20 febrero 2020

Y ahora Drummond

  Es considerado por muchos como el mayor poeta de Brasil. Una escultura de bronce lo muestra sentado con las piernas cruzadas en una banca sobre la playa de Copacabana en Rio de Janeiro, donde solía pasear, a tres cuadras de donde vivía en la Rua Conselheiro Lafayette, No. 60

Carlos Drummond de Andrade nació en 1902 y falleció en 1987, a la edad de 84 años. Pero, ¿qué tiene que ver con Bolivia? Ni siquiera tenemos noticia de que haya estado en nuestro país, y hasta donde llega mi entender, nunca conoció personalmente a un escritor boliviano (¿o quizás a Francovich, su contemporáneo que vivió en Brasil?), ni tuvo relación con nuestra literatura. Sin embargo, en estas páginas regresa a mi memoria un hecho que puso a nuestro país en la mirada de Drummond de Andrade. Es parte de un acontecer anecdótico, pero vale la pena rescatarlo por lo que significó para nosotros, más que para él. 

Aparte de su abundante producción poética, hay tres razones por las que me siento cercano al poeta brasileño. La primera, porque Drummond de Andrade y yo somos escorpiones en el mapa astrológico: nacimos el mismo día, un 31 de octubre, aunque él casi cinco décadas antes que yo. Curiosamente, compartimos también el signo Tigre en el calendario chino. Esa doble coincidencia la descubrí después y de ella nunca supo Drummond. 

La segunda razón, muy obvia, es que su poesía me parece grande y abarcadora de muchos temas, y como ejemplo de complicidad poética comparto al final de este texto su poema “A bunda”, sensual y delicioso por donde uno lo mire (por detrás, naturalmente). 

La tercera razón es la que marcó mi memoria cuando hacía mis primeras armas como periodista cultural: Drummond de Andrade y yo tuvimos un breve intercambio epistolar en abril de 1971, a raíz de un episodio de plagio que me tocó poner en evidencia y al que me voy a referir en detalle. 

El Nacional era el diario oficialista del gobierno progresista del general Juan José Torres (“Jota Jota”), en el que trabajé entre 1970 y 1971 bajo la dirección de Ted Córdova Claure. Fueron meses de lucha frontal contra la derecha golpista y disfruté cada día de ese trabajo combativo (junto a colegas como Coco Manto, Andrés Soliz Rada, Paulo Cannabrava, Álvaro Barros Lemez y otros) mientras la Asamblea del Pueblo, encabezada por don Juan Lechín, se reunía a pocos metros de la redacción del diario, en la Plaza Murillo. 

Además de escribir columnas sobre temas políticos y sociales, mi principal ocupación y preocupación era una página cultural diaria y un famélico suplemento literario dominical. Fue en ese suplemento que me vi en la obligación ética de exhibir a un médico boliviano con veleidades de poeta, Harry Trigoso Tapia, quien tuvo la desafortunada ocurrencia de plagiar el poema “Y ahora José” de Drummond de Andrade (un clic para ver y escuchar el poema en la voz del poeta en una versión con música de Paulo Diniz). 

Probablemente Trigoso -a quien nunca conocí personalmente- no fue plenamente consciente en ese momento de la arbitrariedad que había cometido al fusilar los versos de un poeta tan conocido, pero no se podía pasar por alto su osadía. Había mala fe en esa “adaptación” del poema brasileño a la realidad boliviana: los mismos versos, el mismo ritmo. Para demostrar que se trataba de un burdo plagio, publiqué lado a lado en una plana de El Nacional el poema original de Drummond de Andrade, su traducción al castellano (que me proporcionó el Agregado Cultural de la Embajada de Brasil), y la “versión” altiplánica de Trigoso. 

El plagio es de por sí un asunto sórdido, que ha dañado la reputación de grandes escritores, como sucedió con el peruano Bryce Echenique por unos artículos “alimentarios” para la prensa. En el caso de Trigoso, quien no tenía ninguna reputación literaria que defender, el incidente no tuvo mayores consecuencias en Bolivia, y menos aún en Brasil. 

Lo que me interesa de esta anécdota no es otra cosa que la carta que recibí de Drummond de Andrade unas semanas después, por intermedio de la Embajada de Brasil en La Paz. El gran poeta, más allá del bien y del mal, le restaba importancia a su plagiario y lo condecoraba generosamente. Esto me dice en su carta, traducida aquí al castellano: 
Rio de Janeiro, 19 de abril de 1971. 

Mi querido hermano Alfonso Gumucio Dagron: 

He leído sus artículos “Las malas de costumbres” y “Juzgue el lector...” en El Nacional. Vi en ellos, junto con un noble celo por las cuestiones relacionadas con la creación literaria, un toque de simpatía profunda por la obra de un poeta brasileño. Y como ese poeta soy yo, vengo a decirte que me ha tocado mucho su actitud espontánea y generosa. 

No me corresponde decidir sobre la cuestión suscitada, ya que, aún involuntariamente, soy parte de ella. El lector dirá, de hecho, la última palabra. Apenas, a modo de comentario, se me ocurre recordar la frase de Virgilio, a quien se censuraba el hecho de utilizar versos ajenos en su obra inmortal, y extraerlos incluso de poetas de menor categoría, como un tal Enio (cito en francés, porque la fuente y Saint-Beuve, en su “Étude sur Virgile”): “Je tire l’or du fumier de Ennius”. ¿El poeta que fue el blanco de sus críticas no estaría siguiendo ese ilustre ejemplo?... 

Cordialmente el abrazo, la admiración y el agradecimiento de 

Carlos Drummond de Andrade 
Rua Conselheiro Lafayette, 60. AP. 701 

Luego de muchos años vuelvo a leer detenidamente la carta como si fuera la primera vez, y entonces distingo los golpes gastados de la máquina de escribir, las minuciosas correcciones que hizo Drummond a mano con tinta negra para completar una letra que no se leía bien, o para colocar un acento que faltaba. La traduzco al castellano no porque suene mejor que en portugués, sino para compartir su contenido. Conservo con cariño inmenso estas líneas enviadas por “el animal menos epistológrafo del mundo”, como se definió a sí mismo ante Rodolfo Alonso, autor de una excelente selección y traducción de 45 poemas de Drummond: Antología (2005), publicada en Bogotá por Arquitrave. Lean, lectores, esos 44 poemas y un texto en prosa sobre Machado para aquilatar el valor de la poética de Drummond. 

Algún día conoceremos los tres poemarios inéditos que Drummond escribió a lo largo de la relación secreta que mantuvo con Lygia Fernandes, su amante durante 36 años, fallecida en 2003. Los manuscritos permanecen en custodia de la familia de ella. 

En una visita a Rio de Janeiro fui a la calle Rua Conselheiro Lafayette, 60 para mirar de frente el edificio donde vivía el poeta. Habían pasado 34 años desde que me envió la carta, para que en febrero del 2005 pudiera visitar y fotografiarme junto a su figura en bronce, sentado y pensativo en la rambla de la Avenida Atlántica, sobre la playa de Copacabana, en una banca que deja leer uno de sus versos: “No mar estava escrita uma cidade”. 

La escultura, inaugurada el 30 de octubre de 2002, en vísperas del centenario del nacimiento de Drummond, fue realizada por el escultor Leo Santana con base en una foto de Rogério Reis para la revista Veja. Al igual que la estatua de John Lennon en La Habana, la de Drummond ha sido víctima de compulsivos admiradores que le robaron los anteojos ocho veces desde su inauguración, cuatro desde octubre del 2007. En la última, el restaurador Valdeci Santos decidió soldar los lentes como para que no vuelva a suceder. 

No me cabe la menor duda de que en esa banca donde aparece con las piernas cruzadas y los antebrazos sobre las rodillas, nacieron los versos de este poema que no me atrevo a traducir: 

A bunda, que engraçada 

A bunda, que engraçada. 
Está sempre sorrindo, nunca é trágica. 

Não lhe importa o que vai 
pela frente do corpo. A bunda basta-se.
Existe algo mais? Talvez os seios.
Ora - murmura a bunda - esses garotos 
ainda lhes falta muito que estudar.

A bunda são duas luas gêmeas 
em rotundo meneio. Anda por si 
na cadência mimosa, no milagre 
de ser duas em uma, plenamente.

A bunda se diverte 
por conta própria. E ama. 
Na cama agita-se. Montanhas
avolumam-se, descem. Ondas batendo 
numa praia infinita. 

Lá vai sorrindo a bunda. Vai feliz
na carícia de ser e balançar 
Esferas harmoniosas sobre o caos. 

A bunda é a bunda
redunda. 

Carlos Drummond de Andrade 

(Artículo publicado en la revista municipal Jiwaki #60, La Paz, octubre de 2019)