28 noviembre 2024

Yo candidato

(Publicado en Brújula Digital, Público Bo, ANF, Cabildeo Digital y EjuTv el sábado 26 de octubre de 2024) 

Bueno, ya decidí… Yo también me postulo como candidato presidencial. Quiero servir a la patria y sacar a Bolivia del túnel oscuro en el que está desde que Evo Morales asumió el poder en 2006. Quiero salvar al pueblo boliviano y para ello llamo a la unidad de todos los candidatos de oposición. Creo que mi candidatura puede ser factor de unidad, conmigo en el centro, por supuesto. Los demás tienen que rendirse a la evidencia de que mi propuesta es la mejor. 

No tengo sigla, ni dinero para comprarla, ni seguidores (ni siquiera mis amigos), pero creo que soy la mejor opción para unir a la oposición contra el MAS, al que he desmenuzado críticamente desde hace muchos años, cuando muchos de los que ahora se erigen en rabiosos opositores estaban todavía en luna de miel. Mi consecuencia salta a la vista, no así la de otros “pasa-pasa”. 

No tengo un programa bien desarrollado y por escrito, pero ya se ha visto que eso no cuenta mucho en una población poco afecta a la lectura. He escuchado a la gente quejarse de que los partidos “no tienen programas” cuando en realidad no los han leído por pereza. Entonces, es mejor unas cuantas consignas que funcionan siempre bien: “renovación política”, “lucha contra la corrupción”, “justicia independiente”, “reducir la burocracia”, “apoyo a la pequeña industria", “cuidado de la madre tierra”, “relaciones de amistad con todos los países”. 

No hago grandes promesas como otros: la gente ya está escarmentada luego de casi 20 años de mentiras del MAS. Mientras más grandes las promesas (“seremos como Suiza”, “mar de gas”, “ganaremos en La Haya”), más estrepitoso es el descalabro. 

Si no consigo una sigla a buen precio, haré alguna alianza de último momento para obtener así algunos escaños en la Asamblea Legislativa. Lo pragmático sería negociar con el caballo ganador, según indiquen las encuestas. Ofrezco a cambio los votos de mi taxi-partido y mi reputación de persona honesta e independiente. 

La inflación de candidatos me favorece, aunque sean una manga de oportunistas (no como yo). Algunos lanzaron postulaciones sietemesinas, en cambio yo he esperado para que madure el feto. A los sietemesinos les falta oxígeno, aún no tienen completamente formados los órganos, sobre todo el cerebro.  

Casi ninguno de los veinte reciclados o novatos tiene sigla ni posibilidades económicas de financiar su campaña electoral (salvo un altanero empresario). La única razón por la que amenazaron con lanzarse a la piscina vacía es para ganar notoriedad, hacer visibles sus desconocidos rostros, y cuando ya estemos cerca de las fechas del calendario electoral donde tendrán que presentar una sigla vigente y otros requisitos, darán cuidadosamente dos pasos atrás para no resbalar en el trampolín mojado. ¿Qué obtendrán a cambio? Negociarán su 2% o 3% de intención de voto a cambio de algún puesto. Yo también puedo hacer eso.    

Falta más de medio año para las elecciones, pero ya están los oligofrénicos espontáneos lanzándose al ruedo de una contienda en la que son como el pelo en la sopa. Saben que no tienen ninguna posibilidad en las elecciones, pero todos quieren medirse en una primera vuelta, abriendo el camino para que el candidato del MAS gane con volapié. Podrían invitar como candidato a la vicepresidencia a Jorge Richter, por la enorme habilidad que tiene de escupir para arriba.

Yo también puedo ser candidato, cualquiera puede, ¿por qué no? Primera etapa, me lanzo al vacío sin red para saber si hay almas caritativas que me tomen en serio y me atrapen antes de que me aplaste sobre el pavimento. Doy charlas y entrevistas (tengo bastante experiencia académica internacional en eso), recorro el país para que conozcan o recuerden mi cara, y afirmo cándidamente que busco articular la unidad de la oposición, sin ambiciones personales pero… veamos los resultados de la primera vuelta.   

Segunda etapa, ya me han visto un poco aquí y allá, mi nombre suena para bien o para mal (como dijo Dalí: “Que hablen bien o mal, lo importante es que hablen de mí, aunque confieso que me gusta que hablen mal porque eso significa que las cosas me van muy bien”), y ahora aparezco con 1% o 3% en mis propias encuestas más optimistas, entonces ya puedo reunirme con otros candidatos con la perspectiva de hacer una alianza, ya que no tengo ni sigla, ni programa, ni carisma… Entonces, para participar en esa demoledora primera vuelta, más me vale subirme al carro de uno que esté un poquito mejor situado que yo. 

Uno que cambió de idea en poco tiempo

Tengo que apurarme, porque ya todos los demás están correteando como guanacos entre Santa Cruz, Cochabamba, El Alto y La Paz, para conseguirse pareja. Les iría mejor si usan Tinder… Las parejas más incongruentes hacen empanaditas, algunas con disimulo. Entre bombones y bomberos, pollitos de Milei, colas de paja y neofascistas renacidos no hacen montón. Sumando diez candidatos autoproclamados, seremos muy eficientes y conseguiremos restarle un 12% a 15% de votos al candidato de oposición con más probabilidades (según las encuestas independientes), con lo que el triunfo del MAS estaría garantizado en una primera vuelta. Ya sabemos quiénes se están frotando las manos de pura felicidad. 

Exmasistas, exmilitares, expolicías, exfuncionarios, exprofesores y otros exoplanetas quieren girar en torno de la apetecida silla presidencial, aunque sea una vueltita, sin darse cuenta de lo que le vendrá encima al próximo presidente. Las ambiciones personales ciegan y por eso la lista de quienes ya han anunciado sus candidaturas “de unidad”, se estira como moco de pavo. 

No debería mencionarlos porque son mi competencia, pero soy generoso. En orden alfabético, como tamborileros del desfile del desastre nacional: Ballivián, Bohrt, Chi, Costas, Cuellar, del Granado, Doria Medina, Galindo, Lara, Lema, Marinkovic, Mariscal, Patzi, Reyes Villa, Sánchez, Saravia, Soliz, Uriona, Zambrana… Hay de todo en esta comparsa de animales menos simpática que el carnaval de Saint-Saëns. Aunque figuran en las encuestas, ni Carlos Mesa ni Tuto Quiroga han declarado su intención de ser candidatos.         

Choquehuanca, el pajpaku de la plaza Murillo, es el más vivo: no se mete en el ajo. Su oportunismo data de varias décadas y su verborrea es hemorrágica. No va a quemar sus cartuchos. El sujeto es un fresco y lo que quiere es cualquier puesto en el Estado que le reporte un buen salario, poco trabajo, muchos viajes de turismo (disfrazado de “visitas oficiales”), y la posibilidad de usar sus influencias para traficar favores y enriquecerse. 

En ese panorama, sumar mi humilde candidatura a la de tantos aspirantes, no es una locura. Si ellos pueden, yo también. Y si yo puedo, cualquiera puede. Vamos, vamos, ya falta poco para tocar fondo en el abismo. Con el concurso de muchos candidatos, lo vamos a lograr. 

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The ballot is stronger than the bullet. 
—Abraham Lincoln 

 

22 noviembre 2024

Los viejos soldados

 (Publicado el jueves 24 de octubre de 2024 en Brújula Digital, ANF y Público Bo)

No suelo precipitarme para publicar mis reseñas de cine, sobre todo si se trata de cine boliviano, porque considero que los espectadores deben formar su propia opinión. De nada valdría decir: “aquí está  mi opinión pero no me lean hasta que hayan visto el filme”. Prefiero que la película comentada ya haya sido vista por el público potencial, es decir, que haya concluido su exhibición comercial, aunque todavía pueda verse en la Cinemateca Boliviana que es donde la he visto dos veces: el día de la premiere y un par de semanas más tarde.

Antonio Eguino y Jorge Sanjinés 

Mi primera afirmación es que todos los bolivianos deberían ver siempre el cine que produce nuestro país, como solía ser décadas atrás, cuando existía avidez por nuestro cine, cariño y respeto por el esfuerzo de nuestros cineastas. Recordemos el medio millón de espectadores de Chuquiago (1977) de Antonio Eguino, cuando el país tenía la mitad de habitantes que tiene ahora. Hoy no existe un sentimiento nacionalista en la mayoría de los jóvenes y los gustos se han vuelto bastante superficiales y ajenos a nuestra realidad. Parece que ser bolivianos no significa nada para ellos, pues viven una virtualidad sin fronteras ni arraigo. 

Por su carácter didáctico y sus buenas intenciones, Los viejos soldados (2024) la más reciente obra cinematográfica de Jorge Sanjinés, debería mostrarse a todos los niños y adolescentes bolivianos que tienen muy poca idea de nuestra historia y de valores que se han extinguido. Tienen poca o ninguna idea de la Guerra del Chaco y de las relaciones que ahí se forjaron entre indígenas y citadinos, que dieron sin duda paso a lo que sería 20 años más tarde la revolución social de 1952 (con el precedente de los gobiernos militares de Toro, Busch y Villarroel), aunque algunos revisionistas pretendan negarlo en relatos de posverdad escritos cómodamente desde la perspectiva informada de este siglo. Mi propio padre y su generación podían dar testimonio de ese encuentro social que se dio en las trincheras.

Por su candor, los mensajes de armonía y convivencia (paraguayos y bolivianos son hermanos, al igual que campesinos y citadinos representados por los dos personajes centrales), calarán hondo en los más jóvenes, invitándolos a revisar valores que ellos y sus padres han perdido: la solidaridad entre personas de diferente origen social, la amistad que se forja en la adversidad, y el compromiso que se adquiere con la nación (una sola) cuando está  amenazada por fuerzas externas o internas. Me entristece que los nuevos “valores” de los jóvenes se reduzcan a dar agua a perros callejeros y al cuidado de lo más cercano: su ombligo. No dudo que una película sobre “peluditos” (buena o mala) arrasaría en taquilla, aunque parezca una ironía. Esta digresión la hago con dolor, decepcionado por el ombliguismo e indolencia de la mayoría de los jóvenes sobre problemas que atingen a una colectividad más extensa. 

Dicho lo anterior, reitero la invitación para ver la obra de Sanjinés (toda su filmografía), y añado algunas consideraciones para aquellos espectadores que se aproximan a las pantallas con un espíritu indagador crítico.

En el nivel de quienes ya tienen nociones y certezas sobre la guerra del Chaco, quizás la película los deje insatisfechos, porque no es en realidad un filme de ensayo histórico sobre la contienda entre Bolivia y Paraguay, sino la historia de una amistad que comienza allí y se dispersa durante las siguientes tres décadas, sin mantenerse actualizada a lo largo de 30 años, truncada durante todo ese tiempo y recuperada mágicamente hacia el final del relato. 

La parte que transcurre en el Chaco, durante la guerra, está impecablemente filmada, aunque haya algunos errores de continuidad, de guion y de interpretación acartonada (teatral) que no afectan al relato en su conjunto. Las secuencias de la guerra concluyen con la deserción de los dos compañeros y su separación casi definitiva. El resto del filme narra sus vidas en paralelo, como si la película quisiera proyectar afirmaciones y preguntas sobre las décadas que siguieron a la Revolución Nacional de 1952.

Varias cosas pasan en las vidas de los dos personajes principales: el intelectual de clase media Guillermo Fernández de Córdova (Cristian Mercado), una suerte de alter ego del director del filme, y el agricultor indígena Sebastián Choquehuanca (Roberto Choquehuanca). El primero pone todo su empeño para alejarse cada vez más de la ciudad hasta ser aceptado por una comunidad aimara mediante su matrimonio con una profesora de esa comunidad, y el segundo se decide por un camino inverso, marcado por el oportunismo y el abandono de la ética comunitaria (la “reserva moral” indígena, que sabemos idealizada y malversada en lo que va de este siglo). En ese sentido, el personaje de Choquehuanca es más complejo y menos lineal que el personaje interpretado por Cristian Mercado, y permite romper con el ciclo de la idealización del indígena. Sin embargo, ninguno de los dos tiene el espesor espiritual que lo haría más humano, o la profundidad social que los haría sujetos históricos representativos. Para que los personajes sean creíbles tendrían que dudar, como cualquier ser humano que se cuestiona permanentemente sobre su propia vida. 

Jorge Sanjinés, Cristian Mercado y Roberto Choquehuanca

La ausencia de contradicciones impide que el espectador se identifique con ellos. Ambos personajes están narrados sin matices, llevados al extremo de sus elecciones de transformación social como si siguieran un camino dibujado de antemano por eso que algunos llaman “destino”. Es tan poco verosímil el citadino que se refugia bajo un poncho indígena, como el campesino engominado, convertido en burócrata sindical, que circula en Mercedes Benz. Ojo: el hecho de que existan casos similares en la vida real no los hace necesariamente más creíbles como personajes. (Aquí entraría una disquisición sobre la “verosimilitud fílmica” que alguna vez estudié de la mano de Galvano Della Volpe, pero no viene al caso).

A lo largo de treinta años los dos amigos no se encuentran ni por casualidad, aunque no hubiera sido difícil si hubieran querido hacerlo. Es inconcebible que Guillermo no haga el esfuerzo de encontrar la comunidad de la que tanto le ha hablado Sebastián en sus largas horas de convivencia en las trincheras del Chaco. Y si Sebastián hubiese realmente persistido, probablemente hubiera encontrado a Guillermo a través de los amigos que él había mencionado. Ambos dejaron que transcurra el tiempo y ninguno lo intentó verdaderamente. Quizás ambos temían de antemano los riesgos del reencuentro entre dos seres con valores trastocados.

La escena final sirve para alimentar discusiones sobre la posición filosófica que alimenta el guion. Mediante un mensaje escrito, los protagonistas se dan cita, treinta años más tarde, en una esquina de la calle Jaén en La Paz (una de las pocas calles que se ha mantenido como era, por lo que es escenario preferido de los cineastas). Al llegar al lugar, el citadino transfigurado en indígena, con el atuendo de su comunidad y una extraña actitud cabizbaja (de quien no quiere representar así ese papel), y el campesino convertido en funcionario sindical corrupto (también con el atuendo que corresponde a quien ha escalado posiciones en la burocracia sin méritos propios), se esperan a dos metros de distancia sin reconocerse, a pesar de que la calle está  completamente vacía. Sebastián mira su reloj impaciente, mientras Guillermo mira el piso sin hacer el mínimo esfuerzo para levantar la cabeza, hasta que finalmente después de un par de minutos que parecen una eternidad las miradas convergen, los viejos amigos se reconocen y se alejan caminando abrazados.

¿No habría sido mejor dejar en suspenso la escena del desencuentro en lugar de buscar el final feliz? Además, ¿puede haber realmente un final feliz cuando ambos personajes se han convertido en lo contrario de lo que eran antes? Es obvio que caminar juntos hacia el otro extremo de la estrecha calle Jaén no va a cambiar lo que ya decidieron ser en sus vidas. Quizás el alma buena y solidaria de Guillermo esperaba al Sebastián que conoció en la guerra, pero este último para nada quiere encontrarse con un reflejo de su propio pasado.

Eso, en cuanto al planteamiento ideológico, que recoge las inquietudes expresadas por Jorge Sanjinés en obras anteriores, ahora de una manera más esquemática. El indigenismo o indianismo que podía ser representativo hasta finales del siglo pasado, ya no lo es. El país ha cambiado, para bien o para mal. Bolivia es un país 80% urbano y apenas 20% rural. La población mestiza es mayoritaria, y en el censo de 2012 (que introdujo la pregunta de autoidentificación para mantener el espejismo de un país indígena), solamente el 17% se reconoció como aimara (1,191.352 de los censados) y un 18% se identificó como quechua (1,281.116 censados). Sumadas todas las etnias reconocidas por la Constitución Política del Estado de 2009, resulta que apenas el 48% de la población censada se reconocía como indígena, menos de la mitad del país. Quizás por eso los resultados de 2012 no fueron muy difundidos por el gobierno de Evo Morales, quien no podía alegar que el censo hubiera sido manipulado por oscuras fuerzas del enemigo. También el censo de 2024 está en el limbo, con resultados cuestionados por todos sus ángulos. Lo innegable es la tendencia (mundial) de la migración a las ciudades y el progresivo vaciamiento poblacional de las áreas rurales.

Ahora bien, también es posible una lectura de segundo nivel de Los viejos soldados, más indagadora y crítica. ¿No representa el personaje de Choquehuanca la trayectoria oportunista del líder del MAS (a quien el personaje se parece físicamente), alejado de sus raíces indígenas? Alguna vez, mi amigo Víctor Hugo Cárdenas, intelectual aimara que fue vicepresidente de la República, me dijo algo que me quedó grabado: Evo Morales no es un indígena, y no solamente porque no habla ni aimara ni quechua (a pesar de que la CPE que él mismo impuso desde un cuartel lo hace obligatorio para todos los funcionarios del Estado) sino porque nunca ha sido dirigente comunitario, nunca ha formado una familia y no corresponde al perfil de los dirigentes que emergen desde abajo en las comunidades indígenas. “Es un llokalla hualaycho”, me dijo a manera de conclusión Víctor Hugo. Y eso fue antes de que Evo Morales llegue al poder. Estremece pensar hasta qué punto sus palabras fueron proféticas. Se quedó corto.

Perdón por esa nueva digresión, pero me parece esencial situar la obra de Jorge Sanjinés en el contexto histórico actual, aunque se refiera a un periodo anterior. Como escribió Benedetto Croce (citado por Marc Ferro, mi profesor de cine e historia): “La historia es siempre contemporánea”. En otras palabras, la escribimos y reescribimos constantemente en el presente. Es la mirada actual la que prevalece.

En cuanto a la realización, Los viejos soldados es superior a las dos anteriores en la filmografía de Sanjinés (Insurgentes y Juana Azurduy, guerrillera de la patria grande), aunque no parece una buena idea acumular al mismo tiempo las funciones de director, guionista y montajista en un ambicioso largometraje de ficción, poque eso limita el cruce de ideas y la fertilización crítica. Sanjinés ha defendido en la teoría un cine colectivo, pero ha regresado empecinadamente al cine de autor, con mayor control sobre el proceso creativo. Hace falta la mano de un guionista como Oscar Soria, así como la de un editor que sepa identificar los problemas de continuidad, y sugerir soluciones con el material disponible. En varias escenas las palabras sobran, bastaría la gestualidad, mucho más rica que la retórica verbal.

En descargo del comprometido y entusiasta equipo de producción de Los viejos soldados, es importante recordar que se filmó antes de la pandemia, y que su proceso de finalización ha sido largo y difícil. Esta consideración no debería importar a la hora de evaluar una obra de arte, pero importa en un país con poca producción cinematográfica como el nuestro.

Gracias a las nuevas tecnologías los aspectos técnicos están bien resueltos, en especial la calidad de la fotografía y de la dirección de arte. La música de Cergio Prudencio es adecuada a las diferentes secuencias, aunque en algunas pretende quitarle protagonismo a la imagen y se hace demasiado presente. Quizás por mis estudios y por todo el cine que he visto en mi vida, siempre me ha disgustado que la música incidental en una película aparezca en primer plano y me saque de la pantalla. Recuerdo que Henri Langlois, el creador y dragón protector de la Cinemateca Francesa, prefería ver las películas sin sonido para apreciar mejor su plástica.

Las interpretaciones son dignas en casi todos los actores, aunque la que destaca es la de Cristian Mercado, con larga experiencia. Los personajes secundarios a veces pecan de una gestualidad teatral que no ayuda. La dirección de actores no debe menospreciarse, aunque se trabaje con profesionales, pero todavía más cuando los actores carecen de experiencia. Los actores “naturales” a veces no son capaces de representar los roles que desarrollan en su vida cotidiana, pero una buena dirección los convierte en buenos actores como ha sucedido en películas anteriores de Jorge Sanjinés, entre ellas las emblemáticas  Ukamau (1965), Yawar mallku (1969), El coraje del pueblo (1971) y La nación clandestina (1998).  

Los viejos soldados no cierra la filmografía de Jorge Sanjinés, ya que el cineasta acaricia nuevos proyectos con una energía que los más jóvenes no tienen. Vuelvo a repetir que sus películas deben verse porque todas son pertinentes a los problemas de la sociedad boliviana y aunque esquemáticas y didácticas, tienen la virtud de enriquecer los debates sobre los temas que tocan. Pero además, es innegable que son obras honestas desde la perspectiva de su realizador, que no las hace para ganar porotos en festivales internacionales sino para interpelar a los propios espectadores bolivianos.

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The limits of my language means the limits of my world.
― Ludwig Wittgenstein  

 

14 noviembre 2024

Lucho trucho

(Publicado el sábado 19 de octubre de 2024 en Brújula Digital, Público Bo, ANF y Cabildeo Digital)

Lleva casi 20 años mintiéndole a los bolivianos, primero desde su puesto de zar de la economía del país (con las consecuencias que conocemos) y luego desde la silla presidencial con el rótulo socarrón de “Tilín”.

Luis Arce Catacora

Las maniobras del presidente trucho son notables: simula una sordera proverbial cuando se le recuerda que acordó en la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) un pacto político con la oposición parlamentaria, para viabilizar las elecciones judiciales ANTES de discutir la aprobación de créditos (que sin duda se destinarán a pagar salarios y no a programas específicos); luego se hace la víctima y dice que la no-aprobación de esos créditos pone en riesgo la economía de Bolivia, pero se olvida de la primera parte del acuerdo que pone en riesgo la democracia en el país, al mantener prorrogados indefinidamente a magistrados corruptos y serviles.

Luis Arce Catacora nunca soñó, ni cuando se hacía pis en la cama, que llegaría a la presidencia de Bolivia. El “cajero” del Banco Central, como lo ha calificado con propiedad su ex jefazo Evo Morales, gozó de poder ilimitado mientras mal administraba la bonanza de ingresos (2005-2015) a la manera de un rey Midas a la inversa: convirtió el oro en barro (por no usar otra palabra). Junto al cacique del Chapare, es el responsable de la desaparición de más de US$ 65 mil millones de dólares que entraron al país por exportaciones de gas y minerales, así como US$ 15 mil millones de las reservas internacionales del Banco Central, y 22 toneladas de oro. Por eso debería pagar una condena de 100 años de cárcel y ser borrado de los libros de historia.

Arce y Morales

Sólo se mantiene en el poder porque ha aprendido las mañas del jefazo: comprar voluntades políticas. El carácter prebendal de su gobierno es el mismo que instauró el patrón feudal: las mismas caras circulan por la plaza Murillo y se siguen llenando los bolsillos para seguir sus dictados y darle la espalda al que antes amarraban los cordones de los zapatos. Ejemplo: los dirigentes de la COB.

La miseria humana en todo su esplendor: podríamos hacer una larga lista de todos los “pasa-pasa” que siguen flotando como corchos en el gobierno de Luis Arce Catacora, cuando unos años antes eran adoradores del impostor de Orinoca. Ejemplo: Héctor Arce Zaconeta, embajador ante la OEA, el mismo que antes de que llegue Evo Morales al poder decía: “cómo van a votar por ese indito”, pero luego abrazó las piernas del indito con devoción, lo que le permitió hacer grandes negocios perdiendo fallos arbitrales internacionales (Quiborax, entre otros). Como él, una larga lista de chupamedias de antes y lambiscones de ahora.

Para los bolivianos que ya no tienen otra fuente de información que los diarios impresos del gobierno y la televisión domesticada, las cosas no están tan mal. Eso dice la propaganda de Arcínico para que eso crea “el pueblo” (pero no se lo cree ni el mismo gobierno). Ni los que votaron por él creen que dice la verdad, pero en realidad les importa un comino que mienta todo el tiempo, mientras se beneficien de las migajas (y no tan migajas).

Bolivia tiene más de un 80% de empleo informal. Es el país con más informalidad de América del Sur. Para que entiendan los del gobierno que parecen no entenderlo: ese 80% se dedica en buena parte al comercio (léase contrabando), a la cadena del narcotráfico, a la minería salvaje, a la construcción sin regulación. Los más honrados, forman pequeñas empresas familiares (restaurantes, servicios, etc.), aunque también, si pueden, evitan pagar impuestos y pasar por controles sanitarios o de cualquier otra naturaleza. El que puede trampea, y con una justicia tan corrupta, las trampas se pueden arreglar con sobornos.

¿Para qué querría esa masa de informalidad laboral que cambien las cosas? Están muy bien como están mientras puedan seguir haciendo negocios y acumulando billetes en el “Colchón Bank” (como dice Gonzalo Chávez). El joven de 25 años que vende US$20 mil dólares mensuales en celulares y computadoras en la Uyustus, pero no paga impuestos porque se acoge al régimen simplificado, ¿para qué diablos querría que las cosas cambien? Los informales están muy bien como están, su crecimiento económico continua, basta ver las fiestas de US$70 o US$100 mil dólares que se despachan sin pestañear.

Los que dependen directamente del Estado son los funcionarios públicos, cuadriplicados durante los gobiernos masistas, un 10% de la masa laboral (400 mil empleados públicos, incluyendo maestros). Los burócratas del Estado (desde el viceministro hasta el portero) tienen temor de perder sus pegas y por lo tanto tragan sapos, bajan la cabeza y pagan las cuotas del MAS calladitos. Han perdido dignidad por un plato de lentejas. Claro que votarían por Arce de nuevo, de otro modo podrían perder los puestos que obtuvieron por adherirse al caballo ganador.  

Entonces, los “éxitos” que (todavía) cacarea cada vez Lucho Trucho a través de las cajas de resonancia del Estado (propaganda que pagamos nosotros), no tienen el menor asidero en la realidad y no convencen a nadie, menos aún a los que están en el gobierno y ven los toros de cerca. Pero eso no importa, los cálculos electorales deben tomar en cuenta el factor informal en lugar de minimizarlo, un sector al que la política le interesa tan poco como los principios, pero que votará por quien siga garantizando la inmunidad informal.

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Una mentira es como una bola de nieve; cuanto más rueda, más grande se vuelve.

—Martin Lutero

 

 

11 noviembre 2024

Un mismo populismo

(Publicado el sábado 12 de octubre de 2024 en Brújula Digital, Público Bo, ANF y Cabildeo Digital)

No hay un populismo de izquierda y un populismo de derecha, son la misma cosa porque son las formas más corrientes de la política mundial desde inicios del siglo XXI. Además, tampoco hay “izquierda” ni “derecha” en el sentido en que las entendíamos y conocíamos a lo largo del siglo pasado, porque esas etiquetas ya no están empapadas de ideología.

Hay gente ingenua, incluso analistas serios, que siguen pensando en el “fantasma del comunismo”. Creen que Rusia, China, Vietnam o Cuba son países “comunistas” porque gobierna un partido hegemónico y autoritario que establece las reglas de juego y las impone a veces por la fuerza y otras porque no deja espacio para otras reglas. Lo mismo sucede en los países llamados “capitalistas” (que tampoco lo son como quiere hacernos creer la caricatura), donde dos partidos hegemónicos se turnan en el poder y no dejan espacio para otras reglas del juego que las impuestas por las grandes empresas y consorcios.  

¿Acaso hay realmente diferencias notables en la ideología y la política de los laboristas y conservadores británicos? ¿Hay distinciones mayores entre los republicanos y los demócratas de Estados Unidos? Más allá de las personalidades a veces delirantes como Donald Trump o Boris Johnson, son casi lo mismo. Son lo mismo en su política exterior e interna, con algunas diferencias en cuanto a la ética y la moral de los dirigentes, pero no en otros ámbitos. Por ejemplo, la política internacional de Estados Unidos es similar con cualquier gobierno: su apoyo incondicional a Israel, aunque sea un país agresor y genocida, o su política migratoria de cara a América Latina. Las diferencias son mínimas.

Paradójicamente, la “derecha” representada por el Partido Republicano de Estados Unidos, que lidera el convicto Donald Trump, se lleva muy bien con el “comunismo” del patético Kim Jong-un de Corea del Norte o el de Vladimir Putin, asesino que envenena a sus opositores y se enriquece por su asociación con las mafias rusas, al extremo de haber acumulado una fortuna personal de al menos 22 mil millones de dólares (según Forbes). 

¿Qué une a Trump, Putin, Kim Jong-un, Le Pen, Meloni, Geert Wilders o Viktor Orban? Los extremos se juntan en lo que tienen en común: el populismo, es decir una forma de hacer política que en lo esencial manipula a sectores de la población con niveles de educación precarios y capacidad muy limitada para el análisis de contexto. El grueso de los votantes de Putin o de Trump es muy parecido. No es sorprendente que muchos inmigrantes hayan votado en favor de Trump, Marine Le Pen, Geert Wilders o Giorgia Meloni, que prometen sacarlos a patadas y regresarlos a sus países.

El fanatismo populista se parece en todas partes porque se basa en la posverdad, una palabra elegante para aludir a la mentira que se construye después de los hechos. Trump sigue jurando que le robaron la elección presidencial (aunque no existe el menor argumento real) y en Bolivia el diminuto Arce Catacora sigue argumentando que fue víctima el 26 de junio de 2024 de un “golpe” militar que fue un sainete mal representado. Son actitudes muy similares en el populismo que se disfraza con discursos de derecha o de izquierda, ya no importa. 

Esas tendencias se reflejan en América Latina, porque seguimos siendo una región que mira hacia el norte, incapaces de crear un camino propio sobre la base de principios e ideales en el campo de la acción política, de la cultura, de la economía y de la sociedad. Jair Bolsonaro o Javier Milei no son sino una expresión folclórica del extremismo conservador y reaccionario, lo que antes se denominaba la “extrema derecha”. El caduco “socialismo del siglo XXI” con líderes populistas como Rafael Correa, Evo Morales o Nicolás Maduro, no es sino una versión similar pero alineada al comunismo trasnochado e inexistente de Putin.

Siempre he sostenido que los gobiernos del llamado “socialismo del siglo XXI” han sido y son (los pocos que quedan), reaccionarios y conservadores y en eso se asemejan a sus espejos ultraneoliberales. Las diferencias en el discurso son un simple maquillaje: la verdadera opción ideológica está en las acciones concretas. Desde el punto de vista de la depredación del medio ambiente, de la manipulación de movimientos sociales mediante prebendas, de la corrupción generalizada, de la violación de los derechos humanos, de la anulación de la independencia de poderes y de la falta de respeto por la Constitución Política del Estado, son parecidos Nahib Bukele, Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega, Correa, Milei o Bolsonaro. En México, a falta de alternativa, se ha ratificado en el poder al “obradorismo” que no es un partido (Morena) sino un movimiento con liderazgo mesiánico unipersonal con un pesado pasado arraigado en el PRI. Los vasos comunicantes entre dirigentes de unos y otros partidos son sorprendentes, saltan como marionetas de un partido a otro. En Bolivia, Evo Morales pretendió eternizarse en el poder y para ello inventó el sistema de elecciones judiciales que padecemos hasta ahora y que México adoptará como el suicida que se pone la soga al cuello. 

Las excepciones a la regla en nuestra región son muy pocas. Sigo pensando que Gabriel Boric es un presidente honesto y progresista que quiere llevar adelante políticas que favorecen a la mayoría de los chilenos, y lo hace con un pragmatismo que lo ha enfrentado a sus aliados más radicales. A pesar de su cola de paja creo que Gustavo Petro es mejor para Colombia que el uribismo que tanto daño le hizo durante décadas de confrontación interna hasta la firma de la paz que es mérito de Juan Manuel Santos. El problema de Petro es su demagogia y su incontinencia verbal. Y aunque esto pueda sonar a anatema para muchos, creo que Lula tiene una nueva oportunidad de enmendarse como presidente, apostando por el medio ambiente (ya hay resultados concretos en la disminución de la deforestación y el respeto por las comunidades indígenas), y luchando contra la corrupción en la que su propio partido, el PT, estuvo y está todavía envuelto. Boric, Petro y Lula se han puesto firmes con Nicolás Maduro para que muestre las actas electorales.

Hago estas distinciones porque me aburre escuchar o leer a quienes siguen dividiendo al mundo en dos bloques: el “comunismo” y el “liberalismo”, y ponen en el mismo saco a países y dirigentes muy diversos. Si bien el populismo de los que se reclaman “socialistas” (y no lo son) o “libertarios” (menos aún) los convierte en aliados naturales, hay unos pocos dirigentes políticos en el mundo y en América Latina que todavía levantan las “viejas” banderas del cambio social que pasa por la lucha contra la corrupción, por la vigencia de las libertades colectivas e individuales, por el respeto del medio ambiente contra la deforestación y la minería salvajes, por el reconocimiento de derechos (pero no privilegios) de las comunidades indígenas, y por la eficiencia y la honestidad en la gestión de la cosa pública. 

Si no creyéramos en esos pocos, ya no podríamos creer en nada.

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A people that can no longer distinguish between truth and lies cannot distinguish between right and wrong. And such a people, deprived of the power to think and judge, is, without knowing and willing it, completely subjected to the rule of lies. With such a people, you can do whatever you want.

—Hannah Arendt

 

08 noviembre 2024

Vida bien vivida

 (Publicado el jueves 10 de octubre de 2024 en Brújula Digital, Público Bo, ANF y Cuarto Intermedio)

Mi amigo Pierre Kalfon me dejó un regalo precioso antes de despedirse de este mundo a los 89 años, el 14 de octubre de 2019: un ejemplar de sus memorias Gracias a la vida (así en castellano, aunque el libro es en francés), publicada un mes antes de su muerte y dedicada a su bisnieta más reciente, Clara Victoria Agatha. “Una manera de unir un siglo a otro”, escribió. Pandemia de por medio, recién pude recoger el ejemplar tres años después, de la mano de su hijo Jerome, quien me contó las circunstancias de su partida.

Pierre Kalfon

Al leer la obra que publicó como edición personal limitada y sin sello editorial, “para la familia y algunos amigos”, rememoro las veces que estuvimos en París, en Managua, en Roma o en La Paz, y lo mucho que disfruté su amistad, su jugosa experiencia latinoamericana y su sentido del humor. Cada vez que llegaba a París, sabía que tendríamos al menos una tarde o noche de charla, buen vino y quesos, con Pierre y con Nicole, a veces con Theo Robichet o Jean Mendelson y otros amigos, en su departamento del sexto piso en la rue Quatrefages, muy cerca de la Gran Mezquita y del Jardín de Plantas, a cuatro cuadras de donde aterricé como exiliado novato en 1972, y muy cerca de donde ahora vive mi hija mayor y dos de mis nietas. Es como si el destino hubiera acercado los espacios en el mapa para facilitar los encuentros.

Tengo 22 páginas de notas tomadas a mano mientras leía sus “reminiscencias” (término que él prefirió en lugar de autobiografía), y no sé si podré resumir mis emociones y hacer un comentario digerible. Cada página me trae a la memoria anécdotas e imágenes, como si fueran la llave para transitar de ida y vuelta un portal del tiempo comprimido. Él mismo en el preámbulo aborda la dificultad de escribir una autobiografía, que califica de “misión imposible” porque la única manera sería con una película que registre todo hasta en los mínimos detalles, pero eso “sería aburrido”.

Pierre no escribió sus memorias porque ya no veía. Las dictó a su amiga Colette Vacquier y luego revisó con otro amigo y colaborador, Karim Sarroub. Una degeneración macular le impedía leer y escribir. Los últimos correos que intercambiamos eran cada vez más cortos y espaciados, y cuando nos veíamos en París notaba su enorme frustración, aunque su visión periférica le permitía todavía desplazarse solo por su casa y por el barrio. 

Los diez capítulos de su última obra cubren en 280 páginas una vida plena laboral, creativa y familiar, desde su nacimiento en Orán (Argelia) de padres judíos sefaraditas, hasta sus últimos años en París, pasando por su tiempo en Argentina, en Chile, en Colombia, en Uruguay y en Italia, en diferentes capacidades: director de la Alianza Francesa, agregado Cultural, corresponsal de Le Monde, funcionario cultural de la Unesco, escritor, etc. Una vida que él escogió variada y orientada sobre todo hacia América Latina y con especial devoción por Chile (donde estuvo en dos periodos), lo cual explica entre otras cosas el título de sus memorias, tomado de la canción de Violeta Parra.

Aunque solamente regresó a Orán en dos o tres ocasiones, sin duda su infancia y adolescencia allí lo marcaron profundamente. Argelia era todavía colonia francesa y desde sus primeros años Pierre fue testigo de las luchas por la liberación, pero también de un entorno cultural muy diverso, donde judíos como él convivían con árabes y españoles pobres. Su destino de pied noir (“pie negro”, francés nacido en el norte de África) sería un sello identitario a lo largo de su vida. “Profundamente ateo”, cita a su buen amigo Edgar Morin, también judío: “Puedo, como Spinoza, ser ajeno a toda idea de pueblo elegido. Puedo y quiero basar mi filosofía en el mensaje de la democracia y de los filósofos de Atenas y no en el de las Tablas de la Ley.”

En Orán fue testigo de la II Guerra Mundial, la disputa territorial y el desembarco de los soldados gringos en 1942. Su afición por la pesca submarina pero también por el esquí de montaña data de esos años. Puede parecer improbable, pero su primera experiencia de esquí (de las muchas que tendría en Francia, en Suiza, en Chile y en otros países) se produjo en las alturas de Chréa, en la propia Argelia, a menos de 70 km de la capital. Su espíritu aventurero lo llevaría a muchas otras montañas a lo largo de su vida.

No duda Pierre en narrar con naturalidad y sin ninguna inhibición otro tipo de “aventuras” que fueron centrales a lo largo de su vida. En Orán fue desflorado (dépucelé) a los 17 años y a partir de allí su biografía está sembrada de guiños que sugieren las aventuras que tuvo, toleradas por la única mujer que importó en su vida, Nicole Kervévan, madre de todos sus hijos con excepción de la mayor, que fue resultado de una corta aventura juvenil. El sexo es un leit motiv importante en este testimonio autobiográfico, y era un tema recurrente en nuestras charlas. De hecho, para su libro anterior, Amour (pas) toujours (2019), pidió a sus amigos y amigas, incluido yo, el relato de una experiencia íntima, que luego transformó con picardía en una serie de cuentos eróticos, disimulando con seudónimos a los autores originales. 

Su primer viaje a París, a los 17 años está marcado también por la aventura con una dama de compañía que le dejó un recuerdo indeleble… y requirió de tratamiento médico. Pero lo importante es que París se convirtió muy pronto en su destino, ya que decidió estudiar allí cine, nada menos que en el IDHEC, el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (donde estudié veinte años más tarde), y después literatura, embrujado por El rojo y el negro de Stendhal. Lo disuadió el historiador Marc Ferro (otra casualidad que nos vinculaba, ya que fue mi profesor en la Escuela Práctica de Altos Estudios Sociales). Finalmente, luego de idas y venidas entre París y Marruecos se inclinó hacia las ciencias políticas.

El futuro del joven Kalfon se iba dibujando al azar de las oportunidades y de las decisiones que tomaba guiadas por su sed aventurera, por ejemplo, su temprana adhesión al Partido Comunista Francés a los 19 años de edad, o su primera paternidad (irresponsable según él mismo), a los 22 años de edad luego de una relación tan apasionada como breve. Fue padre por segunda vez, a los 24 años, cuando le tocó el servicio militar, en plena Guerra de Argelia. El azar quiso que, por su mal comportamiento en el cuartel de Vincennes, donde estaba a cargo de la cinemateca del ejército, fuera destinado como castigo a la base de paracaidistas en Romainville. “Un regalo del cielo”, escribe, porque no podía existir un mejor desafío para su espíritu aventurero que tener la oportunidad de lanzarse desde un avión dando gritos de júbilo.

Por suerte para su dicotomía argelino-francesa, no tuvo que participar en la guerra. Con Argelia independiente, otros caminos lo esperaban en América Latina. Abierto a experimentar, aplicó a un puesto de director en la Alianza Francesa de Rosario (Argentina), donde partió en barco con Nicole y sus hijos Pia (3 años) y Jerome (9 meses). A partir de allí su vida iba a cambiar de manera extraordinaria. De 1958 a 1965 vivió en Rosario, Mendoza y Mar del Plata (d0nde en 1960 nació su hija Valérie). Pierre comenzó detestando Argentina y terminó amándola, según sus propias palabras. Al punto de que el primer libro que publicó en su vida fue sobre Argentina, en la colección Petite Planète de la prestigiosa editorial Le Seuil. 

En sus “reminiscencias” dedica varias páginas a la pampa argentina y su historia. Menciona los enfrentamientos de los indígenas con los estancieros, una verdadera guerra donde el silbido de las boleadoras tenía un efecto sicológico, hasta que los estancieros introdujeron los alambres de púa inventados por los ingleses y el fusil Remington de la guerra de Secesión de Estados Unidos. Años después Pierre haría su primera (y última) incursión en la novela con Pampa (2007, Le Seuil). Lamentablemente el libro no se tradujo al castellano.

Además de su reputación como eficiente organizador y gestor de la Alianza Francesa en las ciudades argentinas donde vivió, Kalfon fue cónsul honorario en Mendoza, un antecedente de la carrera diplomática por la que optó después, y representante de Uni France Films, con lo que cultivó su afición por el cine.

No sospechaba que en su siguiente estadía en América Latina, de 1967 a 1973, viviría en Chile uno de los periodos más intensos: la llegada al poder de la Unidad Popular y el derrocamiento sangriento de Salvador Allende con el golpe militar de Pinochet. Su regreso a la región se había producido a raíz de su nombramiento como agregado Cultural de la embajada de Francia. “Una vez más el cine me perseguía”, escribe al recordar que una de sus funciones diplomáticas era organizar ciclos de cine francés. Su cargo diplomático le permitió trabar amistad con lo más granado de la cultura chilena. Su visita a Pablo Neruda en Isla Negra, su relación con Jorge Edwards y sus viajes por la estrecha y alargada geografía convirtieron a Chile en su nuevo amor, al punto que eligió San Pedro de Atacama como el lugar donde quería construir una casa para quedarse a vivir allí. Sus descripciones de ese lugar muestran una suerte de encantamiento mágico que lo subyugaba en ese desierto que alguna vez fue territorio boliviano.  

Rápidamente se involucró en el proceso democrático de cambio social que vivía Chile. Sus agudos análisis de la coyuntura política se publicaban en Francia, en el prestigioso Le Monde, hasta que luego de ganar las elecciones Salvador Allende, el 4 de septiembre de 1970, el diario francés le pidió que fuera formalmente su corresponsal. Este escritor y periodista experimentado escribía todas sus notas a mano y luego las hacía transcribir: nunca usó una máquina de escribir y sólo usó la computadora ocasionalmente en sus últimos años. Sus análisis sobre los éxitos y dificultades del gobierno de Allende mantuvieron informados a los lectores europeos durante varios años, pero ello no estaba exento de riesgos. Las amenazas del golpe militar se cernían sobre Chile, aunque pocos podían creer que sucedería algo así en un país con instituciones tan sólidas. En Chile confluían las esperanzas del mundo progresista latinoamericano y de alguna manera mundial, pero los choques con grupos conservadores alentados por Estados Unidos eran cotidianos. 

Régis Debray y Elisabeth Burgos

Fue entonces que Nicole y Pierre se fueron diez días de visita a Bolivia, donde el clima social y político no era mejor. En un vuelo que los llevaba de La Paz a Sucre, conocieron a Elizabeth Burgos, la compañera de Regis Debray que estaba preso en Camiri. Pierre narra en tono jocoso algo que vieron en Sucre durante esa visita: los estudiantes y la policía se enfrentaban en las calles durante la mañana, pero ambos bandos hacían una pausa para almorzar antes de seguir la confrontación en la tarde. “¿Era una señal de civilización?”, se pregunta. En Bolivia fracasaría poco después la Asamblea del Pueblo instalada durante el gobierno del general Juan José Torres, y centenares de exiliados políticos cruzarían la frontera hacia Chile. Debray había sido liberado y en Santiago solía visitar la casa de Pierre, con una enorme pistola en la cintura, “regalo de los cubanos”.

El testimonio de Pierre sobre el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 ocupa algunas de las páginas más vibrantes de su relato. En ellas cuenta cómo usó su escudo diplomático para ayudar a quienes eran perseguidos y corrían riesgo de muerte. Una tras otra, las escenas de desolación reviven en su memoria: la muerte y el entierro de Neruda, los cadáveres flotando sobre las aguas del Mapocho, los centenares de presos políticos en el estadio de Santiago. Nuestro amigo Theo Robichet, que aterrizó con una carta de recomendación de Debray (que había salido un mes antes), registró esas terribles escenas en el documental Septiembre chileno (1973) que realizó junto a Bruno Muel. Pierre no manifiesta ese mismo respeto por el cineasta chileno Helvio Soto, que no habiendo estado en Santiago durante el golpe, le pidió más tarde en Buenos Aires que le hiciera un relato pormenorizado de los hechos. Dos años después descubrió que esa información le había servido a Soto para elaborar su largometraje Llueve sobre Santiago (1975), donde el papel de periodista lo interpreta Laurent Terzieff: “Un film fallido de un director mediocre”, escribe Pierre en sus memorias.

Por razones de golpe mayor, una nueva etapa se abrió en la vida de Pierre Kalfon y su familia. Atrás quedó San Pedro de Atacama y muchos sueños y esperanzas. De regreso a París no trabajó como periodista sino en la Unesco, lo cual inaugura otra etapa definitoria de su vida. 

Cuando su relato íntimo aborda el primer quinquenio de la década de 1970, nuestros caminos se “intersectan” (anglicismo que prefiero a “intersecan”, que recomienda la RAE). Conocí a Pierre por intermedio de Theo Robichet, y lo frecuenté desde entonces con el entusiasmo del joven estudiante a quien un maestro acoge generosamente en su casa. Fue Pierre quien me animó a escribir sobre Bolivia para la colección Petite Planète, donde él ya había publicado el correspondiente a Argentina, una obra deliciosa, llena de humor y conocimiento sobre el país donde pasó siete años en su primera incursión latinoamericana. La colección había sido fundada por el cineasta Chris Marker en 1954, quien la describió así: «No son guías, ni libros de historia, ni folletos propagandísticos, ni impresiones viajeras; son conversaciones con personas a las que nos gustaría escuchar porque son sensibles e inteligentes, y porque saben cosas insólitas sobre países adonde nos gustaría ir aunque sólo sea con nuestra imaginación.»

Simone Lacouture, directora de la colección Petite Planète había escrito la obra sobre Egipto. Cuando llegué a verla a su oficina en la Rue Jacob me dijo que el libro de Pierre era el mejor, una suerte de inspiración para todos los demás autores. “Pero usted no puede escribir el libro sobre Bolivia” me dijo sin ambages, y al ver mi rostro entre humillado y sorprendido, añadió: “Por dos razones: el francés no es su idioma materno y además no queremos libros escritos por autores sobre su propio país”. Efectivamente, en los 57 títulos publicados hasta entonces, ninguno había sido escrito por un autor de la misma nacionalidad. Le ofrecí un trato: en un par de meses le iba a entregar dos o tres capítulos del libro, en perfecto francés, y si no le gustaban no había ningún compromiso. Trabajé bastante en esos textos, que traduje yo mismo con la ayuda invalorable (y gratuita) de mi amiga Monique Roumette, y se los llevé a Simone Lacouture. Poco tiempo después firmé el contrato para ese pequeño libro que me dio muchas satisfacciones. Fue la edición más grande que se haya hecho de mis libros: 30 mil ejemplares en el primer tiraje. Bolivie (1981) se publicó con el número 63 en la colección Petite Planète.

De los encuentros memorables con Pierre, está por supuesto nuestra experiencia en la nueva Nicaragua que emergió de la revolución sandinista en julio de 1979. Ambos estuvimos durante unos meses en 1981, él como asesor de Unesco en el ministerio de Cultura y yo como consultor del PNUD en el ministerio de Planificación que encabezaba el “comandante Modesto”, Henry Ruiz, hoy enfrentado a la dictadura de Daniel Ortega. Pierre había comenzado su trabajo con Unesco en Colombia, donde estuvo en 1975 y 1976. Al mirar retrospectivamente su experiencia en Nicaragua, Pierre manifiesta la misma frustración de todos los que vivimos los primeros años estimulantes de la revolución sandinista, totalmente descuartizada por Daniel Ortega tres décadas más tarde. No escatima palabras para calificar al dictador de la república centroamericana.  

A su regreso a Francia, continuó trabajando en la Unesco, en el gabinete del director general con el encargo de escribir los discursos del senegalés Amadou-Mahtar M'Bow (fallecido a los 103 años este 24 de septiembre de 2024). A propósito de ese periodo, desliza algún comentario socarrón cuando cuenta que M’Bow no sabía leer sus discursos, por lo que había que resaltar con lápiz rojo y azul las frases y palabras más importantes, las pausas o los énfasis de entonación.

Definitivamente la burocracia de la Unesco no era lo que prefería, por ello decidió regresar al servicio diplomático francés cuando se abriera una oportunidad. Esta se dio con su nombramiento en 1983 como consejero cultural de la embajada de Francia en Roma, donde lo visité alguna vez en el maravilloso palacio Farnese, de arquitectura renacentista, cedido en 1936 a Francia por el gobierno italiano durante 99 años, situado a dos cuadras del rio Tíber y muy cerca de la plaza Campo di Fiori, donde el año 1600 fue quemado vivo por la Santa Inquisición el astrónomo, filósofo y poeta Giordano Bruno. Los dos años de Pierre en Italia fueron de esparcimiento y dedicados a la cultura, para lo que Roma se presta con creces. Además, fiel a sus inclinaciones traviesas, alquiló un departamento donde el dormitorio contaba con una enorme cama matrimonial rodeada de espejos.   

Los capítulos siguientes de las memorias de Pierre Kalfon parecen narrados con más prisa que placer. Su actividad diplomática en Uruguay (1988-1990) como consejero cultural, su regreso a París (1990-1992), sus múltiples viajes por el mundo, su dedicación a los hijos y nietos, se entretejen en un relato más pausado que rescata episodios dispersos.

Lo más importante de los años que siguen es su investigación para la biografía del Che, considerada una de las mejores junto a la de Jon Lee Anderson. Para escribir Ernesto Guevara, una leyenda de nuestro siglo, publicada primero en francés en 1997 (y luego en castellano, portugués, italiano y algún otro idioma), Pierre dedicó varios años de su vida no sólo a reunir una enorme biblioteca relacionada con el personaje, sino a recorrer los lugares por los que el Che había pasado y a entrevistar a quienes lo habían conocido.

El inicio de su investigación en 1991 coincidió con su regreso a Chile después del retorno a la democracia y la caída en desgracia de Pinochet (que no sólo resultó ser un dictador sino un ladrón de marca mayor). Pierre volvió por la puerta grande al país de donde había sido expulsado. Como consejero cultural de la embajada de Francia (un rango más alto que el de agregado cultural, que había ocupado a principios de la década de 1970), encontró de 1992 a 1995 un país muy diferente. “En este regreso a Chile, Nicole y yo sentimos la misma ansiedad impaciente de los exiliados que vuelven a casa después de veinte años de ausencia. Sabíamos, por supuesto, que diecisiete años de dictadura habían tenido un efecto definitivo en la sociedad, en el comportamiento de la gente y en su visión política. Pero no sabíamos hasta qué punto se había transformado la mentalidad general”, escribe con amargura. “Nos cambiaron nuestro Chile”, agrega al constatar que el país combativo y solidario que habían conocido, era ahora “un país como los otros”, motivado por el dinero, el consumismo y las apariencias.

Aun así, retomó el proyecto-sueño de construir una casa octogonal en su “querencia”, una colina cerca de San Pedro de Atacama, el lugar que le había fascinado siempre a pesar del paisaje austero y desértico. Pero al consultar sobre la disponibilidad de agua tuvo que abandonar la idea. Aunque no del todo… Escribe en sus memorias que en su testamento dejó establecido que sus cenizas sean dispersadas en aquel lugar. Algo que habría de suceder más temprano que tarde.

La última etapa de la vida y del relato biográfico de Pierre Kalfon transcurre en París a partir de 1995, dedicado de lleno a la actividad intelectual, para lo cual se empeñó en fabricar un buen escritorio y estanterías con media tonelada de madera mañio (Podocarpus nubigenus) endémica en la Patagonia, que llevó desde Chile en el contenedor diplomático al que tenía derecho. Durante ese periodo retomó los viajes de investigación para escribir la biografía del Che. Le dedicó dos años a la escritura, a mano, como siempre. Las únicas interrupciones que se permitía eran para nadar muy temprano en la mañana y para unir su voz a una coral que se reunía una vez por semana en la parroquia de Saint Médard.

Loyola Guzmán, Pierre Kalfon y Ted Córdova Claure

Bolivia fue una de las etapas de su investigación y pude colaborar en el empeño convocando a mi casa, para una velada de animadas conversaciones, a Loyola Guzmán, a Freddy Alborta, a Ted Córdova Claure, a Marcelo Quezada, a Carlos Soria Galvarro y a Amalia Barrón, todos ellos vinculados en mayor o menor medida con la presencia del Che en Bolivia. Pierre menciona ese encuentro en sus memorias y cuando su libro sobre el Che se publicó, me obsequió uno de los primeros ejemplares con una dedicatoria que subraya el logro de haber creado una biografía y no una hagiografía: “Querido Moro, Encore merci pour m’avoir aidé à investiguer l’histoire bolivienne de ce Che à présent débarrassé des secrets de l’hagiographie”. 

No estaba todavía impreso el libro en la editorial Le Seuil, que ya se realizaba un filme documental con guion de Kalfon, dirigido por Maurice Dugowson (fue la última película del director francés, fallecido en 1999) y se estaban negociando versiones a otras lenguas. Pero la traducción al castellano realizada en Barcelona por Plaza & Janés hizo montar en cólera a Pierre porque era pésima y tuvo que corregirla él mismo de pe a pa durante el verano de 1997, con tanta rabia contenida durante ese proceso, que al concluir la tarea fue hospitalizado con un cólico nefrítico.

Es poco usual que en una autobiografía el autor se ocupe de lapidar verbalmente a personajes que le caen mal o que le han hecho algún daño, pero Kalfon lo hace varias veces a lo largo del libro, sin rodeos, con claridad y contundencia. La explicación está no solamente en su libertad de pensamiento adquirida de joven y cultivada a lo largo de su vida, sino también porque este testimonio de vida era parte de un plan concebido meticulosamente.  

La vista de Pierre se deterioraba progresivamente, ya no podía escribir y tampoco leer, aunque lo hizo un tiempo con una lupa enorme que le permitía descifrar textos cortos. Ello no impidió que fueran intensas las actividades en los últimos años de 1990 y toda la primera década del nuevo siglo y milenio. Con el cineasta chileno Patricio Henríquez retornó a Santiago para filmar 11 de septiembre, el último combate de Salvador Allende (1998) donde reconstruye con exactitud la soledad histórica de sus últimas horas y el dramático suicidio de Allende, con testimonios de testigos presenciales. Ese mismo año reunió sus mejores textos sobre Chile publicados dos décadas antes en Le Monde y en Le Nouvelle Observateur, en el libro Allende: Chile 1970-1973, con prefacio del historiador Marc Ferro, su maestro de historia en Orán y amigo desde entonces (otra casualidad: profesor mío en la École Pratique de Hautes Études, en París).  

Su espíritu inquieto lo lleva a iniciar una nueva aventura el año 2000: su novela Pampa (2007) cuyo origen fue una tesis doctoral que nunca cristalizó como tesis, pero sí como un apasionante relato histórico. Para prepararla viajó a Argentina y se adentró durante casi tres meses en un jeep 4 x 4 en los lugares donde la historia de fines del siglo XIX situaba a los personajes y los hechos. Recorrió 11 mil kilómetros en pleno verano austral. Quería sentir el entorno geográfico para no escribir de memoria. Al leer la novela el lector sabe que Pierre estuvo allí, que sus descripciones no sólo se ajustan a la realidad, sino que la recrean en los menores detalles. “Ya terminé mi novela, sólo me queda escribirla”, dice parafraseando a Racine. 

Con esa obra cierra con broche de oro su actividad creativa. Cuando reflexiona en sus memorias sobre Argentina, rinde un homenaje a esa América Latina que adoptó y que fue tan importante para toda su familia, sus cuatro hijos, once nietos y ocho bisnietos. El parto de la novela fue largo, nunca antes había tardado tanto en escribir una obra. Luego, la unidad del libro autobiográfico se rompe para dar paso a un rompecabezas donde se acomodan en la gran fotografía de su vida, las anécdotas, los viajes de placer a diversos rincones del mundo, las invitaciones para presentar sus películas y sus libros anteriores, los encuentros con personajes interesantes, los comentarios sobre política francesa y los infaltables episodios eróticos de los que se vanagloria discretamente, sin ir más allá de las menciones que cualquier lector atento puede interpretar. En la conclusión se refiere a esos frecuentes “guilledou” que Nicole toleraba porque tenía la certeza de ser la única mujer de su vida, Pierre dixit.

Aunque casi ciego y con 80 años encima, no le faltaba energía para seguir practicando, además, otros deportes de alta exigencia física. Era tan feliz esquiando o buceando como lo había sido lanzándose en paracaídas cuando era muy joven. Todo esto está narrado a partir de las notas que tomaba para no olvidar aquello que ya vislumbraba que sería parte de sus memorias. De ahí la impresión fragmentaria de las últimas páginas, donde ya no se toma el tiempo de desarrollar los episodios que la vida le sigue regalando.

Diez líneas antes de poner el punto final a sus memorias y de transcribir en su integridad el poema/canción de Violeta Parra, parece anunciar el desenlace: “Hay que saber retirarse cuando llega el momento”. 

Terminé de leer con emoción las memorias que Pierre Kalfon escribió exclusivamente para su familia y amigos, sin otro sello editorial que su propio nombre. Lo hizo sin pretensiones literarias, en un estilo directo, fresco y sincero. Dan ganas de volver a París y visitarlo una vez más en el departamento de la Rue de Quatrefages para darle un fuerte abrazo, cruzar observaciones, encuentros comunes o lugares en los que coincidimos en diferentes etapas, o simplemente caminar juntos por las arenas romanas de Lutecia, la Gran Mezquita de París o el Jardín de Plantas, lugares emblemáticos de su barrio. Pero sé que ello ya no es posible. Gracias a la vida se publicó en septiembre de 2019. Un mes más tarde, el 14 de octubre, meses antes de cumplir 90 años de edad, decidió partir en tranquilidad y en paz con la vida que vivió intensamente.

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La tragédie est faite, il ne reste plus qu’à l’écrire.

—Jean Racine