04 mayo 2023

El ocaso de Munch

(Publicado en Página Siete el domingo 5 de marzo de 2023)

 Una de las ventajas de quienes viven en países con sociedades avanzadas es la posibilidad de acceder presencialmente a muestras retrospectivas de pinturas de grandes maestros del arte mundial, algo impensable en nuestro aislado país, ahora y nunca. Cuando se trata de reunir 100 o 200 obras de un mismo artista, provenientes de diferentes museos y colecciones privadas, entran en juego no solamente los costos del transporte especializado, sino también de los seguros para cada obra, que pueden alcanzar cifras astronómicas. Solo grandes países pueden permitirse esos lujos, casi ninguno en América Latina.

 He tenido la fortuna a lo largo de mi vida de disfrutar algunas retrospectivas de grandes pintores, pero desde mi regreso a Bolivia se estrecharon al mínimo las posibilidades de hacerlo. Una excepción ha sido en los meses finales del 2022 la extraordinaria retrospectiva de Edvard Munch (1863-1944), el pintor noruego cuya obra más conocida es “El grito” (1893), en sus múltiples versiones. Como toda retrospectiva que se respete, “Edvard Munch. Un poème de vie, d’amour et de mort” estuvo cuatro meses en el Museo de Orsay en París, una antigua estación de trenes transformada en 1977 en uno de los museos más bellos mundo, por iniciativa del presidente Valery Giscard d’Estaing (inaugurado en 1986 por François Mitterand).

 He visto antes obras de Munch en varios museos, pero nada se compara con la maravillosa posibilidad de apreciar el conjunto de sus obras, muchas del Museo Munch en Oslo, pero otras de colecciones privadas celosamente guardadas y alejadas de la mirada de los comunes mortales.

 A lo largo de sus sesenta años como artista Munch construyó un discurso muy personal y deliberadamente sombrío. La retrospectiva deja claro que, al igual que otros artistas, Munch trabajaba obsesivamente los mismos temas, para representarlos con variaciones de color o de técnica: dibujo, pintura al óleo y grabado en metal, madera, piedra o litografía. “Hay siempre una evolución y nunca es la misma: yo construyo un cuadro a partir de otro”, escribió en una carta dirigida a Axel Romdahl en 1933.

 Esto es muy claro en su cuadro más emblemático, “El grito”, cuya génesis podemos apreciar en la exposición, aunque la versión principal (robada el 22 de agosto de 2004 junto a la “Madonna”, y ambos devueltos misteriosamente dos años después), no fue incluida quizás porque el costo del seguro no lo puede abordar ya ningún museo. En todo caso, la retrospectiva d’Orsay incluyó obras en pastel y varios de los múltiples grabados que hizo Munch sobre el mismo tema: un atardecer rojo sirve de fondo para un rostro de angustia en primer plano, en el muelle de Åsgårdsstrand que Munch pintó tantas veces.

 “El grito” es sin duda el cuadro más conocido y el que se prestó a más interpretaciones en un mundo que acababa de descubrir la sicología como ciencia, pero yo siento mayor afinidad con otras obras fenomenales, como la “Madona”, “Vampiro” o “Adán y Eva”, de las que también hizo varias versiones con técnicas diferentes. Eros y Tanatos: en todas estas obras convive la contradicción o complementaridad entre la sexualidad y la muerte.

 Un leit motiv de Munch en muchísimas de sus obras es el muelle de Åsgårdsstrand, a 98 kilómetros de Oslo, donde solía recluirse por temporadas en una pequeña cabaña que compró. El muelle era una pasarela peatonal o puente de madera que llevaba hacia el mar. En esa pasarela, el pintor recreó escenas tan apacibles como las “Muchachas en el muelle” (de la que hizo siete versiones), pero también otras tan angustiosas como “El grito”, “Desesperación”, “Estado de ánimo enfermo al atardecer” o “Ansiedad”.  Algo que observé al ver el conjunto (y que no he encontrado en las referencias sobre esos cuadros), es que en las escenas apacibles la mirada del pintor es hacia tierra firme, con el Gran Hotel de fondo en la orilla, mientras que en los cuadros de ansiedad la perspectiva es opuesta, bajo un ocaso ensangrentado, hacia un mar que no se ve pero que representa el vacío.

 A medio camino entre el simbolismo y el expresionismo, Munch no se mantuvo ajeno a las tendencias de su época, pero construyó su obra a su manera, frecuentando los dos centros que imponían las tendencias pictóricas: París y Berlín. Sus temas abordan las angustias interiores, muchas veces representadas al aire libre, en los lugares donde prefería pintar. Una influencia reconocida por él mismo fue el teatro de Strindberg y de Ibsen, al punto que aceptó la invitación de Max Reinhardt para pintar la escenografía de varias obras.

 Al recorrer la retrospectiva sentí que me envolvía el relato del mundo que Munch quiso representar. El “Friso de la vida” es mucho más comprensible cuando uno entiende el conjunto de la obra de Munch, en lugar de juzgarlo superficialmente con base en interpretaciones apresuradas sobre su cuadro más emblemático. Munch acumuló desde niño intensas emociones que luego expresó en su obra como una forma muy consciente de catarsis, algo que Kafka hizo también en la literatura. Esas emociones incluyen alusiones a la relación sentimental que tuvo con Millie Thaulow, la esposa de un primo lejano, que lo atormentó durante años, después de que ella terminó la relación. El tema de la separación se repite en muchas de sus obras, generalmente con personajes separados por el tronco de un árbol.

 De toda la obra de Munch, tanto en óleo como en grabado, me quedan esos cielos tortuosos, esos ocasos amenazantes, esos cielos oscuros que ejercen presión sobre los humildes habitantes del planeta dejando la impresión de un ocaso que se convierte en una constante en la vida y obra del artista. Un ocaso existencial y cotidiano que intenta exorcizar con su arte.

 Durante los últimos 27 años de su vida Munch se recluyó en su casa en Ekely, en las afueras de Oslo, donde vivió solo hasta su muerte. Nunca se había casado y llamaba “hijos” a sus obras. Cuando murió a los 80 años en 1944 las autoridades descubrieron en el segundo piso, detrás de una puerta clausurada, nada menos que 1,008 cuadros, 4,443 dibujos y 15,391 impresiones de sus grabados, así como los originales de madera, piedra y cobre que utilizó para grabar. Todas esas obras fueron donadas al Estado, que construyó el Museo Munch para albergarlas.

_______________________________   
La maladie, la folie et la mort étaient les anges noirs qui se sont penchés sur mon berceau.
—Edvard Munch