25 agosto 2022

Fronteras

(Publicado en Página Siete el domingo 15 de mayo de 2022)

 Toda película latinoamericana que llega precedida por una oleada de noticias, nominaciones, premios y comentarios, llama la atención. Es el caso de “Karnawal” opera prima del argentino Juan Pablo Félix, estrenada en 2020 y presentada ahora en medios locales como una coproducción boliviana (la participación de Gerardo Guerra y Londra Films), aunque en la pantalla la presencia boliviana es mínima, porque aparte de las imágenes iniciales en Villazón todo lo demás sucede en territorio argentino. Tres de los actores principales son argentinos y uno chileno, y el equipo técnico y artístico principal es igualmente argentino.

 Desde el punto de vista de financiamiento, una lluvia de apoyos, inclusive desde Noruega, sugieren que la producción no padeció ningún tipo de carestía, como suele ser el caso de las producciones bolivianas, todo lo contrario.

 Algo que no se mencionan en los comentarios es que Abra Pampa (Jujuy), donde fue filmada, y todo el norte argentino es culturalmente más boliviano que rioplatense. La pampa es una continuidad de nuestro altiplano, y la gente de la calle habla con acento argentino, pero tiene facciones bolivianas.

 Todo lo anterior es para decir que este es un film fronterizo, así, como se llamaba aquel famoso grupo de música de Salta, “Los fronterizos”, precisamente para reivindicar esa condición de mezcla cultural. “Antes que amanezca / por esta región / porque yo mañana / paso a Villazón / Me voy a Bolivia…” como dice la composición de Arsenio Aguirre.

 Después de ver la película he leído breves comentarios que hablan de un “road movie”, o de un “western argentino”, y “una fusión de varios géneros” (dice el propio director). Es cierto que puede tener un poco de todo, pero esa es la epidermis.

 Siempre hay muchas maneras de abordar una obra, sobre todo si se pretenda profundizar en ella. En la lectura más superficial, “Karnawal” puede ser un thriller nocturno ambientado en Jujuy, en época carnavalera, que muestra a cuatro personajes embarcados en una aventura delincuencial, sin querer queriendo.

 Está “El Corto” con licencia de salida de la cárcel donde ya ha cumplido una sentencia de siete años, está su hijo muy joven, “Cabra”, que zapatea el malambo como nadie y aspira a consagrarse en un concurso nacional, está su madre, Rosario, que tiene que lidiar cada día con la presencia o ausencia de los tres hombres más importantes de su vida, y está Eusebio, gendarme argentino que hace pareja con ella y se ve arrastrado en el torbellino de amores y desamores.

 En esa lectura meramente argumental del film de acción, importa el hecho de que Cabra cruzó a Villazón para pasar a La Quiaca una pistola escondida en su mochila, importa también que su padre chileno es un delincuente relacionado con otros delincuentes, que trata de robar cisternas de combustible. Importa que Eusebio es gendarme y se vea en el dilema de ayudar a El Corto, e importa que Rosario, como madre, esposa y amante, arriesgue su pellejo por todos los otros.

 Hay otras lecturas posibles. Me siento más cercano a una lectura sociológica y sicológica de los personajes, que llevan mi interpretación a las fronteras del ser humano, de más difícil tránsito que las fronteras territoriales, porque no hay policía ni contrabandistas, solo hay memoria y heridas de aquello que ha sido vivido, e incertidumbre sobre lo que queda por vivir.

 Este es un film de fronteras, pero no la que separa a La Quiaca de Villazón, anecdótica y sórdida por todos los tráficos que allí concurren, sino la que separa (y también une) a los personajes. Es esa densidad sicológica la que me ha interesado, a tal punto que pienso que las relaciones entre los cuatro personajes podrían desarrollarse en un escenario de teatro, sin acudir a otros subterfugios llamativos.

 Me parece que la riqueza de “Karnawal” radica más en la profundidad de las fronteras humanas, a veces infranqueables, difíciles de expresar, como muestran los personajes de esta obra, cada uno enclaustrado en su propia soledad. Los actores expresan con maestría el bloqueo emocional de los personajes que interpretan, incapaces de mostrar amor, mudos y tercos en sus soledades, apenas cómplices en una situación de emergencia. La estupenda caracterización de los cuatro personajes revela, además de la trayectoria actoral individual, la calidad de la dirección de actores. 

 Alfredo Castro (El Corto), no es solamente actor sino autor y director de teatro, lo cual le permite prestar al personaje esa densidad sin grandilocuencia de un personaje que vive contradicciones profundas, en el límite de lo que le resta de vida. Desde 2006 lo hemos visto en más de 30 largometrajes interpretando personajes muy diferentes, lo cual es indicativo de su versatilidad para metabolizar personajes. El caso del protagonista Martín López Lacci (Cabra) es diferente, porque carece de trayectoria actoral anterior y sin embargo ha sabido transformar su condición de bailarín experto en malambo, en un personaje convincente, contenido, silencioso, pero muy expresivo a través de la mirada. Cabra es el narrador, la historia se mira desde sus ojos.  Para Mónica Lairana (Rosario), quien también tiene experiencia en dirección, este puede ser su papel más desafiante, que habla de las separaciones, como la que abordó antes en “La cama” en su calidad de directora y guionista.  Diego Cremonesi (Eusebio) hizo mucha televisión y teatro, de calidad variable, pero desde 2005 ha alternado esas actividades con las de actor de cine. Si bien su papel no es espectacular, lo encarna con mucha propiedad.

 Me ha quedado marcada esa capacidad de los cuatro actores de ocupar completamente la piel de los personajes, sin ningún asomo de falsedad o de impostura.

 Desde este lugar del mundo, no puede uno pasar por alto cierto exotismo de exportación que ayuda en la distribución y en los festivales: los vistosos trajes de carnaval que parecen esconder a personajes misteriosos, ayudan a crear una atmósfera mágica, tensa y saturada, aunque no sean esenciales en la historia, porque la música que aquí importa es la del bombo y del zapateo del malambo, en nada relacionado con los bronces carnavaleños. La música omnipresente, a veces se satura en estratos donde se mezcla la música que uno ve (el carnaval o el malambo), con una música incidental invisible demasiado presente.

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A ver quiaqueños / vamos a cantar / a ver quiaqueños / vamos a bailar / Antes que amanezca / por esta región / porque yo mañana / paso a Villazón / Me voy a Bolivia / luego iré al Perú / me alejo pensando / en la Cruz del Sur.

—Arsenio Aguirre (“El quiaqueño”, interpretada por Los Fronterizos)