17 febrero 2011

La estrella de ASUR

Cuando alguien que viaja a la ciudad de Sucre por primera vez me pregunta qué es lo que vale la pena visitar allí, mi consejo –sin pensarlo dos veces- siempre es: ASUR.


ASUR (Antropólogos del Surandino) es un proyecto y un proceso cultural del cual los bolivianos se pueden sentir orgullosos. Ha permitido a lo largo de 25 años no solamente dar a conocer el extraordinario arte del tejido de las comunidades indígenas en los alrededores de Potolo, al oeste de Sucre, sino además rescatar y mejorar sustancialmente ese arte y generar al mismo tiempo ingresos para las comunidades.

Ahora resulta que un efímero gobernador de Chuquisaca, hinchado de demagogia y oportunismo político, pretende que la Casa Capellánica, el inmueble donde funciona ASUR, sus talleres, su museo y su tienda, sea devuelto a la gestión gubernamental, con el argumento de que se trata de una fundación “privada” y que debería ser administrada “por los beneficiarios”. Esto significaría la aniquilación de un proyecto emblemático porque la casa donde funciona ASUR ya es hace muchos años una referencia nacional e internacional.

La historia de ASUR es una historia de curiosidad científica y amor por el arte. Todo empezó en 1985 cuando los antropólogos chilenos Verónica Cereceda y Gabriel Martínez, y el etnólogo boliviano Ramiro Molina, hicieron un recorrido por comunidades indígenas a 50 kms de la ciudad de Sucre, en busca de aquellas mujeres que habían sido capaces de producir los tejidos maravillosos que desde hace años aparecían en el acervo de coleccionistas internacionales.

Lo que encontraron fue lamentable, una enorme pobreza, índices de mortalidad y morbilidad infantil muy altos, desorganización social y desánimo en las comunidades, cuyos pobladores fueron despojados poco a poco de lo más valioso que tenían: los tejidos heredados de padres y abuelos, algunos con antigüedad centenaria, vendidos por cuatro pesos para poder mantenerse en una precaria sobrevivencia.

Más aún, los nuevos tejidos que producían ya no eran ni tan finos ni tan creativos como los antiguos.  La figuras se habían simplificado y se repetían, no mostraban la variedad y complejidad que alguna vez tuvieron. La tradición se estaba perdiendo rápidamente, y el tráfico de los valiosos textiles hacia el extranjero, iba a dejar a esas comunidades en la última pobreza, aquella en la que se ha perdido todo, incluso la identidad.

A partir de esa constatación nace ASUR y Verónica Cereceda se convierte en principal impulsora, con una dedicación incansable y una entrega total. Nada podía augurar el éxito de un proceso de rescate y de recuperación de una tradición en vías de extinción, pero la apuesta fue el compromiso con las comunidades.  En tan solo dos décadas lo que se ha logrado es digno de admiración y elogio.

Incluso para quienes no somos expertos en el arte de los tejidos, salta a la vista que las obras que hacen actualmente las mujeres de las comunidades Jalq’a son incluso mejores, más ricas en su diseño, que las que se hacían antiguamente. Cuando se comparan los tejidos que se exhiben en el museo de ASUR con los que se pueden adquirir en la tienda, se aprecia que este es uno de los raros casos donde el arte textil ha renacido como ave fénix para ser incluso más imponente que antes.

Y esto ha sido posible gracias a una visión estratégica que busca fortalecer a las comunidades indígenas en su cultura y en su capacidad de gestión, “aportando, con sus valores y conocimientos, a la construcción de la identidad nacional”. ASUR a permitido a esas comunidades económicamente deprimidas por las limitaciones de su producción agrícola de subsistencia, generar recursos suplementarios para el bienestar de las familias. Para ello, se han fijado precios justos para la venta de los tejidos, precios que reflejan el tiempo y dedicación que requiere la fabricación manual, única y personalizada de cada uno de ellos.

Además de generar oficios en el proceso de producción artística y artesanal, y de favorecer el fortalecimiento interno de las comunidades para lidiar con el comercio y el turismo, la labor de ASUR ha llamado la atención sobre la riqueza cultural de las comunidades, ha fomentado la investigación y contribuido a aumentar la vigilancia de los organismos del Estado sobre la exportación ilícita de tejidos antiguos que son patrimonio nacional. La lista de libros publicados con el sello de la Fundación ASUR es una prueba más de su eficiencia y de la seriedad del trabajo realizado.

El proyecto permanente de renacimiento del arte textil indígena incluye hoy más de mil mujeres tejedoras Jalq’a de las provincias Chayanta y Oropeza, que tejen con vellón natural de alpaca y oveja, y de Tarabuco, que utilizan lana de oveja y algodón para sus tejidos.

ASUR ha generado otras iniciativas que benefician a las comunidades, como el proyecto de capacitación de 200 hombres tejedores que producen propuestas nuevas, diversificadas, en tapices, mantas y alfombras. A ello se suma la producción de accesorios de cuero de camélidos con inserciones textiles, y un taller de alfarería fina donde se producen vajillas y adornos de cerámica.   

Me siento orgulloso de tener en mi casa varios aqsus Jalq’a que he adquirido en ASUR, extraordinarias representaciones de khurus animales imaginarios e improbables, ecos del inframundo, saxra,  que no podemos entender quienes somos ajenos a esa cultura milenaria. Son maravillosas obras de la imaginación con profundo anclaje en la cultura y la tradición, además de productos de una destreza manual muy fina. Para cada una de estas obras de arte, las mujeres tejedoras emplean varios meses de trabajo, dependiendo del tamaño.  Por ello tienen el orgullo de poner sus fotos y sus nombres junto a cada obra terminada. 

La Fundación ASUR honra a Bolivia y honra a Sucre, su capital. Sería lamentable que por la mala disposición de algún funcionario que está de paso por el poder, se le retirara el derecho de ocupar un inmueble adecuado a sus necesidades y a las de los visitantes.