25 mayo 2024

Beirut amada y amante

(Publicado en Brújula Digital, ANF y Público Bo el sábado 25 de mayo de 2024)

Juan Carlos Gumucio 

Leí La amante en guerra (2007) de Maruja Torres porque en alguna reseña se mencionaba el nombre de mi primo Juan Carlos Gumucio, quien fue corresponsal de guerra en Medio Oriente y vivió varios años en Líbano en pleno conflicto bélico. Efectivamente la obra de la escritora y periodista española lo nombra varias veces, pero antes de llegar a eso, vamos a la obra.

La relación de amor entre Maruja Torres y Beirut se remonta a 1987, cuando visitó por primera vez esa ciudad convulsionada y estremecida por las bombas. Entiendo que en otro libro anterior se refiere con mayor detalle a aquella experiencia, pero con este se despide de la ciudad que tanto amó. La amante del título no es la escritora: es la ciudad “tullida pero majestuosa. Hermosa y grave, herida”, aunque también es ella, la mujer periodista que se deja seducir para regresar una y otra vez como corresponsal, porque Beirut es “un virus que se mete en la sangre y no te abandona”, como la malaria. La relación estable, “matrimonial”, es con la Barcelona donde tiene casa propia, pero Beirut es la amante que no puede dejar de visitar por largos periodos.

Aunque no encasilla su obra en un determinado género literario, lo cierto es que tiene más de crónica y de diario personal que de novela o ensayo, aunque por su curiosa estructura podríamos asociarla a una novela: empieza por los últimos acontecimientos, el último día, su evacuación de la ciudad, y en sucesivos capítulos narra los días anteriores, como un lanzamiento al revés. No me queda del todo claro el beneficio de esa lectura a la inversa, que parece más un striptease al revés que a un flashback, pero bueno, son las licencias incuestionables que se toma quien escribe. Quizás Maruja Torres pensó en la base para un guion de cine.

Lo importante es que el 2006 marca 20 años de relación tumultuosa con la ciudad, una relación en la que se mezclan emociones y afectos contradictorios, mediados no tanto por el acontecer político regional y el horror de la agresión de Israel, como por las relaciones que la autora establece con personas que, como ella, aman su ciudad, tanto libaneses como expatriados que trabajan allí.

Del 25 de julio (último día, evacuación) al 12 de julio (primer día de la guerra) y los “días de bruma” previos, apenas transcurren tres semanas, pero demasiadas cosas como para despojarlas de memoria. No es este un relato sobre la situación de Medio Oriente, demasiado compleja incluso para los más especializados o los que han vivido allí toda su vida. Más bien, y mejor, es un testimonio en primera persona sobre la cruel agresión a Líbano por Israel, Estado fabricado en 1948 en el territorio bajo mandato del Reino Unido desde 1920, y mantenido por la fuerza de las armas (y por la hipocresía europea y gringa) durante las décadas siguientes.

Cada capítulo no es sólo un relato sobre un día, 24 horas, bombas más o bombas menos, sino que incorpora memorias anteriores y también zonas de respiro que aparecen como “interrupciones”, donde la autora deja de escribir (y lo dice claramente) para atender otros asuntos (pedestres a veces) en Barcelona, donde escribe en caliente lo que acaba de vivir a 3.033 kilómetros de distancia. “Mi hermana y yo comeremos juntas hoy…” y otras interrupciones son también una manera de marcar distancia, de decirnos que no nos involucremos pasionalmente con ese amor que es de ella, sino racionalmente. Se intercalan en el relato recuerdos de anteriores viajes, de personajes que ya no están, de lugares que han cerrado sus puertas o han sido reducidos a escombros por las bombas.

Maruja Torres en Beirut

Es imposible leer este libro publicado hace 17 años sin pensar en la carnicería de Israel en Gaza, en 2024, a la vista y paciencia de potencias “democráticas” que toleran y apoyan la agresión aunque multipliquen sus llamados a la “paz”. Sin duda se están escribiendo ahora bajo las bombas otras páginas que narrarán la barbarie de Netanyahu y su ejército. Lo dice bien Maruja Torres: “Para estos canallas todos los árabes son terroristas”. Y otra frase que podría ser escrita hoy: “La guerra anterior no alcanzó el tipo de demolición masiva que Israel puede ofrecer en una sola actuación”.

Las descripciones son elocuentes, hay una habilidad seductora para narrar los ambientes de manera cinematográfica. La arquitectura viste o desviste la ciudad bombardeada, su piel lastimada no alcanzó a envejecer. Muchas cirugías no esconden las heridas profundas.

La segunda parte del libro es una “Carta a Manuel” (no pude dejar de pensar en el libro de Cortázar), un alegato de 53 páginas dirigido a un joven libanés mencionado frecuentemente en la primera parte. Maruja Torres le habla como a un hijo que ella cobijó y ayudó, uno que prometía mucho pero termina decepcionándola, abandonando Beirut y dejando atrás más que eso: sus ideales. La carta revela mucho sobre los sentimientos de la escritora sobre la ciudad a la que ya no volverá, la amante despechada. En la medida en que es una carta nunca enviada, puede contener licencias de todo tipo: Manuel no la merece, es apenas una excusa para escribir. Es la parte más literaria y ficcional del libro, con cuidadosas y poéticas descripciones, y un hilo narrativo que felizmente no vuelve a interrumpirse.

La ira y tristeza de la autora está  dirigida contra algo que no tiene ni nombre ni corporalidad: la indolencia y el acostumbramiento de los ciudadanos de Beirut para vivir con “normalidad” en medio de los escombros de guerras sucesivas. Más allá de las divisiones ideológicas, están las religiosas: 18 denominaciones (14 cristianas y 4 musulmanas), mantuvieron siempre al país al borde de un suicidio colectivo. Y sin embargo, ahí está, sobreviviente, Lázaro o zombi.

Juan Carlos Gumucio

En esa larga carta a un Manuel que no la leerá nunca, Maruja Torres menciona a Juan Carlos Gumucio. Lo recuerda “con su risa feroz y su cordialidad irresistible”, pero se equivoca cuando repite lo que ha escuchado sobre su “absurda muerte”. Añade: “…había empezado a morir años antes, en Jerusalén, y antes aún, en cierto modo: cuando no se adaptó a la Beirut sin guerra susceptible de grandes titulares, en 1990…” Los corresponsales apreciaban esa fuerza explosiva de Juan Carlos, “echamos en falta su periodismo en la catástrofe actual de Oriente Medio”.

Unas pocas páginas más adelante lo menciona de nuevo: “Ha soltado una carcajada salvaje parecida a las que lanzaba Gumucio cuando me proponía correr en moto de noche por la Línea Verde para desafiar a los tiradores escondidos. Yo me negaba: ‘Tengo que buscar noticias, no convertirme en noticia’”. Casi al final, en la última página, vuelve a mencionar a Juan Carlos: “Pero sólo a unos metros de aquí se encuentra la antigua sede de la agencia Associated Press, al abrigo de cuya seguridad Juan Carlos Gumucio y yo dormimos durante los peores bombardeos contra las posiciones de Siria y sus aliados…”

Maruja Torres

“He regresado -el verbo que más conjugo en este libro, regresar; la palabra más usada: tiempo…” Maruja Torres ha vuelto también para visitar los lugares que en la década de 1980 estaban llenos de vida, a pesar de la guerra, y los ha encontrado cerrados, vacíos o destruidos. “El Líbano no es una causa. Es un tango: Cambalache. Quien quiera redimir a los libaneses perecerá en los infiernos de la desilusión”. 

Al concluir la lectura me quedan enormes deseos de viajar a Beirut, en parte por el estimulante relato de amor a la ciudad que describe Maruja Torres, pero sobre todo pensando en lo que pudo escribir Juan Carlos sobre su experiencia allí. Él sería el principal motivo para ir.

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Nadie tiene derecho a la inmunidad cuando, a sabiendas,
se acerca a alguien que ha hecho de la literatura su oficio.
—Maruja Torres
 

18 mayo 2024

Asfaltitis aguda

(Publicado en sábado 18 de mayo de 2024 en Brújula Digital, ANF y Público Bo)

Meme de Iván Arias en internet

Si al alcalde de La Paz no le pican las orejas, es que porque vive en un universo paralelo que lo hace inmune a la crítica. Lo que yo oigo en la calle, en el transporte público, en la radio y entre los amigos, es que no hay memoria de un peor alcalde en la última mitad de siglo. Quizás hubo uno “más peor”, aquel que metió sus manos en la caja de caudales y se escondió en un ropero cuando la policía fue a aprehenderlo.

El alcalde actual está enfermo. Gravemente enfermo. Padece una extraña enfermedad con piel rígida y olor a alquitrán: asfaltitis aguda. No puede pasar por una calle ya pavimentada, que le viene un ataque incontrolable de poner otra capa de asfalto encima. Sueña con calles con tres o cuatro carpetas asfálticas, pero sus sueños son pesadillas para los ciudadanos que padecen los efectos secundarios de esa enfermedad incurable.

“Superasfaltos” en Calacoto

En mayo se le ocurrió desbaratar las aceras y volver a pavimentar la calle 21 de Calacoto y cuatro cuadras de la avenida Ballivián. Los vecinos se preguntaban qué tenían de malo esas vías, pues no había sifonamientos, ni daños en la plataforma. Las obras se hicieron en pleno día, causando problemas de tráfico, en lugar de aprovechar las noches para pavimentar, como se hace en países civilizados. Los peatones teníamos que cruzar la avenida “a la quete” sobre el alquitrán pegajoso, porque no tuvieron el buen sentido de habilitar pasillos para el tránsito peatonal. Los guardias municipales se veían incapaces de controlar el caos vehicular, sólo charlaban en las esquinas, como siempre hacen. Los vehículos de la alcaldía entorpecían aún más la circulación, estacionándose en las paradas del PumaKatari y otros sitios inconvenientes.

En el ángulo de la calle 8 de Calacoto y la plaza Humboldt, podían haber aprovechado la ocasión para realizar un nuevo diseño del área, para impedir que se detengan en plena esquina los minibuses que van a Rio Abajo, pero perdieron la oportunidad porque no tienen noción de las necesidades reales y de cómo encarar los problemas. Otros dos casos similares: ¿Por qué no rediseñan la cuerva de San Jorge y detrás de la UMSA, donde nadie respeta los semáforos?

Doble embovedado del Choqueyapu 

Mientras asfaltaban con gran alarde publicitario, descuidaron otras obras que sí son urgentes, por ejemplo, la muy postergada vía (Avenida La Paz) que unirá por encima del doble embovedado del río Choqueyapu, la avenida del Poeta con Obrajes, a pocos metros de la curva de Holguín, obra de infraestructura iniciada por el ex alcalde Luis Revilla, hoy perseguido político del MAS. El Negro Arias ya “inauguró” dos veces con mucha alharaca ese tramo, pero no pasa nada. Si sobrevolamos el lugar en la línea celeste del teleférico, no veremos más de 5 o 6 obreros “trabajando” (es un decir, porque pasan más tiempo comiendo), y un par de máquinas moviéndose como tortugas por ese cañadón donde quisiéramos ver de una buena vez un centenar de trabajadores que garanticen algún avance. Son apenas 950 metros de extensión, menos que todo el asfalto vertido en varias semanas sin motivo.

Esa sí parece una obra necesaria, hasta podríamos concederle el pomposo rótulo de “súper obra” que tanto le gusta al alcalde, a la medida del límite superior de sus ambiciones ediles. Esa ruta desahogaría el tráfico de la avenida Libertador, frecuentemente interrumpido por los derrumbes y las caídas de piedras que ponen en peligro a los vehículos y a sus ocupantes. ¿Está esperando Arias otro derrumbe? Quizás es un buen negocio, no lo sé.

Futura Av La Paz, no avanza

¿Qué decir sobre el cauce del río La Paz, que se desbordó con graves consecuencias para todos los que transitan hacia Mallasa por el tramo de la avenida Siles Zuazo? Ahora hay máquinas trabajando, empujando piedras de un lado a otro del rio, pero no vemos avance en la reconstrucción de la plataforma y en la reconducción del cauce mediante diques de cemento (como los que hizo Revilla en Irpavi) o siquiera gaviones. Sólo vemos cascajo suelto. Luego de una breve lluvia se desbordó el rio Remedios en Bajo Següencoma porque (según dicen los vecinos) la alcaldía tapó ese cauce en lugar de entubarlo.

Las prioridades del alcalde de La Paz son desatinadas y no coinciden con las de los ciudadanos. Cada vecino conoce en su distrito las necesidades más urgentes, pero parece que el alcalde no consulta, o que sus asesores quieren que pise el palito de la impopularidad. Le aconsejan muy mal, y él obedece. La lógica del alcalde (si acaso existe alguna) no resiste el menor análisis. ¿Para qué “arregla” plazas, calles y avenidas que no tienen mayores problemas? ¿Qué le picó para meterse con la plaza Abaroa y gastar tanta plata en arreglos cosméticos? ¿No era mejor arreglar el parque de Las Cholas, dañado el 29 de marzo de 2023 por la caída de un enorme eucalipto? Todavía está ahí parte del tronco caído y un techo dañado.

Seguramente hay explicaciones y excusas: “Son proyectos y presupuestos distintos”, “El Concejo Municipal pone trabas”, “El MAS nos acosa con juicios” o “Me han traicionado”, pero por lo visto todavía tiene una buena partida presupuestaria para propaganda.

Si le sobran centavos, sugiero que haga repintar todos (repito: todos, no sólo en las avenidas con semáforos) los pasos de cebra que están abandonados desde hace años, pintados de vez en cuando por migrantes venezolanos que se ganan unas monedas, pero emplean pintura que no aguanta, en lugar del material recomendado para la señalética horizontal.

Sugiero también que renueven los basureros de lata desfondados, que no prestan ningún servicio (y dan vergüenza), y que instalen más islas de separación de residuos en lugar de quitarlas (retiraron la de la avenida Arequipa). Otra sugerencia: que mejore la señalización horizontal y vertical en las paradas del Pumakatari y que ubique guardias municipales para resguardarlas, en lugar de que sigan engordando detrás de sus escritorios.

Los vecinos extrañamos las cebras que educaban a conductores y transeúntes, y también los domingos peatonales cuando se reservaba uno de los carriles de la avenida Costanera para que ciclistas y peatones pudieran hacer ejercicios en un espacio libre de motorizados. Eso ya no existe. Las ferias culturales que se organizaban en el Prado no tienen la amplitud de antes y ya no acaecen todos los domingos. Menos mal que la “Larga noche de los museos” que emprenden instituciones ciudadanas (con apoyo de la alcaldía), representa un respiro cultural.  

Hemos perdido lo bueno que teníamos en la administración anterior, como la gestión del estacionamiento en las calles. Arias despidió a los jóvenes que se ganaban unos pesos cobrando a los automovilistas para que estacionen en lugares apropiados y no en cualquier lado. Esos jóvenes se pasaban todo el día cuidando los vehículos y eso tenía otras ventajas: además de estacionar de manera ordenada, no era necesario que los dueños activen las alarmas estridentes que suenan sin motivo y molestan al vecindario a lo largo del día, haciendo de La Paz una ciudad ruidosa y desagradable (no existe control de contaminación auditiva, ni fiscalización, ni sanciones). Al presente, los vehículos estacionan en cualquier parte, sobre las aceras, en avenidas donde está prohibido, en salidas de garaje y en paradas del PumaKatari. Los guardias municipales no son siquiera capaces de cuidar el proyecto de transporte público de la propia alcaldía. Entre las muchas promesas incumplidas, estaba la de sustituir a esos jóvenes guardianes despedidos de un día para otro, “cuanto antes” por parquímetros automáticos (lo que implicaría contratar personal para que controle si los indisciplinados conductores cumplen las normas y ponen monedas en el parquímetro).

Harold Lora y sus bribones

De torpeza en torpeza, no le va bien al alcalde. Y lo anterior no es sino la punta del iceberg. Basta ver lo que está sucediendo con la corrupción en el ámbito de la construcción (Loritas y otros bribones) y con el catastro municipal “voluntario” que se aplica experimentalmente en Obrajes (donde menos problemas van a encontrar). Deberían empezar en las laderas de la ciudad, podrían hacer un mapeo exhaustivo desde las cabinas del teleférico, desde donde se pueden ver todas las irregularidades inimaginables.

La ciudad se va a pique por el oportunismo político y por los esfuerzos infructuosos de cultivar una imagen que no responde a la realidad, tal como hace el gobierno nacional. En vez de “por el bien de todos” el lema de la alcaldía debería ser: “hágase odiar”.

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Quizás este mundo sea el infierno de otro planeta.
—Aldous Huxley
 

11 mayo 2024

Gran tipo el Quintacho

(Publicado en Brújula Digital, Público Bo y ANF el sábado 11 de mayo de 2024)

Eduardo Quintanilla Y.

Voy a recordar con enorme afecto algunos rasgos de la personalidad de Eduardo Quintanilla Ybarnegaray, fallecido el jueves 9 de mayo . Por una parte, su fino humor, esa media sonrisa Mona Lisa con la que podía decir al mismo tiempo galanterías o expresar carajazos, que en su boca nunca sonaban fuera de lugar, por mucho que se esforzaba en ser vehemente con las palabras altisonantes. Quizás recordaba los versos del Arcipreste de Hita (Libro del buen amor): “Non ha mala palabra, si non es a mal tenida; verás que bien es dicha, si bien fuese entendida”.

Su sonrisa en sorna no significaba una burla de nadie sino una manera de mostrar por igual su simpatía y adelantar la tenue ironía de su próxima frase en una conversación, porque era un conversador formidable y agradable, tanto por su manera de expresarse como por su vasta cultura. La última vez que estuvimos, en casa del Negrito, su hijo, me dijo que estaba emputado con su sordera ya que, si había más de dos personas a su alrededor, ya no podía conversar porque todas las voces se trenzaban en un caudal confuso de palabras.

Alguien tan inquieto por la literatura y por el arte no podía sino quedar muy afectado cuando la vista comenzó a fallarle irreversiblemente. Los audiolibros y las palabras dulces de Isabel al leer para él textos que le interesaban, no podían reemplazar el placer de sostener un libro en las manos y descifrar esos curiosos signos de orígenes tan remotos como diversos, que forman palabras, oraciones y libros, que engolosinan el paladar y refrescan las ideas.

Conservaré de él la imagen de su prestancia, de su porte, de su elegancia y de su lenguaje corporal. Era un seductor y al mismo tiempo un “caballero”, pues aunque esa palabra pueda sonar incongruente en los tiempos que vivimos ahora en Bolivia, la caballerosidad existe todavía, aunque no abunda.

Tuve el privilegio de disfrutar de su amistad desde tiempos anteriores a mi propia memoria porque primero Quintacho fue amigo de mi padre y testigo de escenas recónditas que conmovieron a mi familia hasta los cimientos. Nuestra amistad se reforzó también con la amistad que él tuvo con mis primos hermanos Baptista y Gumucio: Fernando, Mago, Miriam, Bernardo, Robico, Maquena y Patricia, y otros fueron amigos de Quintacho.

Desde California, apesadumbrado por su partida, mi tío Fernando Gumucio Cortés me cuenta que muy jóvenes tenían en Cochabamba un grupo de amigotes que se autodenominaba “Los S.N.”, es decir, los “sin nombre”, cinco o seis amigos entre los que estaba Quintacho (de los cuales quedan apenas tres), y una mujer, Eliana Ponce.

Siempre solidario con los amigos, no creo que uno solo haya dejado de serlo en tantos años de amistad, a pesar de las distancias geográficas. ¿Acaso se podía uno enojar con el Quintacho? Amiguero y “canchero” en cualquier grupo donde estaba, era también cómplice de sus hijos y modelo de integridad para ellos. De la manera más natural he tenido el privilegio de heredar tempranamente la amistad con ellos, el Negrito y la Quintacha, ambos colegas míos en aventuras relacionadas con los derechos humanos y con el cine boliviano.

Eduardo Quintanilla también pasó por la función pública. En septiembre de 1969, fue invitado como ministro Secretario de la Presidencia durante el gobierno del general Alfredo Ovando Candia, junto a profesionales de categoría y alto nivel intelectual (no como ahora), como José Ortiz Mercado (Planificación), Oscar Bonifaz (Minería), Alberto Bailey Gutiérrez, Carlos Carrasco (Informaciones), Marcelo Quiroga Santa Cruz (Energía e Hidrocarburos), Mariano Baptista Gumucio (Educación), José Luis Roca (Agricultura), Edgar Camacho Omiste (Relaciones Exteriores), entre otros.

De su vida profesional como abogado podrán dar testimonio quienes lo conocieron en ese ámbito, yo me limito a la parte que conozco un poco.

Gran tipo el Quintacho.

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En realidad, el único momento de la vida en que me siento ser yo mismo
es cuando estoy con mis amigos.
—Gabriel García Márquez
 

05 mayo 2024

Mi causa palestina

(Publicado el sábado 4 de mayo en Brújula Digital, Público Bo y ANF)

Monte Nebo, en 2006 

A fines de 2006, desde la altura del monte Nebo, en Jordania, pude divisar en un día claro (más bien adivinar) la lejana mancha de Jericó (a 27 km) e imaginar Jerusalén (a 46 km) y Belén (a 50 km). Dice la Biblia (Deuteronomio 34.1-5) que, desde ese lugar Moisés pudo ver la tierra prometida, a la que nunca pudo llegar porque murió allí mismo días después. Más allá de los mitos, esas alturas tienen mucha historia, uno lo siente en el cuerpo cuando está allí.

La primera vez que estuve cerca de Israel fue en junio de 1992, cuando coincidí en Amman con mi primo Juan Carlos Gumucio y pasamos un fin de semana flotando (literalmente) sobre las saladas aguas del Mar Muerto. Juan Carlos era un defensor acérrimo de la causa palestina y como corresponsal de guerra estuvo muy próximo a Yasser Arafat, quien lo llamaba cariñosamente el “boliviano palestino”. Con su hirsuta barba y el cabello rizado, mi primo podía pasar por árabe. Mientras vivía en Líbano, durante la guerra, solía cruzar los retenes de todas las milicias porque llevaba consigo credenciales que cada una de ellas le había otorgado.

Juan Carlos Gumucio

La escritora española Maruja Torres menciona a Juan Carlos en sus libros sobre Líbano, y recuerda su enorme compromiso, y el de otros corresponsales, con una causa que no admite equivocaciones: Israel es el vecino camorrero del barrio, instalado para propiciar violencia e incertidumbre.

Las nuevas generaciones, tan ufanas en su ignorancia de la historia, no saben que el Estado de Israel fue un invento de Inglaterra y otras potencias europeas después de la Segunda Guerra Mundial. En 1948 (el 14 de mayo) estas potencias crearon Israel en el territorio donde los palestinos habían convivido durante siglos con otros pueblos, para tener un pie firme en medio del mundo árabe. De todo el mundo llegaron judíos errantes que nunca antes habían estado allí. Fue en buena parte una migración calificada, de profesionales y comerciantes que lograron convertir en un vergel el territorio que les fue mañosamente cedido. En lugar de optar por una política de buena vecindad, en las décadas siguientes Israel se fue apropiando del territorio mediante guerras sucesivas, arrinconando a los palestinos en el estrecho de Gaza y otros territorios ocupados.

La ocupacion de Palestina

Para quienes tienen la memoria corta y quieren creer que el baño de sangre de Israel en Gaza se remonta al episodio de la toma de rehenes el 7 de octubre de 2023, ignoran (o lo pretenden) un hecho innegable: Israel no ha cesado de atacar durante décadas territorio palestino y de asesinar a líderes de organizaciones palestinas en otros países vecinos. Recordemos que Hamas ganó en 2007 las elecciones en Gaza, y constituyó un gobierno de unidad legítimo. El hecho de que un ala militar radical responda con violencia a los ataques israelíes, no convierte en terroristas a todos los palestinos.

No es de sorprenderse que, a raíz de la continua política de ocupación y represión cotidiana de Israel, hayan nacido facciones extremistas que responden con violencia al expansionismo territorial. De la misma manera que los ucranianos se defienden de los invasores rusos, lo hacen los palestinos del ejército de Israel, muy bien pertrechado por Estados Unidos, que no ha cesado de otorgar ayuda económica, militar y de inteligencia. A tal extremo, que Israel es el único país de la región que posee armas nucleares. No se lo permiten a Irán, pero sí a Israel. Estados Unidos veta sistemáticamente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el ingreso de Palestina como miembro pleno, algo que apoya el mundo entero, incluso los europeos con su doble moral. En cambio, la tolerancia de Europa y Estados Unidos hacia Israel es infinita, aunque se ha negado a acatar todas las resoluciones de paz de la Asamblea General de Naciones Unidas y ha atacado incluso la sede de UNRWA, el organismo de la ONU que protege a los refugiados palestinos.

Destrucción de Gaza

Una vez más Israel ataca con todo su poderío militar, es un país que vive para la guerra. Prácticamente ha reducido el estrecho de Gaza a la mitad, empujando a millones de refugiados hacia el sur, destruyendo hospitales y dejando atrás fosas comunes con el argumento de liquidar a los terroristas de Hamas (Movimiento de Resistencia Islámico), que son pocos entre los 34.800 niños, mujeres y ancianos asesinados en las incursiones de Israel (contra 1.300 muertos israelíes). El horror de esa carnicería ha hecho que la opinión pública mundial se vuelque en favor de Palestina, como vemos en las universidades de Estados Unidos y Europa.

No es la primera vez y no será la última hasta que se reconozca el Estado palestino y su independencia territorial. Recuerdo mis años de estudiante en París, durante la década de 1970, cuando marchábamos masivamente en favor de Palestina. En el reloj improbable del tiempo, parece que nada hubiera cambiado, o sí, para peor, porque con el apoyo de Estados Unidos y el silencio cómplice de Europa, las agresiones de Israel bajo la dirección de Netanyahu están dejando cada vez menos espacio vital al pueblo palestino. No es difícil encontrar en Google el mapa de Palestina que muestra cómo las sucesivas guerras de Israel se han ido apropiando del territorio hasta dejar a los palestinos arrinconados contra el mar o encerrados detrás de altos muros de cemento.

La historia reciente de una guerra que quiere aparecer como “santa” pero que en realidad es geopolítica, trae a la memoria los orígenes de la era cristiana, cuando los judíos del Templo de Jerusalén entregaron a Jesús a los romanos para que lo ajusticiaran, supuestamente porque con su discurso rebelde violaba preceptos de la religión judía, pero en realidad porque el templo se entendía bien con el ocupante romano, como ahora depende Israel de otro imperio que pisa fuerte en la región como tutor de Israel.

En ese contexto, que Bolivia rompa relaciones diplomáticas con Israel es una tontería del tamaño del edificio fálico que hizo construir Evo Morales detrás del palacio de gobierno. Salvo algunas agencias de turismo, a nadie le hace cosquillas lo que haga o deje de hacer Bolivia. En el amplio concierto geopolítico internacional no tocamos ni el timbal.

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La guerra anterior no alcanzó el tipo de demolición masiva
que Israel puede ofrecer en una sola actuación.
—Maruja Torres