(Publicado en Página Siete el 20 de agosto de 2021)
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Rina Tapia de Guzmán |
Vive en una casa pequeña, como una casa de
muñecas en el conjunto residencial Entre Ríos, en Bogotá. Las gradas que llevan
al segundo piso están cubiertas por un tapiz que ha tejido a mano, como todos
los tapetes que cubren el piso, los cojines y forros de los muebles y las
sobrecamas. En el diminuto jardín, un árbol de kantuta ha florecido marcando el
paso del tiempo y su pertenencia a un nuevo espacio. Ha vivido en Colombia medio
siglo y no quiere regresar a Bolivia. Nuestro país le ha dejado profundas
marcas en el espíritu, muchas malas y algunas buenas.
La doctora Rina Tapia de Guzmán no es un
personaje cualquiera, es una luchadora de la vida. Aunque su nombre haya sido
olvidado en Bolivia y los “socialistas” de nuevo cuño ignoren por completo lo
que fue la resistencia contra las dictaduras, el país le debe mucho a personas
como Rina Tapia, por su lucha inclaudicable, su humanismo, su consecuencia y su
honestidad, valores que ya se perdieron en la política nacional asaltada por el
oportunismo.
Rina es la madrina de Libertad Bolivia, la
niña que nació en la cárcel en 1972 y que representó el emblema de la
resistencia contra la dictadura del coronel Hugo Banzer, cuyo golpe militar
tuvo lugar hace exactamente cincuenta años, cinco décadas, medio siglo. Rina es
la memoria de aquellos años de persecución política, encierro y destierro.
“Yo nací en el Regimiento Bolívar 2 de Artillería
de Viacha. Me llamaron Libertad Bolivia Judith. Me bauticé en la celda No 4 del
Regimiento Bolívar el 21 de marzo de 1972. Mi madre es Judith Durán. Mis
padrinos son: Dr. Alberto Guzmán López y Dra. Rina Tapia de Guzmán”.
Así reza la tarjeta que recuerda el nacimiento
de la niña Libertad Bolivia en la cárcel de Viacha durante la dictadura de
Banzer. La doctora Rina Tapia no solamente fue la madrina de la recién nacida,
sino la que atendió el parto sin una sola gota de agua.
“Llegó una muchacha bajita, pequeña, que
tendría entonces 16 años. Tenía vómitos e indisposición. Estaba detenida con nosotros
en una pequeña celda con camas tipo camarote, que compartíamos siete mujeres en
ese momento, entre ellas Mery Alvarado. Yo era la mayor en el grupo y viéndola
tan indispuesta le pregunté si necesitaba atención médica o un consejo. Ella
estaba reacia al principio, porque tenía temor de que alguna de las detenidas
fuera soplona de la policía. Logré hacer amistad con ella y me dijo que estaba
embarazada. Con lágrimas en los ojos me dijo que había sido violada. Le proporcioné
la atención que podía, más atención sicológica que médica, porque no teníamos
nada más que la palabra, el amor y la bondad”.
En esas circunstancias la joven sobrellevó todo
el embarazo. Dos o tres noches antes del parto quisieron llevarla al plantón,
una mole de cemento de dos metros de altura, con una base de medio metro, donde
ponían a las mujeres para castigarlas por algún motivo, pero Rina se opuso y
trató de intercambiar lugares para que la llevaran a ella y no a la joven:
“Vamos a hacer un canje, voy a ir yo al plantón y tú te quedas acá”, le propuso.
Pero no logró convencer al coronel, quien dijo que no era ella quien estaba
castigada. ¿Cuál era la falta? La joven se había demorado para regresar de los
baños a la celda. Al final, Rina convenció al coronel para cumplir ese castigo y
le tocó subir al plantón: “soporté bien, porque uno saca fuerzas y valor frente
a las circunstancias”.
Rina atendió el parto en condiciones muy
precarias, sin una sola gota de agua. “Éramos siete mujeres y todas inventaron
algún pañal, rasgando sus propias ropas. Enaguas y camisas se convirtieron en
pañales para atender al bebé. Nació una bebita, mujer. A la mañana siguiente,
muy temprano, los soldaditos que nos vigilaban golpearon la puerta: ‘Hemos
traído agua caliente para que puedan bañar a la niña’. Llegaron con una lata de
agua de agua tibia para bañar a la bebé. Conseguí que uno de los soldaditos
fuera al hospital y convenciera a una monja para visitar a la recién nacida. La
bebita estaba bien, pero en esas circunstancias una adquiere cierta malicia y
lo que yo quería era que la monja fuera testigo de que nació una bebé en el
cuartel. Entonces le pusimos el número de detenida política y el nombre de
Libertad Bolivia, que fue elegido entre unos 200 detenidos, pasándonos subrepticiamente
papelitos cada vez que salíamos al baño. Coincidimos en un 90% de ponerle
Libertad Bolivia. La volví a ver unos 35 años más tarde, en uno de mis viajes a
Bolivia, y me dijo: “Yo soy Libi…”. “No”, le dije. “Tu no eres Libi, eres
Libertad Bolivia. Nos costó mucho elegir el nombre entre todos”.
Las compañeras de celda creyeron que después
del nacimiento de la niña iban a dar libertad a Judith, la mamá, pero no
quisieron liberarla. Ambas siguieron presas: “Todas nos sentíamos mamás de
Libertad Bolivia. La bautizamos en la cárcel gracias a la amistad que yo hice
con el carcelero, el coronel de Viacha, que hizo llegar al cura”.
La negra de la buena suerte
Poco a poco Rina había logrado que el coronel le
permitiera salir al hospital de Viacha, con custodia, para atender enfermos.
“Soy la negra de la buena suerte: yo era la
única que salía de la cárcel escoltada o acompañada por el coronel. La hija del
coronel, una niña de unos 12 años, estaba muy malita ahí en el pueblo de Viacha
donde vivían. El coronel que pidió que fuera a verla, pero me negué. Le dije, ‘en
cuanto yo salga me pueden disparar por la espalda y decir que había intentado
fugarme’. El coronel me dijo que eso no iba a pasar porque él mismo me iba a
llevar en su jeep, junto a un subteniente, que también era una persona amable.
Hice cierta amistad con ellos gracias a mi profesión. Lamentablemente ya no recuerdo sus nombres”.
La hija del coronel estaba mal, se estaba
asfixiando porque tenía las amígdalas hipertróficas infectadas y respiraba
apenas con la boca abierta. Rina fue a la casa del coronel para aplicarle una
inyección de antihistamínico y esperó para ver si el efecto no era adverso,
porque podía producirse una reacción alérgica. La esposa del coronel, muy
atenta, le ofreció un pocillo de café con leche, con una masita.
“No gracias -le dije, yo vine a curar a su
hija, no vine invitada a tomar té con pan recién horneado por usted. Somos
siete detenidas políticas en mi celda, yo no puedo hacer eso”.
La señora se llamaba Rosa Tapia, apellidaba
como Rina. Eso permitió crear cierta confianza, y tuvo el gesto de preparar
siete panes para las detenidas de la celda Nº 4. “Son episodios que uno no
hubiera creído que sucedan estando detenida como presa política, pero mi
profesión me abría puertas para que hiciera amistad con mis enemigos, con los
que me perseguían”.
Rina estuvo presa sobre todo en Achocalla y en
Viacha, y recuerda lo mucho que sirvió su profesión médica para ayudar a otros:
“Salvé los dedos pulgares de los pies de un
detenido, que habían sido machucados y lastimados con los golpes de las culatas
de los fusiles. El hombre no podía caminar porque sus dedos estaban infectados.
Tuve que pedir permiso al coronel de la prisión de Viacha para que me
permitiera curar a este hombre grande y fornido, de apellido Soliz, que era de
Sacaba. En Viacha ejercí la medicina, porque las circunstancias lo exigían así.
Yo era la única que podía subir al segundo piso o al tercer piso donde me
necesitaban los detenidos políticos. Allí permanecí unos 11 meses.”
Su esposo, el doctor Alberto Guzmán, no estuvo
todo el tiempo en la misma prisión. Lo
tuvieron apenas dos meses en Viacha y el resto del tiempo estuvo en
Chonchocoro, en celdas de La Paz, en el Panóptico, y otros lugares.
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Alberto Guzmán |
Del tiempo que estuvieron presos quedan otros
recuerdos. Rina conserva un par de retratos de Alberto Guzmán y otro de ella, dibujos
realizados por presos políticos con quienes convivió. Rina recuerda que esos
dibujos se hicieron con base en fotografías que les tomaban los propios
carceleros: “En los pasillos de las celdas en La Paz los policías nos tomaron
fotos sentados, parados, caminando hacia adelante y hacia atrás, de perfil,
agachados o con la cabeza arriba. Fueron sesiones de 10 o 12 fotografías. Eran
sádicos, era una forma de traumatizarnos”.
En el escritorio de su casa conserva colgado
en la pared, como trofeo, el viejo candado de la celda, que su esposo Alberto
Guzmán “confiscó” subrepticiamente cuando los presos fueron trasladados a
Viacha.
A Rina Tapia y a su esposo Alberto Guzmán los
tomaron presos en Cochabamba. “Era septiembre y por alguna razón salimos, y
almorzamos en la Plaza 14 de septiembre, porque ya no había almuerzo en el Club
Social. Ya sentados en el restaurante me di cuenta de que estábamos rodeados de
falangistas, y se lo dije a Alberto Guzmán: ‘Algo va a pasar con nosotros’. El
no le dio importancia y seguimos almorzando. Llegó un momento en que había
siete falangistas frente a nosotros, que seguíamos charlando y riendo, como si
todo fuera normal. Fue el almuerzo más largo de mi vida. Cuando salimos a pagar
(la caja estaba afuera), nos rodearon los falangistas. Yo iba a cruzar hacia la
calle Jordán para ir a nuestra casa, pero uno de los agentes me golpeó la
espalda con la cacha de su revólver: ‘Están citados en la policía’, espetó. Yo
me enfrenté a él: ‘vaya, valiente con revólver contra una mujer, estúpido,
cretino. Dígame dónde debo ir, pero no vuelva a ponerme el revólver en la
espalda’”.
En ese momento, la señora que les vendía todos
los días el periódico, en la esquina, y que los trataba amablemente de “doctor
y doctorcita”, agachó la cabeza y se hizo la desentendida. Llevaron a Rina a la
policía y allí le ofrecieron amablemente un café (que no quiso tomar hasta que
lo probara primero su interrogador) y le tomaron declaraciones. Allí comenzó el
largo periplo de un año por varias cárceles.
A Alberto Guzmán no lo habían apresado hasta
que se presentó en la policía para buscarla. Allí mismo lo aprehendieron y lo
pusieron en una celda frente a la suya. Desde lejos le hizo señas para que se
quitara la corbata, para no correr el riesgo de que lo ahorcaran. Alberto
entendió sus gestos, se quitó la corbata y se la mostró en la mano. Estuvieron
dos días detenidos en Cochabamba, y luego trasladados a la policía de La Paz,
en la Plaza Murillo.
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Rina Tapia |
Ni ella ni su esposo eran activos en la
política. La única militancia que tuvo Rina fue en el PIR, cuando tenía 16 años
de edad, en las postrimerías de esa agrupación política. Conoció bien a José
Antonio Arze, Alfredo Mendizábal y Ricardo Anaya. Más tarde hizo amistades en
el Partido Comunista y recuerda que Ricardo Anaya y Mendizábal la criticaban
por ello.
Su periodo más largo de encarcelamiento fue en
el cuartel de Viacha, donde nació Libertad Bolivia, y luego en la prisión en
Achocalla. Los meses pasaban sin tener la menor idea de cuánto iba a durar todo
aquello y sin noticias de su esposo, el doctor Alberto Guzmán. “He tratado de
olvidar las cosas desagradables”, me dice Rina medio siglo después.
Casi un año después la dictadura de Banzer puso
a Rina Tapia en un avión hacia Colombia, junto a otras cuatro mujeres detenidas.
Para viajar le dieron un salvoconducto, o pasaporte especial que todavía conserva,
fechado el 20 de julio de 1972. En el aeropuerto vio a su madrastra, Alicia,
pero no pudo acercarse a ella para saludarla ni preguntarle a dónde la estaban
enviando. Supuso que su pasaje había sido pagado por ella. Recién entonces se
enteró que el destino era Bogotá. Antes de abordar el vuelo le quitaron todo el
dinero que llevaba, salvo unos dólares que había escondido en sus medias. Ese
dinero le sirvió para comenzar una nueva etapa de su vida. Al aterrizar en la
capital colombiana encontró en el aeropuerto a un agrónomo boliviano, Lauro
Luján, que fue su primer apoyo en el exilio.
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Alberto Guzmán y Rina Tapia |
Alberto Guzmán llegó recién nueve meses
después. Mientras esperaba a su esposo, Rina abrió un consultorio privado,
luego de presentar su diploma de médico. Le abrieron las puertas en Colombia,
le dijeron que podía ejercer la profesión donde quisiera. No hubo más
exigencias que una firma. Ella recuerda
la generosidad de los colombianos con entrañable afecto. De ahí para adelante ejerció
su profesión de cirujana en Colombia.
Rina no desea regresar a Bolivia, aunque
piensa constantemente en el país. Desde su jubilación profesional como médico
cirujana, ha continuado participando en organizaciones profesionales de la
medicina en Colombia, y ha desarrollado su actividad poética, como demuestran
los libros que ha publicado. Escribe poesía compulsivamente, lo cual mantiene
su cerebro alerta y su memoria fresca. Pero ese es tema para otro ensayo sobre
ella.
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y el alma vuelta guiñapo
sin entender el final
de este vital torbellino
—Rina Tapia