24 julio 2020

Hounkonnou

Dominique Hounkonnou en Utrecht, febrero del 2007
 Con su apellido impronunciable se ha ido al otro lado del espejo un amigo africano con el que me tocó compartir agradables momentos en La Haya, entre 2007 y 2012, cuando ambos integrábamos el International Advisory Board de PSO, la organización estatal holandesa de cooperación para el desarrollo.

Éramos cuatro miembros de diferentes regiones del mundo, y sin representar a ninguna de manera oficial sino por invitación personal, traíamos a la mesa los problemas comunes para enriquecer el pensamiento progresista de la cooperación de Holanda. Y fuera de las reuniones, la paseábamos bien durante los tres o cuatro días que nos tocaba compartir cada año.

P.N. Vasanti, Dominique Hounkonnou, Alan Fowler, Margo Kooijman y Alfonso Gumucio en La Haya, 2012
No sé si Dominique es otra víctima del exceso de muertes de este año, pero el caso es que ya no está para deleitarnos con su humor y sus historias de Benín, su país y de alguna manera también mío durante los cuatro años que pasé en Nigeria.

El pequeño país encajonado entre Togo, Burkina Faso, Mali y Nigeria era un lugar de escape de Lagos, la ciudad invivible. Los fines de semana no me daba pereza manejar durante cinco horas para llegar a Cotonou, disfrutar la tranquilidad de la capital, la cocina heredada de los franceses y las playas sobre el Golfo de Guinea.

Dominique tenía sólidos lazos desarrollados con Holanda muchos años antes, pues había estudiado y enseñado en la Universidad de Wageningen, donde durante 20 años dirigió el proyecto Convergencia de las ciencias”. Antes, durante 12 años, había sido investigador en el Centro Técnico de Agricultura y Cooperación Rural (CTA), por lo que pasó una buena parte de su vida profesional en Europa.

Recuerdo que en su billetera llevaba siempre minúsculas tarjetas SIM de cada país, que colocaba en su celular antes de pasar la frontera de un país a otro.

Vasanti, Hounkonnou y Gumucio en La Haya
El comunicado de la Universidad de Wageningen por el que me he enterado de su muerte en la mañana del 15 de julio, destaca que “hizo una contribución indispensable a los proyectos de investigación en universidades de Benín, Ghana, Mali y Países bajos en las innovaciones institucionales en el ámbito rural”. Por esos aportes recibió en noviembre de 2014 la Orden de Oficiales de Orange-Nassau que otorga el gobierno holandés.

Los amigos se van, pero lo importante es dejar testimonio de ellos y preservar su memoria.

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Lo único que está mal en la muerte
es que nuestro esqueleto podrá́ confundirse con otro.
—Ramón Gómez de la Serna