31 agosto 2024

Flavio

(Publicado en Brújula Digital, Público Bo, Inmediaciones y ANF el jueves 15 de agosto de 2024)

Julio fue un mes de despedidas y golpes muy duros al universo de amistades que uno teje a lo largo de su vida y que se pulveriza cada vez más rápido, como una lluvia de meteoritos. Si bien la muerte es un proceso natural, uno no se acostumbra al vacío que dejan los que se van.

El sábado 13 de julio, hace un mes, despedimos a Flavio Machicado Saravia, fallecido a los 86 años de edad. Flavio pertenecía a la generación una década mayor que la mía, y nunca fuimos amigos cercanos, pero quizás por mis primos hermanos Mariano y Fernando Baptista Gumucio, y otros amigos comunes, como Antonio Eguino, sentíamos que esa brecha generacional no existía. En realidad, me considero amigo de toda la familia Machicado.      

Tan es así, que décadas atrás cuando era joven, me sentía privilegiado de poder conversar con el patriarca, don Flavio Machicado Viscarra, a pesar de las cinco décadas que nos separaban. Recuerdo con agrado mis encuentros con él en el Prado, casi siempre sobre la acera del Hotel Copacabana, cuando tomándome del brazo me permitía acompañarlo caminando hasta su domicilio en la avenida Ecuador. Me agradaba su prestancia, su apariencia impecable con traje y corbata mariposa, y su manera pausada de hablar. Quisiera terminar mis días con la dignidad con la que don Flavio llevó sus años hasta el final, cuando falleció a los 87 años, un año más que su hijo del mismo nombre.

Las "Flaviadas", Eduardo Machicado

Mis cuatro décadas de peregrinaje por otros países y continentes no me permitieron estar más cerca de la familia Machicado, pero con Eduardo, el menor de los hermanos, a quien los amigos llamamos cariñosamente “Lorito”, pudimos coincidir en París durante el exilio de la dictadura de Banzer a mediados de la década de 1970.    

Al regresar a Bolivia Eduardo retomó el legado de su padre y con el apoyo invalorable de “la Cris”, su hija Cristina, ha mantenido esa admirable tradición de las Flaviadas, sesiones de apreciación musical que se han mantenido sin interrupción en la casa de la avenida Ecuador desde 1938 (se iniciaron en Bolivia en 1922 y un poco antes, en Boston en 1916).  Incluso durante la pandemia, estando yo en misión en Colombia, podía escuchar las sesiones sabatinas en podcast. No conozco en ningún otro país una tradición que, sin dejar de ser anacrónica en un mundo donde toda la música clásica es accesible en internet, constituye a la vez una experiencia emotiva donde un grupo de personas que no se conocen ni se dirigen la palabra más allá de algún saludo, entran sigiliosas a la casa de los Machicado, puntuales a las 18:30 h de los sábados, y se sientan para escuchar durante 90 minutos una sesión de música clásica. Es algo único como sensación de complicidad en la música clásica.

La Fundación Flavio Machicado Viscarra no sólo nos permite disfrutar de la magnífica colección de música clásica en discos de vinilo y las ocasionales sesiones en vivo (“La casa resuena”), sino que mantiene un impresionante acervo de publicaciones periódicas bolivianas y extranjeras, una biblioteca especializada en libros sobre música que pertenecía a don Flavio, y un archivo histórico donde se han catalogado, siguiendo normas internacionales, correspondencia, postales, fotografías, mapas, planos arquitectónicos, notas y bocetos, que abarcan desde 1650 hasta 1980.     

Por todo lo anterior, me es difícil hablar de Flavio Machicado Saravia sin hablar de toda una familia cuyo aporte a la cultura de Bolivia, en varios campos, es enorme y, aún más significativo es el hecho de que ese aporte se ha realizado con gran esfuerzo personal (familiar), con muy poco apoyo institucional y casi ninguno del Estado, que debería proteger este tipo de emprendimientos.   

La vida profesional de Flavio (ingeniero comercial formado en Chile) se desarrolló en el campo de la economía y su principal intervención fue durante el breve gobierno de Alfredo Ovando Candia, cuando junto a José Ortiz Mercado, ministro de Planificación, tuvo bajo su responsabilidad el diseño de la Estrategia de Desarrollo Nacional. Eran dos o tres voluminosos tomos de propuestas para los siguientes veinte años, que nunca se plasmaron porque una sucesión de golpes militares frustraron el ambicioso planteamiento, el más importante desde el Plan Decenal de 1960. El breve interregno del general Juan José Torres, donde fue ministro de Finanzas por primera vez (yo colaboré como periodista en El Nacional), no mejoró las cosas porque casi inmediatamente asumió por la fuerza el coronel Hugo Banzer, sin contemplaciones y en alianza con la agroindustria de Santa Cruz (muy beneficiada por la dictadura), donde una gran avenida, barrios y escuelas llevan todavía el nombre del dictador.

Otro de los desafíos profesionales de Flavio Machicado en el Estado fue como ministro de Finanzas en uno de los periodos más difíciles que ha vivido Bolivia, durante la UDP (Unidad Democrática Popular que reunía al MNRI, al MIR del “entronque histórico” y al Partido Comunista), en el segundo gobierno del presidente Hernán Siles Zuazo en 1982, una experiencia de gobierno afectada por la hiperinflación galopante y mil otros problemas que se habían acrecentado con el descalabro institucional y político que significó para el país la dictadura del general de caballería Luis García Meza y de su escudero el coronel Luis Arce Gómez, a quien conocí como sádico capitán cuando hice mi servicio militar (paradojas de la vida, mi libreta lleva la firma de Banzer, quien era comandante del Colegio Militar). En su libro Diálogos por la democracia (noviembre de 1984), Flavio Machicado da cuenta de las negociaciones con la iglesia y la Central Obrera Boliviana para tratar de salvar el proyecto democrático.    

Alfonso Gumucio, Flavio Machicado, Percy Eguino,
Horacio Calvo y Antonio Eguino

La época de la UDP, por sus medidas económicas insalvables, melló el prestigio de una generación de brillantes profesionales que trataron sin éxito de frenar la caída, entre ellos Flavio Machicado que fue ministro de Finanzas (de febrero a agosto de 1983), inmediatamente después de Ernesto Araníbar.  Mi primo hermano Fernando Baptista Gumucio ocupó el cargo después de Flavio (agosto 1983 - abril 1984). No dudo que para ambos (cuya integridad y honestidad está  fuera de duda), fue una experiencia traumática, y para el país, claro está.     

Flavio aportó a la reflexión sobre la economía de Bolivia en artículos y libros publicados a lo largo de las tres décadas siguientes. Durante varios años fuimos colegas columnistas en Página Siete (él con su columna “Con la palabra”), pero lamentablemente los archivos de ese diario están cerrado con el candado de su mezquino dueño, y los artículos de Flavio no se pueden leer.  

Las últimas veces que pude conversar con Flavio fue en el ambiente relajado de la casa de Antonio Eguino en Taypichullo, varios años atrás, antes de la pandemia que cambió nuestras vidas y nuestras formas de relacionamiento.

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Well done is better than well said.

—Benjamin Franklin

 

24 agosto 2024

Sankara

(Publicado en Brújula Digital, Inmediaciones, Público Bo y ANF el sábado 10 de agosto de 2024)

Thomas Sankara

Thomas Sankara tenía 33 años cuando fue nombrado primer ministro de Alto Volta, la antigua colonia francesa que accedió a la independencia en 1960 pero no logró liberarse de la tutela colonial hasta 1983, o quizás nunca. El joven capitán Sankara estuvo apenas cuatro meses en el cargo, porque su propio gobierno lo mantuvo en arresto domiciliario debido a sus ideas progresistas, hasta el 4 de agosto de 1983 cuando una revuelta de jóvenes oficiales del ejército lo encumbró en el poder como presidente.     

Inmediatamente, el país comenzó a transformarse. Sankara cambió el nombre colonial toponímico de Alto Volta por el de Burkina Faso que, mediante una combinación de palabras en dos idiomas nacionales (mooré y dioula), significa “tierra de hombres honestos”. Gobernó con el ejemplo, reduciendo su salario y el de todos los funcionarios del Estado, haciendo que cada ministro tuviera asignado un vehículo Peugeot 205 de color negro (el más barato) en lugar de los coches lujosos en los que circulaban antes. Sus programas sociales desde el primer día fueron notables. Lanzó una masiva campaña de vacunación contra la polio, meningitis y sarampión , alcanzando 2.5 millones de burkinabés. La mortalidad infantil bajó de 20% a 14% en los cuatro años de su gobierno. Prohibió la mutilación genital, la poligamia y los matrimonios forzados, y nombró a mujeres en puestos importantes en el Estado.

Llegué a trabajar en Burkina Faso en pleno proceso revolucionario, y fui testigo de las reformas y de la honestidad con que Sankara llevaba adelante cambios sociales y políticos que lo convirtieron en poco tiempo en un ejemplo de líder africano progresista y preocupado por el bienestar de su pueblo, más o menos como Samora Machel en Mozambique, donde también trabajé. Un tema que me interesó y sobre el que he escrito, fue la creación de seis radios comunitarias en zonas rurales, algo que hizo antes, como ministro de Información en 1981, desde donde impulsó el periodismo de investigación y la comunicación participativa.      

Mi trabajo como consultor del Departamento de Cooperación Técnica para el Desarrollo (DTCD) de Naciones Unidas era de apoyo al ministerio de Planificación en la preparación del primer Plan Quinquenal del país. No todo era una taza de leche, ya que durante el primer año de gobierno se habían cometido muchos errores por falta de experiencia y poca capacidad institucional. Las tensiones políticas eran notorias, entre el sector más progresista y los burócratas afrancesados que concebían el poder como un botín.    

Recuerdo que en mis viajes a las comunidades rurales más alejadas, me costaba arrastrar conmigo a mis contrapartes del gobierno, demasiado acostumbrados a no salir de su zona de confort urbana (he narrado esto en algún texto académico). Sankara lanzó un programa masivo de reforestación, creando viveros en más de 7 mil comunidades rurales y plantando 10 millones de árboles. El norte del país se topaba con el cinturón del Sahel cuyas dunas de arena avanzaban cada año unos metros hacia el sur. En el extremo norte del país, en Oursi, el paisaje era hermoso pero deprimente por la soledad del desierto. En Gorom-Gorom, en medio de la nada aparecía un promontorio de cuarzo macizo del tamaño de una catedral. Dormíamos en hamacas a la luz de la luna porque las únicas barracas en esa zona fronteriza estaban infestadas de escorpiones.

El gigantesco cuarzo en Gorom-Gorom

Mientras Sankara realizaba reformas que beneficiaban a la población, los franceses preparaban su derrocamiento. Lo lograron de la manera más cruel a través de Blaise Campaore, el amigo de cama y rancho de Sankara, capitán del ejército, como él. El 15 de octubre de 1987 a las 4:35 de la tarde los soldados de Campaore asesinaron a Thomas Sankara con dos disparos de Kalachnikov en la cabeza, y a otros doce colaboradores suyos. Sólo sobrevivió Alouna Traoré, a quien se debe el testimonio de lo que pasó ese día.   

Campaore se apropió del gobierno hasta el año 2014, casi tres décadas de dictadura y encubrimiento de los hechos que había protagonizado. En 1989 hizo ejecutar a los otros dos importantes oficiales que apoyaron a Sankara en 1983: el comandante Jean-Baptise Lingani y el capitán Henri Zongo. Como autócrata vivió una vida de lujo. Me contaba Carlos Carrasco, quien fue embajador en Francia, que una vez logró ingresar al avión presidencial de Campaore, donde le impresionó que la grifería era de oro puro.

Tumba de Sankara

Blaise Campaore prohibió la investigación sobre el asesinato de Sankara y ello fue posible sólo cuando cayó del poder y fue juzgado entre 2015 y 2022, con abundantes pruebas testimoniales en su contra. Para cuando fue condenado en ausencia a prisión perpetua, ya se había refugiado en Abidjan, protegido por Francia y Costa de Marfil, países que actuaron con Campaore en el derrocamiento de Sankara. Los autores materiales de los crímenes también eludieron la justicia, pero al menos quedó establecida la verdad de los hechos.    

Algo que me impresionó durante mi vivencia de ese periodo, es que después del asesinato de Sankara ninguno de sus ministros renunció. Todos los que él había nombrado siguieron con el nuevo gobernante, Blaise Campaore, aun cuando todos sabían que era el autor intelectual del asesinato. En Burkina Faso, y también en otros países africanos en los que he trabajado, la lealtad y los principios son el privilegio de unos pocos. Mi amigo Philippe Sawadogo, que fue director del Festival panafricain du cinéma de Ouagadougou (FESPACO, el más importante evento de cine de África Occidental), se acomodó con el nuevo régimen y más tarde lo encontré como ministro de Cultura y embajador de su país en Francia. Como si nada.

Mi experiencia en Burkina Faso, a pesar de los trágicos eventos políticos, es una de las que recuerdo con mayor agrado. Recorrí el país de punta a canto y diseñé una estrategia de comunicación para el Plan Quinquenal, que incluía la participación comunitaria y acciones comunicativas no convencionales y en lo posible alejadas de los medios. Entre otras actividades, contraté como consultor al artista mexicano Felipe Ehrenberg, para realizar una innovadora experiencia de murales comunitarios realizados colectivamente, sobre temas de desarrollo y cambio social.    

He recordado a Thomas Sankara en estos días no sólo por ser agosto, el mes en el que asumió el poder hace 41 años, sino porque su país no ha cesado de ser asediado por los intereses geopolíticos franceses. En días pasados, Ibrahim Traoré, su joven presidente interino desde 2022, ha resistido intentos de derrocarlo porque evita someterse a los dictados de Francia. Sus palabras me han recordado a Sankara: “Las preguntas que se hace mi generación son las siguientes, si puedo resumir: ¿cómo entender que África, con tanta riqueza en su suelo, con naturaleza generosa, agua, sol en abundancia, es hoy el continente más pobre? ¿Es África un continente hambriento? ¿Y cómo es posible que nuestros jefes de Estado recorran el mundo mendigando? Estas son preguntas que nos hacemos y para las que aún no tenemos respuesta”.     

Quizás el destino de Ibrahim Traoré ya esté sellado. Un día de estos veremos la noticias de que fue derrocado o asesinado, como lo fue Sankara. Otro dirigente, más obsecuente con el poder neocolonial, tomará su puesto y se atornillará al poder durante 20 años.

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Je suis comme un cycliste qui grimpe une pente raide, qui a à gauche et à droite des précipices.

Il est obligé de pédaler, de continuer de pédaler, sinon il tombe.

—Thomas Sankara

 

17 agosto 2024

El oficio de la crítica

(Publicado en Brújula Digital, Público Bo y ANF el jueves 8 de agosto de 2024)

En la Feria Internacional del Libro de La Paz (quizás la peor organizada de todas), hay una sala (ruidosa como las demás) que lleva este año el nombre de Claudio Sánchez, fallecido el miércoles 13 de diciembre de 2023 a los 37 años de edad, demasiado pronto para todo lo que podía dar por el cine.

En homenaje a Claudio me invitaron a participar junto a Mela Márquez, directora de la Cinemateca Boliviana, y a Sergio “Yeyo” Zapata, organizador del Festival Cine Radical, en un conversatorio titulado “Leyendo cine: crítica y críticos”, donde en el último minuto antes de que nos boten de la sala sólo pude pronunciar una palabra, porque el tiempo para exponer se había consumido en las dos intervenciones anteriores.   

A estas alturas de la vida no me impacienta monopolizar la palabra. He escrito y lo sostengo siempre, que una intervención en un acto de ese tipo no debería durar más de dos páginas (es decir, unos 10 minutos), porque no es una ponencia magistral en un congreso académico.

Publiqué mi artículo “Yo Claudio” pocos días después de la partida intempestiva de este joven y dinámico amante del cine, conocedor inquieto y ávido intelectual. Lo escribí en primera persona porque quería que los lectores lo recordaran siempre en tiempo presente. Ojalá así sea: debemos conservar su imagen siempre joven porque la vida no le dio la oportunidad de envejecer.

Fui primero amigo de su abuelo, Mario Castro, por quien siento un enorme cariño. De alguna manera mi relación inicial con Claudio estuvo marcada por la herencia de ese afecto y amistad, pero pronto pude reconocer que el ejemplo de Mario había servido para que Claudio trazara su propio camino, tan prometedor que puedo imaginar todo lo que podía haber seguido aportando al cine como investigador y crítico.   

Su interés genuino por mi Historia del cine boliviano (1982) se hizo evidente en nuestras conversaciones: él sí había leído el libro con detenimiento y mis capítulos sobre las películas Hacia la gloria (1926) de Arturo Posnansky, y La gloria de la raza (1932) de Mario Camacho, José Jiménez y Raúl Durán (a quienes entrevisté para mi investigación), le sirvieron como base de sus propias pesquisas, como han servido a varios otros investigadores (aunque no siempre me dan el crédito correspondiente, aun cuando citan algo textualmente).

Comenté sus libros y él escribió también sobre alguna película mía en la revista virtual Cinemascine, que dirigió junto a Mary Carmen Molina y Sergio Zapata, activos como él en la promoción del nuevo cine boliviano y de la reflexión crítica. Estas actividades fueron semilla para Imagen Docs y el Festival Cine Radical, entre otras. Claudio era un “amateur” de la crítica de cine, en el sentido original de la palabra: amaba el cine y se esforzaba por leer cuanto caía en sus manos para mejorar su propia formación intelectual. Tuvimos oportunidad de hablar sobre cine boliviano como jurados de la selección para los premios Oscar y Goya.     

La crítica de cine siempre ha sido un oficio difícil, y no solamente en Bolivia. Al igual que en la crítica literaria o artística en general, los críticos son muchas veces vilipendiados, ignorados o acusados de ser creadores frustrados que se refugian en el resentimiento. Pocas personas entienden el valor creativo de la crítica, que cumple una función como interpretación de las obras de arte. Los críticos ejercemos el oficio de “leer” las imágenes. No exageramos como aquellos académicos que despachurran y segmentan las obras de arte hasta encontrar significados tan ocultos que ni siquiera los artistas habían pensado en ellos.

Los críticos tenemos una función más amigable: proponemos lecturas muy personales para que los espectadores elaboren las propias. Tenemos una función orientadora que no busca imponer criterios, sino rescatar y ofrecer elementos que no aparecen en la lectura superficial de una obra. Esos elementos pueden ser contextuales o intrínsecos a cada obra.  

Cuando la crítica se hace demasiado académica y críptica, corre el riesgo de alejarse del lector o espectador y se encierra en una espiral que esteriliza a los propios académicos, devenidos tan exigentes con los demás y consigo mismos, que ya no pueden salir de un círculo cada vez más estrecho y exclusivo. Tengo amigos escritores que se convirtieron en críticos y ensayistas literarios, y en algunos casos esa profundización académica en el proceso de creación literaria los anuló como narradores, aunque los hizo crecer como investigadores de la literatura. Lo mismo sucedió con artistas plásticos convertidos en críticos de arte, o críticos de cine. Quizás he tenido la fortuna de flotar entre las olas de la crítica y de la creación, tanto en la literatura como en el cine, sin sentir que ambas están reñidas.


En Bolivia la crítica cinematográfica tiene una historia poco nutrida, pero ello se entiende porque va en paralelo con la historia del propio cine boliviano y también con las limitaciones de la distribución en el país del cine mundial. En la medida en que hay más cine nacional y que llegan mejores películas internacionales, la crítica también mejora, se hace más profesional.   

Curiosamente, la crítica de cine en Bolivia sigue siendo muy limitada y casi inexistente, a pesar de todas las ventajas actuales, la posibilidad de acceder a más películas, el crecimiento exponencial de la producción cinematográfica nacional, y el acceso a través de internet a un universo infinito de publicaciones, críticas de otros, etc. Hay pocos críticos de cine en Bolivia, y por eso los seis o siete que ejercen y que pertenecen a la generación de Claudio Sánchez o algo mayores, tienen mérito.     

En nuestra época, cuando éramos jóvenes incursionando en la crítica de cine, sólo teníamos frente a nosotros la película en una pantalla de una sala de cine (no había DVD), y muy pocas veces podíamos contar con otras referencias publicadas que nos permitieran comparar nuestros criterios con otros.

La nueva generación de críticos de cine en Bolivia no podría existir sin los predecesores en este oficio. La cronología de la crítica de cine en Bolivia, que abordé en mi Historia del cine boliviano, fue el sendero que seguimos los críticos que nos iniciamos en la década de 1970, y mucho más tarde el camino que siguieron los nuevos críticos, sobre los pasos anteriores.

Eduardo T. Gil de Muro

Fue el español Jaime Renart, republicano exiliado en Bolivia, quien inició a principios de los años cincuenta del siglo pasado, en el vespertino Ultima Hora, una columna de crítica de cine que publicaba de manera regular. A lo largo de su existencia el vespertino Ultima Hora estuvo siempre a la cabeza en lo que respecta a la crítica de cine. Es una pena que haya desaparecido porque sus páginas acogieron a lo más granado de la crítica de cine en Bolivia.     

Allí escribió también otro español, el sacerdote carmelita Eduardo T. Gil de Muro (su nombre completo era Eduardo Teófilo Gil de Muro Quiñones), que sucedió a Renart cuando éste abandonó definitivamente Bolivia. Gil de Muro estuvo en nuestro país de 1961 a 1965, firmaba sus críticas como “Martín de Quiñones” y fue uno de los fundadores del Cine Club Luminaria que orientó a varias generaciones de amantes del cine a través de debates y conversatorios. Conocí bien a Eduardo y volvimos a encontrarnos muchos años después en Madrid. Ya no era cura, pero seguía escribiendo sobre cine.

En las mismas páginas de Ultima Hora escribió crítica de cine el poeta Julio de la Vega, quien antes había publicado esporádicamente en la revista de la segunda generación de Gesta Bárbara. A fines de los años sesenta, también en Ultima Hora y en el diario Presencia, inició su actividad Luis Espinal, recién llegado a Bolivia.  Su actividad no se limitó a los comentarios sobre cine sino que desplegó una vasta labor de animador dando talleres en todo el país. Dos de esos cursos, en 1969, me animaron a lanzarme a escribir crítica de cine. Al hacerse cargo en 1979 de la dirección del semanario Aquí, Espinal fue expulsado de Presencia, pero siguió ejerciendo su actividad de crítico en Aquí y en Radio Fides.    

Mis propios inicios como crítico de cine fueron en el diario El Nacional, durante el gobierno de Juan José Torres, y en las páginas del suplemento “Semana” de Última Hora, a principios de la década de 1970. Soy, entonces, parte de la generación de relevo. Escribí también en la revista Zeta, y en varias revistas de Europa, África y América Latina. Lucho Espinal me decía que yo era demasiado duro en mis juicios sobre el cine boliviano, quizás tenía razón. Él solía ser mucho más benévolo porque comprendía las dificultades de los cineastas, algo que yo entendí después de estudiar cine y regresar a Bolivia, aunque también regresé con un aparto crítico exigente como resultado de mis estudios en el IDHEC y en las universidades de Vincennes y Nanterre, donde tuve como profesores a tipazos como el cineasta Jean Rouch, el historiador Marc Ferro, el crítico Jean Douchet y la plana mayor (o “comité central”) de las revistas Cahiers du Cinéma (Serge Daney, Jean Narboni y otros) y Cinéthique, por entonces tan radicalizados en la posición maoísta del “frente cultural”, que no publicaban fotos de as películas analizadas porque no querían parecerse a las revistas burguesas.

Libros de crítica de Pedro Susz

A principios de la década de 1970 no éramos muchos los que escribíamos regularmente sobre cine: Julio de la Vega, Luis Espinal, Amalia de Gallardo y esporádicamente Pedro Shimose y algún otro. A mediados de esa misma década ingresaron a la crítica de cine dos nuevas voces: Pedro Susz y Carlos D. Mesa. En El Diario y posteriormente en otros matutinos de La Paz, Pedro Susz ha mantenido desde entonces una actividad regular de crítica cinematográfica, dándose a conocer como un crítico agudo y muy bien informado. Sin la menor duda Pedro es el crítico más constante y longevo de Bolivia, no hay otro como él. Los cuatro tomos que publicó en 2014 bajo el título 40/24 papeles de cine, y un quinto tomo en 2018, son un regalo de 3.260 páginas para cualquiera que se interese seriamente en la reflexión sobre el cine.     

Otros antecedentes: su colega de la Cinemateca Boliviana, Carlos D. Mesa, publicó en 1979 un libro titulado Cine Boliviano: del realizador al crítico, que reúne textos de Jorge Sanjinés, Arturo von Vacano, Pedro Susz, Luis Espinal, Beatriz Palacios, y otros.

Mucho antes, Amalia de Gallardo había publicado Iniciación cinematográfica (1972), quizás el precedente más antiguo de un libro dedicado a la apreciación del cine en Bolivia, que tuvo además el privilegio de ser declarado, en 1970, por el ministro de Educación, Mariano Baptista Gumucio, como texto oficial en los ciclos medio e intermedio. De esa publicación de color verde limón realizada en la imprenta Don Bosco, nació toda una colección de libritos de formato pequeño y tapa verde limón, escritos en su mayoría por Luis Espinal, pero también por Renzo Cotta, Orlando Capriles y otros.

En la puerta del horno se quedó una reedición de toda la colección, lista para ser publicada en tres tomos, que los amigos de Don Bosco me pidieron prologar hace cuatro años (2020), pero que no termina de cristalizarse. Los tres tomos están muy bien diagramados, con portada y portadillas internas, pero la pandemia parece haberlos afectado.    

El grueso de la crítica de cine boliviana se concentró por muchos años en La Paz. En febrero de 1979 quisimos darle cierta “institucionalidad” mediante la fundación de la Asociación Boliviana de Críticos de Cine (CRIBO), creada con el objeto de “contribuir al fortalecimiento de una corriente de cine desmitificador, desalienador, que contribuya a esclarecer la realidad nacional”.  Fue una iniciativa que acogieron bien mis colegas críticos de cine activos a fines de la década de 1970. El acta de fundación está firmada por Luis Espinal, Julio de la Vega, Pedro Susz, Carlos Mesa, y Alfonso Gumucio Dagron, y señala que “el público boliviano necesita una orientación que le permita adquirir sus propios instrumentos de crítica para poder ver cine como un hecho cultural y no de mera evasión”.

Recuerdo que nos reunimos unas cuantas veces y no pasó de allí, sin embargo, a la muerte de Espinal, solíamos publicar en el semanario Aquí un pequeño recuadro con nuestras recomendaciones de películas, que sustituyó al recuadro de estrellitas que publicaba Lucho en esas mismas páginas.  

Mi cronología muestra algunos vacíos a fines del siglo pasado, quizás porque no viví en Bolivia, pero nuevas generaciones de críticos de cine emergieron durante las dos últimas décadas. Sin ánimo de mencionarlos a todos, rescato los nombres de Mauricio Souza, Ricardo Bajo, Santiago Espinoza, Santiago Laguna y Mónica Heinrich, entre los más agudos. Y en la generación más reciente ya he mencionado a Mary Carmen Molina, “Yeyo” Zapata y Claudio Sánchez Castro. Otros practican el oficio de la crítica de manera esporádica o se dedican más bien a estudios de mayor aliento, como Sebastián Morales.

En uno de sus libros, mi amigo colombiano Omar Rincón alude al oficio de la crítica con ironía y humor: “Los pocos críticos que quedan son considerados unos amargados, malaleches, arrogantes y fracasados. Y es que los críticos son, de verdad, conmovedores porque en un día azul ven la nube que se insinúa en la lejanía y en un día de lluvia encuentran el pedacito azul que puede llegar a ser: son seres a los que les fascina llevar la contraria y disfrutan más pensar distinto que teniendo la razón. Y son patéticos, además, porque su oficio no sirve para nada: no suben un punto de rating, no llevan gente al cine, no ayudan a vender libros, no interesan a los ciudadanos en el arte, ni siquiera llevan a comprar modas o ir a restaurantes.”.

Mario Castro y Claudio Sánchez

Lo cierto es —continúa Omar Rincón, que los críticos no buscan pasar a la historia, porque la crítica “es un hacer que intenta comprender y explicar obras y oficios que se aman: es una acción de dependencia amorosa por las obras y los creadores”.    

Escribimos crítica para orientar a los lectores y cinéfilos. Algunos arguyen que tratan de orientarlos antes de que vean una película, pero otros, entre los que me cuento, preferimos que nuestros comentarios sean leídos después, para acompañar la propia reflexión del espectador y quizás tener alguna influencia en la opinión que ya se había forjado. Rara vez publico una de mis críticas sobre cine boliviano cuando la película está todavía en cartelera, porque prefiero que el lector se haga primero una idea que luego puede contrastar con las mías.

Un crítico afina su puntería a medida que practica. El ejercicio regular permite fortalecer el músculo del análisis y desarrollar un grado mayor de creatividad e independencia de la obra analizada.     

En años recientes no he visto cine en salas comerciales. Con excepción de la Cinemateca Boliviana, suelo ver películas en mi casa o en largos vuelos internacionales donde hay la suerte de contar con una pantalla individual y una selección “potable” de películas recientes. Las salas de cine que eran mi remanso de paz desde que era estudiante de cine en París, ahora me asfixian. No por la oscuridad sino por el comportamiento chabacano de la gente que habla, come pipocas con hedor a mantequilla rancia, responde al celular o alumbra sus pantallas para enviar mensajes de texto. Es una suerte de traslado de las malas costumbres de ver la televisión en sus casas, sin ningún respeto por el séptimo arte. Quizás harían lo mismo si fueran a un concierto de música clásica o a un museo. Todo eso me irrita irremediablemente, pero todo es posible con las generaciones Y o Z.

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Como todo buen texto, una crítica que se precie es una botella que esconde un genio. Pero el genio es el mismo lector, que se vuelve mejor y un poquito más sabio después de haber leído el papel que venía enrollado adentro.

—Roberto Herrscher 


10 agosto 2024

El festín de los pacatos

(Publicado en ANF, Brújula Digital y Público Bo el sábado 3 de agosto de 2024)

La ignorancia es atrevida, como dice el refrán. Con motivo de la representación de una bacanal dionisíaca en uno de los episodios artísticos de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París 2024, las redes virtuales (que resisten todo porque cualquiera puede publicar impunemente) se llenaron de mensajes escandalizados suponiendo (mal) que la escena del festín de Baco o Dionisio es una ofensa a la religión católica ya que aparentemente se burla de una escena emblemática de los mitos cristianos. Algunos sectores radicales de la iglesia católica y anglicana, y de la ultraderecha francesa de Marine Le Pen, rechazaron la totalidad del espectáculo inaugural porque creyeron ver una parodia de la última cena en la bacanal teatralizada con música y danza sobre la pasarela peatonal Debilly, a la altura del Museo de Arte Moderno.

Se trata de una lectura poco informada, tal como han aclarado los organizadores del evento. Los ofendidos no entendieron nada y sólo han leído un libro en su vida, o algunas páginas, o escuchado algún sermón en la iglesia del barrio. Basta contar el número de personajes para desestimar cualquier referencia a los apóstoles cristianos, que por lo demás son parte de una leyenda pues no consta históricamente que la última cena hubiera sucedido realmente. La particularidad de este festín con Baco (Dionisio para los griegos) desnudo y pintado de azul (una imagen que quedará para la historia) es que fue una celebración de la diversidad y de la tolerancia que representa lo que es el mundo de 2024 en términos culturales (les guste o no les guste a algunos pero es así). Había de todo, más de cincuenta figuras de jóvenes, mujeres, hombres, gordos, flacos, enanos, negros, asiáticos, latinos, trasvestis, transgénero… y todo lo que la sociedad occidental tiene como representaciones de sus miembros. 

El escándalo es tan desproporcionado que no merecería mayor comentario, pero la ignorancia y pacatería la hemos sentido también en Bolivia, con la aparición de algunos monaguillos y monaguillas que se golpean el pecho y publican símbolos casi fascistas (cruces negras sobre los anillos olímpicos): “Cristo es la única verdad” y cosas así. Hay mentes obtusas que creyeron ver testículos donde había una calza rota, otros vieron copulaciones, etc. Cada cerebro ve lo que quiere ver, de acuerdo a sus miedos. Esos aspavientos carecen de fundamento y pecan de ignorancia sobre la historia, la cultura y el arte. Para los lectores de un solo libro cualquier representación puede ser insultante, pero a lo largo de la historia el desnudo ha sido fundamental incluso en la pintura religiosa, y grandes maestros han simbolizado escenas de leyenda sin que por ello hayan sido quemados en la hoguera (otros sí, chamuscados por la “Santísima” Inquisición que se niega a desaparecer hasta ahora).   

Entre las muchas obras pictóricas sobre festines y bacanales en los que se inspiraron la escenografía y coreografía parisina, destacan, por ejemplo, el de Jan Brueghel El Viejo y Hans Rottenhammer (1602) y el de Jan Harmensz van Bilert (1635), para citar solamente dos que datan de cinco siglos. Nuestros escandalizados ignaros seguramente se persignarían y golpearían el pecho al pasar delante de esas obras que figuran en grandes museos, pero no lo hacen porque es “pasado”, lo que les irrita es el presente porque se sienten amenazados. 

Los fanáticos religiosos creen que el mundo gira en torno a sus creencias. Pues no, sépanlo. Por suerte no es así. Hay mucho más mundo que el fanatismo ciego, venga de donde venga. Sin embargo, las reacciones de estos días muestran que el cártel de la religión tiene poder todavía, al extremo de que los organizadores, temerosos de perder algunos auspicios comerciales, tuvieron que aclarar que “lamentan” que algunos se hayan sentido ofendidos por la representación de una fiesta pagana (pero en ningún momento han pedido “perdón”, como dicen algunos titulares tendenciosamente, distorsionando y sacando de contexto esas aclaraciones). 

Los que expresan rechazo con un meme gráfico o una frase indignada no se han tomado el trabajo de averiguar cómo se preparó la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Paris 2024. No saben (porque no les da la gana de averiguar), que un equipo de reconocidos historiadores y artistas estuvo trabajando durante más de un año en los episodios históricos, en la selección de la música y de las danzas, y en cada detalle de la ceremonia que disfruté durante cinco horas (en diferido, porque no tengo cable, sólo internet). Todo ello me trajo a la memoria mis ocho años parisinos de espíritu libertario, inmediatamente posteriores a la revuelta estudiantil de 1968. Gran época para desarrollar un pensamiento libre de prejuicios.

Si los Torquemada de turno se hubieran informado antes de poner el grito al cielo (donde reside  ese señor de larga barba blanca), sabrían que las escenas del desfile inaugural tenían el propósito de rescatar episodios históricos vinculados a la cultura occidental. No abarca toda la historia mundial, pero sí la parte relacionada con Francia como heredera de Grecia, Roma y otros referentes occidentales. Los franceses tienen todo el derecho de rastrear esas raíces y nos han regalado un impresionante paseo por la memoria al recorrer seis kilómetros del Sena, pasando por lugares emblemáticos como la Conciergerie donde fue decapitada María Antonieta, el Museo del Louvre con ese maravilloso contraste de estilos (el imponente palacio barroco clasicista y la ligera pirámide de vidrio del arquitecto Pei), y la Torre Eiffel, que en su momento escandalizó a los más conservadores. La cultura francesa ha tenido siempre la virtud de sacudir la hipocresía de las “buenas conciencias”. Pienso en “El origen del mundo” de Courbet, “El último tango en París” de Bertolucci, el surrealismo y el dadaísmo. Y al borde de sus fronteras: “El jardín de las delicias” de El Bosco, “Los caprichos” de Goya, el papa “Inocencio X” de Francis Bacon, entre otros. 

La actuación del grupo roquero Gojira en los balcones de la Conciergerie, la canción entonada en francés por Lady Gaga vestida de cabaretera del Moulin Rouge, la Francia feminista representada por las figuras que emergen del Sena a la altura del puente Alexandre III, la riqueza de los ritmos y danzas del mundo sobre una barcaza (durante tres horas), la polémica bacanal griega, Juana de Arco al galope sobre el río en un hermoso caballo de plata (Secuana, diosa del Sena), el encendido del pebetero olímpico suspendido de un Montgolfière en el jardín de las Tullerías, o la vibrante interpretación de Edith Piaf en la Torre Eiffel por Céline Dion, luego de su prolongada ausencia de los escenarios, son todos momentos que tienen alguna significación cultural (pero los mojigatos no vieron nada de eso).    

La cultura es el conjunto de las representaciones simbólicas de la sociedad y no se reduce a lo “bonito” de las expresiones artísticas porque entonces tendríamos solamente un folclor vaciado de contenido, o “descafeinado”, como dicen algunos. El arte es bello aunque no sea “bonito”, porque representa pulsiones humanas de todo tipo y procedencia. Los valores sociales y culturales no son idénticos de una cultura a otra. Las representaciones de la inauguración de los Juegos Olímpicos son absolutamente pertinentes a la cultura occidental (que se remonta a Grecia y Roma). Quizás un reclamo que podría hacerse es que no se haya tomado en cuenta a otras culturas entre los 206 países participantes, pero en este caso los franceses estaban en absoluto derecho de representar aquello relacionado directamente con el espacio geográfico e histórico, y por lo tanto cultural y social, donde se realizan los juegos.

Nada fue improvisado, todo tiene un sentido, desde el desfile fluvial que comenzó en el puente de Austerlitz (la batalla ganada por Napoleón I el 2 de diciembre de 1805) y terminó en el puente de Iéna (otra batalla ganada por Napoleón I el 14 de octubre de 1806). Para cualquiera que sepa un poco de historia, los guiños eran frecuentes en todo lo que vimos: una avalancha de hechos narrados sin palabras, con emociones. 

El historiador Patrick Bucheron ha explicado ese proceso en el que participó, donde hicieron el esfuerzo de incluir episodios de la historia de Francia que nos remiten a periodos tan antiguos como Grecia y más recientes como la Exposición de París de 1900, pasando por la Revolución Francesa. Bucheron afirma que fue la “primera y la última vez” en su vida, que imaginó la historia sin usar palabras.

Lo que en realidad molesta a los pacatos y pacatas es el festín de la diversidad y de la tolerancia, y no sólo de la diversidad sexual (que es lo que más les escandaliza por el miedo a cualquier persona diferente a ellos) sino de la diversidad que somos como seres humanos: gordos, flacos, jóvenes, viejos, negros, asiáticos, latinos… todos cada vez más mezclados pues de ese crisol de pertenencias culturales emerge siempre la renovación creativa, y no del conservadurismo que se estanca y no genera nada. Podemos estar o no de acuerdo con aspectos artísticos y plásticos (los colores, la escenografía, la música, etc.), pero descartar una representación artística por razones morales es una majadería.

Si de ética se trata, o de moral, deberíamos estar escandalizados por la hipocresía europea que ha permitido que Israel esté en los Juegos Olímpicos, mientras Rusia y Bielorrusia han sido vetados. Vladimir Putin es tan criminal como Benjamín Netanyahu, aunque este último le lleva amplia ventaja en el número de muertos palestinos (casi 40 mil hasta ahora) y la sistemática destrucción de Gaza, metro a metro. La memoria nos alcanza para recordar que Sudáfrica fue vetada entre 1964 y 1992 por el racismo y la discriminación durante el apartheid. Y Afganistán sufrió una sanción similar durante el despótico régimen talibán, el año 2000. Pero como Israel sirve los intereses de las potencias occidentales en Medio Oriente, el genocidio de palestinos no parece ser motivo suficiente. Sobre este tema, no se muestran ofendidos los fanáticos religiosos. Hay ingenuos que dicen que los Juegos Olímpicos no deben politizarse… Despierten, desde antes de la II Guerra Mundial han estado politizados.

El arte siempre ha reflejado la realidad y la imaginación y ambas son compatibles y complementarias. Nadie se escandaliza de los horrores que narra la Biblia (que podrían considerarse “un insulto” a los derechos humanos) porque sabemos que es una obra de ficción escrita más de 200 años después del ajusticiamiento de un rebelde llamado Jesús. No son pocos los seres humanos esclarecidos (profetas o científicos) que fueron llevados a la cruz o a la hoguera porque se adelantaron a su tiempo. Mientras unos se adelantan, otros quisieran mantenernos sumidos en el oscurantismo. No lo han logrado en miles de años, y menos ahora.

Y para mojigatos y gatas un regalito especial: una colección de sátiras de la “Última cena” en famosas películas y series de televisión: Gordon Ramsey, Los Soprano, Mash, Lost y Los indestructibles. Apuesto que no hicieron tanto escándalo cuando esas imágenes aparecieron en la televisión.

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Ah ! ça ira, ça ira, ça ira

Quand l'aristocrate protestera,

Le bon citoyen au nez lui rira,

Sans avoir l'âme troublée,

Toujours le plus fort sera.

—Bécourt & Ladré