04 julio 2016

Quinua y capitalismo agrario

Devoré como si fuese una novela de aventuras el libro Propiedad colectiva de la tierra y producción agrícola capitalista – El caso de la quinua en el altiplano sur de Bolivia (2013) de Enrique Ormachea S. y Nilton Ramírez F., producto de una investigación desarrollada por el Centro de Estudios para el Desarrollo laboral y Agrario (CEDLA).

La portada del libro es emblemática: una foto de los dos principales jerarcas del país montados sobre un tractor y rodeados de campesinos con whipalas. La tesis del libro pone esa llamativa portada en contexto: la realidad de la producción mecanizada y maquinizada de la quinua en el altiplano sur del país, contradice frontalmente el discurso oficialista de que Bolivia está en el camino de una agricultura que sabiamente es capaz de combinar los modos tradicionales de producción con formas de “capitalismo andino”.

Con abundancia de datos duros, tablas comparativas y un análisis altamente especializado desde la perspectiva económica, los autores hacen añicos el discurso del vicepresidente García Linera y demuestran que lo que está sucediendo durante la última década en el altiplano sur es capitalismo puro y duro. Un capitalismo avasallador que está extinguiendo las formas colectivas del trabajo de la tierra.

Hermosa foto de Marcelo Chacón Aracena
El cultivo de la quinua o quinoa en el altiplano de Bolivia se mantuvo sin cambios a lo largo de varios siglos, hasta la década de 1970. El cereal crecía en las laderas de cerros por encima de los cuatro mil metros de altitud, no tenía valor de intercambio comercial pero era fundamental en la dieta alimenticia de las familias que lo cultivaban para su autoconsumo mientras complementaban esa dieta con ganado bovino, ovino y camélidos.

El régimen de la tierra después de la reforma agraria de 1953, reconocía la propiedad proindiviso o propiedad colectiva de las tierras comunales. Las tierras en lugares planos del altiplano se usaban para el pastoreo, mientras que las tierras en las laderas y pendientes se usaban para el cultivo de quinua en pequeñas parcelas familiares destinadas al autoconsumo.

La siembra y la cosecha se realizaban manualmente y según los usos y costumbres se practicaba el ayni, una forma ancestral de colaboración intracomunitaria. Las parcelas familiares se trabajaban cuidando el medio ambiente mediante un sistema de rotación denominado aynoqa, que consistía en el manejo colectivo de la tierra de manera que cada cierto tiempo descansara para reponer su calidad nutriente. Existía un conocimiento basado en la experiencia de muchas generaciones que permitía armonizar la agricultura de subsistencia con la ganadería que servía para el comercio.

De manera similar se administraba colectivamente las tierras comunales destinadas al pastoreo. La modalidad de uso conocida como arkata permitía mediante rotación la regeneración de la vegetación destinada al pastoreo.

En la medida en que no existía una presión sobre la propiedad de la tierra porque no se había instaurado un sistema mercantilista en las zonas tradicionales productoras de quinua, no había conflictos sociales intracomunitarios. Todo se resolvía mediante diálogo y había suficiente tierra para que todos pudieran vivir dignamente.

“Cuando las parcelas estaban en descanso eran de pastoreo para todos. Había un equilibrio en la distribución de las tierras y había cabildos que eran reuniones grandes de las comunidades donde todos estaban, y con el consentimiento de las familias se otorgaba el aprovechamiento de una parcela, pero siempre preservando que tenía que haber áreas de cultivo consensuadas por la comunidad y áreas de pastoreo. Todavía se ha mantenido vigente eso hasta finales de los noventa”, dice Amado Bautista, miembro del Centro INTI, entrevistado por los autores del libro.

Esa situación cambió radicalmente en apenas diez años con el proceso de mercantilización de la quinua y el aumento del precio internacional del grano, que transformó radicalmente las formas de cultivo, las relaciones sociales comunales, la propiedad de la tierra y el consumo familiar del grano.

“Como dice bien el tata Demetrio, había quillas , las apachetas , los lugares sagrados, lugares donde no tenías que pisar, donde no tenías que dormir y los cerros, y la autoridad era la autoridad, y con el tiempo eso se ha ido denigrando hasta el extremo de que para volver a lo anterior tenemos que escribir las normas. Antes había trabajos comunales. Se decía algo y toditos iban como soldados, ni siquiera había que llamarles. Ya sabían a qué hora tenían que trabajar. Ni bien salía el sol ya estaban ahí. Actualmente hay que rogar a los comunarios para que vayan a trabajar a la faena; antes había más respeto mutuo y compañerismo, ahora se está perdiendo eso”, afirma Oscar Villca, productor Salinas de Garci Mendoza, en un conversatorio sobre la quinua, organizado por el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (Cedla).

Las tierras comunales antes dedicadas al pastoreo han sido invadidas por tractores que pertenecen a los ricos de la comunidad, que en muchos casos ni siquiera viven allí. Las llamas y ovejas se extinguen, las tierras se agotan por la sobreexplotación y la falta de guano, y las relaciones tradicionales de poder en la comunidad se debilitan porque los nuevos ricos compran con donaciones su derecho a hacer lo que les viene en gana.
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El desarrollo del capitalismo en la agricultura de la quinua implica la progresiva
eliminación de todos los vestigios del comunismo primitivo en estas comunidades.
Enrique Ormachea S. y Nilton Ramírez F.