23 enero 2023

Powaqqatsi, poema trágico

(Publicado en Página Siete y Los Tiempos el domingo 7 de agosto de 2022)

 Mi nombre aparece en los agradecimientos de una película en la que nunca participé, que ahora hallé entre mis DVD. No recuerdo los detalles, pero estuve involucrado en la pre-producción de Powaqqatsi, segundo largometraje de la trilogía “qatsi” de Godfrey Reggio: Koyaanisqatsi (1982), Powaqqatsi (1988), y Naqoyqatsi (2002).

 A través de mi amigo cineasta Fred Barney Taylor, conocí en New York a Bernardo Palombo, colega argentino que era asesor técnico de música latinoamericana del proyecto que preparaba Godfrey Reggio. Bernardo me presentó a Mel Lawrence, el productor, con quien me reuní varias veces en New York y una sola vez en Bolivia, para analizar los planes de producción en nuestro país. Yo debía cumplir funciones de productor local para unas pocas escenas que se filmarían en Bolivia, lo cual nunca sucedió. El equipo de filmación nunca atravesó la frontera de Perú a Bolivia como estaba previsto originalmente. 

 El mundo es así, un tejido de relaciones en el que estamos todos conectados por un máximo de “seis grados de separación”, el concepto que Frigyes Karinthy desarrolló en un cuento en 1929. Al cabo de la vida uno mira sorprendido esas relaciones que tejen una trama multicolor de encuentros marcados por el azar y la necesidad.

Godfrey Reggio 

 Powaqqatsi fue presentada por Francis Ford Coppola y George Lucas, al igual que otras dos películas de Godfrey Reggio. Ese espaldarazo, sin embargo, no ayudó para atraer al gran público. Powaqqatsi (que significa “vida en transición” en idioma hopi ) se filmó en diez países: Brasil, Egipto, Hong Kong, India, Israel, Kenya, Nepal, Perú, Alemania y Francia, y los créditos incluyen también a Bolivia. Las tomas en Europa no son muchas ni son las que más cuentan en este poema sinfónico que habla de los choques culturales, ambientales y socioeconómicos en un mundo donde los equilibrios se han roto. Godfrey Reggio se adelantó más de tres décadas en predecir el planeta caótico y a la deriva donde vivimos ahora.

 Esta es una obra sin estructura convencional, un poema donde las imágenes se tejen con la música magnífica de Philip Glass, quizás lo más importante de la producción, sin desmerecer el trabajo de Reggio. Ambos creadores se entienden perfectamente y el resultado es una obra armónica, una sinfonía trágica porque muestra todo lo que la humanidad está perdiendo. Ni una sola imagen del filme está acompañada por su propio sonido, pero todas hablan por sí mismas. La edición de Iris Cahan y Alton Walpole es desconcertante y arbitraria, pues las imágenes de diferentes regiones se asocian sin aparente lógica, por eso la música de Philip Glass (que se inspira en sonoridades árabes, asiáticas y africanas) es tan importante, porque le otorga un sentido y una cadencia al poema visual.

 Reggio ha plasmado su visión mística del mundo. Antes de ser cineasta, fue fraile en una orden muy estricta donde durante 14 años, desde su adolescencia, pasó largos periodos de silencio y ayuno. Eso desarrolló en él una capacidad de ver el mundo con otros ojos, para traducir en imágenes en movimiento sensaciones de una humanidad en crisis.

 Si bien la película incluye imágenes celebratorias de fiestas y alegría en países del sur global, la mayor parte del tiempo se dedica a mostrar el dolor de la supervivencia humana, seres empobrecidos que resisten día a día en desiertos, montañas o sobre el agua. Las primeras (y últimas) imágenes de los mineros del oro en Serra Pelada (Brasil) cargando a un compañero exánime, simbolizan la carga enorme de la humanidad en un planeta exhausto.

 Cada minuto de imagen está meticulosamente trabajado en la mesa de edición (con muchas menos ventajas tecnológicas que hoy), utilizando time lapse, cámara lenta, sobreimpresiones, sombras, detalles. Hay cierto pudor para acercarse a las personas: casi todas las secuencias están filmadas con teleobjetivo, salvo algunas donde aparecen niños, por quienes el realizador muestra consideración y simpatía. La fotografía de Graham Berry y de Leonidas Zourdoumis, realza la diversidad del planeta, aunque sumido en la pobreza y la desigualdad. Hay, a ratos un exceso esteticista por encima de la necesidad de mostrar la realidad.

 De un continente a otro la humanidad se empeña en sobrevivir en circunstancias cada vez más adversas. Esparcidos sobre la costra de la tierra, arrancándole cada vez menos frutos, hombres y mujeres enfrentan un proceso de degradación social, económica y cultural que viene de la mano de una “modernidad” que beneficia a una minoría de países del hemisferio norte, y a sectores dominantes en las sociedades del hemisferio sur. Aunque el film no hace referencias concretas a la injusticia social, la desigualdad salta a la vista.

 Peregrinos trashumantes, desplazados por las guerras o por la pobreza, millones se refugian en las ciudades que no ofrecen sino otra forma de marginalidad y discriminación. Las imágenes atiborradas de personas, los movimientos vertiginosos, los contrastes sociales en una misma imagen, preludian el mundo que estamos viviendo, el agotamiento de los recursos naturales, la saturación que lleva al colapso de los servicios, la alienación, la separación y el abandono, mientras la “caja boba” sigue mostrando imágenes de armonía y felicidad.

 El título del film es un neologismo interpretado por el propio Godfrey Reggio: powaqqatsi (del idioma Hopi, powaq = hechicero + qatsi = vida) sería “una entidad, un modo de vida, que consume las fuerzas vitales de otros seres para favorecer su propia vida”.

 Han pasado 34 años desde el estreno y más que nunca, Powaqqatsi muestra que la visión de Godfrey Reggio se ha ratificado. El mundo ha cambiado para peor, las ciudades han crecido desmesuradamente, las áreas rurales han sido abandonadas, la forma de vida trepidante, el consumo exacerbado, la contaminación, la basura y la destrucción de los bosques es la confirmación de una pesadilla que Reggio plasmó con una mirada visionaria. 

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In effect, I feel like a blind, deaf, and illiterate person working through the sensibilities and multiple, real talents of other people. Everything I do is collaborative.
-—Godfrey Reggio 
 

20 enero 2023

La sorpresa del lector

(Publicado en el suplemento Letra Siete de Página Siete el domingo 14 de agosto de 2022)

 Cuento ultracorto, minicuento, minitexto, microrelato, microcuento, viñeta, cuento flash, relato vertiginoso, nanoficción, cuento relámpago, cuento hiperbreve, ficción súbita, cuento pigmeo, cuentos de parpadeo, cuento mínimo, microtextualidades… Esos son algunos de los nombres que menciona Gonzalo Llanos al final de su libro “Cuento feroz, antología” (2020, 146 pág.), donde reúne 60 de esos brevísimos relatos seleccionados entre los que ha publicado en libros anteriores. Como aficionado al género breve (he publicado una docena en mi libro “Cruentos”), llevo años preparando un libro que ya tiene como título un nombre que no está en esa lista, pero que mantendré en reserva por si acaso.

 Me gusta la propuesta cuidadosa y bien labrada de Gonzalo Llanos porque además de ser un narrador ingenioso, es un dibujante estupendo, que se ha ido superando con el tiempo. Cada uno de sus microcuentos viene acompañado de un dibujo que dialoga con el texto, lo complementa y a veces le disputa el protagonismo porque es mejor que el relato.  Golla (su nombre de pluma), ha desarrollado un estilo propio inconfundible y una gran seguridad en el trazo.

 Gonzalo es un autor persistente no solamente por su capacidad de producir, sino por su absoluta dedicación a la promoción de sus textos, una entrega admirable por la constancia. No hay feria del libro o evento público donde no aparezca con sus obras, a las que acompaña como si fueran sus hijos. Como se trata de ediciones de autor y Golla no tiene recursos para alquilar espacios, generalmente lo encontramos compartiendo con otros colegas algún espacio público gratuito. Hay mucho mérito en ese trabajo que se suma a la labor creativa.

 Las historias diminutas no son por ello menos significativas. En la brevedad se consiguen efectos insospechados. “Lo pequeño es hermoso” (Schumacher) se aplica no solo a la economía sino a todos los ámbitos de la vida, entre ellos la literatura. Los elixires más preciados vienen en recipientes pequeños. En un mundo donde el tiempo parece haberse acortado y donde los relojes se aceleran comiéndose las horas, uno agradece estas historias de bolsillo que uno puede llevar en el transporte público o leer de una sola sentada bajo el sol o a la luz de la luna.

 Como Augusto Monterroso, Luis Britto García, José Emilio Pacheco, Julio Cortázar y tantos otros cultores latinoamericanos del cuento breve que hemos leído con placer, Golla entiende bien que cada cuento es una cajita que contiene una sorpresa, que cuando uno la abre salta impulsada por un resorte. Es decir, la magia no está solo en la expectativa de lo que contiene, sino en la manera como se presenta al abrirla.

 Tan breve como sus textos es el prólogo, “Instrucciones para el despegue”, donde incluye cuatro “tuercas”, que forman el acrónimo ALAS, para un buen despegue del lector acucioso. La complicidad entre el autor y el lector (Tercera tuerca A), es indispensable para disfrutar/completar aquello que casi siempre se esconde en la penumbra de la sugerencia. Nada está dicho completamente, depende del lector terminar el relato en su imaginación, por lo que los 60 relatos ofrecidos podrían convertirse en tantos como el múltiplo de lectores.

 “Un profesor lloraba sin consuelo sobre las páginas de su vida. Sucedió, que luego de estudiarlas, sufría el no poder explicarse a sí mismo lo que había leído”. En su extrema brevedad, este relato que lleva por título “Oficio frustrado”, está lleno de sugerencias que cada lector puede interpretar de diferente manera. Me atrevo a decir que el título sobra, como sobran los títulos en todos los microrelatos de Gonzalo Llanos en la medida en que reiteran lo que ya está en el texto o peor, orientan una interpretación.

 En la selección de esta antología mínima hay de todo. Algunos microcuentos inspiran ternura y bondad, otros respiran revancha y violencia. Pero no hay que perder de vista que en todos los casos se trata de artimañas para atrapar al lector. El autor juega con los lectores, les propone entrar en el terreno donde él traza la cancha y fija las reglas.

 El objetivo no es otro que hacer literatura y fomentar las ganas de leer, como expresa este otro brevísimo texto ilustrado, no sin humor, con un combate entre dos judokas: “Era el más grande. Marcó la fecha del enfrentamiento. Estaba decidido. Lo agarró por el lomo y no lo soltaría hasta acabarlo. Aquel libro tenía 1000 páginas”. 

 El carácter de literatura-en-la-literatura de estos breves cuentos resalta también en los guiños y homenajes velados o explícitos de Gonzalo Llanos a sus autores predilectos. Uno de ellos es sin duda Horacio Quiroga, a quien estaba de más mencionar con nombre y apellido: “Sí, lo conozco. Su familia sufrió una cadena de muertes: su padre murió al herirse con su propia arma; el padrastro -paralítico por derrame cerebral- se suicidó gatillando la escopeta con los dedos de su pie; dos de sus hermanos fallecieron de tifoidea. A estas tragedias se suma la de 1902, cuando al revisar su revólver, se le escapó un tiro que mató a su amigo. Más adelante tuvo que enfrentarse al suicido de su esposa”.

 El acierto de esta antología es incluir al final unas cuantas páginas con las ideas del autor sobre el género literario que practica. No solo realiza ahí un brevísimo repaso histórico de la microficción y de sus propios aportes, sino que ofrece apuntes conceptuales: “el creador de microficciones debe ofrecer en el texto todas las condiciones para la experiencia creativa de sus lectores” o “en la microficción el lector complementa los escenarios y tiene la facultad de crear los cierres o finales argumentales” (aunque el autor no siempre se lo permite).

 El cuento brevísimo es un hipo del narrador, un juego pirotécnico y un fuego de paja brava que dura un instante. Es un relámpago con palabras, efectos especiales y reflejos esenciales. Lazo que atrapa y látigo que arde.

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En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas
tienen casi la importancia de las tres últimas.
—Horacio Quiroga
 

16 enero 2023

Espejo de olvidos

(Publicado en el suplemento Letra Siete de Página Siete, el domingo 23 de octubre de 2022)

 Amalia Decker es novelista, y en sus relatos breves sigue siendo novelista. Hay quienes nos sentimos mejor en el ejercicio del cuento o del relato breve y nos cuesta mucho dar el salto a la novela, pero para Amalia el camino inverso es un paseo en un día de sol.

 El lenguaje de la novela es especulativo, el del cuento es directo como una flecha. Entre ambos está el relato breve o la novela corta, o si se quiere estos fragmentos que preludian una novela que no ha sido todavía escrita (como Javier Marías con “En el viaje de novios”, que fue el germen de “Corazón tan blanco”), o que, por el contrario, son una manera de exorcizar una novela nonata, o varias, en este caso.

 A esa última categoría, creo yo, pertenecen los 21 relatos de “La valija” (Kipus, 2022), agrupados en cuatro “libros”, aunque cada una sea en realidad un proyecto de libro.

 El primero, “Pasados por el tamiz del tiempo”, tiene que ver con una experiencia vital en la memoria de la autora, aunque adopta el papel de narradora externa a quien le cuentan confidencias como si ella misma no las hubiera vivido. Hay cierto pudor en esa forma narrativa que se refiere a sí misma pasando por el filtro de una observadora cómplice. Los cinco relatos de esta sección evocan un pasado de compromiso militante con la lucha guerrillera, que pasa por Cuba inevitablemente, donde “la fiebre revolucionaria” le tocó muy joven a la autora-narradora.

Amalia Decker @foto Los Tiempos

 El tiempo lo cura todo, como dicen, y la madurez hace ver las cosas de otra manera. Los fracasos guerrilleros y las victorias autoritarias permiten una perspectiva autocrítica que a veces es dolorosa como si los personajes tuvieran temor de mirarse en el espejo del olvido: “¿Cómo no me di cuenta a tiempo?”

 En realidad, los personajes de los relatos se dieron cuenta casi a tiempo, pero demasiado tarde porque ya estaban atrapados en la telaraña de los “políticamente correcto”, que sigue siendo décadas más tarde la coartada de quienes se niegan a pensar con su propia cabeza.

 Muchas cosas tienen que pasar en un lapso de tiempo relativamente breve para que Marcela, el alter ego literario de Amalia, abra los ojos ante una realidad donde impera el machismo y la disciplina absurda que sustituye los ideales por la idea mesiánica de que un puñado de iluminados se erigirán en salvadores del “pueblo” tan manoseado.

El nefasto Chato Peredo del ELN

 Las individualidades y diferencias humanas se borran cuando los personajes se ven sometidos a la presión del grupo y adquieren una personalidad colectiva que les es ajena, pero se ven obligados a adoptar por disciplina y también por esa suerte de fervor a veces tan peligroso, que hace que un grupo humano sea protagonista de un linchamiento. 

 Estas son historias de humanidad y de inhumanidad rescatadas de una memoria que durante décadas prefirió echarle tierra al dolor y al desengaño. Los relatos de esta sección transmiten bien el absurdo de aventuras como la del ELN boliviano, con la desconfianza interna, los ajusticiamientos entre compañeros y la irracionalidad dominante de tipos tan despreciables como el “Chato”.

Amalia Decker ©Foto Alfonso Gumucio

 El segundo libro, “Querencias”, rezuma la memoria de los afectos y nos recuerda que las más importantes decisiones en la vida están guiadas por los sentimientos y no necesariamente por el análisis racional de las cosas. Confieso que no es la parte del libro que más me impresiona, pero no es un reproche a la autora sino una cuestión de gustos, de la misma manera que no me gusta “El amor en los tiempos del cólera” de García Márquez, que para muchos es una novela señera. Sin embargo, rescato “La cueva” por su erotismo y humor. Es un breve relato que se aproxima al cuento por sus elementos de sorpresa, incluyendo el giro de la última línea.

 “El edén”, la tercera parte (o libro) aborda el tema del narcotráfico cada vez más presenta en la vida cotidiana de Bolivia, algo impensable hace veinte años, pero tan corriente ahora que se ha incorporado en las aspiraciones de los niños que cuando les preguntas lo que quieren ser de grandes ya no dicen “bombero”, sino narcotraficante.

 Los tres relatos de esta sección son característicos, describen desde adentro una realidad que es despiadada para quienes la viven, engañados por la promesa del exceso y el poder. En las tres aparece el mismo personaje: Eva (una suerte de “reina del sur” con veleidades intelectuales, que pasa aprietos, pero al final casi siempre sale con la suya) y su hermana Julia, que es como su conciencia a la que nunca hace caso.

Amalia Decker ©Foto Página Siete 

 Más original me pareció “La muda”, el tercer cuento que viene precedido, a diferencia de todos los otros, por una cita perfecta de Borges: “No hables, a menos que puedas mejorar el silencio”. Esta es una historia de redención por interpósita persona, aunque el final parezca lo contrario. La Muda es “esa mezcla perfecta de niña y mujer; esa singular amalgama entre el desamparo y la soberbia…”, puta por decisión propia, un acto contestatario.  

 Debo decir que es el cuarto libro con sus cinco brevísimos relatos finales, el que he apreciado más. “Inventando ciudades” se despega de lo anecdótico y profundiza en la reflexión sobre la memoria sublimada. La ciudad inventada es la de las palabras, una metáfora sobre la creatividad y el lenguaje, sobre las palabras que al nombrar crean universos. Las mejores páginas del libro están en esta última parte: “Transité entre la nostalgia y la imaginación. Redescubrí el tacto y con él las superficies que se rompen con la mirada. Pude ver el silencio nuevo en el canto de las cigarras por la noche”.

 En suma, este es un libro donde la narradora dialoga con sus personajes desde un lugar literario que escapa a la cotidianeidad de sus vidas. Rescata vivencias en el espejo del olvido, como para exorcizar la memoria. La literatura lo hace siempre. Es una pena que la edición de Kipus esté sembrada de erratas, es imposible pasarlas por alto durante la lectura del libro.

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La más noble función de un escritor es dar testimonio,
como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir.
  Camilo José Cela.
 

13 enero 2023

Irene Papas, la dulce abuela desalmada

(Publicado en Página Siete el domingo 18 de septiembre de 2022)

Irene Papas

 El mismo día que Gabriel García Márquez recibía en Suecia el premio Nobel de Literatura, Irene Papas devoraba en México siete enormes porciones de pastel de chocolate con crema envenenada en el set de filmación de "La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada".  Han pasado cuarenta años desde entonces, pero guardo un recuerdo grato de aquella oportunidad que tuve de conocer a la gran actriz griega. 

 Para filmar esa sola escena en los estudios Churubusco se habían encargado siete tortas idénticas, y para cada repetición de toma, ingresaba al campo visual de la cámara una nueva torta que Irene Papas atacaba con aparente entusiasmo, metiéndose completamente en el personaje de la abuela desalmada de Eréndira. La vi engullir más torta de lo que una persona normal podría comer, así lo requería su papel, y ella era una actriz profesional de las mejores.

 Era diciembre de 1982 y yo fungía como asistente en "Del viento y del fuego" (1983, 55 min.), el making off realizado por Adolfo García Videla y por mi querido Humberto "Negro" Ríos (boliviano de nacimiento, argentino por el resto de su vida).

Alfonso Gumucio, Humberto Rios y Ruy Guerra
Estudios Churubusco, diciembre 1982

 Irene Papas hablaba en portugués con el realizador Ruy Guerra y con Claudia Ohana, en francés con el director artístico, en inglés y alemán con otros actores, o en castellano con nosotros y con los asistentes y obreros mexicanos que trabajaron en la película. Se manejaba con soltura en seis idiomas. De temperamento jovial, para todos tenía una frase y una sonrisa.  De pronto gritaba histriónicamente: “¡El amor es una peste!” o cantaba “Qué bonitos ojos tienes...”

 Contrariamente a su papel en la película, Irene Papas era una dulce mujer. Bromeaba con todos nosotros en el set, desde el más solícito electricista hasta el director del largometraje. Le hice un retrato que, modestia aparte, creo que es una de las mejores fotos que le han hecho en su vida, porque revela a la vez su belleza y su aire misterioso. También me tomaron algunas fotos con ella, con su desordenada peluca de abuela envenenada. Se mataba de risa en la escena en la que arrancaba mechones de su peluca. Gracias a ella todos nos divertimos durante esa filmación. Irene Papas era todo lo contrario de una diva, trabajar a su alrededor era un regalo.

Alfonso Gumucio con Irene Papas
en el set de “La cándida Eréndira"

 García Márquez, que alguna vez reconoció que era un cineasta frustrado, había escribo la historia de la cándida Eréndira primero como guion para cine, y luego como relato largo (o novela corta). Su respeto por el trabajo de Ruy Guerra fue total, nunca se inmiscuyó durante la filmación en Ciudad de México o en las escenas que se filmaron en Jalapa, Veracruz (donde recuerdo que pasamos mucho frio en las noches). Reconocía que el director de una película tiene el derecho de adaptarla como él la imagina, y no como la imaginó el escritor.

 También decía Gabo (en el documental de García Videla y Humberto Ríos) que prefería la literatura porque las palabras permiten a cada lector construir sus propias imágenes de una escena, mientras que el cine ya le daba esas imágenes hechas según la mirada y la interpretación del director. La literatura tiene esa magia que rara vez el cine puede igualar en las adaptaciones de obras narrativas, a menos que se aparten completamente de las palabras y puedan recrear un universo audiovisual propio.

 Irene Papas era una actriz de teatro reconocida en Grecia, su país natal. Desde 1948 había participado en series de televisión y en 13 películas de directores griegos, italianos y estadounidenses, pero no fue sino en 1961 que su nombre saltó a la fama con “Los cañones de Navarone” de J. Lee Thompson, junto a actores de renombre mundial como David Niven, Gregory Peck y Anthony Quinn (con quien compartió afiche en otras seis películas). Sus interpretaciones de Antígona y Electra en los dos años siguientes no alcanzaron el éxito mundial que tuvo con “Zorba, el griego” (1964) de Michael Cacoyannis, película que fue nominada a siete Oscar de la Academia de Cine de Estados Unidos.

 A partir de allí Papas tuvo una carrera internacional muy importante, con un total de 85 créditos hasta 2014, la mayoría en largometrajes, pero también en miniseries y series de televisión. Entre las películas que más disfruté cuando se estrenaron en París está “Z” (1969) de Costa Gavras, “Las troyanas” (1971) e “Ifigenia” (1971) de Michael Cacoyannis, y “Cristo se detuvo en Éboli” (1977) de Francesco Rosi.

Irene Papas ©Foto Alfonso Gumucio 

 De modo que cuando Irene Papas llegó a México para trabajar en el largometraje de Ruy Guerra, ya tenía una larga trayectoria como actriz dramática. Y esa no fue su única conexión con América Latina. El propio Cacoyannis la dirigió en “Dulce país” (1987) ambientada en el golpe militar de Pinochet en Chile, y ese mismo año participó en otro largometraje basado en una obra de Gabriel García Márquez: “Crónica de una muerte anunciada” de Francesco Rosi.  

 La versatilidad de Irene Papas puede verse en la diversidad de personajes que interpretó a lo largo de su carrera de actriz. Además, era cantante, grabó varios discos con canciones compuestas por Vangelis y por Theodorakis.

 El mundo se está muriendo todos los días y yo ya no sé si debo seguir escarbando en recuerdos que me gratifican o mejor olvidarme de todo. Pero quizás olvidar no es la mejor manera de seguir viviendo.  El cine mundial ha tenido bajas importantes en días pasados: el martes 13 de septiembre decidió irse (por suicidio asistido) Jean-Luc Godard que representó muchísimo para mi durante mis estudios de cine en la década de 1970 en París, y ahora a los 96 años se va Irene Papas a quien debemos también mucho buen cine.

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Un actor siempre está desnudo en la pantalla, aunque esté vestido. 
—Harvey Keitel


04 enero 2023

Mi carpintero, poncho rojo

(Publicado en Nueva Crónica el 3 de abril de 2009) 

En la Plaza de San Pedro en La Paz, frente al penal, hace vigilia desde hace varias semanas un grupo de “ponchos rojos”. Vigilia, según dicen los del MAS, para que no se escape el Prefecto de Pando, el “neoliberal” Leopoldo Fernández. Uno hubiera pensado que estos ponchos rojos -que matan perros y los exhiben colgados para infundir temor- llegaron de las comunidades de Achacachi imbuidos de un fervor revolucionario que los hace abandonar durante meses sus sembradíos (o dejar esa carga a sus mujeres e hijos). Pero no, estos ponchos rojos son más urbanos que rurales, se trata de gente contratada por el gobierno, algunos del mismo barrio de San Pedro. 


Es el caso del que fue mi carpintero, quien afirma que le va mal con la carpintería (no me extraña porque era un falluto) y le va mejor con lo que recibe de estipendio por sentarse todo el día frente al Panóptico de San Pedro. Así están las cosas. 


El uso de fondos públicos para aparentar un masivo y espontáneo apoyo popular hacia el MAS en el gobierno, se ha vuelto el pan de cada día. Ningún gobierno anterior ha sido tan astuto para enmarcar a grupos sociales a su guisa, acarreándolos de un lado a otro para ejercer presiones (como el cerco a la Asamblea Constituyente, el cerco al Parlamento, o las provocaciones en Pando) o para manifestar su entusiasta apoyo al gobierno de la “refundación” de Bolivia. Las turbas han entrado en acción, como es el caso en El Alto, pero los verdaderos movimientos sociales organizados han sido marginados. Los mineros sindicalizados, que fueron la vanguardia durante décadas, han sido desplazados por los cooperativistas que chantajean al gobierno para obtener concesiones.


El ejército entrena a los campesinos que van a participar en las celebraciones públicas que organiza el MAS. Los hace ejercitar marchas, los encuadra. Se trata de una reedición curiosa del pacto militar-campesino de las épocas dictatoriales, ahora con el sombrero de pacto militar-indígena. No es pues casual que el vice-presidente, nuestro Robespierre de alasitas,  le diga al pueblo boliviano que tiene que “acostumbrarse a ver militares” por todas partes. Habría que rescatar las declaraciones de su época de “chofer-guerrillero” para contrastarlas con las actuales.


Los ataques a dirigentes de la oposición no son hechos ni aislados ni fortuitos, sino perfectamente coordinados desde altas esferas del gobierno. Hay ministros que juegan a esta política sucia para sentirse más dueños del poder. Nada menos que el Ministro de Hacienda es un “aficionado” a las escuchas telefónicas, “pincha” los teléfonos de quien le da la gana para escuchar conversaciones privadas y envía matones para golpear a la gente que no le cae bien. 


Las agresiones a periodistas por parte de individuos masistas que han sido claramente identificados -con nombres y fotos- se han repetido de manera incontrolada, entorpeciendo el trabajo de los medios de información. Si bien algunas de esas agresiones aparecen como “espontáneas reacciones del pueblo en contra de la prensa neoliberal”, otras son orquestadas desde el entorno presidencial, como es el caso del atentado con dinamita contra el Canal 4 de televisión de Yacuiba, perpetrado por un oficial del ejército asignado a la seguridad presidencial y “en comisión” el día de los hechos, el Subteniente George Nava Zurita. Duele decirlo, pero todo esto trae a la memoria la época de las dictaduras militares, cuando teníamos que “caminar por la sombrita” para cuidarnos de los esbirros que nunca faltan. 


Los grupos de choque alentados desde esferas gubernamentales son lo más ajeno que puede existir a los procesos democráticos. Está claro que este proceso no es democrático en lo cotidiano, solamente aparenta serlo en los lances electorales, que no dicen mucho del comportamiento de la democracia en tiempos normales. Las elecciones, como bien se sabe, son apenas una manifestación precaria de la democracia. Pero para este régimen el voto es la manera de legitimar los comportamientos menos democráticos. Por eso el país vive en una permanente fiebre electoral, que no es lo mismo la que participación democrática en la construcción de la nación.


El estado permanente de campaña electoral nos envuelve desde hace tres años. El gobierno del MAS invierte enormes cantidades de fondos públicos para propaganda en la calle y en los medios, superando con creces el malgasto que cualquier gobierno anterior hubiera hecho. Ni siquiera los gobiernos más inseguros y con menor apoyo popular se han volcado con tanto ahínco en la publicidad, trasladando el costo a la ciudadanía y sin rendir cuentas claras. Las gigantografías en las carreteras principales abundan, ya sea promoviendo algún voto (siempre hay algún referéndum en el horizonte) o propagandizando algún logro gubernamental. 


Esa propaganda es en muchos casos tendenciosa y mentirosa. Por ejemplo, los carteles de “Bolivia libre del analfabetismo” con la foto del Presidente Morales, encierran en si una mentira o por lo menos una verdad a medias, porque ninguna institución internacional independiente, ha certificado que se haya erradicado el analfabetismo en Bolivia. La UNESCO sería la organización idónea de las Naciones Unidas para otorgar esa certificación a Bolivia, pero desde la época de la Campaña de Alfabetización en Nicaragua, la UNESCO se abstiene de ejercer un papel de verificación y de otorgar la certificación correspondiente, por la sencilla razón de que eso le podría acarrear problemas políticos con los gobiernos que claman algo que no es cierto. En el caso de Bolivia, donde cubanos y venezolanos apoyaron la campaña “Yo si puedo…” para enseñar a leer y a escribir -lo cual es muy bueno- no tenemos la certeza de que realmente se haya eliminado el analfabetismo. Tendríamos que tomar la palabra de Evo Morales como verdad absoluta, pero ya tenemos demasiados antecedentes para no creerle. 


Este es el régimen de las apariencias y del doble discurso. Baste un ejemplo: el gobierno utiliza el término “neoliberal” para descalificar a la oposición de derecha y de izquierda por igual, pero no ha sido coherente como para desaparecer el decreto 21060 (que es un decreto, ni siquiera una ley) sobre el que se funda el neoliberalismo en Bolivia. Lo mismo sucede con la “nacionalización del gas”, “la revolución agraria mecanizada” y otros cuentos. La realidad es muy diferente.