo Ukamau que más me ha gustado. Hablar de “gustos” suena un poco banal, pero me refiero a que es la obra cinematográfica de la serie que me ha contagiado mayor emoción y que, en general, transmite de mejor manera al espectador hechos y sentimientos, por suerte en el marco no idealizado de las contradicciones personales y políticas.

“Huelga” es aconsejable desde todo punto de vista: guion (Sanjinés, Boulocq), producción ejecutiva (Mónica Bustillos), casting (Elizabeth Salazar, Oscar Durán), dirección (Boulocq, Camponovo), fotografía (Sebastián Fernández), escenografía (César Mamani), interpretaciones y la estupenda música de Alejandro Flores, que en cada una de las obras hasta ahora estrenadas, nos muestra su talento innovador. Su música acompaña, pero nunca pretende imponerse por encima de los hechos narrados o aparecer en primer plano, como es frecuente en el cine boliviano.       

No faltará quienes encuentren defectos en “Huelga”, porque así es nuestro país: tratamos de encontrar en cada propuesta artística el pelo en la sopa. Somos blandos con muchas películas comerciales importadas, pero a nuestro cine lo tratamos con severidad, nos erigimos en jueces implacables (en general desde posiciones bastante estériles). Ojalá que además de pasar esta y las otras películas de la serie por la televisión, se puedan estrenar en salas de cine. En la Cinemateca estamos abiertos para ello. No es lo mismo ver estas obras en una pantalla grande, donde se aprecian tanto los paisajes como los detalles, que en la caja boba de la televisión o en un celular.

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Con la huelga de sed, la boca y garganta se secan; la lengua parece de corcho, en la boca no hay una gota de saliva, y aún hablar se hace difícil. La sed que se tiene es rara; no es la sed ordinaria que todos conocemos, es ya un dolor como un cuchillo clavado en el paladar y que va hasta el cerebro.
—Luis Espinal