28 enero 2018

Las finalistas

Los premios y festivales de cine se han convertido en concursos de belleza, pasarelas comerciales dominadas por la angustia del éxito y del fracaso. El éxito económico de una película que no sea un producto de Hollywood depende en buena medida del número de festivales en los que ha ganado algún reconocimiento.

Me invitaron nuevamente a formar parte del amplio jurado internacional del 23 Premio José María Forqué que EGEDA otorga en España a seis categorías (entre ellas a la mejor película latinoamericana). Todos los premios se conocieron y entregaron el 13 de enero de 2018 en Zaragoza y la película latinoamericana premiada fue la chilena, que no era mi favorita.

Cada año acepto con gusto esta invitación porque me permite ver en mi casa películas recientes que de otra manera no vería. Muchas de ellas se han estrenado solamente en sus países de origen y no se exhibirán en Bolivia. Solo en la categoría que me corresponde, fueron preseleccionados 33 largometrajes, incluyendo uno de Bolivia.

La etapa en la que yo entro como jurado nos permite ver muchas obras pero calificar solamente a cinco seleccionadas por el Comité de los Premios Platino. Estas suelen ser coproducciones con España, porque ese es el objetivo del Premio Forqué: impulsar las coproducciones.



Eso no está mal, el problema es que la selección de cinco películas es sesgada y no incluye necesariamente las mejores obras producidas en la región. Este es un breve panorama de las cinco que tuve que ver y calificar: La cordillera (Argentina, Francia, España) de Santiago Mitre, Las hijas de Abril (México) de Michel Franco, Mi mundial (Uruguay, Brasil, Argentina) de Carlos Morelli, Últimos días en La Habana (Cuba, España) de Fernando Pérez y Una mujer fantástica (Chile, Alemania, España, Estados Unidos) de Sebastián Lelio.

La inclusión, a veces forzada, de actores de los países coproductores es una indicación clara de a proveniencia de los fondos y es muy cierto que en estos tiempos la única manera de que un largometraje latinoamericano pueda hacerse y además recuperar su costo, es con una distribución ya sea en salas o en la televisión de varios países.

Dicho esto, vamos a las cinco películas seleccionadas entre una larga lista que incluye, de hecho, películas muy interesantes y en muchos casos mejores que las que llegaron a la última etapa.

Últimos días en La Habana, de Fernando Perez
De lejos, me quedo con Últimos días en La Habana (2016) de Fernando Pérez, que antes nos dio aquella maravillosa Suite Habana (2003), hermoso fresco de La Habana, sin concesiones. Ahora aborda, también con esa misma honestidad descarnada, la situación de un conventillo de esos que parecen caerse en pedazos en La Habana, a través de dos personajes principales: Diego, un homosexual enfermo terminal de SIDA, cuidado con verdadero amor por su amigo de la infancia, Miguel, cuyo sueño es emigrar a Estados Unidos.

Así, de un plumazo, dos temas que a ojos extranjeros parecería imposible que un cineasta cubano pueda tratar dentro de Cuba, pero que muestra el vigor de un cine con pocos recursos económicos pero con muchos recursos humanos. A través del conventillo y sus personajes nos adentramos en ese barrio decrépito en su aspecto exterior, pero pletórico de solidaridad a pesar de la carencia y la pobreza material. El film no vacila en ironizar sobre el discurso de la revolución, pero sin caer en el maniqueísmo de quienes sin conocer Cuba la estigmatizan. El “contrarrevolucionario” es retratado con simpatía y humanidad, porque allí en Cuba las cosas no son como las quieren pintar desde afuera, en  blanco y negro, sin matices.

Y no es solo la temática, sino la manera de contar las cosas. Las actuaciones son extraordinarias, la escenografía y ambientación natural prescinden de los decorados de cartón que caracterizan a tantas otras películas que suenan a falso, y la fotografía es, en su crudeza, bella.

Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio 
La chilena Una mujer fantástica, es también una obra que aborda con honestidad el tema de la sexualidad. Marina, mujer transgénero que se sentía de alguna manera protegida por el amor de Orlando, 20 años mayor que ella, se ve de pronto enfrentada a la muerte de éste por una sociedad intolerante hacia su condición sexual. La familia de Orlando la hostiga y ejerce violencia sobre ella, que a ratos parece dudar de su propia identidad y no sabe diferenciar entre aliados y enemigos. La sociedad no está preparada para aceptarla, pero ella tampoco está lista para dar la batalla, hasta que encuentra en la música el camino para ello.

Hay escenas de enorme valor simbólico y belleza plástica, como el travelling en la calle donde ella avanza a pesar de un ventarrón que quiere hacerla retroceder, o los espejos en los que trata de reconocerse: aquel en la calle, enorme, donde puede verse de cuerpo entero, o aquel circular, pequeño, que cubre su sexo y refleja solamente su rostro. La fotografía tiene esos y otros méritos, para crear una atmósfera de oscuridad y encierro que representa la propia condición de Marina, encerrada en un cuerpo que todavía no le pertenece.

La cordillera, de Santiago Mitre
Cuando vi La cordillera me pareció que su director, Santiago Mitre, es un fanático de Netflix y que su serie favorita es House of cards. El mismo ambiente de políticos que hacen negociaciones oscuras a espaldas de sus pueblos, ambiciosos y en muchos casos corruptos. Y también el mismo estilo de historia personales truculentas que suceden detrás de la fachada honorable de los presidentes.

En este caso Ricardo Darín interpreta a Hernán Blanco, un político de provincia que llega a la presidencia de Argentina y sobre el que nadie sabe mucho. Es “el hombre común” llegado a la Casa Rosada supuestamente para sacudir las percudidas alfombras del poder. Lo vemos interactuar con otros presidentes latinoamericanos, entre ellos el “emperador” brasileño con su discurso populista, el arrogante mexicano, la presidenta chilena que acoge la cumbre en un maravilloso escenario de la Cordillera de los Andes, y no podrían faltar los gringos prepotentes que actúan entre bastidores y no vacilan en ofrecer millones para corromper a presidentes. El dignatario boliviano literalmente no existe en el film, nunca se lo ve a pesar de que el tema de la cumbre de presidentes es la constitución de una gran agencia latinoamericana de hidrocarburos. En fin, así nos ven, en último plano.

Detrás de la trama política que en realidad está de adorno, y de la compostura misteriosa del presidente argentino hay un drama familiar. Camaño, el exmarido de Marina, la hija de un primer matrimonio, amenaza con denunciar actos de corrupción del gobierno. Aunque no se ve al personaje, lo sabemos inestable, al igual que la propia hija de Blanco, que tiene una mente fabuladora y una relación tortuosa con su padre.

Las imágenes del film son convencionales, salvo las de la cordillera y sus nieves eternas. La narración es plana y ninguna de las actuaciones exige demasiado esfuerzo. La permanente sensación de que “algo grande va a pasar” (con la música que prepara esa posibilidad) no llega a término. El film termina abruptamente como un capítulo de serie: no se pierdan la continuación.

Las hijas de Abril, de Michel Franco
Esa misma sensación de “continuará en el próximo capítulo” me dejó Las hijas de Abril, la historia de otra familia disfuncional: dos mujeres viven solas en una casa al borde del mar en Puerto Vallarta. La mayor (Clara) se dedica a cocinar y comer, y la menor (Valeria) a coger y a embarazarse cuando tiene apenas 17 años.

Ese embarazo hace que reaparezca en escena Abril, la madre de ambas, una española posesiva (Emma Suarez) que solo existía por teléfono. A su llegada toma las riendas de la casa, acompaña a sus hijas de manera dominante y cuando nace la niña (Karen), la secuestra arguyendo la ha dado en adopción porque Valeria y su novio (Mateo) son incapaces de criarla. Claro que además “secuestra” sexualmente a Mateo y se lo lleva a vivir con ella y la bebé a Ciudad de México.

Bastante de telenovela: todos los personajes de esta cinta aparecen como necios e irresponsables (Valeria, Mateo, Abril) o malos tipos (el padre de Mateo, el padre de Valeria), de modo que solo la insípida Clara y la llorona Karen son las víctimas inocentes de tanta manipulación emocional. Y como telenovela, termina prometiendo un próximo capítulo cuando en la última escena Valeria secuestra a su hija y huye en un taxi. Continuará.

Mi mundial, de Carlos Morelli 
En Mi mundial (2017), un niño de 14 años que no deja de evocar la historia de Messi, enfrenta con su familia el desafío de tomar decisiones que pueden cambiar radicalmente su vida. Tito Torres, un prodigio del fútbol desde niño, recibe ofertas para jugar en fútbol profesional, lo que por una parte significa el bienestar material para toda su familia, pero por otra el abandono de su pueblo, Nogales, hacia una vida donde todo escapa a su control, porque se convertirá en una pieza más de una maquinaria de negocios, ya que el fútbol, antes que un deporte, en las grandes ligas no es otra cosa que un gran negocio.

Un accidente de moto se encarga de zanjar el conflicto. Quizás los sueños que abrigan muchos jóvenes de triunfar en la vida con una velocidad meteórica, no son la mejor opción para crecer como mejores seres humanos. Este es un film amable, bien realizado, pero no alcanza la categoría de los otros preseleccionados.
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El cine sonoro ha inventado el silencio.
—Robert Bresson