28 abril 2016

Memoria fiel

Dos días antes del terremoto que sacudió a Ecuador el sábado 16 de abril, presenté en Quito mi libro Diario ecuatoriano – cuaderno de rodaje de Fuera de aquí (2016) publicado por el Consejo Nacional de Cinematografía (CnCine). Y el martes 12 de abril hice lo propio frente a una audiencia indígena en la comunidad de Tamboloma, donde hace 41 años se filmaron algunas de las escenas del largometraje de Jorge Sanjinés.

En Tamboloma volví a encontrar después de cuatro décadas a Germán Calvache, al cura Jesús Tamayo y a José Lligalo (indígena chibuleo), que contribuyeron en la filmación de Fuera de aquí.  

En Quito, en el acto en la Casa de la Cultura habló Raúl Pérez (presidente de la institución), Isabel Mena (directora de CnCine), Wilma Granda (directora de la Cinemateca Ecuatoriana), Juan Martín Cueva (ex director de CnCine), Pocho Álvarez que realizó un documental sobre el libro, y Coco Laso, que estuvo a cargo de la edición.

con José Lligalo, chibuleo
La publicación del Diario ecuatoriano es resultado de encuentros, coincidencias y voluntades. En la Casa de la Cultura Benjamín Carrión estaban reunidos amigos y colegas que hicieron posible la edición, a quienes quise rendir homenaje durante la presentación.  Quise también recordar por dos razones a Eduardo Galeano, fallecido un año antes: porque quería que el acto fuera un homenaje a su memoria tan memoriosa, y para contar una anécdota sobre nuestro último encuentro en La Paz a mediados de julio del 2013. Fue una visita casi clandestina que hizo Eduardo, y solo estuvo con dos personas con las que quería conversar: el presidente Morales y este amigo.

Cenamos a solas las dos noches que estuvo en La Paz, el lunes 15 y el martes 16 de julio de 2013, en el restaurante del Hotel Radisson donde llegó con varias horas de retraso. Al revisar el menú del restaurante le pregunté si había probado antes la carne de llama. Respondió con sorna: “Cómo voy a comer a un animalito que tiene la mirada de Gina Lollobrígida y camina como Sofía Loren…” 

las libretas de Galeano 
Sacó del bolsillo una de sus inefables e infalibles minúsculas libretas, que siempre llevaba consigo, y leyó unas frases sobre Lila (nieta de Helena) que ya tenía entonces seis años de edad. Con la letra letra menuda con la que llenaba tantas libretas también menudas había copiado una frase del papá de Lila: “Llegó para enseñarnos todo de nuevo”. Leyó otras frases mientras cenábamos y luego dijo que estaba cansado y que lo único que quería era dormir.

Conociendo su afición por el fútbol, le regalé un libro de relatos futbolísticos, Warikasaya, recopilados por Ricardo Bajo, donde aparece el cuento “Descenso”, que escribí con Carlos Mesa, nuestra primera colaboración literaria. Eduardo subió a su habitación con el libro bajo el brazo.

Al día siguiente pidió lo mismo que había comido la noche anterior: wok de pollo con verduras. En un momento me dijo con mucha seriedad que por mi culpa no había dormido: “Estuve leyendo varias veces tu cuento sobre fútbol, me pareció magistral la manera como los ejes narrativos confluyen hacia el final”.

En el salón de eventos que queda encima del restaurante había en ese momento dos mil personas en una cena de gala con el alcalde de La Paz, Luis Revilla, para celebrar el 16 de julio, la fiesta de la ciudad. Políticos, artistas, intelectuales, periodistas… lo más granado de la sociedad paceña ignoraba que un piso más abajo estaba Eduardo Galeano, de incógnito.

Juan Martín Cueva y Wilma Granda
Cuento estopara recordar a Eduardo pero también para hablar de la memoria, el único recaudo que tenemos para luchar por el futuro. Eduardo retenía muchas cosas en sus pequeñas libretas, y yo he hecho eso mismo durante décadas en grandes cuadernos.

Eduardo usaba en sus libros lo que escribía en las pequeñas libretas de apuntes, mientras que yo escribo mis diarios con el único propósito de recordar la vida ya vivida. Nunca he tenido buena memoria, por eso me apoyo siempre en esas muletas que son los diarios y las fotos. A mis amigos que se sorprenden cuando recuerdo algo con precisión y creen que estoy dotado de una memoria prodigiosa les digo: “Lo que pasa es que tengo una memoria fotográfica… Si no tengo una foto, no me acuerdo de nada”.

Y ese mismo papel cumplen los diarios, y entre ellos el que se presentó en Ecuador, que escribí entre el 21 de junio y el 18 de julio de 1975, hace 41 años, cuando participé como asistente de dirección en el primer rodaje Fuera de aquí, (Llukshi kaimanta).  

En la introducción del libro hago el relato de las circunstancias en que escribí el diario, de cómo fue desenterrado por la generosidad de Juan Martín Cueva, Wilma Granda y Pocho Álvarez cuando nos visitaron en La Paz para la Semana del Cine Ecuatoriano, en marzo del 2015, y cómo fue publicado por iniciativa de CnCine, una institución que hace tanto por el cine en Ecuador a pesar de dificultades burocráticas y políticas que también conocemos en Bolivia.      

No voy a repetir la introducción, pero quiero subrayar que el diario no fue escrito para ser publicado, menos aún a mis 24 años de edad cuando no era sino un aprendiz de todo (y sigo siendo). Mi única condición para publicarlo fue que se transcribiera tal cual, incluso con erratas (por suerte no había ninguna).

Diario ecuatoriano
Si algún valor tiene el Diario ecuatoriano es precisamente su espontaneidad y su frescura. Nada de lo que escribí entonces correspondía a un cálculo histórico o político, porque nunca pensé que sería publicado. Por ello, su valor testimonial es mayor que si yo tratara de recordar ahora, cuatro décadas más tarde, los episodios de la filmación.  Probablemente mentiría, la memoria me traicionaría, estaría filtrada por todo lo que he vivido después. En cambio en el diario es cotidiana, sincera, directa.

Tengo que agradecer a dos grupos de personas. Por una parte aquellas que hace cuatro décadas nos acompañaron y colaboraron con Jorge Sanjinés y Beatriz Palacios en la aventura que fue la filmación del largometraje, en condiciones nada fáciles, en las faldas del Chimborazo y del Tungurahua, en Tamboloma, en Río Colorado y en Ambato. Los menciono en desorden: Germán Calvache, Jorge Vignati, Jesús Tamayo, Hugo Jaramillo, Rodrigo Robalino y los Jatari, José Lligalo y otros dirigentes indígenas, Cristóbal Corral, Jean-Marcel Milan, Efraín Fuentes, entre otros que aparecen en el diario.

Wilma Granda, Alfonso Gumucio, Juan Martín Cueva, Pocho Álvarez y François Laso
Y el segundo grupo es el de ahora, los amigos queridos que han hecho posible esta edición, es más, que insistieron y tomaron el proyecto como un reto personal: Juan Martín Cueva y su equipo en CnCine, Wilma Granda (que personalmente transcribió el diario) y el equipo de la Cinemateca y de la casa de la Cultura que encabeza Raúl Pérez, Pocho Álvarez y Alejandra Adoum de cuya amistad me precio desde hace décadas, Coco Laso que hizo nacer al bebé (con el apoyo de Yor Moscoso en el diseño y Alejandra en la edición de las entrevistas), un bebé tan bonito que no se parece al renacuajo que era. 

La edición es hermosa, en todo sentido: el diseño, el papel, el color, las tapas duras, el armado... en fin, todo lo que hace de un libro un objeto bello, de colección.  Y este, además, tiene el video documental Diario ecuatoriano que realizó Pocho Álvarez usando fotografías, entrevistas y mucho talento. El DVD está al final del libro, como premio para los lectores agudos. 

Durante la presentación en la Casa de la Cultura, Coco Laso leyó un texto que reproduzco a continuación:
Este libro, como el buen pan, leudó muchos meses: entre todos pusimos letras, fotos y papel (cosas sencillas, cotidianas, diarias) Hacer libros, hacer un libro, hacer este libro como cualquier acto de hacer con las manos y con la cabeza, con el cuerpo y con la razón… como cualquier hogaza de pan, es-hacer: un acto político Las instituciones ciudadanas, aquellas construidas por la gente y desde la gente siempre producen mejor pan (como el de Ambato), más profundo, más esponjoso, con más aire porque tienen, al final de cuentas un interés sencillo: combatir el hambre. Este es un libro sobre la memoria de una izquierda en los setentas, de Tungurahua, de Chimborazo, de la dictadura y de la lucha social y campesina y no solamente sobre cine (eso Alfonso y Juan Martín siempre lo supieron) y en este libro de esa memoria y que no es solamente de cine, está adherido algo así como un estado de las cosas que bloquea el trabajo del olvido, inmortaliza la muerte, materializa lo inmaterial (eso el Pocho siempre lo supo). Concebir un libro a partir de objetos y textos del pasado es sobretodo un acto de traducción y lo que hemos hecho todos quienes hicimos este libro… es traducir un recuerdo en un acto presente… al hacer un libro se crea un lugar: un lugar para la memoria, claro, y a partir de ahí, un lugar para todo. Es la forma de estar juntos, alrededor de un libro y de un pan lo que une a los individuos y a los grupos sobre la base de esta comunidad primordial de palabras, imágenes y cosas. Por eso creo que hacer libros es un acto político porque los buenos libros, como el cine y el buen pan, siempre hacen comunidad y matan el hambre.
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Hacer libros, hacer un libro, hacer este libro
como cualquier acto de hacer con las manos y con la cabeza,
con el cuerpo y con la razón…
como cualquier hogaza de pan, es hacer un acto político.

François Laso