08 mayo 2023

Encuentros clandestinos

(Publicado en el suplemento Letra Siete, de Página Siete el 9 de abril de 2023)

Pierre Kalfon ©AlfonsoGumucio 

 Pierre Kalfon no pudo entregarme personalmente su libro “Amour (pas) toujours” (2019) porque sobrevino su muerte el 14 de octubre de 2019 y había un océano de por medio. Su último mensaje fue el 13 de mayo, precisamente para anunciar la salida del libro que he podido leer recién ahora.

 En tiempos normales yo hubiera llamado a Pierre y Nicole apenas llegar a París, y ellos me hubieran invitado a cenar a su casa en la Rue Quatrefages, a media cuadra de la Gran Mezquita de París, o en algún restaurante cercano en ese agradable barrio donde se encuentra también el Jardín de Plantas y la casa de mi hija mayor, donde suelo quedarme.

 Esta vez tampoco estaba Nicole, que falleció 14 meses después, el 19 de enero de 2021. Jérôme Kalfon, uno de los hijos, me entregó el ejemplar que tenía guardado para mí y me contó cómo fueron los últimos meses de vida de Pierre y de Nicole, lo que me permitió cerrar el ciclo de una amistad de medio siglo con ambos. En otro lado he contado cómo Pierre me animó a escribir para la editorial Le Seuil un libro sobre Bolivia que se publicó en 1981 en la colección Petite Planete que dirigía Simone Lacouture.

 He devorado “Amour (pas) toujours” (“Amor (no) siempre”), en una sola sentada, en el avión que me trajo de regreso a estas montañas austeras donde nunca llegarán a las librerías locales ejemplares de este libro de relatos eróticos.

 Mi curiosidad era doble. La más obvia: leer un nuevo libro de Pierre, luego de los seis precedentes, entre los que destaco “Argentine” (el primero), la monumental biografía del Che Guevara (que se disputa el primer lugar con la de Jon Lee Anderson, más conocida por haberse publicado primero en inglés), y su única novela, “Pampa” (que nunca se pudo publicar en castellano y en Argentina, donde nació la idea argumental). 

 La otra razón, menos obvia, que me invitaba a leer este conjunto de relatos picarescos, es que Pierre los construyó con base en testimonios de amistades (entre ellos yo ) que le confiaron historias de su vida sexual que habían retenido de manera especial en la memoria.

 A todos les agradece al final en un párrafo de secreta complicidad, subrayado que ha respetado cuidadosamente el anonimato de los autores originales. También agradece a su amigo Plantú, uno de los grandes cartonistas políticos de Francia, por el dibujo que hizo especialmente para la portada del libro.

 En parte para preservar el anonimato de sus confidentes, y en parte para desplegar sus habilidades narrativas, Pierre retoma en cada uno de los 31 relatos el corazón argumental o anecdótico, pero altera todo lo demás, no solo el nombre y profesión de quienes le ofrecimos nuestras confidencias, sino también los lugares, fechas y otros detalles.

 No fue difícil reconocer la anécdota que me corresponde, aunque aparezco como “François, agente inmobiliario”, porque es la única que sucede en un avión a 11 mil metros de altitud, aunque en el relato el vuelo transcurre entre París y New York, mientras que en la realidad ocurrió entre Abidjan y París en la ahora inexistente línea Aérea UTA.

 Aunque Pierre anuncia en el prólogo que se trata de una colección de relatos de encuentros sexuales ocasionales, lo que marca las experiencias narradas no es necesariamente el placer sexual sino la sorpresa y la picardía del erotismo en que se envuelven ciertas situaciones, ingredientes sin los cuales los encuentros fortuitos se verían reducidos a meras refocilaciones o transacciones sin encanto (post coitum omne animalium triste est).

 La picardía les otorga ese “plus” de humor y travesura donde no me queda ninguna duda de que Pierre disimuló algunas de sus propias experiencias, de las que me hizo partícipe en nuestras conversaciones de café en Le Censier de la rue Monge. La ceguera progresiva que lo invadió en sus últimos años, afinaba quizás su memoria con un toque de imaginación.

 En este libro sobre erotismo y sexualidad hay incluso un cuento infantil (digamos que sí), titulado “J’avais cinq ans” (“Yo tenía cinco años”), donde “Sophie, violoncelista” rememora su primera sensación de placer sexual en un encuentro casi inocente en la escalera de un tobogán.

 Hay otros, tan golosos como “Feijoada erótica”, donde la cocina de “Graciela, directora de teatro”, se convierte en el escenario de un encuentro apasionado y desbocado. Es quizás mi relato preferido del libro, junto a “Tu n’est pas mon pere” (“No eres mi padre”) o “Marisol dans tous nos rêves” (“Marisol en todos nuestros sueños), donde la picardía femenina sobrepasa con creces la imaginación masculina.

 El hecho de que Pierre vivió tantos años como periodista o diplomático en otros países, particularmente de América del Sur, hace que su abanico de amistades se extienda por todo el planeta, de modo que los relatos eróticos transcurren en ambientes tan diversos como sugerentes.

 Algunos encuentros se inician con coqueteos inocentes y se consuman recién años más tarde, cuando se presenta una nueva oportunidad, una vez que el deseo ha madurado en la memoria de ambos personajes, algo que suele suceder. Varios relatos se ocupan de los “tríos” ocasionales, algo que parece más frecuente de lo que generalmente se cree.

 No se puede acusar a Pierre de machista en este libro (aunque en la realidad podía serlo), ya que diez de los relatos son contados por voces de mujeres, igualmente consumidas por el deseo de una aventura erótica ocasional.

 Cada relato está precedido de una cita sobre erotismo y sexualidad, de autores tan diversos como Simone de Beauvoir, Francesco Alberoni, Arthur Schopenhauer, Georges Bataille, Boris Vian, Oscar Wilde, Freud, Sade o Casanova… Pero tres me gustaron más que las otras. Una de Carlos Fuentes: “El sexo sin pecado es como un huevo sin sal”; otra de Anatole France: “De todas las aberraciones sexuales, la castidad es la peor”, y otra de Zsa Zsa Gabor: “Yo no sé nada en materia de sexo, porque siempre he estado casada”.

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Ces amours brèves sont habitées par le sexe mais ne s’y confondent pas toutes. Elles sont intenses, éclatent, flamboient et finissent par s’éteindre plus vite qu’on le croit. Elles ne s’effacent pas pour autant.  
—Pierre Kalfon