11 diciembre 2020

No están solos

El Premio Nobel de la Paz de 2020 fue concedido al Programa Mundial de Alimentos (PMA). Muy merecido, por cierto, y desde hace mucho tiempo, pero parece un contrasentido en un año marcado por el coronavirus, donde los premiados deberían ser los que estuvieron en la primera línea de combate. Es decir, miles de personas, no una organización, ni dos o tres personas.

¿Quiénes merecían más el Premio Nobel de la Paz?

Lo que primero viene a mi pensamiento son cientos de miles de médicos, enfermeras, choferes de ambulancias, personal de limpieza de hospitales, todos enfundados en batas azules, verdes, blancas o amarillas, con mascarillas y guantes, que incansablemente y a riesgo de sus propias vidas estuvieron tratando pacientes infectados de COVID-19 en los momentos más difíciles de la pandemia (momentos de crisis que espero no sean olvidados el próximo año).

En todo el mundo, ese personal de salud ha tenido una actitud heroica no solamente por su dedicación absoluta y por la recuperación del juramento hipocrático de manos de los comerciantes de la salud, sino porque además tuvieron que enfrentar a enemigos egoístas y violentos, además del virus. No están solos, los respetaos y los admiramos.

Tuvieron que hacer su trabajo a pesar de gobiernos indolentes como el de Estados Unidos, el de Brasil, el de México y otros países que minimizaron la pandemia y esperaron más de un mes en declarar medidas de cuarentena, o no le declararon en absoluto.  Mientras esos políticos negacionistas se reían de la “suave gripita” (Bolsonaro y Trump), o esgrimían estampitas y billetes de 2 dólares para la protección milagrosa (López Obrador), el personal de salud ya obraba en esos países salvando vidas, y no obedecía las consignas de seguir en las calles repartiendo abrazos envirusados. 

Esos trabajadores de la salud tuvieron que enfrentar agresiones físicas y verbales de algunos sectores de la población que los discriminó: no lo dejaban regresar a sus domicilios, no les permitían tomar taxis, los repudiaban en el transporte público por llevar zapatos blancos y batas. En la India o en El Alto, vimos imágenes donde eran apedreados salvajemente por una población embrutecida. A todos los que discriminaron, ojalá los haya infectado el virus y no hayan tenido quien los atienda. No merecen otra cosa.

Entonces, ¿Nobel de la Paz a todo el personal de salud del mundo? Por supuesto, aunque sería difícil otorgarlo a tantos de batas blancas, pero no son los únicos que se lo merecen. No solo están las batas, sino también las botas. Es decir, la policía, el ejército, los bomberos, las brigadas de desinfección, los recolectores de basura de las alcaldías, que realizaron trabajos de vigilancia, de contención de multitudes enardecidas, de orden en los supermercados, en los bancos, y de desinfección en las calles. 

Ellos también expusieron sus vidas, trabajando al principio sin los implementos necesarios, porque había que hacerlo de todas maneras para mantener la seguridad ciudadana y combatir no solo al virus, sino también a los criminales que se aprovecharon de la pandemia para delinquir.

Cómo no reconocer a los voluntarios de todo tipo, los que se organizan para cocinar ollas populares o repartir bolsas con alimentos esenciales para los más vulnerables que no tienen qué comer porque su trabajo era ambulante, y no pudieron salir porque si lo hacían iban a contagiarse y contagiar a otros. Voluntarios que cosieron millones de mascarillas en sus casas, que inventaron con impresoras 3D y plásticos desechables protectores faciales cuando los gobiernos estaban recién pensando cómo fabricarlos o importarlos. ¿Ya los hemos olvidado?

También se debe premiar a los trabajadores de los supermercados, los repartidores que llevaron en moto o bicicleta la comida a las casas, los que atienden farmacias o transportan en camiones desde el campo hasta las ciudades las legumbres y frutos que consumimos, y los campesinos que las producen.

Y por supuesto, la comunidad científica que, a pesar de presidentes incalificables como Trump, Bolsonaro o López Obrador y otros de la misma calaña que en Francia y en España se fueron de vacaciones en plena pandemia, hacen un trabajo de investigación que permitirá tener vacunas y remedios que sirvan a todo el mundo, sin fronteras económicas y migratorias.

Global Citizen, una iniciativa de la sociedad civil, un concierto mundial de 8 horas de duración, donde artistas de todo el mundo regalaron sus canciones y sus mensajes de apoyo a todos los que he mencionado más arriba, y su apoyo también a la OMS, tan vilipendiada por el tramposo Trump, que no puede vivir sin echarle a otros la culpa de sus propios errores.  Ese concierto (y miles de otros que hemos podido ver a través de internet en las plazas vacías o en los balcones), confirmó la conciencia que debemos tener de unidad frente a la actual adversidad, pero también de cambiar el mundo cuando superemos este periodo. No queremos un mundo como el de antes. Hay una ciudadanía global harta de politiquería e hipocresía.  

¿O no habremos aprendido nada? Quizás no aprenderemos nunca. 

(Publicado en Página Siete el sábado 17 de octubre de 2020) 

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El mejor médico es el que mejor inspira la esperanza.

—Samuel Taylor Coleridge.