“Al señor Alfonso Gumucio Dagron / P r e s e n
t e.- Sírvase hacerse presente en las oficinas del Departamento de Estadística
de este Ministerio, el día viernes 22 del presente a horas 10:30”. Ese escueto
mensaje intimidatorio con la firma y el sello del Jefe del Servicio de
Inteligencia del Estado me encontró, por suerte, fuera de territorio boliviano.
Años más tarde, la carta me sirvió para la
portada de mi primer poemario: “Antología del asco”, junto a un rinoceronte
dibujado por Edgar Arandia, de su serie “Zoociedad”.
Cuando miro esa amable convocatoria cincuenta
años más tarde, no puedo sino esbozar una sonrisa lacónica. ¿De veras creían los esbirros de ministerio
de Gobierno que yo me iba a presentar al “Departamento de Estadística” donde
torturaban a los presos políticos?
Ha pasado medio siglo desde el golpe militar del
entonces coronel Banzer. El proyecto banzerista se impondría durante largos
siete años sobre los bolivianos, con su carga de muerte, corrupción,
endeudamiento externo y proyecto regional autoritario y pro-imperialista.
El militarismo arrasó en varios países de la
región, de la mano de la CIA y de multinacionales, que si bien no eran tan
importantes en Bolivia, lo eran en Chile, Argentina, Brasil y otros países
limítrofes. Bolivia era apenas una espina que había que extraer.
Tuve el privilegio de hacer mis primeras armas
en el periodismo y en la literatura en los años turbulentos de la década de
1960 y 1970, tiempos en lo que el compromiso político individual fue esencial
para mi, como lo fue el compromiso militante para otros de mi generación, que
se unieron a la guerrilla de Teoponte o a diferentes tiendas políticas, de las
que salieron las más de las veces (cuando salieron vivos), decepcionados y
frustrados.
El golpe militar del 21 de agosto de 1971 y la
propia existencia de un militar como Hugo Banzer Suarez no se explica sin las
convulsiones de los años anteriores: el golpe de Barrientos en 1964, el golpe del
general Ovando en 1969, el brevísimo intento de contragolpe del general Miranda
y su triunvirato, y el “recontragolpe” del general Juan José Torres en 1970.
Una historia sombría donde se mezclan intereses personales, rencillas y
traiciones, todo ello tejido con un discurso “salvador de la patria”, como
suele ser.
Esta es mi crónica testimonial sobre más de
cincuenta años, entre militarismo, democracia y autoritarismo de nuevo cuño.
Cada quien cuenta el baile como lo vivió.
Flashback 1
 |
Dirigentes de la FSTMB, al centro Alfonso Gumucio Reyes |
Tengo que remontarme a junio de 1967, cuando
la dictadura del general René Barrientos apresó a mi padre y lo encarceló en el
Panóptico de San Pedro, donde estuvo tres meses. Durante las visitas que le
hice conocí a sus amigos de prisión, nada menos que la plana mayor de
dirigentes de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia
(FSTMB), con excepción de Juan Lechín que estaba exiliado. Mi padre daba
charlas sobre economía y geografía de Bolivia a extraordinarios personajes de
nuestro sindicalismo minero, cuando la FSTMB estaba envuelta en gloria y no era
el saco de maleantes y oportunistas que es ahora. Allí trabé amistad, entre
otros, con Simón Reyes, Oscar Salas, Irineo Pimentel, Víctor Carrasco, Corsino
Pereyra y René Chacón. Los fotografié en grupo con una minúscula cámara Minox
que pude ingresar a la cárcel sin que fuera detectada, todavía la conservo.
También estaba preso Rolando Requena,
lugarteniente de don Juan Lechín, un vikingo enorme con una historia personal
que está por escribirse. Rolo fue “adoptado” por Lechín y su lealtad al
“maestro” estaba por encima de cualquier otra cosa. Había tenido una juventud
desbocada, era un camorrero, dispuesto a enfrentarse a puñetes cuando fuera
necesario, no le tenía miedo a nada. Se decía que era un tipo violento, que
entraba a las casas derrumbando puertas a patadas y luego de aterrorizar a las
familias se llevaba objetos de valor. Parte de su leyenda negra lo colocaba en
bares y night clubs en los que protagonizaba golpizas con o sin motivo.
Su estatura y sus manos enormes intimidaban, al igual que su rostro.
Pero yo conocí al niño bueno que habitaba en
el cuerpo de ese matón de la política local. “La cárcel me ha transformado” me
dijo una vez, “Barrientos me ha hecho un favor”. Rolo se había convertido en otra
persona. Llevaba una vida monástica, hacía ejercicios todos los días y se había
tornado en un lector empedernido. Yo le llevaba pilas de libros que devoraba en
pocos días, pero que además recordaba con una memoria prodigiosa, realmente
admirable. Una vez le llevé, entre otros libros, una guía del monasterio de El
Escorial, y en mi siguiente visita al Panóptico hizo una descripción del lugar
como si hubiera estado ahí. Partiendo de la entrada describía cada sala, cada
pieza de arte, cada espacio. Compadecido de mi pobre memoria, Rolo me daba
ejercicios que yo debía completar durante la semana, por ejemplo, aprendí de
memoria la lista de presidentes de Bolivia. Unos años más tarde supe de la
muerte de Rolando Requena, cuando no tenía todavía los años para morir. Me
contaron que la autopsia había revelado un organismo envejecido por los
trajines de la vida. Creo recordar que tenía 45 años cuando murió.
En la misma sección Álamos de San Pedro donde tenían
sus celdas los dirigentes de la FSTMB, Rolo Requena y mi padre, estaba también un
personaje ajeno a la política, pero notorio por cuenta propia: el argentino Oscar Rodríguez Cominotti, uno de
los que perpetraron el sonado atraco de Calamarca la tarde del 28 de julio de
1961. Tenía 36 años, pero parecía mayor. No encajaba en el perfil de un
criminal, de hecho, no fue quien asesinó a balazos a los que llevaban la
remesa: Juan Márquez Gonzáles, Plácido Jaldín y Pedro Condorete. El asesino de
los tres fue Telmo Aguirre, pero Rodríguez fue el cerebro del asalto. En la cárcel
era simplemente un argentino medio “chanta” y medio simpático, que tenía la
mejor celda de Álamos, con los muros pintados de azul, una buena cama, alfombra
de canto a canto y un equipo de música a todo dar, que ponía en marcha cuando
venían a visitarlo las esbeltas bailarinas de la discoteca Jankanou.
Viví esos momentos cuando todavía no había
cumplido 17 años. No fue el único episodio de represión durante el gobierno de
Barrientos, y el hecho de que Luis Adolfo Siles Salinas fuera vicepresidente (o
rehén), no hizo ninguna diferencia.
Una noche de ese mismo año 1967, esbirros del
gobierno de Barrientos atacaron la casa del doctor Guillermo Jáuregui Guachalla
en la Avenida Busch de Miraflores. En la casa del exministro de Salud, se
llevaba a cabo una recepción en honor de la esposa del expresidente Paz
Estenssoro, por entonces exiliado en Lima. Granadas de gas atravesaron las
ventanas obligando a los comensales a salir a la calle despavoridos, para toparse
allí con agentes de civil que les propinaron una paliza a hombres y mujeres por
igual, alineados en “callejón oscuro”. Mi padre llegó a la casa sobre la media
noche, gateando y con dos costillas rotas. Mi madre desapareció hasta el día
siguiente: ella y Chichina se habían escondido primero detrás de unos arbustos
y luego pasaron la noche en casa de amigos.
Flashback 2
La polarización política que se dio a partir
de la guerrilla del Che en Bolivia, dividió a la sociedad, o más bien la
fragmentó en muchos pedazos. Como solía decir mi querido Liber Forti: “Cada
boliviano es un partido político, con crisis interna”.
Mi actividad a fines de la década de 1960 se
concentraba en mis estudios de medicina. Fue precisamente en esa etapa que me
tocó vivir el golpe militar del general Ovando, el viernes 26 de septiembre de
1969. Ese día tenía prácticas de histología a las 7:00 de la mañana con el
catedrático Ferdín Humboldt Barrero. Como casi todos los profesores de aquellos
tiempos, Humboldt era implacable: faltar a una práctica significaba perder la
materia. En esos tiempos no había tan temprano en la mañana radio taxis ni otro
medio de transporte. Inicié mi caminata desde Obrajes apenas despuntó el día,
para llegar a tiempo al pie del “desecho”, la ruta empinada que sube a
Miraflores. Me esperaba allí una
desagradable sorpresa: no había paso. Un carro de asalto y algunos uniformados
impedían subir por allí hasta la Facultad de Medicina, situada en diagonal frente
al Cuartel General de Miraflores. Mis razones no conmovieron a los soldados,
hasta que pude hablar con un oficial para explicarle que el catedrático de
histología no aceptaba ninguna excusa. Ante tanta insistencia mía, y al verme
casi con lágrimas en los ojos, me dejó pasar, no sin antes advertirme que
estaba subiendo en vano, pues todo estaba cerrado. Fui el único estudiante que
llegó esa mañana a la Facultad de Medicina.
 |
Quiroga Santa Cruz firma el decreto de nacionalización de la Gulf |
Al pasar por una tiendita de barrio que tenía
la puerta entreabierta, frente al Estado Mayor, escuché el comunicado de las
Fuerzas Armadas justificando el golpe. El gabinete de ministros ya estaba
conformado y fue una gran sorpresa: Ovando había nombrado a personalidades
progresistas: Marcelo Quiroga Santa Cruz, José Ortiz Mercado, Oscar Bonifaz,
Alberto Bailey Gutiérrez, Mariano Baptista Gumucio, José Luis Roca y otros
intelectuales reconocidos. Las medidas tomadas en los meses siguientes por el
gobierno de Ovando, entre ellas la nacionalización de la Gulf, dejaron
perplejos a todos. Todo indicaba que el ex aliado de Barrientos quería pasar a
la historia como un militar nacionalista, y no como verdugo.
Un año más tarde, el derrocamiento de Ovando
por la ultra derecha militar fue un episodio tan efímero como grotesco: la
asonada golpista del general Rogelio Miranda con su hirsuto bigote y su
triunvirato, duró apenas seis horas (su bigote duró más). La respuesta vino de
la mano de la resistencia popular que condujo al poder al general Juan José
Torres (“Jotajotita” por cariño y porque no era muy alto).
Flashback 3
Me enteré que el gobierno del general Torres
iba a publicar un nuevo diario matutino, El Nacional, dirigido por el
periodista Ted Córdova Claure. Ni corto ni perezoso me presenté en la
redacción, que quedaba en la plaza Murillo, frente a la Cancillería, donde
también estaba la redacción del diario Jornada. Pedí ver a Teddy, que aún no
era amigo mío, y para mi sorpresa me recibió. Yo no tenía título de periodista
ni más experiencia que unos cuantos artículos publicados en Presencia y en
revistas culturales, pero tenía aquello que se pierde con los años: osadía.
Ted Córdova me miró divertido cuando le dije
que venía para ofrecer mis servicios como encargado de la página cultural, y esgrimió
una sonrisa de sorpresa cuando añadí: “pero quiero una página completa, sin
publicidad”. Quizás porque no tenía otro candidato o porque mi entrada con
volapié le resultó simpática, me contrató en las condiciones que yo mismo había
propuesto. Salí de allí con un ejemplar de su novela “Cita en tierra coraje”
(Camarlinghi, 1970), con dedicatoria: “Para Alfonso, en el comienzo de su
carrera periodística, que siga adelante, pero que de ninguna manera se quede en
el simple periodismo noticioso. Nuestro tiempo y nuestra patria requieren de un
periodismo creador y de opinión agresiva. Este libro pretende ser algo de eso”.

En la redacción de El Nacional coincidíamos al
final de cada tarde Chichi Solíz Rada, Coco Manto, Junior Carvajal, y el
uruguayo Álvaro Barros Lemez, entre otros bajo la mirada cómplice del brasileño
Paulo Cannabrava filho, con su barba gris ya desde entonces. Los escritorios
estaban frente a frente en dos filas, y las pesadas máquinas de escribir
echaban humo hasta el anochecer. Aunque el diario pertenecía al gobierno de
Torres, los periodistas que ahí escribíamos jamás fuimos sujetos de presiones o
censura. Escribíamos lo que pensábamos. La única vez que recortaron el último
párrafo de un artículo mío, por razones de espacio, armé un innecesario
escándalo y presenté una dolida carta de renuncia que Ted desestimó calmando
mis exaltados ánimos.
Mi página cultural no tenía competencia, no
había otra tan nutrida. Cada día publicaba una entrevista, el comentario de un
libro o de una película, una reseña de alguna exposición pictórica y algún
poema o cuento breve. Evitaba publicar cables de agencias, me empeñaba en que
toda la página fuera producción original. Publiqué entrevistas con artistas
como Miguel Alandia Pantoja, Gonzalo Ribero, Magda Arguedas o Víctor Zapana, escritores
como Héctor Borda Leaño, Porfirio Díaz Machacao o Héctor Cossío Salinas,
cineastas como Antonio Eguino y Oscar Soria, músicos como Nilo Soruco o Carlos
Rosso, y gente de teatro como Eduardo Cassis, Liber Forti o Eduardo Perales, además
de algunos extranjeros de paso por Bolivia: Mario Monteforte Toledo, Jorge
Hacker, Eduardo di Mauro o el mimo Pradel.
Además de la página cultural publiqué en El
Nacional columnas de opinión política, a veces con mi propio nombre y otras con
los seudónimos Cienfuegos y Fedor (quizás leía a Dostoievski).
En ese mismo edificio patrimonial estaba la
redacción de Vanguardia un semanario recién fundado por el Movimiento de
Izquierda revolucionaria (MIR), cuyas ediciones estaban al cuidado de René
Zavaleta. Cada que tenía oportunidad iba a conversar con René y alguna vez a
instancias suyas publiqué en Vanguardia algunos artículos: sobre el poeta ruso
Evtuchenko que visitó Bolivia, y sobre el caso del poeta cubano Heberto
Padilla.
El camino del exilio
El golpe de Banzer el 21 de agosto de 1971
acabó con el espejismo del poder popular. No ayudó a la estabilidad del
gobierno de Juan José Torres el surgimiento de posiciones ultristas que
tendieron la alfombra roja a los golpistas. La inmadurez de la extrema izquierda
le costó a los bolivianos los siguientes siete años de dictadura militar.
El primer año de mi exilio lo pasé en la
España franquista, donde tuve la peregrina idea de estudiar cine en la Facultad
de Ciencias de la Información, recientemente creada, de la Universidad
Complutense. No aprendí mucho pues los profesores eran unos carcamanes
franquistas cuyos nombres ni siquiera recuerdo. Pedro Shimose llegó poco
después que yo a Madrid, y me encontró sin trabajo y sin recursos, por lo que
me invitó a compartir con él un pequeño departamento, completamente nuevo y vacío,
que le había prestado su amigo Inocencio “Chencho” Arias, político y
diplomático español muy querido en Bolivia.
 |
con Pedro Shimose, Madrid 1972 |
Pedro y yo nos encerrábamos a escribir poesía,
cada uno en una habitación del departamento en el Barrio del Pilar, similar al
barrio de Los Pinos en La Paz, pero con edificios de diez pisos, construido por
José Banús, empresario que se enriqueció durante el franquismo.
Mi única “posesión” en Madrid era una casilla
de correos en alquiler, en la oficina central de la Plaza Cibeles, donde iba
casi todos los días para ver si había cartas de mis padres y de mi pareja.
Recuerdo muy bien la frustración de abrir la casilla y encontrarla vacía muchas
veces. Un día, luego de recoger una carta de mi padre iba caminando por la calle
de Alcalá cuando presencié el arresto de un ciudadano. Me detuve para observar,
pero minutos después mi imprudencia hizo que me llevaran preso a una estación
de la Guardia Civil donde me interrogaron y abrieron la carta de mi padre. No
duró mucho mi detención, pero me dejó un sabor amargo: lo que no me había
sucedido en Bolivia, me sucedió en la España franquista.
En esa casilla de correos recibía también
Pedro Shimose su correspondencia, lo cual me permitió un día darle una grata
sorpresa: llegué al departamento con un telegrama de Cuba, donde le anunciaban
que su libro Quiero escribir pero me sale espuma había ganado el Premio
Casa de las Américas de poesía. Fue motivo de celebración.
Frustrado porque en la universidad no había
nada que aprender y porque no conseguía ningún trabajo en España, decidí seguir
mi aventura en Francia, luego de pasar un verano inolvidable en Mallorca,
gracias a la generosidad de mi amigo Carlos Patiño Vargas, que trabajaba allí
en una la línea aérea Spantax. En esa estadía veraniega visité y entrevisté
nada menos que al poeta inglés Robert Graves, el autor de “Yo Claudio” y muchas
otras obras magníficas.
Comité de Resistencia Antifascista
A primera hora de la mañana, un día de
septiembre de 1972, bajé del tren Puerta del Sol proveniente de Madrid. La
estación de Austerlitz era la puerta de ingreso a una nueva vida, que comenzaba
con 50 dólares en el bolsillo, sin hablar francés y sin saber dónde iba a
dormir esa misma noche.
Luego de cambiar algunos francos, dejé la
maleta en la consigna automática de la estación y compré un mapa detallado de
París, barrio por barrio, que me sería sumamente útil durante los meses
siguientes, hasta que llegué a conocer mejor que muchos parisinos la ciudad en
la que viviría siete años, publicaría dos libros y tendría mi hija mayor.
Esa misma noche fui acogido por un grupo de
estudiantes bolivianos (Lucho, Jorge) que me proporcionaron un lugar para
dormir. Mi amiga periodista, Amalia Barrón, me consiguió un trabajo temporal de
pintor… de brocha gorda: pinté el departamento de Mimi y Gérard Barthélemy (que
habían vivido en Bolivia cuando Gérard era agregado cultural de Francia), en
ese barrio por entonces bohemio y hermoso alrededor de la iglesia de Sacra
Coeur. “Freddy” me cedió la “chambre de bonne” que tenía en la rue Le Verrier, en
un barrio privilegiado colindante con el parque de Luxemburgo. En breve me
inscribí en la Facultad de Vincennes, y resolví mi visa de estudiante gracias a
militantes trotskistas de esa universidad, que me trataron como a un camarada
cuando comenté que tenía amistad con Guillermo Lora, que para ellos era un
demiurgo. Cuando Lora llegó a París, lo fui a visitar al fortín de la Liga
Comunista Revolucionaria (LCR) donde lo alojaban y cuidaban celosamente.

Con los bolivianos que me acogieron formamos
el Comité Boliviano de Resistencia Antifascista, cuya principal tarea era dar a
conocer lo que sucedía en Bolivia bajo la dictadura de Banzer. No imaginábamos
siquiera que aquello iba a durar siete años. En dicho Comité eran muy activos
los compañeros “Freddy”, Lucho, Jorge, Marta, Tania y otros cuyos apellidos
dejo en reserva ya que no he consultado con ellos.
Ofrecíamos conferencias sobre Bolivia,
hacíamos exposiciones de fotografía y publicábamos el boletín Resistencia,
cuyas ediciones llegaron al número 16, las primeras mimeografiadas y la última
impresa en offset, con fotografías. Además, en mi calidad de representante en
Europa del Grupo Ukamau de Jorge Sanjinés, tenía la oportunidad de presentar
las películas del director boliviano en muchos espacios culturales de Francia.
Debido a su irregular periodicidad,
Resistencia no publicaba noticias sobre Bolivia sino análisis y documentos de
las organizaciones políticas y sindicales. La producción del boletín era al
principio completamente artesanal. Mecanografiábamos los documentos por turnos
y nos ocupábamos del diseño que era la parte que más me gustaba. Hasta el
número 15 solo las tapas del boletín estaban impresas, lo que nos permitía publicar
fotografías. El único número que se imprimió íntegramente en offset fue el 16,
el último. Allí usé letraset para los títulos y para el índice, que hoy
me parece completamente kitsch por la mezcolanza tipográfica, pero no era tanto
el resultado de una elección de orden visual, como de las limitaciones
materiales: había que usar lo que sobraba en las hojas de letraset.

Conservo algunos ejemplares de Resistencia,
particularmente de la etapa en que estuve más comprometido con la producción
del boletín, al que contribuí, por ejemplo, con una entrevista y fotografías de
don Juan Lechín y otra de Juan José Torres, con quienes nos reunimos a su paso
por París. A partir de número 12 la portada llevó el título con la misma
tipografía y diseño.
En la tapa del número 12 (1974) pusimos una
foto del ejército en un campamento minero. La edición tenía 34 páginas
mimeografiadas, copiadas con tres máquinas de escribir diferentes. Las primeras
14 se ocupan del convenio de venta de gas a Brasil, y las denuncias del PRA y
del PDC, con Walter Guevara Arze y Benjamín Miguel como firmantes. El número 12
incluye las resoluciones del XVII Ampliado Nacional de los trabajadores
mineros, un análisis de la huelga del magisterio y una detallada cronología de
la lucha universitaria contra la dictadura. También publicamos en esa edición
una carta de los militares sublevados el 5 de junio de 1974, firmada en el
exilio por los tenientes coronel Raúl López Leytón y Alfredo Calvi, y otro
pronunciamiento del “Estado Mayor Central de Oficiales Progresistas”, que pongo
entre comillas porque no llevaba firma alguna. En el espacio que quedaba en la
misma hoja de mimeógrafo escribí en seis párrafos un comentario sobre la
película El enemigo principal, de Jorge Sanjinés, realizada en Perú, en
el exilio. Reconozco todavía la pequeña letra de mi máquina Hermes portátil. La
prestigiosa revista Cahiers du Cinema (Nº 257, mayo-junio 1975), publicó un
ensayo más extenso que escribí en coautoría con Marcelo Quezada. Menos de un
mes más tarde, el 21 de junio, me sumaría a Sanjinés en Ecuador para la
filmación de “Fuera de aquí” como asistente de dirección.
A mi regreso sacamos el número 14 (1975, 32
páginas) de Resistencia. Salió en agosto en ocasión de la fiesta nacional con
varios comunicados de organizaciones sindicales sobre la represión y la
persecución de dirigentes. A raíz de las declaraciones en Estados Unidos del
presidente de la empresa petrolera Gulf Oil sobre sobornos a militares durante
el gobierno del general Barrientos, incluimos seis páginas con una relación de
los hechos, así como con declaraciones desde el exilio del general Ovando, del
general Torres y de Marcelo Quiroga Santa Cruz. Dedicamos otras siete páginas
al artículo “El fascismo en América Latina” de René Zavaleta. Una hoja suelta,
añadida cuando la edición ya estaba impresa, da cuenta de la formación de un
Comité Francés de Solidaridad con la Lucha del Pueblo Boliviano, con la
adhesión del MIR, PCB-ML, PRIN, POR Masas, POR Combate, ELN y el grupo
Resistencia (nuestro comité). Por ese entonces teníamos una buena relación con
un periodista de la Agencia France Presse (AFP) que nos apoyaba difundiendo a
través de la agencia las denuncias que hacíamos. En la última página de esa
edición publicamos el cable de la AFP: “Bolivianos en París alertan sobre el
peligro que corren los dirigentes sindicales presos en Bolivia”, entre ellos
René Higueras del Barco.

Le dedicamos la primera mitad de las páginas
del número siguiente (No. 15, 1976, 32 páginas) a un dossier sobre tema
marítimo con varios artículos, análisis y breves opiniones. El pronunciamiento
del Tribunal Russell, el cierre de universidades, la participación de Domitila
de Chungara en la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer, y
otras notas se ubicaron en las páginas restantes. Nuevamente añadimos una hoja
suelta de último momento, con la denuncia que hizo la revista peruana Marka
sobre el fraude fiscal en Bolivia, y una nota de Prensa Latina con la denuncia
que hizo nuestro Comité sobre el apresamiento del periodista Antonio Peredo
Leigue y “su probable muerte en prisión”. Por suerte, no fue el caso.
En esa edición publicamos por primera vez una
dirección postal donde podían enviarnos “documentos, información y
correspondencia (no confidencial)”: era la dirección de nuestra querida amiga
Desirée R. Lieven (la “R” para diferenciar la correspondencia dirigida a
Resistencia). Desirée (Kyra Saven, nuestra princesa rusa anarquista), siempre
solidaria con América Latina y con todas las causas justas, nos ayudaba
mecanografiando partes de nuestra publicación en su pequeñísimo departamento de
la rue Visconti, donde solíamos caerle para conversar en torno a un vaso de
vino tinto (eran pequeños vasos, no copas), una baguette y quesos que nunca
faltaban. Personaje entrañable, Desirée nunca cerraba su puerta cuando salía de
su casa, por si llegaban los amigos.

La vida de Resistencia, publicación del Comité
Boliviano de Resistencia Antifascista de París, concluyó con el número 16
(1976, 32 páginas), el primero íntegramente impreso en offset. En la tapa, otra
foto de trabajadores mineros que yo había tomado a fines de la década de 1960
en interior mina, y en las páginas interiores un despliegue de material
original. Publicamos entrevistas (con fotos) de Juan Lechín, Jorge Selum Vaca
Diez, el ex agente de la CIA Philip Agee y el general Juan José Torres,
asesinado en Argentina el 2 de junio de 1976, con quien nos habíamos reunido en
París un año antes. La posibilidad de trabajar en offset hizo posible que en el
mismo número de páginas publicáramos mucho más material, usando dos columnas y
una tipografía más pequeña.
 |
con Jaime Galarza (centro) y Philip Agee (derecha) |
La entrevista con Philip Agee (que filmé en
16mm para mi película documental “Señores generales, Señores coroneles”), tuvo
importantes repercusiones, ya que Philip nos entregó una lista de más de 30
agentes de la CIA que habían operado en Bolivia. Nuestro contacto en la AFP
publicó una nota que le dio la vuelta al mundo y en pocos días, la CIA tuvo que
retirar de nuestro país a sus agentes, entre ellos el jefe de estación, James
E. Anderson.
En ese último número de Resistencia se publicó
un análisis sobre los asesinatos de Andrés Selich en La Paz y de Joaquín
Zenteno Anaya en París. En ambos casos, señalamos la responsabilidad de la
dictadura de Banzer, algo que quedó establecido en el caso de Selich. El
asesinato de Zenteno Anaya nos tocó de cerquita como una ráfaga de viento
gélido: existía la posibilidad de que las autoridades francesas creyeran que
nosotros estábamos involucrados. Por esas casualidades de la vida, un par de
días antes yo había fotografiado el mismo lugar donde lo abatieron a balazos,
al pie de la estación del Metro Passy, a unos 30 metros de la Embajada de
Bolivia. Mis fotos parecían un réperage del lugar, sospechosas sin lugar
a dudas. Sin embargo, yo las había tomado allí y en el edificio de la esquina,
donde se habían filmado escenas de El último tango en París, el
emblemático film de Bernardo Bertolucci con Marlon Brando.
El fin de la dictadura
 |
Huelga de hambre, fines de 1977 |
Con el debilitamiento de la dictadura muchos
regresamos a Bolivia desde los países donde andábamos desperdigados. Llegué a
fines de 1977 cuando las mujeres mineras iniciaron una huelga de hambre que se
extendió por el país sumando grupos de huelguistas en iglesias, sindicatos y
otras instituciones. En la redacción del diario Presencia, que entonces dirigía
don Huáscar Cajías Kaufman, visité al grupo de huelguistas donde había varios
amigos: Luis Espinal, Xavier Albó, Domitila de Chungara, Hernando Calla, Rufus,
Pastor Montero y cuatro compañeras más. Tomé una docena de fotos que con el
correr de los años he visto mil veces publicadas, sin crédito al autor, como
suele ser la mala costumbre en Bolivia.
Ahí empezó una nueva etapa en CIPCA, en el
semanario Aquí, golpe tras golpe, hasta un nuevo exilio en 1980.
La Paz, agosto de 2021
_________________
Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…”
—Joan Manuel Serrat
/ Antonio Machado