28 diciembre 2019

Cinco películas latinoamericanas de 2019

El próximo sábado 11 de enero de 2020 se entregarán en Madrid los galardones de la 25 edición del Premio José María Forqué. Por quinto año consecutivo me invitó EGEDA (Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales) a contribuir como jurado virtual en la categoría de Mejor Largometraje Latinoamericano. Es una tarea que hago con gusto cada año porque me permite ver películas que de otro modo no estarán a mi alcance, ya que tienen una distribución comercial limitada o llegan tarde, mal o nunca a nuestro país.


No sé si las cinco películas que voy a comentar brevemente a continuación son realmente las mejores de América Latina en este año que termina, pero, en cualquier caso, han sido preseleccionadas entre más de un centenar porque tienen méritos cinematográfico importantes, aunque siempre queda la duda sobre otras que no entraron en esta apretada selección, y que pueden ser mejores. No las conozco todas, pero me parece, por ejemplo, que la boliviana “Tu me manques”, es mejor que alguna de las que voy a reseñar ahora.

Todo certamen o concurso “de belleza” tiene esos bemoles. Los criterios para seleccionar obedecen a muchos factores, y no excluyo los de orden económico, porque se trata de inversiones cuantiosas, de coproducciones que involucran a dos o más países, y en general de intereses que en algunos casos están por encima de las consideraciones artísticas.

En 2019, las cinco finalistas que me tocó poner en orden de preferencia eran: “Monos” (Colombia) dirigida por Alejandro Landes, “Araña” (Chile) de Andrés Wood, “La camarista” (México) de Lila Avilés, “La odisea de los giles” (Argentina) de Sebastián Borensztein, y finalmente “Un traductor” (Cuba) de Rodrigo Barriuso y Sebastián Barriuso. En ese orden, precisamente, las clasifiqué y ahora diré mis razones.

"Monos" de Alejandro Landes 
Me impactó “Monos” porque es una fábula sobre la irracionalidad de la guerrilla y de la lucha armada cuando involucra a jóvenes, casi niños, en prácticas despiadadas en nombre de una ideología que en ningún momento tiene claridad y propósito definido.  Aunque no se refiere a una guerrilla específica, reconocemos los rasgos de la guerrilla de las FARC o del ELN a través de este grupo de muchachos, menos de una docena, librados a su suerte en un campamento improvisado en medio de la selva, donde tienen que entrenar militarmente todos los días en espera de los días importantes que les esperan para enfrentarse a un “enemigo” implacable.

"Monos" de Alejandro Landes
Landes, quien antes hizo un documental sobre Evo Morales titulado “Cocalero” (que también vale la pena ver), ha logrado en “Monos” una ácida crítica al absurdo de una guerra donde el enemigo no se ve ni siquiera de lejos, y donde el propósito parece ser doblegar voluntades antes que forjarlas.

Para que la parábola sea más rica, el director introduce al personaje que comanda a este pequeño grupo guerrillero, un enano que aparece ocasionalmente para poner orden, ejercer algunas humillaciones adicionales, y dejar a los adolescentes de nuevo librados a su suerte, con un aparato radiotransmisor con el que pueden comunicarse en caso de necesidad con algún “superior” en la jerarquía guerrillera.

Uno se pone a pensar si todo eso no es más que un chiste macabro del enano, y que afuera no hay ninguna organización jerárquica que enmarque al pequeño grupo de jóvenes que pasa la mayor parte del tiempo tratando de sobrevivir (algo así pasó en la tristemente célebre guerrilla de Teoponte). El título de la película refleja la regresión a la que son sometidos los jóvenes por la violencia interna más que externa.

Todo lo anterior narrado con excelente fotografía, interpretaciones, música, ambientes, etc. Es un filme alucinante por todo lo que simboliza y representa. Una parodia mordaz sobre la estupidez y la degradación humana que lleva a la pérdida de identidad.

"Araña" de Andrés Wood 
Me gustó “Araña” y la puse en segundo lugar porque es un relato crítico del movimiento de extrema derecha “Patria y Libertad” que actuó en Chile preparando el terreno del golpe militar de Pinochet. La película transcurre en dos tiempos: en 1971 y en el presente. Los mismos personajes narrados con casi 50 años de distancia. En 1971 jóvenes de clase media metidos en planes macabros para combatir al “comunismo”, y en 2019, burgueses bien acomodados que no han dejado a un lado su ideología matriz, aunque la disimulen en los cargos “respetables” que ocupan en la sociedad. En otras palabras: la derecha chilena actual está constituida por remanentes de esos movimientos neofascistas de la década de 1970.

Ambos planos temporales están muy bien descritos, con texturas de imagen y sonido diferentes, más allá de los vestuarios o la reconstrucción de los ambientes. La reaparición de uno de los personajes principales, muchos años después, viene a abrir viejas heridas y memorias como fantasmas del pasado.

"La camarista" de Lila Avilés 
Menos interesante es “La camarista”, una película mexicana que quisiera retomar el personaje principal de “Roma” pero sin la pericia narrativa de Alfonso Cuarón. El personaje de origen indígena, de una edad similar a Cleo, trabaja en un gran hotel como camarista, es decir, limpiando habitaciones, haciendo camas y mirando de reojo lo que hacen o dejan detrás los huéspedes, una fauna diversa e interesante.

Sin embargo, el filme no se dedica a seguir a los huéspedes que están de paso, sino a la camarista en su peregrinaje, un tanto aburrido, de una habitación a otra, siempre con la misma cara inexpresiva (como si la naturaleza indígena tuviera esa connotación), y sin que suceda realmente nada a lo largo del filme. Lo poco que sucede es después de la primera hora del largometraje. A la manera del “nouveau roman”, la cámara sigue al personaje interpretado por Gabriela Cartol, sin ahorrarnos nada de tiempo.  

"La odisea de los giles" de Sebastián Borensztein 
“La odisea de los giles” tiene todas las posibilidades de llevarse el Premio Forqué y también los Premios Platino que vienen a mediados de 2020, por razones en muchos casos extra-cinematográficos: una coproducción con España, y con una “estrella” de moda de nivel internacional como Ricardo Darín (además de que él es coproductor de la película). Esos “plus” se añaden a una buena película a medio camino entre el suspenso y la comedia, un género que Darín ha desarrollado muy bien antes.

“Los giles somos personas que aprendimos a levantarnos, una y otra vez, a no bajar los brazos nunca”, dice uno de los personajes. El estilo narrativo me recordó a “Mr. Kaplan” (Uruguay, 2014) de Álvaro Brechner. La historia tiene también rasgos similares: cómo ciudadanos del “común” deciden hacer justicia por sí mismos, frente a un Estado no solamente indolente, sino que se convierte en una maquinaria de opresión y de engaño. Situada en los años del “corralito” argentino, es una buena lección de historia narrada con humor y con un final feliz.  Una película para todo público, bastante comercial.

"Un traductor" de Sebastián y Rodrigo Barriuso
Finalmente, la cubana “Un traductor” ocupó el último lugar en mi lista porque no pude reconocer los rasgos de Cuba como se muestran con tanta veracidad en “Sergio y Serguei” (2017) de Ernesto Daranas, que también nos remite al “periodo especial” luego de la caída del muro de Berlín. En “El traductor” el relato es menos verosímil, aunque se apoya bastante en la película antes citada. Lo interesante en el filme es el relato de la solidaridad de Cuba con miles de víctimas de Chernobyl, sobre todo niños.  Cuba les sigue prestando asistencia médica a pesar de que la isla apenas tiene lo suficiente para sostener a su propia población.

A veces en estas preselecciones de festivales uno tiene la impresión de que hay películas que han sido puestas de relleno ya sea para mantener cierto equilibrio geográfico, o también para favorecer a alguna que está predestinada a ser la ganadora, como sucede en este caso con “La odisea de los giles”.

En cualquier caso, vale la pena ver estas cinco, y muchas otras que ha producido América Latina entre 2018 y 2019.

(Publicado en Página Siete el domingo 22 de diciembre 2019) 
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El mundo es un tejido que tejemos diariamente en los grandes telares de
información, debates, películas, libros, chismes, pequeñas anécdotas.
—Olga Tokarczuk


23 diciembre 2019

De pititas y dinamitas

El día que fuimos a votar 
 Los bolivianos hemos vivido colectivamente momentos de mucha tensión y fractura social a fines de 2019. A partir del fraude electoral que tuvo lugar al anochecer del 20 de octubre, en una primera etapa que duró tres semanas, salimos a las calles para protestar contra el engaño, exigiendo explicaciones sobre la interrupción del TREP (conteo rápido de votos en las actas transmitidas por internet), y recibiendo azorados las primeras denuncias de ingenieros independientes que señalaron irregularidades, usando los propios datos de la página web del Órgano Electoral Plurinacional (OEP).

La revolución de las "pititas"
Todavía no conocíamos la dimensión gigantesca del fraude, pero los hechos sugerían que una mano pachona nos había robado el voto. Desde el 21 de octubre las manifestaciones fueron pacíficas, más de dos millones de ciudadanos —muchos jóvenes antes desinteresados en la política— protestaron en el país durante 21 días, ya sea en vigilias simbólicas, cabildos multitudinarios o cerrando miles de esquinas de todas las ciudades, con banderas bolivianas (no partidarias) y con “pititas” de las que se burló Evo Morales cuando dijo altaneramente: “yo les voy a enseñar a bloquear”.

La violencia sin control en El Alto
Y lo hizo, con crueldad, antes y después de huir a México. El terror organizado comenzó el mismo 4 de noviembre cuando grupos de cocaleros y supuestos mineros con dinamitas o bombas molotov, y enardecidos vecinos de zonas rurales aledañas a Cochabamba, El Alto y La Paz descendieron sobre estas ciudades para romper bloqueos por la fuerza, quemar o destruir domicilios privados, recintos policiales, propiedad municipal, fábricas, farmacias o agencias bancarias. Amenazaron a medios de información como el Canal de TV universitaria y Página Siete (que dejó de imprimirse varios días), y a la Universidad Mayor de San Andrés, a punto de ser tomada por vándalos.

La Policía Nacional se amotina contra el fraude
En las redes se multiplicaron imágenes de personas que pagaban a esos manifestantes con dinero del Banco Central y del Banco Unión (ambos del Estado). Los cintillos de esas entidades aparecieron días después en un basural. Corrió mucho dinero para alentar la violencia que fue creciendo para amedrentar a los vecinos que optaron por defender sus barrios y proteger sus viviendas con maderas y hojas de calamina. Los más jóvenes hacían vigilias nocturnas y a las 9 de la noche se escuchaban los cacerolazos de protesta.

Hubo un giro de 180 grados cuando la policía, cansada de ser colchón amortiguador entre las turbas violentas del MAS y la ciudadanía de las “pititas”, se acuarteló y se declaró en rebeldía el 8 de noviembre. Las calles quedaron a merced de vándalos y de la violencia orquestada por el MAS. Volaban bombas molotov y cachorros de dinamita, las pititas tuvieron que replegarse.

El domingo 10 de noviembre quedará como una fecha de infarto en la memoria de los bolivianos. Cada hora sucedía algo extraordinario. Primero, el informe preliminar de la auditoría de la OEA solicitada por el propio gobierno de Morales, puso en evidencia las irregularidades graves del proceso electoral, pero ciego y sordo, el candidato Morales insistía en su victoria prefabricada con mañas. 

Ese mismo día, la Central Obrera Boliviana (COB), tradicional aliada de Evo Morales, le pidió que renunciara por el bien del país. Morales hizo tardías declaraciones cediendo terreno político, mientras por detrás alentaba la confrontación con la esperanza de un “mamertazo” en su favor, pero no fue así. Por el contrario, los altos jefes militares intimaron al comandante de las Fuerzas Armadas, el General Kalimán, a que emitiera una concisa declaración indicando que los militares no iban a disparar contra el pueblo, y que sugerían que Evo Morales renunciara para evitar más violencia.

Luego de 14 años de poder absoluto, el miedo se apoderó del autócrata. No hizo el menor intento de resistir. Estuvo unas horas más refugiado en su zona de seguridad del Chapare, en espera del avión mexicano que vino a recogerlo y renunció con un largo discurso que parecía de campaña electoral. Triste final para quien se las daba de valiente y ganaba partidos de fútbol (y elecciones) a rodillazos.

La Asamblea Legislativa Plurinacional aprueba la sucesión constitucional
La noche del mismo domingo 10 de noviembre fue la noche del terror en La Paz, El Alto y Cochabamba. Morales cumplía con la amenaza de sacar sus huestes a las calles, mientras ni la policía ni el ejército cuidaban el orden público. Durante dos días no hubo gobierno debido a la cascada de renuncias de dirigentes del MAS en el ejecutivo y en la Asamblea Legislativa Plurinacional. Finalmente, esta fue convocada para que la senadora Jeanine Añez asumiera legalmente la presidencia por sucesión constitucional.

La insidiosa campaña internacional liderada por México, hablaba de “golpe” en Bolivia, a pesar de que todas las instituciones seguían funcionando normalmente y que el ejército sólo intervino atendiendo la voz de auxilio de la policía, para resguardar instalaciones públicas y ciudades amenazadas por grupos violentos. La CIDH, que nunca abrió la boca sobre las violaciones de derechos humanos durante los tres gobiernos de Morales, de pronto despertó para condenar al gobierno provisional de Jeanine Añez.

La pacificación se logró gracias a dirigentes jóvenes del propio partido de Evo Morales, que ocuparon las presidencias del senado y de diputados en la Asamblea Legislativa y se apegaron a la legalidad del proceso constitucional. La Unión Europea, la iglesia y el CONADE jugaron un papel positivo en las negociaciones. El sector violento y corrupto del MAS, cercano a Morales, quedó en minoría.

Finalmente, las elecciones libres y transparentes aparecen en el horizonte con la calidez de un sol de esperanza.

(Publicado en Página Siete el sábado 14 de diciembre 2019)
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El ajedrez es la única forma civilizada de hacerle la vida imposible al prójimo.
—Luis Ignacio Helguera

20 diciembre 2019

Nueva Cinemateca de Bogotá

 Tuve la oportunidad de visitar el nuevo edificio que aloja desde hace unos meses a la Cinemateca de Bogotá (antes Cinemateca Distrital de Bogotá, fundada 48 años antes), una institución emblemática que recibe el apoyo de la Alcaldía Mayor de esa gran ciudad.

En su nueva etapa, Paula Villegas Hincapié ocupa el cargo de gerente del Centro Cultural de las Artes Audiovisuales del Instituto Distrital de las Artes (IDARTES). Ese es el nombre completo de la Cinemateca, parte del complejo entramado cultural de la Alcaldía Mayor de Bogotá. Paula Villegas, una artista en el campo de la video danza, tiene la formación y la experiencia necesaria, ya que estudió dos carreras que se complementan: comunicación social en la Universidad Bolivariana de Medellín y artes plásticas en la Universidad Nacional. En España estuvo durante dos años en Valencia para hacer una maestría en investigación y creación en artes visuales, y otros dos años en Salamanca, donde completó una maestría en historia del arte. 

Trabajó cuatro años en el ministerio de Cultura, en el área de televisión pública y otros tres años en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, en el centro de creación e investigación conocido como el Ático, un laboratorio cultural donde desde septiembre de 2010, las artes, las tecnologías, la información y la comunicación convergieron con el concurso de las Facultades de Artes, Comunicación y Lenguaje, Arquitectura y Diseño e Ingeniería en busca de compartir conocimientos y experiencias de forma colaborativa en un mismo espacio.

Visitar la nueva Cinemateca de Bogotá acompañado por su directora-gerente, fue una oportunidad que me permitió comparar esa experiencia con la de Bolivia y de otras filmotecas en América Latina que he conocido a través de varias décadas.

A diferencia de la Cinemateca Boliviana, la de Bogotá no es un archivo cinematográfico de la producción nacional, sino una institución de promoción del cine y de capacitación en artes audiovisuales. Hay otra entidad privada en Colombia, el Archivo Fílmico, que tiene como misión el acopio, la restauración, la catalogación y la preservación de la producción de cine en Colombia.  Ambas instituciones reciben el apoyo del Estado, algo que quisiéramos ver en Bolivia, donde la Cinemateca ha sobrevivido a pesar del Estado, particularmente en los 14 años pasados.

Lo primero que llamó mi atención al recorrer la Cinemateca de Bogotá es la dimensión y la estructura del nuevo edificio, que cuenta con cuatro salas de cine, amplios ambientes dotados del equipamiento necesario para ofrecer cursos y talleres de capacitación, un salón para exposiciones temporales y la Biblioteca Especializada en Cine y Medios Audiovisuales (BECMA) con espacio para alojar colecciones que representan más de 50.000 unidades bibliográficas, hemerográficas, fotográficas, iconográficas, gráficas, sonoras y audiovisuales. Tanto la biblioteca, los espacios para talleres, una librería y el salón de exposiciones se encuentran en la planta baja para facilitar el tránsito público, mientras que las salas de cine están en el segundo y tercer piso.

El énfasis en la capacitación es la principal vocación de la Cinemateca de Bogotá. De ahí que todos los espacios están equipados con computadoras, estudios de filmación, y facilidades que se ofrecen para que grupos de jóvenes puedan trabajar. Me dice Paula Villegas: “Esta Cinemateca nació con el objetivo principal de expandir la producción de contenidos audiovisuales, usando software libre y tecnologías de última generación”. La Cinemateca ofrece becas para participar en los laboratorios y esas actividades se realizan también de manera descentralizada en las localidades, a través del proyecto Cinemateca Rodante. Además, una convocatoria de residencia de proyectos, para jóvenes que llegan para trabajar durante un mes o más en sus proyectos.

Los espacios incluyen una sala de creación digital, con varias aulas para capacitación, no solo para estudiantes de cine, sino para cualquiera que tenga interés en los procesos creativos audiovisuales. Estos espacios están reservados para la creación de contenidos inmersivos, e incluyen un estudio de televisión y facilidades de postproducción.

“Tuvimos que elegir entre ser un centro cultural o un museo de cine, y escogimos ser un centro cultural, ya que no tenemos archivos fílmicos, salvo una cantidad pequeña, copias internacionales de tránsito que se fueron quedando en la Cinemateca. Toda la nacional se entrega a Patrimonio Fílmico. Nosotros tenemos algunas copias interesantes como “El acorazado Potemkin” (1925) de Eisenstein, o “Nanook el esquimal” (1922) de Robert Flaherty. Tenemos una copia única, que no existe en todo el planeta, de un film donde aparece Benny Moré, y un documental sobre el Che Guevara que es una copia única. Estamos acondicionando una bóveda para guardar todo eso”, agrega Paula Villegas.

Las copias residuales que películas del cine mundial que circularon alguna vez en las salas de cine de Colombia, se conservan en la Cinemateca y se digitalizan allí gracias a una máquina especial para ese fin, quizás menos sofisticada que la que conocí en la Cinemateca del Ecuador, pero suficiente para preservar los clásicos del cine mundial y de América Latina, como “La perla” (1947) de Emilio Fernández. Con apoyo de un proyecto de Ibermedia, se están cambiando los envases de las películas, descartando los de metal.

“Algunas de las copias estaban mal conservadas, olían a vinagre. Hemos estado separando las copias que olían a vinagre de las otras, y vamos a colocarlas poco a poco en la bóveda a una temperatura adecuada. Lo ideal sería tenerlas todas a unos 5 grados de temperatura”, me explica Henry Caicedo, arquitecto de formación, a cargo de la restauración, digitalización y preservación, luego de un entrenamiento que recibió en la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba.

Además de libros, la Cinemateca de Bogotá publica regularmente dos colecciones de revistas: los “Cuadernos de cine colombiano”, de aproximadamente 200 páginas, y la Revista Cinemateca, con un formato más ligero (20 páginas), con artículos de divulgación sobre las actividades y la programación de la Cinemateca. Ambas publicaciones están muy bien diseñadas y su contenido incluye artículos, crítica de cine, entrevistas, fotografías, etc. El formato de “Cuadernos de cine colombiano” es cuanto más interesante cuanto que cada número está a cargo de un “editor invitado”.  Por ejemplo, David Melo para un especial sobre “Cine y televisión” (Nº 25), Jaime Tenorio para “Instrumentos del Estado para el fomento del cine” (Nº 26) o Isabel Torres Reyes para “Sonido” (Nº 29). Estos tres números corresponden a 2016, 2017 y 2019.

En los pisos superiores, la Cinemateca cuenta con 4 salas (3 de cine, equipadas en 4K y proyectores de 35mm), que funcionan por las tardes en horarios intercalados. Además, un salón múltiple para talleres, foros, clases, contenidos inmersivos, 360, y con interacciones con teatro y otras artes.

“Uno de mis espacios favoritos es para la primera infancia, lo estamos recién adaptando.  Es para que los niños puedan experimentar.  Está destinado a los más pequeños, a veces vienen colegios en las mañanas, pero por las tardes está abierto al público”, dice Paula Villegas. “La sala E se equipará con butacas retráctiles para otro tipo de creaciones y experiencias. Aquí no se muestra programación de cine, pero se realizan actividades relacionadas con eventos y festivales”. La sala de cine más grande es 272 personas, y las otras dos salas cada una para 75 personas. Durante mi visita, en el curso de la mañana, en la sala más grande había una actividad de cine club con adultos mayores, familiarizándolos con un ciclo de clásicos del cine mexicano.

Cuando la cultura es una prioridad para el Estado, ya sea en el nivel nacional o municipal, encontramos experiencias alentadoras como la Cinemateca de Bogotá.
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El olvido no es lo contrario de la memoria.
La memoria es, esencialmente, recuerdo y olvido.
Sólo puede recordarse sobre un fondo de olvidos.
Sólo puede olvidarse sobre un fondo de recuerdos.
—Luis Ignacio Helguera


11 diciembre 2019

Fuertes

 En la Cinemateca Boliviana pude ver el largometraje “Fuertes” (2019) de Oscar Salazar Crespo y Franco Traverso Chueca. Es un placer ver películas cuando no hay público que hable o juegue con sus celulares, ni mastique pipocas con olor a mantequilla rancia.  Uno se puede concentrar en la gran pantalla y dejarse conquistar por la narrativa cinematográfica.

Entré a ver “Fuertes” con la mejor disposición, atraído por la historia de 600 stronguistas (jugadores y simpatizantes) que cuando estalla la Guerra del Chaco con Paraguay en 1932, deciden enlistarse en el ejército boliviano y formar parte de un destacamento que tendrá la misión de defender Cañada Esperanza (hoy Cañada Strongest).

No soy ni aficionado ni conocedor de fútbol (aunque por invitación de Ricardo Bajo he escrito a cuatro manos con Carlos D. Mesa un cuento para el libro que celebró el centenario de The Strongest), y tampoco me gustan las narraciones que rebalsan patriotismo, pero me atrajo la perspectiva de ver cómo los directores de la obra habían logrado tejer el entramado del fútbol y de la guerra, a partir de una historia real, no muy lejana en el tiempo.  

Luego de 115 minutos de proyección, casi dos horas, salí de la sala con impresiones y sentimientos encontrados, tratando de buscar los hilos de la historia para poder comentar esta obra que es representativa de las nuevas corrientes en el cine boliviano.

Recordé a Henri Langlois, el fundador y director durante muchos años de la Cinémathèque Française, quien alguna vez afirmó que solía ver las películas sin sonido, para apreciar mejor la calidad del relato. Puede parecer un extremo, ya que en el cine tiene tanta importancia la imagen como el sonido, pero fue inevitable pensar en esa aseveración cuando lo primero que uno nota en el film es la voz en off que narra demasiado, y lo segundo, una música imprudente, que pretende un papel protagónico en el filme, pero no ayuda al conjunto.

El argumento desarrollado por Salazar y Traverso es rico en anécdotas, muchas de ellas basadas en hechos reales, lo cual es muy atractivo desde el punto de vista histórico y biográfico. La sola mención, por ejemplo, de Juan Lechín en su época de crack del fútbol, emociona. Sin embargo, sobre las precisiones históricas me remito al formidable comentario que hizo del film Ricardo bajo, alguien que realmente conoce el tema y que podía haber sido consultor en la producción.

Sigo. Ciertos personajes son más creíbles que otros… Con esto quiero decir que algunos actúan con mayor naturalidad y otros tienden a la caricatura, pero ya sabemos que un actor es alguien que puede modelarse, y que al final, la responsabilidad de la dirección de actores recae sobre los autores de la película, aunque en este caso pareciera que cada actor tuvo mucha libertad de interpretar su personaje a su manera (quizás por eso el Víctor Zalles de Luigi Antezana resulta un tanto caricatural).

Veo mis notas, tomadas en la oscuridad de la sala (no como Julio de la Vega, que tenía una puntabola con luz), y rescato lo bueno de este film que es un tributo sincero a un episodio histórico importante para los bolivianos, y que está motivado por valores humanos fundamentales: la amistad por encima de todo, el amor a la patria, el coraje frente a la muerte, el valor de la familia, etc. El personaje principal encarna todo eso. Mariano Velasco Romero (Christian Martínez) es un joven absolutamente bueno, estudioso, esforzado y apasionado. De esos que se enamora cuando niño y cultiva ese amor toda la vida. Con la misma fidelidad y pasión se une a The Strongest o marcha a la Guerra del Chaco.  Es un personaje perfecto, sin contradicciones.

El “arco dramático” (una expresión que les gusta usar a mis estudiantes de cine) tiene una progresión lógica, aunque en su primera parte muy larga y reiterada. Para establecer la personalidad del personaje, su relación con quienes lo rodean y el contexto de Bolivia en aquellos años, asistimos a numerosos entrenamientos, partidos y campeonatos de fútbol entre barrios (San Pedro versus Los Obrajes, y otros). Tantos, que se llevan la mitad del film, hasta que aparecen las primeras alusiones a la Guerra del Chaco.

En el esquema de un filme convencional, el clímax del arco dramático es la ruptura que se produce cuando el fervor patriótico hace que todo el equipo de The Strongest y 600 fanáticos del club sigan la consigna de “pisar fuerte en el Chaco”. Y en la segunda parte del film, transcurrida ya una hora de proyección, lo hacen al grito de ¡Huarikasaya K’alatakaya! mientras salen del túnel de Cañada Esperanza (como si salieran del túnel del estadio) dispuestos a dar lo mejor de sí mismos en una de las pocas batallas ganadas por Bolivia. Allí se reiteran escenas de solidaridad y de amistad que se proyectan más allá del sentido de pérdida y de muerte, y no cabe duda de que son escenas enternecedoras, de mucha carga emocional. Lamentablemente, todo ello con muy poco análisis crítico, que es más o menos obligatorio cuando se hace una reconstrucción histórica y se mencionan nombres y hechos reales. Los jóvenes que marcharon al Chaco manipulados por gobernantes irresponsables y carentes de estrategia y logística, fueron empujados por un patriotismo sin respaldo real, a una muerte que su entusiasmo no podía evitar. Hay escenas que sugieren esa falta de apoyo a quienes estaban en el frente (falta comida, agua, armas), pero todo ello con tanta sutileza que pasa desapercibido.

El filme está narrado con una fotografía y con encuadres y movimientos de cámara magníficos, y una “paleta de color” (otra expresión que usan mis estudiantes) que refleja el imaginario que nos transmiten las fotos antiguas, amarillentas porque con el tiempo el químico del fijador tiende a homogenizarlas.  Me saco el sombrero dominguero para saludar la fotografía de Gustavo Soto, la producción de Pilar Groux, la dirección de arte de Serapio Tola y el vestuario de Melany Zuazo, realmente impecables. Todas las locaciones de filmación son estupendas, y se agradece las interpretaciones mesuradas de Fernando Arze, Christian Martínez, Christian Vázquez y Reynaldo Pacheco, actores con mucha experiencia.  

Entonces, si todo parece tan “en su lugar”, ¿por qué salgo de la sala con la sensación de que me falta algo? Quizás porque todo está demasiado prolijo y carente de contradicciones, y a la vez narrado en un estilo de telenovela donde las actuaciones de algunos personajes dejan la impresión de ajustarse a la pequeña pantalla. Así como he identificado más arriba las fortalezas en el argumento, en la fotografía, producción y dirección de arte, quiero mencionar las que a mi juicio son debilidades: el comentario en off excesivo con datos que no interesan en la propuesta dramática (la historia minuciosa de los campeonatos de futbol), la música omnipresente y melosa que impregna la cinta buscando protagonismo propio (sin desmerecer que la composición pueda ser de calidad), la falta de una mirada crítica sobre la guerra, y algunas actuaciones y diálogos poco convincentes.

A pesar de sus limitaciones, “Fuertes” es una película boliviana que hay que ver porque se suma a un puñado de producciones recientes muy significativas de una nueva etapa profesional en nuestra cinematografía, que no ha perdido su vocación social. Pienso en “Muralla” de Gory Patiño, “Lo peor de los deseos” de Claudio Araya o “Cuando los hombres quedan solos” de Fernando Martínez, entre otras dignas de ser vistas y comentadas. 

(Publicado en Página Siete, el domingo 10 de noviembre 2019)
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Aprendamos a esperar siempre sin esperanza;
es el secreto del heroísmo.
— Maurice Maeterlinck


07 diciembre 2019

Sebastiana

Sebastiana Kespi y su hija Emiliana
  Este año la perdimos. Una de las últimas veces que estuve con Sebastiana Kespi Mamani en Chipaya, en el ayllu Wistrullani donde vivía, la miraba caminar con paso rápido de un lado a otro.  Rengueaba porque los pies ya no respondían como antes, pero aún así se desplazaba como una hormiguita inquieta y laboriosa. “¿Qué haces Sebastiana?, le pregunté con curiosidad y me respondió que estaba construyendo su nueva casa, no muy lejos de la antigua y de la casa de su hija, Emiliana.

En años recientes estuve varias veces en Chipaya y siempre buscaba a Sebastiana. Mientras filmaba el documental de largometraje “Amanecer chipaya” (2018), no dejaba de visitarla y de incluirla en las actividades que desarrollamos mientras rodamos la película. En cada caso ella participaba entusiasta y voluntariosa.

Imagen de "Vuelve Sebastiana" (1953), de Jorge Ruiz
Desde La Paz, llamaba de vez en cuando a Emiliana o al yerno de Sebastiana, para que me dieran noticias de ella, que en los últimos años sufría de demencia senil. Una de las veces que llamé fue con motivo de la desaparición de Sebastiana en las calles de Oruro, a principios de noviembre del 2017. Había salido sola muy temprano el jueves 2, y no había regresado a su casa. La noticia apareció en las redes y en los medios, y muchos se movilizaron para buscarla. La policía colocó carteles de “persona desaparecida”, con una foto antigua de ella. Ese jueves y viernes hablé varias veces con Emiliana, que no tenía buenas noticias hasta que finalmente me las dio el viernes 3 por la noche: la habían encontrado deambulando por la calle Soria Galvarro. Deshidratada, tuvieron que hospitalizarla por unas horas.

Con Sebastiana en Santa Ana de Chipaya
Tuve la suerte de conocerla y de conversar con ella muchas veces cuando todavía su memoria no la traicionaba, aunque poco recordaba su participación en la película emblemática “Vuelve Sebastiana” (1953) de Jorge Ruiz, sobre un guion de Luis Ramiro Beltrán, cuando tenía 10 años de edad. O quizás le daba pereza responder cuando le preguntaban sobre esa etapa de su vida que la hizo famosa. Lo de “famosa” no deja de ser una ironía, pues todos se olvidaron de ella durante varias décadas, mientras Sebastiana vivía pobremente en Chipaya, y pasaba la mayor parte del tiempo en casa de su hija Emiliana.

En mayo de 2015 la Cinemateca Boliviana le hizo un merecido homenaje. Me senté a su lado mientras veíamos la película de Jorge Ruiz, que ella veía -según me dijo- por primera vez, aunque otras versiones indican lo contrario. Durante la proyección se mantuvo atenta, con la vista fija en la pantalla. Al finalizar le pregunté sobre sus impresiones y respondió: “Ahí vive mi papá, ahí vive mi mamá, por eso estoy llorando”. Quería decirme que sus padres vivían todavía en la pantalla.  Para ella, eso era magia. Luego retomó el hilo que más le interesaba de la conversación: “Algunos me dicen, usted tendría que tener un sueldo, por qué no tiene sueldo”.  No supe qué responderle.  “No tengo sueldo, quiero morir”, me dice, pero esta vez sonriendo con cierta picardía, como si todo fuera un juego para victimizarse.

Llegó aquella vez a La Paz con su única hija mujer. Además, tiene un hijo varón y diez nietos. Dos de ellos viven en Antofagasta, donde ha ido a visitarlos varias veces. Me contó que de allá traía algo de dinero para comprar arroz en Oruro. Por lo demás, sobrevivía de las 25 ovejas que tenía, el equivalente de una cuenta bancaria: “Yo sigo pastoreando, llorando, llorando”, me decía. Elaboraba queso con la leche de las ovejas, pero “en marzo la tierra se seca y las ovejas ya no dan leche”. Los meses buenos son de junio a febrero, cuando llueve. Luego las ovejas se secan como la tierra.

Por iniciativa del diputado Santos Paredes de la Comisión de Naciones y Pueblos Indígena Originario Campesinos, Cultura e Interculturalidad de la Cámara Baja la Asamblea Plurinacional, recibió una medalla vistosa. Me la mostraba con cierto orgullo, pero al mismo tiempo decía con sorna: “Qué voy a hacer con la medalla, mejor me hubieran dado platita”.

Jorge Ruiz, con quien conversé tantas veces, solía decirme: “En toda mi carrera de cineasta, sólo he hecho, unas cuatro películas de mi propia voluntad, todas las demás han sido encargos”. Entre ese puñado de películas propias, Ruiz citaba Vuelve Sebastiana, considerada por muchos su obra más importante.

Sebastiana me contaba que el maestro de la escuela de Santa Ana de Chipaya la había “prestado” a Ruiz por sus buenas notas, pero no recordaba cuánto duró la filmación: “una semana, dos semanas ¿o un mes será?”. Todo eso que importa tanto a los cinéfilos, a ella la tiene sin cuidado. No recuerda sino tres momentos de la filmación: las escenas donde aparece pastoreando ovejas, aquellas tomas que se filmaron en Sabaya, y también la escena de la muerte del abuelo que se aventura en el altiplano para buscarla. Cuando le pregunté sobre la muerte del abuelo, me contó que lloró de verdad, no fingió. “De verdad he llorado, pues”.  “¿Por qué?”, le pregunté. “Porque se ha muerto”, responde. “Pero si no ha muerto de verdad”, insistí. “Igual he llorado. Vas a llorar me han dicho, entonces he llorado”.

Filmación de "Amanecer chipaya"
El periodo que más frecuenté a Sebastiana fue en 2017 cuando filmé “Amanecer Chipaya”, con un equipo reducido a Freddy Delgado y Marcos Machaca como camarógrafos (ambos se turnaron), y Ramiro Valdez como sonidista. La película nació de la iniciativa del Servicio Intercultural de Fortalecimiento Democrático (SIFDE), del Órgano Electoral Plurinacional.  El SIFDE tuvo la iniciativa de documentar los tres primeros procesos de autonomías indígenas originario campesinas, consagradas en la Constitución Política del Estado de 2009. Charagua Iyambae, Uru Chipaya y Raqaypampa fueron, en nueve años, las únicas naciones indígenas que accedieron a su autonomía.

Lo que tenía que ser un sencillo registro de 15 o 20 minutos (el presupuesto no alcanzaba para más) se convirtió en un documental de largometraje porque me enamoré de los Chipayas y sentí mucha empatía con ellos por su historia, su cultura y sus condiciones de vida, que están plasmadas en la película. Pero además la filmación me dio la oportunidad de rescatar la figura de Sebastiana y devolver a los chipayas parte de su memoria. Siempre tuve en mente que además de cumplir con el SIFDE, debía hacer un documental que sirviera a los propios chipayas y a las futuras generaciones, como unas páginas de su libro de historia.

Sebastiana Kespia y Paulino Lupi
Sebastiana ya había recibido homenajes y medallas, pero nadie sabía (ni preguntaba) lo que había sucedido con Paulino, el niño aymara que protagoniza con ella la película de Jorge Ruiz. Un día, conversando con ella en el patio de su casa, le pregunté qué había sido de la vida de Paulino, y su respuesta me sorprendió. Entre risas me dijo: “No es aymara, es chipaya, del ayllu Manazaya, vive en la esquina de la plaza”. Solo podía ser una esquina, ya que la escuela, la alcaldía y una tienda ocupan tres esquinas. Lo fui inmediatamente a buscar en una humilde casa azul y encontré a un Paulino López (ya no Lupi), bonachón que me recibió con una mirada cristalina y una gran sonrisa. Paulino confirmó que Jorge Ruiz había pedido “prestados” a los dos mejores alumnos de la escuela, y que el profesor había seleccionado a ambos.

El “descubrimiento” de Paulino ha sido en mi vida de cineasta tan importante como el redescubrimiento de José María Velasco Maidana en Houston el año 1975. Dos satisfacciones enormes como cineasta y como historiador del cine. Paulino se queja, con razón, que ha sido olvidado por todos, nadie le hizo hasta ahora el homenaje que se merece. Es una promesa que le hice y que quiero cumplir.

Sebastiana Kespia y Paulino Lupi
Las nuevas generaciones no habían visto nunca “Vuelve Sebastiana” en Santa Ana de Chipaya, de modo que como parte de la filmación organizamos una proyección en el auditorio del colegio. En primera fila estaban Sebastiana, Paulino y los dirigentes de los ayllus. Filmamos sus rostros mientras veían el film y al día siguiente “me presté” de nuevo, seis décadas más tarde, a Sebastiana y a Paulino para filmar con ambos unas cuantas escenas que reproducen aquellas en las que se los ve juntos en la película de Jorge Ruiz. Fue emocionante para el equipo de filmación pedirles que repitieran lo que habían hecho tantos años antes, y lo hicieron de buen gusto, como cómplices divertidos. Esas escenas también están incluidas en la edición final del documental.

Esta vez Sebastiana se fue para no volver. La recordaré siempre en movimiento, participando en todas las actividades de su pueblo, haciendo fila para votar y bailando el día de las elecciones de autoridades originarias en el ayllu Wistrullani, siempre con una sonrisa un poco pícara. 

(Publicado en Página Siete el domingo 27 de octubre 2019)

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Momentos que desde que uno los vive parecen viejos recuerdos.
—Luis Ignacio Helguera


03 diciembre 2019

Los celestes

 Durante el gobierno del MIR (1989-1993), llamábamos “casimires” a los simpatizantes del partido del presidente Jaime Paz Zamora que ocupaban cargos dentro del país o en el servicio exterior, pero afirmaban que no eran militantes miristas.


Guardando las distancias, sucedió algo parecido durante los gobiernos del MAS: una pléyade de personajes, funcionales al partido de Evo Morales, no se reconocían como militantes. De hecho, admitían cada vez menos una relación orgánica, a medida que el “proceso de cambio” se deterioraba corroído internamente por la corrupción, el abuso de poder y las continuas violaciones de la Constitución.

A estos “casiMAS” yo los llamo los “celestes” (sin ánimo de ofender a los seguidores del equipo de fútbol). Durante 14 años medraron de contratos de consultoría o cargos públicos más o menos visibles. Aunque decían que no eran militantes, orbitaban alrededor de la vicepresidencia, a veces adoptaban tímidas posiciones públicas en favor del gobierno del MAS, pero las más de las veces trabajaban para él manteniendo un perfil bajo.

Como este es un país desmemoriado, vale la pena dedicarles una columna, ahora que están más callados que nunca -aunque probablemente todavía estén vinculados a instituciones del Estado por contratos que no lograron concluir. Durante años intercambiaron consultorías en proyectos que supuestamente contribuían a la democracia y a la gobernabilidad, pero que en realidad las socavaron, como se ha visto en el “apoyo” al Órgano Electoral Plurinacional (OEP), copado por afines al MAS hasta después del fraude electoral.

Los “celestes” tienen una sorprendente habilidad para reciclarse como grupo: hoy por ti, mañana por mí… Algunos ocuparon posiciones públicas y luego desaparecieron discretamente, pero siguieron como “operadores-submarino” (modelo silencioso, sin sonar), replegados en instituciones donde se turnan como en puerta giratoria de hotel para obtener trabajo de botones bajo el rótulo de “gobernabilidad” o “apoyo a la democracia”: Idea Internacional, el PNUD, la FES, otorgaban un barniz “independiente”, mientras se beneficiaban de los “celestes” por sus vínculos políticos con las más altas esferas del MAS. En ese grupo figuran “expertos” y “analistas” como: Mayorga, Exeni, Mendoza, Ortuño, Villanueva, Peña y otros que optaron por un perfil muy bajo (en todos los sentidos de la palabra). Varios han desaparecido, dentro o fuera de Bolivia, aunque solamente los amenaza su propia conciencia.  

Era un negocio sin ética: compra y venta de consultorías, la mayoría de las cuales no sirvió para nada, pero garantizaba ingresos continuos a los “celestes”, rotando de un proyecto a otro, serviles a un proceso corrupto, autoritario, aferrado al poder, promotor del narcotráfico, extractivista y depredador de la naturaleza. Los “celestes” nunca tomaron distancia en posiciones públicas sobre los grandes problemas que aquejan al país.  Ellos conocían perfectamente el daño irreversible que se le hacía al país y no pueden argumentar ignorancia o inocencia, pues no son parte de la masa masista ingenua que se traga las consignas y los discursos. Es peor aún: los “celestes” son los constructores de ese discurso del engaño.

¿Dilema ético? Ninguno. Ahora están calladitos, pero se reciclarán, son expertos en hacerlo. Hace mucho que traicionaron sus ideales, si es que alguna vez los tuvieron. Era un negocio frío y calculado, una argolla de contratos. No importaba cómo estuviera Bolivia.

Algunos “celestes” se dedican a denostar a nuestro país en el extranjero, para aislar el proceso constitucional de transición a la democracia. A través de sus contactos internacionales contribuyen a crear un cerco que es más doloroso que el cerco sobre Cochabamba y La Paz que impuso Evo Morales a costa de varias vidas humanas. Ahora es un cerco sobre la paz de Bolivia, una paz que se está logrando a costa de mucho sacrificio y dolor, y pese a los “celestes”, tan ubicuos como oportunistas.


(Publicado en Página Siete el sábado 30 de noviembre 2019) 
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Todos esos oportunistas que se llaman socialistas pueden irse.
¿Son acaso algo más que un desecho
que la historia arrojará al cesto de la basura?
—Leon Trotsky